El comisario Sablich es el eslabón perdido en la relación Macri-Palacios


Y ya que estamos refiriéndonos a cosas que salen en 6 7 8: se insiste en el programa en que Macri conoce a Jorge «El Fino» Palacios desde el fin de su secuestro por parte de la llamada «Banda de los Comisarios» y no desde mediados de la década que termina, como se empeña infantilmente en decir.

En el medio está el gran secreto que une a Palacios con Macri. El que hace que además de no poder verbalizar en qué circunstancias conoció a Palacios, Macri tampoco pueda refutar en voz alta a quienes dicen que fue éste quien lo rescató de las garras de sus secuestradores de la llamada «Banda de los comisarios». Hace unos años , sin embargo, podía. Y decía en voz alta que «mi salvador fue el comisario Carlos Sablich», entonces jefe de Defraudaciones y Estafas, y a partir de entonces su policía preferido.


Era Sablich, hasta que mancó, quién iba a ser el jefe de la malparida Policía Metropolitana.


Macri no puede reivindicar más a Sablich ni mostrarse con él. Porque Sablich fue condenado por torturador. ¿A quienes torturó? Pues precisamente a dos ex policías federales que formaban parte de la banda que lo secuestró. Uno de ellos, que fue secuestrado (si, secuestrado; la detención oficial fue pospuesta para luego) y muy torturado, luego de denunciarlo sin que le dieran mayor pelota recurrió a la Corte Penal Internacional y así consiguió que un tribunal argentino condenara a sus torturadores, y a su jefe, Sablich.


También fue Sablich quién resolvió (sea lo que esto signifique) el secuestro de Florencia Macri. Y quien recomendó a Palacios como su sucesor cuando quedó claro que no podría aparecer al lado de Mauricio. Aunque -como ya se verá- su recomendación era redundante puesto que Mauricio tenía y tiene sobrados motivos para conservar a Palacios a su lado.


Acotemos, respecto a Sablich, que las cosas no son lineales: fue el oficial al que por azar o artilugio le tocó encabezar en 2002 la detención de Ernestina Herrera de Noble en cumplimiento de una orden del Marquevich. Y el hoy defensor de la apropiadora, Gabriel Cavallo, fue uno de los camaristas que confirmó su condena por torturador.

Ambos, Sablich y Palacios, tenían fortísimos lazos con agentes importantes del FBI, y en menor medida con otros de la DEA y la CIA, por lo que gozaban de pleno respaldo de la Embajada de los Estados Unidos. Eran socios en múltiples negocios (algunos de los cuales colisionaban y competían con otras empresas que gozaban del auspicio de la SIDE) con encumbrados agentes del FBI como William Godoy.



Otro agente del FBI, Richard Ford, se hizo cargo, recomendado por Godoy y Palacios, de la seguridad de la familia Macri, tarea de la que se había encargado Palacios antes de pasar a Boca. Ford era el agente del FBI que supervisaba desde Washington la investigación del atentado a la AMIA. Tanto Palacios como -en menor medida- Ford y Godoy quedaron pegados con la (des) investigación del ex juez Juan José Galeano.

Escribo todo en pretérito, pero es muy posible que los lazos y sociedades aludidas sigan existiendo. Sólo que no me aboqué a confirmarlo.


La gran tontería de Mauricio fue pensar que con el respaldo de los Estados Unidos le alcanzaba para pisarle los callos a la Policía Federal y la Secretaria de Inteligencia. Tanta estulticia logró el milagro de que ambas reparticiones se coaligaran puntualmente para cerrarle el paso. En este contexto, era obvio que iban a hundir el ilegal servicio de inteligencia que la asociación ilícita que integraban él y Palacios (sin que hasta ahora haya podido determinarse quién era el jefe de la misma) se había empecinado en montar sin cuidarse siquiera por guardar las formas.



Que en lugar de contratar con la mano izquierda y mediante interpósita persona a algún pinchador de telefonos (como en su momento hizo Richard Nixon) esta banda prefiriera servirse del corrupto poder judicial modelado por el amigo Ramón Puerta en Misiones, y a través de estos jueces corrompidos encargar las intercepciones telefónicas, incluida la de su propio cuñado, a la Oficina de Observaciones Judiciales de la Secretaría de Inteligencia (más conocidda como «Ojota») habla de la absurda impunidad que creían tener por gozar de la bendición de las agencias estadounidenses.


En este contexto, que algún agente de la SI o de la Federal hiciera «saltar» el tema era inevitable. En cambio, no parecía previsible que faltaran periodistas obcecados en investigar y entrevistar a Sablich, el eslabón perdido.

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