El cáncer, las teorías conspirativas y las sospechas geopolíticas
Por Lido Iacomini, miembro de Carta Abierta y de San Telmo K
Por las redes circulan incesantes las teorías que atribuyen a EEUU haberle provocado el cáncer a Hugo Chávez con un arma secreta. Y no sólo al Comandante bolivariano. Las víctimas potenciales se extienden entre las figuras latinoamericanas de esta nueva izquierda. Alimentadas por la sospecha echada a correr por el mismo Chávez y ratificada por el Presidente encargado Nicolás Maduro estas versiones alcanzan estatura de dato político.
A quienes las teorías conspirativas nos suscitan normalmente sarpullido y ardor estomacal, es natural que erijamos vallados argumentales fundamentados en análisis políticos e históricos. Sin embargo en este caso hay que, al menos, contextualizar esta demanda de investigación.
Los crímenes políticos, los magnicidios y en general los atentados terroristas contra personalidades políticas no son extrañas en la tenebrosa historia de los imperios ni en las confrontaciones políticas de países subalternos. Un crímen político detonó el estallido de la 1ª Guerra Mundial. Acá lo diferente estribaría en que el hilo que une la muerte dudosa de Arafat, el ajusticia-miento de Bin Laden, el asesinato de Gadafy, los extraños cánceres abortados de Lula, Dilma, Lugo, Cristina y el desgraciadamente fatal de Hugo Chávez, podría significar que no son hechos puntuales o aislados sino partes de una política.
Conviene entonces comenzar las consideraciones desde otro ángulo. EEUU, desde mediados del siglo XIX, le ha dado sos-tén a su política de expansión imperial con una agresiva política militar. Martí fue, con su palabra y su vida, un precursor de la resistencia que han debido encarar nuestros pueblos. Pero en los últimos años EEUU ha encontrado crecientes dificultades para poner en juego su enorme supremacía militar y triunfar impunemente sobre los pueblos. Bush ha sido el paradigma de su desprestigio. La crisis económica que estalló en Wall Street puso un límite al militarismo desenfrenado y los obliga a reformular las estrategias de dominación. Obama ha llegado para hacer más edulcorada y encubierta la incómoda tarea de recuperar la hegemonía imperial.
La llamada Nueva Estrategia de Defensa contempla la reducción de tropas propias, el uso de aliados de la OTAN en las tareas sucias (Francia en Malí, Gran Bretaña en el Atlántico Sur) y el uso de modernas tecnologías como los drones para ataques «quirúrgicos», al estilo de los asesinatos contra dirigentes llamados terroristas. Por eso al frente de la CIA Barak Obama propone a John Brennan, un experto en drones y nuevas armas experimentadas en Medio Oriente. Pero hete aquí que el nombramiento de Brennan es obstruído en el Parlamento norteamericano por algunos senadores republicanos (incluso algunos del TEA PARTY como Paul) argumentando el carácter inconstitucional de los ataques mortales contra hombres o mujeres que no están combatiendo. Aviones no tripulados asesinando civiles o militares no combatientes resume Amy Goodman, una de las principales denunciantes de esta nueva situación, cuestionando una de las políticas de la Nueva Estrate-gia de Defensa: la de legalizar el asesinato de dirigentes indeseables como método. No se puede negar una coincidencia con el presunto método, ilegal, de asesinar dirigentes independentistas con una, presunta, nueva arma que provoque el cáncer.
Tampoco se puede dejar de considerar que los avances científico técnicos del mundo contemporáneo hacen que no sea descabellado pensar que los norteamericanos hayan logrado desarrollar rayos (radiaciones concentradas de mediano alcance) cancerígenos. Y si la técnica lo hace posible la política lo torna realizable.
Estos días hemos escuchado o leído, aún en medios argentinos, que creen que «muerto el perro se acabó la rabia» . No creen en la dialéctica que trama la existencia de los líderes y los pueblos. Un ejemplo de ello lo evidenció Mario Vargas Llosa que se ufanó en las páginas de La Nación de la muerte de la revolución bolivariana, consecuencia inexorable de la muerte de Hugo Chávez, ese «dictador populista». Vargas Llosa pone en evidencia de que en realidad los que creen en las teorías conspirativas de la historia son los ideólogos y dirigentes de las derechas. Y por eso conspiran.
Desde esas convicciones lo que nos cabe es apoyar las investigaciones que promueve Nicolás Maduro para esclarecer que hay de cierto en las sospechas sobre las conspiraciones del imperio, pero sobre todas las cosas afirmarnos en que serán vanos los esfuerzos en eliminar los liderazgos si los pueblos están convencidos de la justicia de sus luchas por la igualdad y la independencia, porque mas tarde o mas temprano los recrearán hasta finalmente conquistar la victoria.