Guardia del Hospital Alvear: Macri la inauguró… pero sigue cerrada

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Macri cortó la cinta, pero la nueva guardia sigue bajo llave y sin profesionales


FRANCO SPINETTA / DIARIO Z


Esta es una guardia con todos los desarrollos del primer nivel. Estas instalaciones no se encuentran ni en el sector privado». El miércoles 13, flanqueado por la vicejefa de Gobierno María Eugenia Vidal y la ministra de Salud Graciela Reybaud, Mauricio Macri inauguró la nueva guardia del Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear. Sensibilizado, el jefe de Gobierno señaló que «cuando una persona llega con una urgencia, el estado del lugar condiciona mucho… Si llegan a una guardia destruida que se cae a pedazos, se pregunta: ‘¿Adónde llegué?'». Las cintas se cortaron, los funcionarios se fueron y la flamante guardia quedó bajó llave. Inutilizada.

Seis días después, martes, casi mediodía. Una madre llega con su hijo al único hospital porteño preparado para atender emergencias psiquiátricas. Camina los 20 metros que separan el portón de entrada hasta el cartel que dice «Guardia». Intenta abrir la reluciente puerta blanca, pero no hay caso. Se queda quieta y mira hacia los costados buscando una explicación que llega a través del personal de seguridad: «Señora, tiene que dirigirse a la vuelta de este pabellón».

El paciente no se atenderá en el luminoso recinto que inauguró Macri, sino en una guardia provisoria que funciona desde hace 14 meses, cuando comenzaron las obras de remodelación. Se trata de un espacio muy pequeño y derruido, con sólo dos consultorios precarios fabricados con resquebrajadas paredes de durlock y sin techo: todos pueden escuchar el diálogo del psiquiatra con el paciente. No hay intimidad y tampoco sillas para que los pacientes esperen su turno. No hay aire acondicionado, ni siquiera ventiladores para mitigar el espeso y húmedo aire veraniego.
En una recorrida junto a Diario Z, profesionales del Alvear relataron las penurias que atraviesan por los recortes al presupuesto de salud y los hostigamientos laborales. En el hospital, muchos tienen miedo de hablar y se convive con la amenaza constante de una suspensión. Luego de la masiva marcha de organizaciones interhospitalarias de fines de agosto, los médicos del Alvear denunciaron que les recortaron media jornada laboral.
Gustavo Campeni es médico psiquiatra de la guardia de este hospital e integrante de la Coordinadora Gremial por la Salud Pública. «La inauguración fue una farsa total. Seguimos trabajando en el mismo lugar, en condiciones pésimas, faltan enfermeros, hay diez nombramientos frenados y además dicen que no estaría el final de obra de la nueva guardia», explica. Desde el Ministerio de Salud no explicaron por qué la sala aún continúa cerrada. Campeni apunta también al recorte de 1500 puestos concursados, entre los que se encuentran las suplencias de guardias: «Esto nos afecta muchísimo porque nos tocan 130 suplencias, cuando en realidad usábamos más de 200. No permiten el reemplazo de psicólogos, asistentes sociales y médicos clínicos». Es decir, si el paciente tiene un paro cardíaco y el clínico faltó por equis motivo, el hospital debe llamar al Same y esperar que una ambulancia traslade al infartado hacia otro establecimiento.

El Alvear recibe cada vez más pacientes duales, que tienen un trastorno por adicciones y patologías psiquiátricas. «Estas personas –indica Campeni– muchas veces llegan con cuadros de excitación muy fuerte y se ponen violentos, pero la seguridad privada no puede tocarlos y nosotros quedamos totalmente expuestos».

A este problema, se le suma otro que afecta de manera crónica a los servicios psiquiátricos: la imposibilidad de derivar a los pacientes. «Cuando se estabiliza, el tratamiento debe seguir, pero hay muchas personas que no tienen recursos o están solos y el gobierno de la Ciudad no tiene ninguna opción para ellos. Los hogares de medio camino no existen para estos pacientes. Muchos están meses esperando, pero la red de derivaciones está rota y reciben un tratamiento ambulatorio, sin seguimiento», dice una doctora que pide el anonimato.

«La salud mental no sangra», suelen decir los médicos psiquiatras para explicar por qué siempre son el último orejón del tarro.


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