Lidia Papaleo de Graiver: “Fuí torturada porque querían que dijera que Perón le había dado a Gelbard un cargamento de oro traído por submarinos nazis”

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Escribí este texto tipo despacho de agencia luego de haber leído la entrevista con Lidia Papaleo que publicó ayer Tiempo Argentino como nota de tapa. Como verán, Camps y sus adláteres estaban locos… ma non troppo. JS

Lidia Papaleo de Graiver dijo que el motivo por el que fue secuestrada, violada y repetidamente torturada por un “grupo de tareas” a las órdenes del general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense, fue que sus captores querían obligarla a declarar que el presidente Juan Perón le había entregado a José Ber Gelbard, un cargamento de lingotes de oro “que habían llegado desde Alemania con los submarinos alemanes a Mar del Plata”.

Se trata de una referencia tácita a los sumergibles U-530 y U-977, que se rindieron en la base naval de esa ciudad atlántica el 10 de julio y el 17 de agosto de 1945, a más de dos y tres meses de la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

La viuda de David Graiver (a quien los dictadores llamaban “el banquero de los Montoneros” y que murió en agosto de 1976 en México en un sospechoso accidente de aviación que ella considera fue un atentado instigado por la CIA) fue secuestrada el 14 de marzo de 1977, durante el apogeo de la orgía de violencia desencadenada por la dictadura cívico-militar que había asaltado el poder casi un año antes.

Cinco días antes, ella había terminado de firmar el traspaso de sus acciones en el monopolio con participación estatal Papel Prensa a los representantes de los diarios Clarín, La Nación y La Razón, y ese mismo día habían sido secuestrados sus suegros, y en los días subsiguientes lo fueron ella y otros familiares y colaboradores de su fallecido esposo.

“Fui la persona que más torturaron del grupo” porque “querían que yo dijera sí o sí que Perón le había entregado a Gelbard una cantidad de lingotes de oro que habían dejado los nazis, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, con la aparición de submarinos alemanes en la costa de Mar del Plata”, dijo al ser entrevistada por el diario oficialista “Tiempo Argentino”, que le dedicó ayer la tapa.

“Habla la viuda de David Graiver. Reportaje exclusivo. Después de 34 años, Lidia Papaleo rompe el silencio”, fueron los principales títulos de portada de la edición dominical del diario dirigido por Roberto Caballero. La entrevista la hicieron Cynthia Ottaviano y Juan Alonso.

“Jamás dije que lo ellos me querían hacer decir” que “Juan Domingo Perón le había dado a José Bel Gelbard (quien había sido socio de su marido) los lingotes de oro que habían llegado desde Alemania con los submarinos alemanes a Mar Del Plata”; que “Gelbard los conserva(ba) y no sé qué hace (con ellos), que los habrá (sic) puesto en un Banco”; que Perón le dijo “a Gelbard delante de mí -porque sabía que yo lo sabía- que iba a ser Ministro de Economía”.

Papaleo explicó que sus interrogadores querían que dijera que ella y su marido habían presenciado a mediados de 1973 un encuentro de Perón con quien ya era el ministro de Economía y lo seguiría siendo durante su tercera y efímera presidencia (octubre de ese año hasta su fallecimiento el 1º de julio de 1974) y que en el curso de ese encuentro Perón le habría dicho a Gelbard que “tiene que devolver los lingotes, usarlos, que él le va a dar toda la economía” (sic). Y que Gelbard le habría respondido que “sí, pero hay alguien que me va a ayudar: David Graiver”.

“Esto tenía que decir yo, lo que es una locura imposible de creer aún hoy. Todo era un delirio absoluto. Pero estaban obsesionados por un supuesto plan siniestro de los empresarios judíos que venían a apropiarse de la patria… Estaban enfermos, estaban locos”, comentó.

Sin embargo, los nazis que la torturaban probablemente albergaran en sus mentes enfermas algún conocimiento preciso.

Porque previamente a sus respectivas entregas en la base naval de Mar del Plata, tanto el U-530 como el U-977, al mando de los tenientes de fragata Otto Wermuth y Heinz Schäffer, respectivamente, desembarcaron sendas balsas neumáticas en las cercanías de Miramar, como demostró una investigación histórica plasmada en el libro “Ultramar Sur.
La última operación secreta del Tercer Reich” (Norma, 2002), de Juan Salinas y Carlos De Nápoli.

