El policía que creó un escuadrón de la muerte está libre y usa Facebook
El sargento de la Bonaerense, Hugo Alberto Cáceres
El policía que creó un escuadrón de la muerte está libre y usa Facebook
En 2004 fue condenado a 22 años de prisión por el crimen de un adolescente. Había montado una agencia de seguridad en Don Torcuato y coleccionaba una carpeta con las fotos de sus víctimas. La Corte de Buenos Aires no le dictó sentencia firme.
Por Sebastián Hacher / shacher@tiempoargentino.net
Pasó a la historia como el jefe del primer Escuadrón de la Muerte que funcionó en democracia en el Gran Buenos Aires. Se lo señaló por torturar, perseguir y fusilar jóvenes. Montó una agencia de seguridad clandestina que terminó por convertirse en una comisaría privada. En 2004, fue condenado a 22 años de prisión por el fusilamiento de un adolescente. Pero el ex sargento de la Policía Bonaerense, Hugo Alberto Cáceres, sólo cumplió ocho años de encierro. Y lo hizo en una situación privilegiada: pasó la mayoría del tiempo en un destacamento policial viviendo como en su casa. Desde junio de este año, está en libertad. Lo benefició una larga cadena de demoras judiciales, la Cámara de Casación tardó tres años en resolver su caso, y la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires todavía no dejó firme su sentencia. Gracias a esos retrasos, está libre y hasta tiene su perfil y un sitio en Facebook.
La historia del escuadrón comenzó en 1993, cuando Hugo «Beto» Cáceres comenzó a ofrecer custodia privada a los comerciantes y vecinos de su barrio. El entonces cabo Cáceres trabajaba y vivía en la jurisdicción de la comisaría 3ª de Don Torcuato, también conocida como «La Crítica», por la violencia que solían ejercer contra los detenidos. En esa misma zona, al salir de su trabajo legal, seguía patrullando en autos privados.
Con el correr de los años, el negocio prosperó: su casa se convirtió en una comisaría paralela, con casi 30 policías de la zona que vigilaban las calles bajo sus órdenes en autos de la agencia de seguridad clandestina Tres Ases. A cambio de la protección, los vecinos le pagaban a Hugo Beto una cuota semanal. Sus argumentos de venta eran muy contundentes. Quienes lo contrataban tenían garantizado que nunca les iban a robar.
En el barrio era considerado una especie de héroe: sus clientes lo apoyaron incluso luego de que fuera condenado.
Pronto se rebeló que el método que utilizaba la agencia era el de «la limpieza social». «Si te agarraba en la calle, te sacaba una foto, el arma y lo que habías robado. Te verdugueaba un rato y te dejaba ir. Les decía a los ladrones de la zona que si tocaban a un cliente de él directamente los mataba. Si robaban en otro lado, te cobraba peaje», contó Gastón, un joven que lo conoció en aquella época.
En 2001, un informe de la Procuración General ante la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires reveló que Don Torcuato era el lugar donde había menos adolescentes presos en comisarías, pero ostentaban el mayor índice de menores de edad muertos en supuestos enfrentamientos con la policía. Muchas de esas muertes tenían puntos en común: los disparos siempre entraban en los cuerpos por la espalda o la cabeza. Luego de ese informe, la Corte bonaerense firmó un documento donde expresó su preocupación y creó un registro para seguir los casos.
En muchas de ellos, el nombre de Hugo Beto sonaba como sospechoso. Sin embargo, sólo un caso llegó hasta el juicio oral. Se trató del fusilamiento de José «Nuni» Ríos, un adolescente de 16 años que se cruzó con Hubo Beto la noche del 11 de mayo de 2000.
Según pudo reconstruir luego la justicia, Cáceres y otro policía, Anselmo Puyó, patrullaban en un auto de civil cuando se cruzaron con «Nuni» y otro joven, ambos bajo los efectos del Poxirrán.
El chico amenazó con robarles –armado de un pistolón que no funcionaba– y al descubrir que se trataba de Hugo Beto corrió con todas sus fuerzas. Mientras escapaba, el adolescente intentó refugiarse en un garage, entre dos autos. Allí, Hugo Beto y su compañero lo fusilaron de tres tiros. La primera bala le rozó la espalda, la segunda entró por el brazo y le perforó el tórax, destruyéndole los órganos vitales. El último proyectil fue directo a la cabeza, en línea recta, y desde mucho más cerca que las demás.
Junto al cuerpo, los policías dejaron una pistola 9 milímetros para simular un enfrentamiento. Cuatro años después, durante el juicio por el caso, un joven ladrón de la zona declaró que el arma era suya. «Hugo Beto me la robó una noche en la que yo volvía de robar en otro barrio. La conozco porque era un arma de mi hermano, el único recuerdo que tengo de él», dijo el joven en su testimonio judicial.
