Matrimonios y algo más, por Mario Moldovan

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(Columna emitida por Ruido de Medios, Radio América, 10/07/2010)


La política y los medios comparten el poder de la agenda. Ese poder no les permite decidir cómo debe pensar una persona pero sí de qué pueden hablar las personas en los espacios públicos.
Uno piensa como quiere o como puede. Pero no siempre uno habla o escucha hablar de lo que quiere. Inclusive muchas veces uno no sabe ni siquiera lo que quiere. Ahí aparece el poder de la agenda y nos vemos invadidos de temas que van desde los motochorros hasta la vida sexual de Tinelli.
Esta semana podemos tomar un ejemplo instructivo sobre este tema. Se trata de la discusión que se viene dando en torno a la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Debo reconocer que me parece francamente estúpido que alguien pueda dudar de la legitimidad que tiene una persona de cualquier género de casarse con otra del mismo género. Pero también debo reconocer que no sé si hace 30 años hubiera pensado lo mismo. En realidad no pensaba nada sobre el tema porque no estaba en mi agenda.
Hace un par de días leí un artículo muy divertido e inteligente de Teodoro Boot, quien suele escribir en la Revista Zoom, una publicación de marcada tendencia pro-kirchnerista que se edita en Internet.
Boot, seudónimo cuya revelación no aportaría nada al público, hace una comparación instructiva entre la vida sexual de los Bonobo, unos chimpancé africanos que tienen parecidos notables con los humanos.
Los bonobo, como nosotros, gustan de frotarse, darse besos de lengua, practicar el sexo oral y el tribadismo. El tribadismo, cosa que lamentablemente recién descubro ahora y que me parece encantadoramente sofisticada, consiste en el frotamiento de los genitales de una mona con otra mona. Los cuerpos se acomodan de tal manera que, con sus piernas, arman una suerte de tijera.
Los bonobo hacen estas cosas todos los días, en todo momento y con total independencia de la cuestión reproductiva. Es una forma de regular la violencia del grupo.
Lo que quiere decir Boot, junto a muchos antropólogos, es que pareciera ser que la actividad sexual, sin culpas, sin reglamentos, sin límites y sin metafísicas es sumamente positiva para la vida social, siempre que se ejerce de común acuerdo.
En este contexto es que resulta absurdo cuestionar el matrimonio de cualquier género porque no resulta natural, como dicen las huestes eclesiásticas.
Por supuesto que no es natural. ¿A quién se le puede ocurrir que sea natural una institución que está regulada nada más ni nada menos que por el Registro Civil?
Y aprovecho para introducir el recuerdo de una frase de Groucho Marx que dice así: «El matrimonio es una gran institución. Obviamente si es que te gusta vivir en una institución».
Así que, pues, hay mucho escándalo un poco incomprensible. Teodoro Boot lo dice: el auténtico matrimonio es el que se celebra ante Dios y frente a un sacerdote. Nadie se puede oponer a que un cura se niegue a casar a un  Roberto con un Marcelo o a una Marita con una Esther. ¡Por eso es absurdo que la Iglesia quiera opinar sobre el matrimonio civil! ¿O acaso nosotros podemos opinar sobre la salvaje costumbre de meterse una ostia en la boca y comerse el cuerpo de un dios?
En esto la discusión es parecida a lo que ocurrió con el divorcio. La ley permitiría casarse a personas del mismo sexo, pero no las obliga a hacerlo, así como la ley de divorcio no obligaba a la gente a divorciarse.
Y déjenme meter aquí otra cita, esta vez de Woody Allen, que dice:

«Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida.»

El matrimonio es una experiencia que todo el mundo se merece, más si la desea, la promueve y la necesita. ¿Por qué limitarla a los heterosexuales?
Yo entiendo el temor de algunos prelados que tal vez inconcientemente piensen: «Caramba, y yo que me comí el seminario, el celibato y otras yerbas cuando podría haberme casado con Romualdo». Esto tiene que dar bronca, sí o sí. Por eso ahora salen a hablar de una guerra cultural.
El tema, aunque el Senado lo rechace, no da para más. Tarde o temprano habrá matrimonio sin importar los sexos. Pero lo que sí da para seguirla, volviendo un poco al principio y dejando de lado algunas bromas, es la cuestión de la agenda.
Está muy bien que el matrimonio esté al alcance de cualquiera, pero ¿por qué no el aborto?
Por qué ahí ustedes pueden ver con absoluta claridad el poder del poder. A algunos políticos les viene bien vestirse de progresistas y apoyar el mundo gay, pero ni se animan a meterse con un tema más peliagudo y más sensible.
Porque si el matrimonio multisexual puede hacer la felicidad de muchos, no legislar como se debe el aborto, mata madres y mata sueños.
Así que ojo al piojo, bienvenido el matrimonio universal pero que no nos vendan espejitos de colores mientras el doctor Cureta desangra mujeres sin resguardos.
No sea cosa que al final dejen que dos muchachos se casen, adopten y vivan felices por el simple hecho de que ninguno de los dos necesita abortar.
Esto me permite engarzar una última cita de una feminista afro-americana
«Si los hombres pudieran quedar embarazados, el aborto sería un mandato sagrado»

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