En dicho libro se plantea que, en el curso de una operación secreta originalmente destinada a posibilitar la huída de Adolf Hitler, su flamante esposa y sus principales colaboradores, al menos otros cuatro submarinos alemanes llegaron a las costas argentinas, donde fueron hundidos por sus tripulaciones antes de su desembarco clandestino, aunque también dejan abierta la posibilidad de que uno de ellos haya sido hundido por el torpedero “ARA-Mendoza”, que persiguió a uno y le arrojó varias cargas de profundidad.

En base a testimonios e hipótesis del comandante del U-977 y de oficiales de la Marina de Brasil, De Nápoli y Salinas plantean que en su huída a la Argentina tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, uno de los submarinos alemanes, con toda probabilidad aquél, torpedeó y hundió al crucero brasileño “Bahia”, que se hallaba sobre la línea del Ecuador, en la mañana del 4 de julio de 1945.

Se trata de la mayor catástrofe de la historia naval de Brasil, que con 336 muertos (incluyendo cuatro radiotelegrafistas estadounidenses), supera en cantidad de víctimas mortales al hundimiento del crucero “General Belgrano” por el submarino nuclear británico “Conqueror” durante la Guerra de Malvinas (1982).

Pero hasta ahora, y aunque está acreditado que por esas fechas sus torpederos “Bocaina” y “Babitonga” persiguieron y atacaron a submarinos no identificados, para la Marina de Brasil el hundimiento del “Bahia” no se debió a una agresión externa sino a la torpeza de un ametralladorista del propio crucero, que en el curso de un ejercicio de tiro habría impactado con proyectiles de 20 mm. en la santabárbara ubicada en la popa, haciéndola estallar.

La edición en lengua portuguesa de “Ultramar Sur” integrará la prestigiosa colección “Civilización Brasilera” de la editorial Carioca Récord y aparecerá el próximo 1º de octubre, confirmó Juan Salinas.
Tanto Salinas como De Nápoli expresaron su esperanza de que Brasil reconozca que los tripulantes del “Bahia” fueron torpedeados por submarinos que, ante la desaparición del Tercer Reich, eran técnicamente naves corsarias.

DESEMBARCOS (Con PAPEL PRENSA)

CENTENARES DE TESTIGOS VIERON SUBMARINOS EN LA SEGUNDA MITAD DE JULIO DE 1945

Una comisión de la comisaría de Necochea salió al caer la noche del domingo 27 de julio de 1945 -es decir, a 17 días de que el U-530 hubiera emergido sorpresivamente frente a la base naval de Mar del Plata- para confirmar el alerta dado por el destacamento policial de Piedra Buena acerca de que “una nave no identificada estaba haciendo señales (de luz) en código morse hacia la costa y el mensaje era contestado desde la playa”.

“En tres autos particulares los policías recorrieron el sector y tras horas de búsqueda encontraron al hombre que respondía las señales. En la comisaría se lo identificó como ciudadano alemán, de profesión artesano, quien admitió que la nave era un submarino que se disponía a desembarcar”, narró el historiador canadiense Ronald Newton en su libro “El cuarto lado del triángulo” (Sudamericana, 1995).

“A la madrugada del domingo (sic) 28 se inició un rastreo por las playas de los alrededores de la ciudad. Al promediar la mañana, 15 kilómetros al norte, una comisión (…) encontró huellas humanas que iban y venían desde la costa hasta la entrada arbolada de una estancia. Había también huellas de lanchas o botes de goma que habían sido arrastrados, y las marcas de cajas o cajones muy pesados que habían sido llevados hasta un lugar, donde había huellas de ruedas de camión”, continuó Newton.

“Ante el hallazgo, el suboficial (a cargo) decidió llamar al comisario, y cuando la comisión se hubo completado, comenzaron a entrar a la estancia. Llevaban recorridos dos kilómetros por el camino de entrada al casco, arbolado y flanqueado por tamarindos, cuando cuatro hombres que hablaban alemán, con ametralladoras en la mano, les impidieron seguir y los echaron violentamente”, continuó Newton, que en 1998 fue vicepresidente del comité académico de la Comisión de Esclarecimiento de las Actividades Nazis en Argentina (Ceana) conformada por orden del presidente Carlos Menem.

