Piratas en la red y FBI planetario
Luz, cámara, acción
Edison era una suerte de Steve Jobs del siglo XIX. Supo experimentar sobre toda innovación a su alcance y perfeccionarla. La bombilla incandescente (1883) sería años después fundamental para la creación de la radio a válvulas, entre otros soportes que surgirían con las industrias culturales.
El suyo fue el tiempo del cine. Su conocimiento de una base tecnológica que ya mostraba una tendencia transnacional por las rutas telegráficas, creadas por las agencias de noticias Reuters y Havas, le permitieron imaginar un mundo globalizado sobre el que se constituyó la revolución audiovisual del cinematógrafo.
Tras batallar con los hermanos Lumière, en 1902 Estados Unidos tuvo sus famosos nickelodeons (películas por cinco centavos). También, un ganador y otro invento: las primeras formas de concentración: vertical y horizontal, de lo que sería el principal oligopolio del siglo XX.
Detrás de la pantalla estaba la Motion Picture Patents Company (MPPC), organizada por Edison y conformada por nueve productoras, que no sólo vendían los derechos de exhibición sino que condicionaban a los dueños de las salas a presentar exclusivamente películas de ese pool y a pagar licencias por usar sus proyectores.
Es decir, la MPPC controlaba el soporte, los canales de exhibición, su distribución y los contenidos, anulando toda posible competencia.
La falta de control estatal y la novela negra de presiones mafiosas hicieron que los productores independientes se mudaran de Nueva York. Ese será el curioso comienzo de Hollywood, en 1914, cuyas principales cadenas hoy consolidadas reclaman por los derechos de Propiedad Intelectual.
La MPPC tuvo su final en 1918 al aplicarse la Sherman Act (ley antimonopolios). Sin embargo, su espejo actual está en la Motion Picture Association of America (MPAA), con seis grandes operadores: Walt Disney, Paramount, Sony, Twentieth Century Fox, Universal y Warner.
La MPAA apoyó todas las propuestas elevadas al Capitolio para perseguir la “piratería” en Internet, seguida de infinidad de firmas ligadas al sector.
Si bien la conmoción en el mundo cibernético dejó las iniciativas en el tintero, el operativo en Nueva Zelanda sobre Megaupload y detención de Kim Schmitz cumplen ya su efecto ejemplificador sobre otros servidores de descarga que, por las dudas, están bloqueando enlaces sospechados de infringir los derechos de autor de ésas y otras compañías.
Respecto del segmento musical no sólo algunas ONG relativizan que la digitalización destruya la industria. Dominique Leguern, anfitriona del Midem 2011 (Mercado Internacional del Disco y la Edición Musical), la mayor feria del sector, que suele reunir cerca de 8000 participantes, con 4000 empresas y más de 2000 expositores, aseguró al cierre de la edición 45ª, en Cannes: “La industria musical no está tan mal como dicen”.
En su análisis, la responsable de Virgin Records por más de una década señaló que la crisis está en el “mercado físico de los CD”, mientras “hay un crecimiento del digital” y que la industria ha demostrado capacidad para reinventarse.
La especialista explicó que el cambio está en la monetarización por canales de sincronización, aplicaciones móviles (cloud-music), sistemas de streaming por suscripción, entre otros esquemas de negocios. En tanto, aventuró que las descargas gratuitas sostenidas por publicidad no ofrecen una perspectiva viable, mientras modelos como iTunes (Apple) suelen ser aún caros, debido a que las discográficas no cambian sus políticas de precios.
Lo llamativo del caso es que el operativo del FBI en tierras extranjeras ocurrió antes de darse a conocer que Megaupload pensaba lanzar un servicio para bajar música con pago de regalías, siguiendo el camino de My Space y Bandcamp como alternativa de iTunes, lo cual dinamizaría la competencia en el sector y promovería un mayor acceso a la cultura rompiendo dos tipos de barreras: las de consumo final de los usuarios y aquellas que impiden a los realizadores darse a conocer.
Más allá de las conductas mafiosas que dieron inicio al cine y el eventual lavado de dinero de Kim Schmitz, que transforma a Edison en una carmelita descalza, lo cierto es que acciones directas como éstas retrasan y atacan toda instancia de democratización cultural.
Todo pasa en un opresivo universo orwelliano con poco rating. Justo cuando el “conventillo global”, caracterizado por el inolvidable Aníbal Ford, parecía abrir un espacio de libertad en las redes de comunicación.
* Docente-investigador. Facultad de Ciencias Sociales UBA.