Abogan por institucionalizar el amplio bloque que apoya la renacionalización de YPG
Vamos por más
Por Napule / Artepolítica
La estatización de YPF no garantiza que lograremos terminar con el déficit energético. Tampoco asegura la optimización de nuestra matriz energética a partir de la incorporación de más energías renovables. Ni siquiera confirma la ampliación de la producción de hidrocarburos. Todo esto es probable, pero dependerá de la capacidad del gobierno de mejorar globalmente la política energética -para lo cual, claro, se ha dado el lunes 16 un paso esencial.
El principal dato que deja la recuperación de YPF no tiene de hecho que ver con la política energética, sino con la política en general. Esto es: la dirigencia política argentina se anima. Se anima a mejorar -corrigiendo errores del pasado- y a innovar –al punto de que hay hoy muy pocos países que puedan mostrar el nivel de profundización de políticas de cambio estructural como el que se ve en el nuestro.
Y decimos con claridad «dirigencia política», en lugar de peronismo o kirchnerismo, porque es cada vez más evidente que la mejora supera al legado de Néstor o al liderazgo de Cristina. En efecto, las principales políticas que se han implementado desde 2003 –derechos humanos, deuda pública, estatizaciones, ley de medios- han contado con un creciente apoyo pluripartidario. Y la recuperación de YPF trae una gran noticia adicional: el apoyo de la Unión Cívica Radical.
No es común, en ningún país, que surja una clase política que se atreva a enfrentar a los verdaderos poderes de este mundo, es decir quienes mueven el dinero grande, las armas, los medios. Pero tampoco es común la historia reciente de nuestro país que, por caer tan bajo, aparentemente ha permitido el surgimiento de un excepcional espíritu de autoregeneración. Por supuesto que hemos tenido algo de suerte –los términos de intercambio en particular- pero todo indica que se trata de un fenómeno de maduración colectiva, que se trasluce especialmente en las nuevas generaciones, politizadas y demandantes, pero a la vez realistas en su ambición.
Necesitamos entonces aprovechar de este momento único para, más que nada, extenderlo en el tiempo. Sabemos bien que el proceso de transformación del país necesita, como mínimo, de dos décadas más de políticas de cambio estructural. La pregunta entonces es, ¿cómo logramos profundizar el modelo?
Hay dos planos en la respuesta. El primero, esencial, tiene que ver con las políticas económicas. Necesitamos mantener los superávits gemelos –hoy amenazados- pero manteniendo a la vez la notable expansión que se da desde 2003 en la inversión social y en obra pública. Además, necesitamos institucionalizar la política comercial proteccionista; mejorar –mucho- la matriz energética; desarrollar –mucho- la infraestructura productiva; y, quizás lo más difícil, terminar con la «cultura» inflacionaria de las corporaciones con capacidad de afectar precios, que son principalmente agentes del poder multinacional.
Lograr desarrollar estas políticas implica de hecho profundizar el conflicto con las corporaciones trasnacionales, ya sea para evitar los abusivas remarcaciones de precios o para apropiarnos de las, también abusivas, transferencias de ganancias a sus casas matrices.
Es fundamental entonces comprender que lo de Repsol no es nada. Lo más difícil está por venir. Y las puteadas que nos estamos comiendo estos días tampoco son nada. Van a ir in crescendo, justamente porque se están dando cuenta que en la Argentina está naciendo algo que, si no en fondo al menos en forma, es más presentable que el caribeño modelo bolivariano. Ergo, más amenazante.
Y esto nos lleva entonces a la segunda parte de la respuesta a la pregunta de cómo profundizar el proceso de cambio. Lo interesante es que esta segunda parte no tiene que ver con la economía, sino con la política. La única manera que el estado argentino podrá enfrentar con alguna chance de éxito a los factores de poder trasnacional –aquellos que les dan ordenes a Obama, Rajoy, Monti, etc.- es haciendo lo que está pasando en estos días: trabajando en equipo, superando las –siempre algo artificiales- fronteras partidarias.
En otras palabras: la coalición multipartidaria que apoya la estatización de YPF debe hacerse estructural. Y, para esto, el gobierno de Cristina tiene que hacer lugar. Sería iluso pretender que radicales y socialistas nos apoyen si no les damos espacios de poder real –cargos ejecutivos, para ser más claros.
Estamos acostumbrados a pensar en gobiernos de unidad nacional para los momentos de crisis. Pero es al revés: necesitamos de la unidad para poder profundizar el éxito, es decir las políticas económicas que vienen demostrando que dan resultado en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.
Lo dicho no quita que siempre habrá quienes no quieran integrar esta coalición: los liberales, que creen en otro modelo de desarrollo; los conservadores, que, bueno, son conservadores; los medios más poderosos, que son financiados por el gran capital; y –lo más triste- los dirigentes políticos y sociales cuyo ego es tan antiguamente grande que si no se les da lo que ellos consideran merecer (muchas veces con justicia) se enojan, restando apoyo a políticas con las que están en realidad de acuerdo. Pero no importa: quienes quedamos fuera de esas cuatro categorías somos, por supuesto, muchos más.
Resumiendo: la Argentina está aprendiendo. Por eso nos ladran, porque cabalgamos. Pero no vimos nada aun, nos van a querer echar del G20 y mucho más. Es lógico, así funciona el mundo. Pero la Argentina, junto a buena parte de Sudamérica, se rebela. Nos rebelamos porque aprendimos. Nos rebelamos porque tenemos las riquezas para no tener pobreza. Y nos rebelamos juntos, en equipo, porque sabemos que los que están del otro lado tienen mucho más poder que nosotros.
Compañera Presidenta, solidificar la coalición que se ve en estos días en el Congreso está en sus manos. En la compleja etapa que sigue, en la cual se profundizará el conflicto con el poder verdadero, el peronismo probablemente no va a poder por sí sólo. De más está decir que confiamos en usted.