“Como los policías no llevaban orden de allanamiento decidieron regresar a la comisaría y comunicar la novedad a la Jefatura de La Plata. Tras dos horas de espera, el jefe de la policía provincial llamó personalmente a Necochea y le dio al comisario una orden precisa: ‘Deje sin efecto la búsqueda de posibles alemanes y retírese de inmediato de la estancia’”, escribió Newton, que agregó que el artesano detenido fue enviado a La Plata, a pesar de lo cual “a los pocos días estaba en libertad y en Necochea, donde aún sigue viviendo”.

El 17 de julio, centenares de testigos habían visto el paso hacia el sur en superficie de dos submarinos frente a las playas de San Clemente del Tuyú y de La Margarita (dónde hoy están San Bernardo, que entonces no existía, y Mar de Ajó, que era un pueblito fundado diez años antes), e incluso como uno de ellos encalló durante largos minutos en un banco de arena.

Y cuatro días antes, el 23 de julio al anochecer se había producido otro avistamiento de un sumergible por parte de un grupo de pescadores frente a las playas de Reta y Claromecó. El mismo fue investigado por la Armada a través del capitán Francisco Isaac Rojas, edecán del ministro de Marina. Rojas corroboró el testimonio de los pescadores, pero la Marina guardó el secreto de este avistamiento durante medio siglo.

Respecto al desembarco del 27 de julio en Necochea, fue confirmado por tres antiguos marineros del acorazado de bolsillo “Graf Spee”, hundido por su capitán frente al puerto de Montevideo a fines de 1939 luego de haber combatido contra tres cruceros británicos.

En particular, el cabo y aspirante a oficial Alfred Schultz y el radiotelegrafista Walter Dettelman (el tercer testigo se llamaría Willi Brenecke) confirmaron aquel desembarco y la veracidad –en términos generales– de aquella crónica ante una comisión del Congreso a comienzos de 1956. Ambos dijeron que si bien en 1945 se suponía que ambos estaban internados en campo de prisioneros de guerra, salían y entraban de ellos a voluntad.

Añadieron que si bien no estaban en condiciones de precisar la fecha exacta, entre el 23 y el 29 de julio de 1945 los ocupantes de dos submarinos alemanes habían desembarcado cerca de Bahía Blanca. Lo podían afirmar con absoluta seguridad, dijeron, porque había ayudado a consumarlos.

Por desgracia, parece que los testimonios no fueron registrados taquigráficamente, y que los registros estenográficos se perdieron. Pero según las crónicas de la época Schultz y Dettelman dijeron haber recibido del capitán Walter Klay –quien coordinaba las actividades de los ex tripulantes del Graf Spee y sus fugas desde una oficina del Banco Germánico– la orden de viajar a la ciudad de Bahía Blanca. Una vez allí, dijeron, el contacto que les indicó Klay los llevó a un punto no muy lejano del litoral marítimo.

Si bien no pudieron precisar con exactitud dónde quedaba ese lugar, coincidieron en que se trataba de una estancia de la Compañía Lahusen, de capitales alemanes. Dijeron que poco después arribaron a la costa “dos submarinos que descargaron muchos cajones pesados que fueron conducidos al casco de la estancia en ocho camiones”. Y destacaron que se trataba a todas luces “de una carga valiosa que provenía de Alemania”.

Luego, agregaron, desembarcaron en botes de goma unas ochenta personas. Algunas, puntualizaron, “por la manera en que daban órdenes, debían ser muy importantes”.

Las declaraciones de Schultz, Dettelman y Brenneke fueron analizadas por Allan Pujol, un antiguo agente del Deuxième Bureau, una rama de los servicios secretos franceses. Según Pujol, en la noche del 28 y el 29 de julio de 1945 fueron desembarcados gran número de cajones de madera con la inscripción “Geheime Reichssage” (Secreto de Estado) remitidos por el general Ernest Kaltenbrunner, jefe de la RSHA, la Oficina Central de Seguridad del Reich.

Pujol dijo creer que aquellos cajones contenían “el tesoro de la RSHA”: lingotes, monedas y objetos de oro, dólares y francos suizos, diamantes y otras piedras. Una fortuna que valuó en unos mil millones de dólares.



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