Afganistán, cementerio de imperios
Tomado de Loboalpha
por Pepe Escobar / Al Jazeera
Para el jefe del Pentágono, Leon Panetta, una reciente ola de ataques «verde contra azul» (o desde el interior) contra soldados de EE.UU. y de la OTAN –es decir la versión afgana de fuego amigo– es solo el «último aliento» de un montón de talibanes frustrados.
Eso le recuerda a uno los «residuos» del régimen de Sadam de Don Rumsfeld, que en su momento adecuado se transformaron en duros guerrilleros suníes iraquíes e hicieron pasar las de Caín a la ocupación estadounidense.
De vuelta a la realidad, incluso el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., general Martin Dempsey tuvo que admitir que «algo tiene que cambiar». Solo en 2012, fuerzas de seguridad afganas mataron 51 soldados de la OTAN – y suma y sigue.
Puede que no sea mucho en comparación con las numerosas víctimas civiles, también llamadas «daño colateral», de la tenebrosa guerra de drones de la CIA contra las áreas tribales de Pakistán. Para no hablar de la reciente incursión estadounidense que mató a ocho mujeres y niñas afganas que estaban involucradas en una conspiración extremadamente subversiva para recolectar leña.
Oh sí – pero se trata de «ellos», no de «nosotros».
En todo caso, algo cambió. El nuevo discurso de la OTAN sobre «verde contra azul» tiene que ver directamente con la escala de la reducción. Desde ahora, patrullas conjuntas o cualquier «interacción» con afganos solo tendrán lugar a nivel de batallón (que agrupa a 500 o incluso 800 miembros).
Fue –¡sorpresa!– una decisión unilateral del Pentágono. Ningún socio en la OTAN y ni siquiera los propios afganos fueron consultados.
Y esta es la instantánea traducción sin sesgo – por si fuera necesaria:
Es el miserable fracaso de todos los planes occidentales de crear una fuerza combatiente afgana incrustando en ella estadounidenses y europeos – y dejar a continuación que ellos mismos se encarguen de la seguridad. Incluso como están las cosas, muy pocas unidades afganas pueden involucrarse independientemente en operaciones tácticas.
Es la solemne construcción de un Muro de Desconfianza lejos de ser figurativo entre «nosotros» y «ellos».
Es el fin de una masiva campaña de relaciones públicas –presentada a la opinión pública occidental– que incluso alardeó con su propia consigna en dari: shohna («hombro con hombro») como si fueran «buenos» occidentales combatiendo lado a lado con afganos contra los «malignos» talibanes.
Además, lo que esto implica es que no hay una estrategia de salida blanda para EE.UU. y la OTAN. Temprano más que tarde –en este caso en diciembre de 2014– amenaza un momento Saigón en el Hindu Kush.
Agarra el rifle y escapa
Predeciblemente, el duro secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, dijo que sigue existiendo el plazo hacia la responsabilidad total afgana por la seguridad nacional para fines de 2014; la reducción es «prudente y temporaria».
En términos de perder credibilidad, Rasmussen y la OTAN no pueden posiblemente aceptar una derrota ignominiosa y correr hacia las salidas. Especialmente después que el jefe supremo de los talibanes, Mullah Omar, había declarado hace más de un mes que los talibanes «infiltraron con astucia las filas del enemigo según el plan que les fue entregado el año pasado».
Incluso sin la rampante infiltración por los talibanes, la OTAN nunca hubieran logrado examinar a todos los 352.000 miembros de las fuerzas del ejército y la policía de Afganistán. En su mayoría son tayikos, algunos son hazaras y uzbekos, pero también hay pastunes, que pueden o no ser simpatizantes talibanes, y que simplemente se alistan porque así pueden percibir un sueldo regular.
En cuanto a la policía afgana, es ampliamente despreciada como una banda que solo sirve para colocar bloques de ruta, revisar vehículos y extorsionar dinero.
A pesar de los once años que dura la guerra afgana, esta es prácticamente invisible en EE.UU. incluso durante una retirada de 33.000 soldados estadounidenses ordenada por el presidente Obama para fines de mes (68.000 permanecerán en el país). Una mayoría de los estadounidenses quisieran que la guerra terminara… ayer … por ejemplo proclamando victoria, haciendo borrón y cuenta nueva, y partiendo.
Ahora, con la nueva bendición de la OTAN, es justo asumir que la mayor parte de las tropas occidentales –y potentados contratistas– se irán para fines del próximo año.
