Apenas el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, nos recibió en su despacho, se puso de pie y advirtió: «¿No me va a preguntar qué pienso de Videla o si la política de derechos humanos en la Argentina es reconocida internacionalmente, no?». Retrucándolo, se le sugirió entonces –en el marco de lo que se conoce, según los grandes medios, como el enfrentamiento entre el gobierno y el Grupo Clarín– hablar de los personajes mediáticos de la política argentina, entre ellos, Hugo Biolcati, Héctor Magnetto, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Julio Cobos. Entonces Duhalde se rio complacido. «¿Es consciente (Cobos) de que está mucho más cerca de Marcelo Tinelli o de Ricardo Fort que del politólogo Guy Debord?», ironizó.
–¿Qué opina del antagonismo oposición-gobierno desde la perspectiva de la representación?
–El antagonismo es en relación con el modelo de país. Y en él, la oposición partidocrática es mera comparsa: constituye el teatro del Gran Guiñol de los grupos subalternos, un remedo de género teatral que surgiera en París a finales del siglo XIX, llamado también el teatro macabro. El verdadero opositor es el gran capital concentrado, donde Biolcati y Magnetto son los regiseur que conducen el espectáculo. Y el duetto Lilita Carrió y Pino Solanas son una suerte de polichinelas, personajes de la comedia del arte de carácter burlesco, aquí utilizados para divertir a los espectadores en los entreactos políticos. Biolcati y Magnetto sobreactúan en su exposición pública porque tienen un complejo de inferioridad en relación con su origen social y su legitimidad como conductores de bloque del poder concentrado. A ellos les gustaría llamarse Martínez de Hoz (Biolcati) y Mitre (Magnetto), pero carecen de «linaje político». Llegaron a la mesa de la oligarquía agroganadera y a la gran prensa por la puerta del servicio. Sospechan, y con razón, que la de ellos es una representación efímera mientras dure la necesidad de la «tarea sucia». Por eso, exageran su poder porque en lo personal son actores secundarios, mediocres, con smoking alquilado en una sastrería teatral.
–Y Cobos y Duhalde, desde ese punto de vista, ¿también serían personajes teatrales?
–Sí, claro. Cobos es parte del teatro de Moliere, el gran escritor francés que en 1664 estrena la comedia en cinco actos escrita en versos alejandrinos, que es un alegato contra la hipocresía y la traición, cuyo personaje Tartufo da nombre de la obra. Este es un intrigante que finge ser buena persona y se aprovecha de la buena voluntad de Orión, cabeza de una rica familia, para tratar de imponer su voluntad en su casa y alzarse con la fortuna de sus miembros. También, en esta obra, el inmortal Moliere, a través de Tartufo, simboliza una crítica a las intrigas y chantajes a las que conlleva a la desmedida ambición de poder. Pero «Don Cleto», además, se inscribe en la tipología de la neuropsicología. Para el análisis de la «cletofrenia» –nombre con el que los científicos del futuro denominarán a la esquizofrenia política– no es necesario apelar a ningún tratado de psiquiatría. Alcanza con la información proporcionada por Internet. Así, la enciclopedia Wikipedia informa que la esquizofrenia es un diagnóstico psiquiátrico que se refiere a un grupo de trastornos mentales crónicos y graves, en personas con alteraciones en la percepción o la expresión de la realidad, con una desorganización neuropsicológica más o menos compleja que provoca una dificultad para mantener conductas motivadas y dirigidas a metas, acarreando una significativa disfunción social.
–¿Cuál sería, entonces, el reflejo de Duhalde?
–Duhalde se encuentra reflejado teatralmente pero en el teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Impresiona su patetismo. En él existe una propensión a lo exagerado y a las actitudes falsamente elocuentes de afirmación de las vulgaridades más ramplonas, haciendo de ellas una representación dramática, cruel, patética, no exenta de lo grotesco. En la obra de Artaud Para poner fin al juicio de Dios, escrita en 1947, se dice: «Hay en el ser algo particularmente tentador para el hombre y ese algo es justamente la mierda». Duhalde parece darle la razón. Yo discrepo con mi amigo Héctor Pascale que dice que Duhalde es el Padrino de Mario Puzo, pero en la versión de Olmedo y el Gordo Porcel. De ninguna manera Duhalde alcanza la estatura estética de ambos capocómicos.
–¿Cómo representa a Mauricio Macri en esa sociedad del espectáculo?
–Está a medio camino entre los personajes de Ionesco y de Beckett, lo que lo inscribe de todos modos en el teatro del absurdo. Sobre todo, de este último. Como sostienen los especialistas, en Beckett la tragedia y la comedia chocan en una ilustración desesperanzada de la condición humana y el absurdo de la existencia como una serie de sucesivas aproximaciones a una realidad ambigua y decepcionante. Unas veces, sus personajes nacen dotados de un estado civil, una familia y una profesión, y terminarán por ir perdiendo de manera progresiva todas las características del ser humano. Otros personajes de este teatro se nos aparecen como extrañas criaturas, oscilantes entre el insecto y el fantasma. Todo el teatro absurdo parece el escenario natural de la existencia de Macri.
–¿Qué opinión tiene de Cecilia Pando?
–Hegel decía que de lo que no existe no hay que hablar. Es una pobre mujer repetidora de falsedades que no puede discernir por su condición de analfabeta política. En la sociedad del espectáculo, deambula como una trágica, como un personaje en busca de su autor.