En la foto el profesor Juan Carlos Monedero saluda al presidente Nicolás Maduro.
Pensamos, quizá con ingenuidad, que con el triunfo del Presidente Maduro en las últimas elecciones, donde sacó más de diez puntos de ventaja a los candidatos de la Mesa de la Unidad, la situación en Venezuela iba a tranquilizarse. Capriles, el candidato derrotado en las presidenciales y electo en el estado de Miranda, acudió el último diciembre a una reunión del Presidente con los cargos públicos locales y estadales recién elegidos. Reconoció la victoria de Maduro y también su legitimidad. Pero ahí comenzó también la fragmentación entre las filas de la derecha.
El escenario de una parte no menor de la derecha latinoamericana siempre ha sido el del golpismo cuando han estado fuera del gobierno, y la represión de cualquier disidencia o alternativa cuando habitan los palacios presidenciales. De esa actitud, alimentada por los Estados Unidos -para quien todo al sur del Río Bravo es su “patio trasero”-, surgió también como respuesta la lucha armada. El fin del gobierno sandinista en 1990 marcó el fin de las salidas violentas desde la izquierda. Fracasó el primer levantamiento zapatista (triunfó el pacífico y mediático), fracasó Chávez en 1992, fracasó Sendero Luminoso, se estancaron las FARC… Chávez lo entendió y en 1998 se hizo con el gobierno cambiando los fusiles por las urnas. Pero participar en las elecciones no iba a apaciguar a la derecha.
Desde el primer momento, Chávez se convirtió en el enemigo de los derrotados (ya para esas elecciones de 1998, Aznar mandó a Moragas, Arriola y, qué casualidad, a Correa –el de la Gürtel- a ayudar en las elecciones a la candidata de la derecha). Pero al igual que el hundimiento de la URSS en 1991 fue el comienzo del fin del Estado social en Europa, la renuncia a la lucha armada en América Latina vino acompañada el recrudecimiento del golpismo en la derecha del continente. La derecha sólo acepta la democracia si está en el poder. Cuando está fuera, le vale todo para recuperarlo. En casi todos lados. ¿O no nos acordamos que Aznar llegó a la política mintiendo y se fue mintiendo?
La extrema derecha venezolana vuelve a las andadas. No está dispuesta a esperar que la coyuntura les de una oportunidad electoral. Siempre tienen prisa. Capriles ya no les vale y vuelven al sabotaje, a poner muertos en las calles, a la desestabilización, contando como única baza el apoyo mercenario de buena parte de las empresas de medios de comunicación del mundo y de la propia Venezuela (donde el 80% de los medios están en manos de la oposición). Como su candidato, Capriles, ganó en diciembre en las elecciones en el estado de Miranda y ha aceptado el resultado (no parece muy sensato decir que hay fraude cuando tú mismo has sido elegido), los candidatos de los Estados Unidos vuelven a agitar la bandera de la violencia para intentar acorralar al gobierno de Nicolás Maduro. Los mismos que ya probaron esa estrategia en el breve golpe de 2002. Los mismos que si se hicieran con el poder en Venezuela convertirían el país en un cementerio anexo a una cárcel.
Los análisis de una parte de la derecha son los que han llevado a un sector de la misma, que siguen sin querer entender el apoyo popular al proceso bolivariano, a repetir la estrategia golpista. Ramón Piñango, del IESA y director de la “Unidad de análisis de coyuntura”, recomendaba recientemente a Henrique Capriles alejarse de Leopoldo López y de su plan de regresar a la lucha callejera para desestabilizar al gobierno (Plan “Salida”). En un documento publicado estos días en la prensa venezolana hacía las siguientes reflexiones, entendiendo que la anterior estrategia golpista sólo había servido para reforzar más el apoyo popular al chavismo: “1. El respaldo popular al Chavismo sigue siendo importante y mayoritario; 2. Las medidas anunciadas por el Presidente Maduro han dado señales para el pueblo que el Gobierno esta actuando; 3. El Gobierno ha logrado posicionar la matriz de la responsabilidad del sector privado en la escasez y especulación; 4. Los vínculos de Leopoldo Lopez con Alvaro Uribe y el paramilitarismo quiebra la relación con el Gobierno de Santos; 5. El respaldo de las Fuerzas Armadas a la revolución es irrestricto; 6. La agenda del Plan “Salida” no tiene ni tendrá respaldo popular, el pueblo de Venezuela por tradición cultural aísla a los violentos; 7. Cualquier acción violenta contra el Gobierno unifica las fuerzas Chavistas; 8. La agenda de Leopoldo López no se corresponde con asuntos de política nacional; 9. Las acciones de Leopoldo López buscan desplazar el liderazgo de Capriles”.
La prensa internacional ha vuelto a ser cómplice de la enésima intentona golpista. Por una parte, los que manejan una idea ramplona de justicia y reparten culpas desde la tentación de la inocencia. Son los que hablan de “los dos bandos” o de los “extremistas de ambos lados”, como si fuera lo mismo estar en el Gobierno que ser un golpista. Por otra -los más-, formando directamente parte de la estrategia golpista y acusando al Gobierno de Maduro de ilegítimo. Ya vamos sabiendo que para la prensa europea eso de ganar las elecciones es una estupidez cuando no las ganan sus patrones (¿nos acordamos de Papademos en Grecia y de Monti en Italia? ¿Y de Rajoy asumiendo que le dan lo mismo los compromisos electorales que le llevaron a la Presidencia del Gobierno?).
