Artepolítica
(Estuvimos dándole vueltas a estas ideas Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk)
El 25 de mayo pasado, la presidenta Cristina Kirchner afirmó en un discurso ante una multitud frente a la Casa Rosada:
Quiero también convocar a todos los argentinos a esta gesta, a que esta década ganada, le siga otra década más en que los argentinos sigan ganando también. Porque yo me pregunto, yo no soy eterna, lo he dicho muchas veces, y lo que es más importante, tampoco lo quiero ser. Es necesario empoderar al pueblo, a la sociedad de estas reformas y de estas conquistas para que ya nunca nadie más pueda arrebatárselas, y sé de qué estoy hablando.
Muchas veces leo en letra de molde que hablan del kirchnerismo y del fin del ciclo y yo me pregunto y le pregunto a todos los argentinos: el cambio de un gobierno por otro, ¿es fin de ciclo o en realidad a lo que se están refiriendo es a que cuando yo me vaya se va a acabar todo lo que hemos conquistado en esta década ganada? Me parece que se refieren a eso.
(…)
Tenemos los argentinos el deber de no depender de una persona; tenemos el deber, pero sobre todo la necesidad, de empoderarnos nosotros mismos de esas conquistas y de esos derechos y de organizarnos para defenderlas. Con eso sueño.
Luego de eso vino la campaña y al elección. Las campañas y las elecciones.
En las próximas horas todos esperamos que Cristina retome su actividad oficial. Lo hace ante grandes desafíos pero con un juego político que permanece con final abierto.
El kirchnerismo está ahora ante varias oposiciones. Algunas de ellas tienen la “virtud” de proponer desde lo discursivo una agenda de continuidad y cambio más o menos leve, más o menos sin sobresaltos. Cambiar “lo malo” y mantener “lo bueno”. Ante la ausencia de crisis abruptas -peligro que debe ser el primero a despejar por parte del Gobierno nacional- esas y no otras suelen ser las oposiciones mejor enfocadas y las que atinan a mostrarse más activas. Como se dijo, es lo que hizo Henrique Capriles, en Venezuela, cuando estuvo más cerca que ninguno de ganarle al chavismo, pero también Sebastián Piñera, cuando derrotó por primera vez a la Concertación chilena.
Frente a ese tipo de desafíos, al kirchnerismo se le abren tres opciones, que pueden no ser excluyentes, sino complementarias, con respecto a su agenda y su acción de gobierno.
La primera y la más “fácil” es tratar de desenmascarar ese discurso que le toma parte de la agenda -“lo bueno”-. Dicen que “lo malo” es una cosa, pero en realidad nos pegan por “lo bueno” que se hizo. Dicen que vienen a parar la inflación para que el sueldo alcance más, pero vienen a ampliar (aún más) las ganancias de los sectores concentrados de la economía o a que aumente un poco la desocupación, que es más o menos lo mismo. “Los titulares“. Parecen pocos los réditos concretos a la mano sólo por esa vía.
La segunda alternativa es tomar parte de esa agenda que se marca como “lo malo”. Digamos, lo que ocurrió con el mínimo no imponible de Ganancias, por ejemplo. Lo cual, puede ser.
La tercera opción es proponer una “nueva” agenda. Poner sobre la mesa una nueva agenda que defina qué es “lo malo” . Proponer de verdad una nueva agenda para los próximos diez años que, a diferencia de la “reforma judicial”, se toque de lleno con la vida cotidiana de amplios sectores de la población. Que se debata con menos “sorpresa” que la que suele usar el kirchnerismo. Que “baje” de los despachos y se debata “abajo” y “suba” y vuelva a bajar y a subir si es necesario.
Que no necesariamente concentre poder en el Estado sino que entregue, difunda poder, como lo entregan la Asignación Universal por Hijo, las paritarias o los spots que se le regalan a los partidos chicos en las navidades electorales. Que haga que la gestión de la política no resulte más simple sino (uf) aún más complicada. Incluso si el oficialismo siguiera en el poder en 2015. O si no.
Para esto se requiere de una cosa.
El kirchnerismo ha sido en diez años la fuerza política que mejor ha leído la trama del poder y por dónde puede venir aquello que amenaza con arrebatártelo como un rayo. Lo ve más o menos como cuando el protagonista de Matrix esquiva las balas como si fueran copitos de nieve que caen lentamente. Los poderosos existen. Coto, yo te conozco.
Plantear una nueva agenda no significa olvidarse de eso ni dejarlo de lado. No significa hacer lo que plantean ciertos sectores de la política “light” que no hablan de los poderosos porque no aparecen en las encuestas, ni dan votos y además porque acaban de comer un asado con ellos.
Significa, sin embargo, que cuando cerremos los ojos bien fuerte, tan fuerte que se nos empiece a iluminar la vista, no veamos las caras de esos poderosos-que-existen sino las de los miles y miles y miles y miles que nos han votado alguna vez y que nos volverán a votar.