Fernández Díaz reconoce en LN que «el ciclo kirchnerista no ha terminado»

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Nunca es triste la verdad

A la oposición la asesora Capusotto

Por Jorge Fernández Díaz  | LA NACION

Aparece Scioli en un jardín florido y les clava, con sonrisa canina, un estilete en la ingle: «Hay que ser respetuosos de todas las ideas, ¿pero otra vez hicieron una Alianza?» Se refiere al matrimonio Alfonsín-De Narváez. Después, con buena onda, Scioli le pega un sablazo a Duhalde. Es un parricidio. «Una vez que estamos llegando al futuro -dice el gobernador- no podemos cambiar por el pasado.» Cae una placa de naranja optimismo y a continuación viene caminando Alfonsín: se jacta de que desciende de una familia de políticos. Luego De Narváez se vanagloria de provenir de una dinastía de emprendedores. De repente están los dos juntos en otro jardín y se miran como falsos enamorados: «Yo creo en vos, Ricardo. Y yo creo en vos, Francisco». El slogan de Scioli es «yo creo en vos». El eslogan de sus antagonistas es idéntico. Todos creen en nosotros, ¿no es conmovedor?

Pero de pronto suena una campana y atruena una música épica. No todos dieron la talla, Duhalde sí la dio. Se habla del coraje y de lo que hay que tener para ser un presidente en serio. Se sugiere que ni Scioli por timorato ni Cristina por anatomía lo tienen. Y rubrica: «Nosotros tenemos con qué».
No termino de procesarlo cuando ya regresa Alfonsín. Está explicando, como un niño, por qué quiere ser presidente. Y también que viajó por el mundo y trajo experiencias novedosas. Pero no se trata de Canadá, Corea o China. Resulta que viajó a Chile, Brasil y a Uruguay en catamarán, con lo que deja una sensación a política de cabotaje, ¿no? Dan ganas de invitarlo a comer una fabada en el Centro Asturiano, pagar la cuenta y acompañarlo en el sentimiento al pobre. Pasa algo parecido con Binner, tan prolijo y eficiente, peinado a la raya, sonrisa tímida.  ¿Usted se atendería con ese médico? Yo me atendería sin ninguna duda. Pero es anestesiólogo y se le nota. Parece anestesiado.
No son más vivaces sus ex socios, los veteranos del Proyecto Sur, que vienen caminando hacia uno de manera ominosa y apocalíptica como si salieran de un ropero húmedo. En esto hay que admitir algo: la mejor es Elisa Carrió, que pese a la cara sufrida (como si ya supiera que va a perder) y la voz queda del locutor (que parece quejarse por la paga) se presenta rodeada de muchísima gente: si todos esos extras la votan ya tiene garantizada una buena elección. Hay una apelación emocionante a la ética. «Si vos querés, vamos a una Argentina mejor», dice luego de condenar la corrupción. Pero no, Lilita, no quieren. No quieren. Te aseguro que con este nivel de consumo no detectan ni las faltas de tránsito. Fijate, si no me creés, en el último Indice de Confianza en el Gobierno que hizo Poliarquía para la Universidad Di Tella: el 56% de los ciudadanos consideró que casi ningún funcionario o sólo unos pocos son corruptos. ¿Pero entonces qué pasa con la andanada de escándalos que se publican todos los días?
Parece que los «medios hegemónicos» no tienen tanta influencia como los conchabados de la guerra cultural le quieren hacer creer a Cristina para sacarle más publicidad oficial y sueldos estatales.
Y justo aquí viene Cristina, a repetición, en tres spots inolvidables. La verdadera música de fondo es su falsete evitista; le habla a la juventud, banderas flameando, orgullo de pertenecer a este país. Todo es apoteótico. La pucha que vale la pena estar vivo. En el segundo spot, la señora anda entre trabajadores, diciendo en off «estamos al frente de toda América latina en materia de salarios». ¿Anotaron, Dilma y Lula? Y llega enseguida un homenaje a la asignación universal por hijo, «el plan más importante a nivel mundial». ¿Anotaron en Unicef? Y un detalle: Cristina sin luto, vestida de blanco, como una novia.
Frente a los otros spots, las propagandas kirchneristas parecen realmente logradas. También, sin ánimo de elogiar a Durán Barba y a su criatura política (Dios me libre y guarde) al ver los spots producidos en la fragua ecuatoriana y compararlos con aquellos pobres ejemplos, a uno le parece de súbito que Macri es Churchill. Ya sé que no lo es, y que con marketing se puede construir mucho. Pero no es casualidad que los videos cristinistas, a pesar de las exageraciones, funcionen y algunos avisos opositores parezcan salidos de un programa de Capusotto o de una película de George Romero. Es que, además de las torpezas evidentes, los proyectos alternativos al Gobierno no prenden. Y no es porque los publicistas hayan hecho tan mal su trabajo (algunos claramente lo hicieron), ni tampoco que los candidatos no sean buenos (algunos no lo son). Sino que, a pesar de las derrotas de Capital y Santa Fe y de los enormes errores políticos de estos días, el ciclo kirchnerista no ha terminado.
Basta hablar un rato con los encuestadores más serios para entender que Scioli le lleva 30 puntos a su perseguidor, y que hoy Cristina podría ganar en primera vuelta. También, que un sector de la sociedad acuerda con este modelo estatista y que la inflación no produce gran disgusto. Algo parecido ocurría en 1995, cuando la convertibilidad asordinaba todo. Ya sabemos que la realidad es dinámica y que esto puede cambiar. Pero aún no cambió, y en parte se debe a que ninguna figura de alternancia logra hechizar. Binner puede ser sabio y Alfonsín y Carrió son virtuosos. Pero Cristina es poderosa. Y ya lo decía en broma el gran Roberto Fontanarrosa: «Para el sabio no existe la riqueza, para el virtuoso no existe el poder. Y para el poderoso no existen ni el sabio ni el virtuoso». Es así. Qué le va a hacer..


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