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El muerto se ríe del degollado: «El Milico» Aguad y sus fotos con genocidas

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Advertencia: Este post está relacionado con el anterior. JS

                                El Cachorro Menéndez. Adelante, Ramón Mestre. Atrás, cabizbajo, Aguad.

Por Mariano Saravia
Director de Radio Nacional de Córdoba y autor de La sombra azul, una historia del siniestro D-2 de la policía cordobesa.

«El que se saca fotos es porque convive con ellos». Con esta frase, el presidente del bloque de diputados de la UCR,  Oscar «El Milico» Aguad intentó atacar al gobierno, a propósito del asesinato de Mariano Ferreira.

Es que en los últimos días, aparecieron en las redes sociales fotos de Cristian Favale, acusado del hecho, con los ministros de Economía y de Educación.

«Los radicales no nos sacamos ninguna foto ni con ese barrabrava, ni con ningún otro», dijo Aguad. Y el canciller Héctor Timerman le respondió con una foto en la que el jefe de la bancada radical aparece el Día de la Bandera de 1997 compartiendo un palco oficial con Luciano Benjamín Menéndez, hoy a punto de recibir su tercera condena a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. Aguad era el ministro de Gobierno del ex gobernador Ramón Mestre.

Y en esos días, el precandidato a gobernador por la UCR defendía a capa y espada a Carlos Yanicelli, por entonces tercero en la línea sucesoria de la Policía de Córdoba y ex integrante del temible Departamento de Investigaciones (D2) de la Policía durante la dictadura. Por ese centro clandestino de detención, tortura y muerte pasaron unos mil detenidos políticos, muchos de los cuales continúan desaparecidos. Hoy, Yanicelli está siendo juzgado junto a Videla y Menéndez en los Tribunales Federales de Córdoba por delitos de lesa humanidad.

Para que se entienda claramente: Yanicelli sería un equivalente a Etchecolatz en Córdoba. Y este personaje, mientras Aguad era el ministro político de Mestre y tenía a cargo las fuerzas de seguridad, llegó a ser Jefe de Inteligencia Criminal, nada más ni nada menos.

Hay acusaciones de que esta patota policial en los años ’96 y ’97 se habría dedicado a «armar» hechos delictivos. Según esas acusaciones, los policías les ponían señuelos a delincuentes comunes, y luego en el lugar, los mataban y se quedaban con el botín. De paso, el gobierno provincial lucraba políticamente mostrando una policía súper eficiente. Pero además, el gobierno de Mestre y Aguad usaba a estos policías para los mismos fines que habían servido en los ’70: la represión.

Para poner en contexto las cosas,  Aguad en la Municipalidad y Mestre en la Provincia de Corrientes, inauguraron su intervención en diciembre de 1999 con dos muertos en el Puente General Belgrano. Mestre, luego como ministro del Interior de De la Rúa, se fue en 2001 con 30 muertos más.


Pero volviendo a Córdoba, ya en el diario La Voz del Interior del 1º de junio de 1997 se publicó prácticamente una confesión de parte de Ramón Mestre: «Yanicelli fue quien organizó la tarea que nos permitió detectar la participación de esos sectores políticos en los conflictos». Se refiere a las protestas sociales y las primeras actuaciones piqueteras en Cruz del Eje. Hay que entender el contexto otra vez: Mestre y Aguad venían de rebajar el 30 por ciento los salarios de los empleados públicos, de eliminar el 82 por ciento móvil de los jubilados, de cerrar hospitales y escuelas técnicas y de generar una reacción popular que puso en la calle a 50 mil personas en defensa de la educación pública. Es decir, ante tanta receta neoliberal, Aguad apelaba a la otra parte ineludible de la receta, la represión.


Cuando explotó el escándalo que significaba tener como tercer jefe de la Policía a un ex integrante del D2 como Yanicelli, se produjo quizá uno de los episodios más surrealistas de la política argentina de las últimas décadas.

