ESPAÑA – 10 AÑOS DEL 15-M: De las acampadas multitudinarias al adiós de Pablo Iglesias
Qué queda de aquella indignación que acampó en las plazas de España y se oyó en todo el mundo
El 15 de mayo de 2011, una multitud convocada por la plataforma “Democracia Real Ya”, salió a las calles pacíficamente en una cincuentena de ciudades del Estado español, en contra de la clase política, contra la corrupción y contra la gestión de la crisis. A estas primeras demandas se fueron sumando muchas más, que tomaron la forma de propuestas políticas concretas, surgidas de los debates en las asambleas que tenían lugar en plazas y espacios públicos donde los manifestantes instalaron tiendas de campaña. Barcelona y Madrid vieron las acampadas más multitudinarias. Se llamaron a si mismos, «indignados», lo cual coincidía con el sentimiento que recorría la sociedad española desde años anteriores: indignación. Los campamentos resistieron el paso de los días y las semanas, y cuando sus promotores los levantaron, -tras desalojos violentos en muchos casos- siguieron debatiendo en otros espacios. Tres años después, los «indignados» aún seguían activos en plataformas y asambleas barriales., y ante las elecciones europeas de 2014, un grupo de profesores universitarios y activistas de Madrid fundaron Podemos, para «convertir la indignación en cambio político», como rezaba su manifiesto fundacional. La iniciativa fue un éxito: en las elecciones europeas obtuvieron 1.253.837 votos (el 6,78% de los sufragios) y 5 eurodiputados, contra todo pronóstico de las encuestas que aparecían en los medios corporativos.
Desde entonces, muchas reivindicaciones se han ido cayendo de la mochila de Podemos, en su intento por ganar votos entre el electorado español menos «indignado». En 2015, desde la secretaría de organización de la formación, se dijo que el debate sobre monarquía o república -una de las demandas del 15-M- ya no interesaba «en absoluto» a la sociedad española. Pablo Iglesias, en una de sus tertulias mediáticas, elogiaba la «capacidad de lectura política» de la Corona en la Transición y preguntado sobre impulsar un referéndum sobre la forma de gobierno del Estado, decía cosas tan sorprendentes como que el propio Felipe VI tendría posibilidades de ganar unas elecciones a la Jefatura del Estado. En 2018, Iglesias, renegó de su anterior visión sobre la República Bolivariana de Venezuela: «no comparto algunas cosas que dije en el pasado. La situación política y económica de Venezuela ahora es nefasta. Rectificar en política está bien». Hubo mucho más: co-fundadores que abandonaron la formación, trifulcas de Iglesias con los dirigentes de otros territorios del Estado, expulsiones de militantes con gran carisma, o la controvertida adquisición del líder de Podemos y su compañera de un exclusivo chalet en un municipio feudo de la derecha y ultraderecha (que ahora le hacen la vida imposible, cosa que no hubiera ocurrido en otro vecindario) que contradecía toda la declaración pública de principios personales del propio Iglesias.
Hace una semana, Pablo Iglesias renunciaba a todos sus cargos en el partido y anunciaba su abandono de la vida política, tras conocer la derrota de su formación en las elecciones al gobierno regional de Madrid, a las que se presentaba como cabeza de lista.
Un mes antes había dimitido a su cargo como vicepresidente segundo y Ministro de Derechos Sociales del gobierno del Estado presidido por el socialista Pedro Sánchez, precisamente para presentarse a las elecciones autonómicas madrileñas. Ante las encuestas que auguraban una caída de Podemos por debajo del 5% de los votos -lo que lo hubiera convertido en un partido extraparlamentario en el gobierno autonómico de Madrid- decidió jugárselo todo a la carta personal, y a pesar de ello, solo consiguió sumar tres escaños. Y ahí, dio por terminada Pablo Iglesias, a sus 42 años, su metéorica carrera política de 7 años construida al calor de la protesta en las calles por la crisis de 2008, que tomó forma en el movimiento del 15-M, hace una década.
Pero la situación que llevó a una sociedad indignada a acampar en las calles, sigue siendo la misma, sólo está con sordina por la pandemia. Grandes sectores de la sociedad española siguen sin futuro, «sin casa, sin curro, sin pensión», como decían las pancartas del 15-M. Lo diferente tal vez sea el «sin miedo», que proclamaban aquellos indignados, después de toda la represión que ha sido posible con la «ley mordaza». MM