En cuanto a la obsesión del Pentágono por mantener Fuerzas Especiales en el terreno hasta por los menos 2024 –como instrumento útil para monitorear a Rusia y China– depende de un Acuerdo de Estatus de Fuerzas (SOFA) que el Pentágono debe convencer de que firme al gobierno de Hamid Karzai.
Hace diez años, en París, pregunté a Hamid Karzai en persona cómo podría configurar un ejército afgano con una tendencia sectaria – en su mayoría tayikos y sin incluir a la mayoría pastuna. Me interrumpió – e insistió en que sería un éxito. Ahora Mullah Omar ha respondido mi pregunta.
Después de despojar el país durante más de una década, junto con su difunto hermano Ahmed Wali, el resultado más probable es que Karzai ya haya reservado su salida en helicóptero al estilo de Saigón, desde un techo en la base Bagram.
O podría imitar a Nouri al-Maliki en Iraq: no firmar el SOGA, y por lo tanto despachar para siempre a sus países el equipaje de EE.UU. y la OTAN. Como Karzai no es más que un títere de EE.UU., es poco probable.
En Iraq –como parte de un plan maquiavélico imaginado por el comandante Qassem Suleimani de la Fuerza Quds iraní– Maliki hizo que el Pentágono creyera que le gustaría un SOFA similar al de Corea del Sur. Pero entonces, a última hora, Maliki agregó una cláusula al tratado: los soldados/contratistas de EE.UU. tendrían que cumplir con la ley iraquí. El acuerdo colapsó.
Sin un SOFA, también existe la cuestión de qué hacer con todo el equipamiento. Solo EE.UU. tiene por lo menos 100.000 contenedores en Afganistán. Gran parte del equipamiento será vendido –o «donado»– a aliados. A ese irreprochable demócrata, el dictador de Uzbekistán Islam Karimov, por ejemplo, le encantaría hacerse cargo de la mayor parte del botín para sus fuerzas armadas.
Encuéntrame en el cementerio
Cuando Washington ni siquiera puede confiar en los «nativos» que deja atrás para cubrir su salida – y eso ni siquiera considera las familias ampliadas de las mujeres y niños que se convirtieron en «daño colateral» en los ataques aéreos de EE.UU./OTAN– existen todas las condiciones para una repetición de Saigón.
Hasta hace poco el debate se trataba de si los talibanes aceptarían no atacar a las tropas de EE.UU./OTAN si un plazo para una retirada total era inalterable. Ahora los talibanes ni siquiera necesitan un acuerdo.
Como sucede con las ironías históricas, pocas pueden superar el que Rusia llene el vacío de EE.UU./OTAN – años luz después que la URSS se retiró de Afganistán por ese infausto puente sobre el río Amu Darya en febrero de 1989.
Afganistán no volverá a una sangrienta guerra civil como en la primera parte de los años noventa – antes de que Islamabad lanzara su arma secreta, los talibanes. Esta vez, el resultado más probable es una partición del país entre los talibanes y señores de la guerra locales, y que Pakistán, Irán, India y Rusia se posicionen como los árbitros finales.
Siempre seguirá existiendo el problemático ángulo de que la última aventura afgana de Occidente tenga que ver con heroína – lo que implica los inmensos beneficios del lavado de dinero de los bancos privados. Hablemos de un voluminoso ejército occidental que asegure la seguridad de señores de la guerra globales. Los precedentes abundan – como ser las Guerras del Opio.
Pero sea cual sea el ángulo examinado, el hecho es que la abrumadora mayoría de los afganos –sin que importe su etnia– solo quiere que los invasores extranjeros se vayan. Para comenzar, nunca conquistaron sus corazones y mentes; después e todo, los invasores ni siquiera han logrado hablar pastún o dari.
Y consideremos lo siguiente:
«Una guerra comenzada sin ningún propósito atinado, realizada con una extraña mezcla de imprudencia y timidez, terminada después de sufrimientos y desastres, sin que el gobierno que dirigió, o las numerosas tropas que la libraron, hayan obtenido mucha gloria. Ningún beneficio, político o militar, fue adquirido con esta guerra. Nuestra evaluación final del país se parecía a la retirada de un ejército derrotado.»
¿Un comandante de la OTAN? No, el capellán del ejército británico, reverendo GR Gleig, escribiendo sobre la primera guerra anglo-afgana. El año: 1843.
Y hablemos de un cementerio de imperios.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009).
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/09/2012922165012821645.html