Por otra parte, en su declaración, el cabo Anselmo Puyó intentó despegar a Hugo Beto del enfrentamiento. Dijo que él en persona había entrado al galpón oscuro siguiendo a «Nuni». Y que allí había visto, desde la oscuridad, un fogonazo que partía desde un rincón del garage donde se escondía el joven. Puyó dijo que disparó varios tiros hacía allí, hasta que escuchó un quejido que indicó que todo había terminado.
La justicia luego descubriría que todo, hasta el fogonazo de las balas, era falso.
Un año después del crimen, el periodista Ricardo Ragendorfer logró entrevistar a Hugo Beto mientras investigaba el negocio de la seguridad privada. El encuentro fue en la propia casa del sargento. Allí, diría luego Ragendorfer durante su declaración judicial, «había una dinámica familiar, pero también de comisaría». En ese encuentro Hugo Beto se vanaglorió delante del periodista de que cuando encontraba a un ladrón en la calle «le digo acá comes vos o como yo, generalmente me los termino comiendo yo a ellos».
En ese encuentro, el jefe del escuadrón también le mostró a Ragendorfer un «cuaderno Gloria, donde en pegado varias fotos de jóvenes, algunos muertos y otros en descampados, muchos con sus nombres y apodos escritos debajo». Entre esas fotos, el sargento se detuvo en una donde se lo veía a «Nuni» Ríos. Debajo decía una sola palabra: abatido.
El 10 de julio del 2002, poco después de que Ragendorfer declarara en la causa, la justicia de San Isidro allanó la central de operaciones de Hugo Beto. Allí encontró armas, chalecos antibalas, equipos de comunicaciones y cerca de 60 negativos con imágenes de jóvenes detenidos en forma irregular, golpeados y a veces muertos.
Tanto Hugo Beto como Anselmo Puyó fueron detenidos, y en noviembre de 2004 se los juzgó por la muerte de Ríos. Cáceres fue condenado a 22 años de prisión y Puyó, que era su empleado, a 19. En la sentencia, el Tribunal Oral Nº 1 de San Isidro, ordenó investigar el resto de las actividades ilícitas del ex sargento y su agencia. Esa causa nunca avanzó.
La sentencia por la muerte de «Nuni» fue reducida a 20 años por la Cámara de Casación Penal, que tardó tres años en analizar la presentación de los abogados de Hugo Beto. Luego de ese fallo, el condenado volvió a apelar a la Corte Suprema provincial, que nunca trató el asunto.
«Eso significa que su condena no está firme», explicó una fuente judicial a Tiempo Argentino. «Como él fue detenido antes de que se derogara la ley del dos por uno, a partir del segundo año sin que se resuelva su situación de forma definitiva, cada día se cuenta doble. Como fue detenido en junio del 2002, a partir de junio del 2004 al 2010 se computan como 12 años, mas los dos anteriores suman 14 años. A él la Cámara le bajó la sentencia a 20, con lo cual puede acceder a libertad condicional. Presentó un pedido de excarcelación en base a ese cálculo y se lo dieron», explicó la fuente.
La resolución que decreta su libertad fue dictada en julio de este año. Para entonces, Hugo Beto Cáceres llevaba ocho años de encierro. Parte de ese tiempo no lo pasó en una cárcel común, sino en un destacamento policial en la localidad de Ricardo Rojas. Allí supo gozar de varias comodidades, como estar acompañado por un perro y un loro al que bautizó «Paco».
Su compañero, Puyó, no tuvo la misma suerte: el abogado que contrató para defenderlo presentó la segunda apelación fuera de término y su condena quedó firme. Acostumbrado a vivir a la sombra de su jefe, hoy se sabe poco de la suerte que corrió. En los pasillos de tribunales se habla de un intento de suicidio y de problemas psiquiátricos.
Sobre Hugo Beto en cambio, se encuentra información en la Web: sus antiguos seguidores y amigos lo apoyan con el mismo fervor de siempre. Se sienten orgullosos de su viejo método de «limpieza social».
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‘El arte de nuestro enemigo es entristecer a los Pueblos.
Los Pueblos deprimidos no vencen.
POR ESO VENIMOS A COMBATIR X EL PAIS ALEGREMENTE.
Nada grande puede hacerse con tristeza.’
(Arturo Jauretche)
«EL TERROR SE BASA EN LA INCOMUNICACIÓN, DIFUNDA ESTA INFORMACIÓN, VUELVA A SENTIR LA SATISFACCIÓN MORAL DE UN ACTO DE LIBERTAD» R. Walsh
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Fue una mala persona hasta con sus propios compañeros policias