Las acusaciones vertidas sobre el gobierno bolivariano apenas se sostienen cuando se conoce la realidad del país. La derecha golpista venezolana está armada, está vinculada con el paramilitarismo colombiano y siempre tiene como estrategia sembrar la calle de muertos para intentar estrechar el cerco contra el gobierno. Como ocurrió en 2002, vuelven a conocerse conversaciones previas donde ya se anunciaba que las manifestaciones iban a terminar con muertos -denunciadas por el Presidente Maduro- o aparecen, como en tantas otras ocasiones, mercenarios contratados para generar desórdenes. Por el contrario, otros vídeos demuestran cómo la policía bolivariana tiene un comportamiento bien diferente del que vemos en otros países, incluido España. Sin olvidar que uno de los tres muertos era un militante chavista (cualquier muerto, sea cual fuere su signo, merece compasión). Pero esas informaciones no aparecen en los medios: no sirven para criminalizar a Venezuela.
Claro que existen grupos populares en el país caribeño con capacidad de resistir un golpe de Estado (como ocurrió en España en julio de 1936). Ya quisiera la derecha golpista que no existieran. Y están además los 100.000 kalashnikov que Chávez compró para armar a las milicias bolivarianas. En América Latina saben que los golpes de Estado organizados desde Estados Unidos son parte de la política del continente. Quien quiera entrar por la fuerza en Venezuela, va a encontrarse con mucho pueblo enfrente. Tienen además -y eso no lo soporta la derecha- unas fuerzas armadas comprometidas con su misión de salvaguardar al pueblo y no a los latifundistas y a los grandes empresarios. Tendremos que ver qué pasaría en Europa si una fuerza política como Syriza gana las elecciones en Grecia. En la América del Sur han aprendido sus lecciones. Allende no murió en vano.
En Venezuela no hay enfrentamiento entre dos bandos ni choques entre “hordas”. Hay un Gobierno legítimo y una minoría que no está dispuesta a dejarle gobernar. Claro que en Venezuela hay serios problemas económicos (¿recordamos que hay una crisis mundial?), no menos serios problemas de seguridad (vinculados a un complejo entramado de causas donde no es la menor un modelo de consumo que te hace creer que si a los 15 años no tienes ya todo eres un perdedor) y problemas igualmente graves de gestión administrativa (donde la corrupción endémica del país sigue siendo una asignatura pendiente pese a los arduos intentos del Gobierno por atajarla).
La condición petrolera del país genera problemas estructurales contra los que aún no se ha encontrado una solución eficaz, pero de nada ayuda la permanente espada de Damocles del golpismo para enfrentar los problemas pendientes. No estaría de más que los amigos del golpismo y de las revoluciones de colores sacaran sus sucias manos de Venezuela y dejaran al Gobierno gobernar. No es sencillo hacerlo cuando un gobierno poderoso está siempre poniendo palos en las ruedas (¿nos acordamos en España de las dificultades añadidas en la lucha contra la violencia de ETA por la actitud beligerante de Francia?). Sin justificaciones como las que brindan los violentos, la vía electoral para que la oposición ofrezca al país su alternativa se hace más clara conforme los errores del gobierno allanen el camino de sus oponentes. Pero no en un escenario de amenaza golpista.
En las últimas elecciones presidenciales, y aprovechando que Chávez ya no era el candidato, la oposición estuvo a punto de volver al Gobierno. La tarea de la oposición debiera centrarse en señalar las deficiencias de la gestión de Maduro e ir preparando un modelo de país alternativo que convenza a las mayorías. Capriles lo ha entendido y por eso se ha desmarcado de la vía violenta. Otros, como Leopoldo López o María Corina Machado, quieren sacar a Capriles de juego y ocupar su lugar con una estrategia de confrontación soñando con un escenario libio o sirio para Venezuela. Porque el ruido que se hace con Venezuela siempre tiene que ver con lo mismo: su condición de país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Una codiciada pieza. Por eso fueron ayer contra Chávez y van hoy contra Maduro. Que Venezuela esté en los telediarios no tiene nada que ver con la violencia. Tiene que ver con que tienen petróleo y no son obedientes a los mandatos del norte.
- Junto a esa lucha internacional sempiterna por controlar el petróleo venezolano, otra parte muy importante de los disturbios que acaban de tener lugar en el país tiene que ver con las pugnas internas dentro de la oposición venezolana. Sería importante que todo el país fuera consciente de que esos que quieren gobernar en Venezuela para sustituir al chavismo no le hacen ascos a que compatriotas suyos dejen la vida en los enfrentamientos. Porque para esa derecha golpista de Venezuela, como la de otros tantos sitios, su única patria siempre es el propio interés. Su democracia es una pantalla. Y del mismo modo que celebraron el reciente golpe en Honduras o los constantes intentos de derribar por la fuerza a Cristina Fernández, a Evo Morales o a Correa, su triunfo sería regresar a Venezuela a una oscura noche de la que, entonces sí, no nos hablarían los medios de comunicación. El pueblo de Venezuela ha dado su apoyo a Maduro. Y la obligación de cualquier demócrata es hacer valer su legitimidad frente a cualquier agresión golpista como la que ahora mismo está sufriendo. Aunque la presión mediática haga difícil esa tarea. Los enemigos de la democracia no cesan en su empeño. Que no nos venzan por cansancio.