Este artículo me llegó sin la información acerca de dónde fue publicado. Por lo que vi (guglié) la autora es una controvertida profesora nacida en Irán y residente desde 1983 en España.
por Nazanín Armanián
Un día después de ser reelegido, el 23 de enero, y tras repetir que contener a Irán será su prioridad, Benjamín Netanyahu ultimó los detalles del plan de ataque a Siria. Siete días después, 16 cazas israelíes invadían el cielo del Líbano y Siria, bombardeando un convoy y una instalación militar en el territorio sirio -en las que, se adujo, se sospechaba de la presencia de los militares iraníes-, en una agresión “preventiva” para evitar la transferencia de misiles antiaéreos SA-17 rusos al partido Hezbolá del Líbano. Las fuerzas de Paz de la ONU, instaladas en los Altos de Golan, juran no haber visto nada, y de Ban Ki-moon tampoco se puede esperar ni una condena a secas de Israel por violar el derecho internacional y agredir a dos países soberanos. El octubre pasado, Netanyahu descargó bombas contra un arsenal de municiones en Sudán. ¿Qué país será el siguiente?
El ataque sorpresa se puso en marcha cuando los israelíes consiguieron despistar a la prensa, colándoles la falsa noticia de una fuerte explosión en la planta nuclear iraní de Fordow, resultado al parecer de un sabotaje de sus agentes. Así, además pusieron nervioso al gobierno de Teherán, entreteniéndole en las inspecciones y desmentidos.
Tampoco el gobierno sirio denunció lo ocurrido con rapidez.
Que el ataque se produjera con el visto bueno de EEUU revela que el bravo de Netanyahu no puede actuar por su cuenta, aunque Barak Obama quiera presentarle como el malo de la película, manteniendo así su imagen, y de paso aprovechar la impunidad de la que goza Israel para avanzar en sus planes regionales, eludiendo debates en el Consejo de Seguridad.
Pero si ambos países hasta hoy habían tenido cuidado en que no se viera su pezuña en la crisis de Siria, a la que presetaban como un conflicto interno por la libertad ¿Por qué cambiaron de estrategia?
Dicha acción, además de marcar la entrada abierta de Israel en el conflicto,tenía varios objetivos: Desgastar a Irán y arrastrar a la república islámica a una guerra directa en el suelo sirio, donde carece de logística; acusarla de “terrorismo” (ahora que no hay armas de destrucción masiva) ante la opinión pública del Occidente; impedir que Hezbolá, aliado de Teherán, consiga nuevas armas sofisticadas.
Israel no puede atacar a Irán con un Hezbolá fuerte en su frontera; reparar el orgullo herido de los israelíes que vieron volar en el cielo de su país un avión de reconocimiento de este partido libanés de fabricación iraní; minar los intentos de una parte de la oposición de negociar con Bashar al Assad, en busca de una salida política; obligar al presidente sirio a abrir un nuevo frente desde el sur (en el norte, lo aprieta Turquía) de modo de dispersar sus fuerzas y permitir el avance de los rebeldes; forzar a Rusia –aliado de Siria- a optar por la solución menos dañina para Moscú: dejar caer a Assad en vez de involucrarse en una guerra, y ¿cómo no? Colocar la cuestión de seguridad en la propia sociedad israelí, eludiendo los problemas sociales que restaron votos al Likud en las recientes elecciones.
Que Irak, Afganistán, Sudán, Libia y Siria hayan sido agredidos sin tener armas nucleares (por aquellos que sí poseen cientos de ellas) está empujando a una carrera armamentística suicida.
Consecuencias del ataque
No es inteligente agredir a un país envuelto en un conflicto interno si le respaldan Rusia e Irán. Este ataque es distinto al que lanzó el gobierno de Ehud Olmert en 2007 contra un reactor nuclear sirio. El prestigio de Israel y su poderío a nivel regional se han deteriorado y está por ver si su cálculo de costo-beneficio en esta agresión es acertado.
Puede que Tel Aviv crea que Irán y Hezbolá no tomarían represalias. Al partido libanés, debilitado por la actual guerra de Siria, quizás le convenga dejarlo pasar. Además en junio hay elecciones parlamentarias y quiere presentarse como una fuerza nacionalista libanesa.
No es el caso de Irán. Si Israel vuelve a atacar a Siria –probabilidad alta-, Irán responderá, aunque lejos de su territorio y a través de terceros para no enfrentarse a EEUU. De lo que no hay duda es que un vis avis irano-israilí hará disparar el precio de petróleo.
En cuanto a la reacción de Bashar al-Assad, tras la masacre de su pueblo, no le puede pedir que luchen contra el enemigo extranjero, aunque sí puede afirmar que es víctima de una conspiración exterior. De momento no ha caído en la trampa. No abrió un nuevo frente de guerra y sigue centrando en recuperar las posiciones perdidas en el interior del país, mientras estudia si le conviene aprovechar la oportunidad y exportar el conflicto involucrando a toda la región: ¡Que mueran conmigo los filisteos!
Gobiernos aparte, las reacciones populares se van produciendo: el atentado contra la embajada de EEUU en Ankara, en protesta por el papel lacayo de Turquía en la guerra contra Siria, es la primera.
El «Eje de resistencia», compuesto por Irán, Siria, Hezbolá y Hamas, se ha roto por la defección del último. ¿Dejarán de luchar los yihadistas contra Assad para vengarse del ataque judío contra un país musulmán? Eso no ocurrirá. Los porqués, en otro artículo.
Por ahora sólo digamos que la respuesta es muy simple: los yihadistas que luchan contra Al Assad en Siria responden a intereses occidentales y quieren instalarse – una vez eliminado el partido Baaz como la nueva clase política de Medio Oriente. Algo similar a lo que están haciendo en Libia.