Una fría tarde de junio, en el despacho del gobernador irrumpió el fiscal de Estado Alberto Zapiola —considerado como el ala más progresista del gobierno radical— y le tiró a Mestre sobre el escritorio el informe de Charlie Moore ante la Acnur de 1980, donde cuenta todo sobre Yanicelli y el D2.


—Gordo, ¿vos sabés a quién estás defendiendo? Este tipo fue un torturador de los ’70.

—Pero si el Milico (por Aguad) asegura que es un hombre de confianza.


En eso se sumó el ministro de Gobierno y la conversación fue subiendo de tono entre Aguad y Zapiola.


—Me extraña lo que me decís, porque a mí me aseguran que es uno de nuestros mejores hombres.

—Yo no sé qué hace ahora, pero este informe dice todo lo que hizo antes.

—No puede ser, si tiene un legajo limpio.

—Mirá Milico, no me digás vos si puede ser o no puede ser, porque vos en los años ’70 estabas jugando al rugby y ni te enterabas de estas cosas.

(Saravia, Mariano, La sombra azul, Ediciones del Boulevard, Córdoba 2005, pág 169).

El martes de la semana pasada me tocó declarar en ese juicio por mi libro La sombra azul, en el que se cuenta no sólo la represión ilegal de la patota policial en los ’70 sino también su continuidad en democracia. Sobre todo en los ’90, cuando Aguad los volvió a reunir como un grupo comando.

Cuando el presidente del tribunal que los juzga me dio la oportunidad de hablar, los miré a Yanicelli y a los otros imputados y dije que sin restarles culpa por los crímenes que se investigan, fueron usados por otro poder mayor: el poder civil, político y económico, que quizá debería estar sentado con estos policías y militares en el banquillo de los acusados. Pero fueron usados y descartados, y hoy dejados solos por los que antes compartían palcos y se sacaban fotos o los defendían públicamente.

«Es muy simple, yo no me saqué una foto con Menéndez, era un acto protocolar y él se paró adelante mío. Pero Boudou aparece abrazado con los barrabravas. Es evidente que él se quiso sacar la foto».

Creo que la pregunta es otra: ¿sabían los funcionrios con quien compartían un acto?, más allá de la foto.

Boudou o Sileoni pueden haber sabido quién era Cristian Favale, o pueden no haberlo sabido, puede caber el beneficio de la duda. Pero no cabe en el caso de Menéndez. ¿O Aguad va a decir también que no sabía del genocidio llevado adelante por el «Cachorro» en 10 provincias argentinas?

En cambio, cuando explotó el escándalo de Yanicelli, un ex D2 en la plana mayor de la Policía, Aguad dijo que no sabía quién era. Está bien que siguiendo el razonamiento de Zapiola, Aguad en los ’70 era un «niño bien» que jugaba al rugby y poco se importaba por la carnicería que vivía el pueblo argentino, pero ya en los ’90, era el ministro a cargo de la Policía de Córdoba. Es decir que caben sólo dos alternativas para entender que tuviera como tercer jefe a un hombre acusado de delitos de lesa humanidad: o Aguad fue cómplice o fue un total inoperante en su función gubernativa.

Creo que no hay muchas dudas en este cruce de fotos sobre cuál es peor, si la de Favale o la de Menéndez.

«Lo que yo quiero expresar –continuó Aguad- es que hay una actitud del Gobierno, un mensaje del Gobierno, un lenguaje del Gobierno, que inevitablemente lleva a lo que sucedió. Estamos viviendo en una Argentina de ánimos crispados, de lenguajes violentos, de enfrentamientos permanentes y el culpable de esto, el autor material e intelectual de todo esto es el Gobierno, a eso me quiero referir más allá de la foto que es una circunstancia».

También en esto creo que no hay muchas dudas: lo ocurrido el miércoles 20 es lamentable y condenable, pero no tiene nada que ver con un genocidio, que según la Convención de las Naciones Unidas es el intento planificado y sistemático de exterminar a un grupo humano.


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