San Gumaro, misógino y conchífobo y la infortunada hetaira Thays, que Dios la tenga en la gloria.
11 de octubre
Gumaro
Una vez que Gumaro se vio obligado a acompañar a Pipino en una larga y desastrosa campaña militar en Lombardía, Sajonia y Aquitania, ella llevó la administración de todos sus bienes. Orgullosa y altiva, incapaz del menor disimulo, trataba a las gentes sencillas como si fuesen animales de carga, las atormentaba con toda suerte de vejámenes y les cobraba tan alto arrendamiento que a los pobres trabajadores apenas si les quedaba pan y agua con qué subsistir.
Nueve años después, a su regreso, Gumaro perdonó las deudas de sus desdichados pobres y en una ocasión en que Gunimaria negó la bebida a un labrador a fin de que siguiera trabajando, Gumaro clavó su bastón en el suelo, haciendo brotar un manantial de agua, que, convertido en fuente, quedó como memoria y testimonio de su santidad.
Patrono de los leñadores y protector de los fabricantes de guantes, es invocado contra el matrimonio y las malas mujeres.
En la actualidad, una cerveza que lleva su nombre lo recuerda en Lier (Lierre, Bélgica) donde, merced a su intercesión, ya nunca más nadie padeció de sed.
8 de octubre
Thais
Penitente, siglo IV
A partir de este punto, las versiones sobre lo ocurrido en la misteriosa recámara difieren sustancialmente, pero la más conocida y tenida por cierta es la del abad. Según él, asombrado por las palabras de la prostituta, le preguntó si sabía algo de Dios, a lo que Thais respondió que sabía mucho, demostrando a continuación un acabado conocimiento de la doctrina cristiana. Al fin Pafnucio alzó su voz y la increpó: «¿Y por qué, entonces, has perdido a tantas almas, si sabes que un día deberás dar cuenta, no sólo de la tuya, sino también de aquellas?»
Al punto Thais fue invadida por un profundo arrepentimiento, se
echó a llorar, abrazó los pies del abad y le rogó que le mostrara un camino de penitencia. Pafnucio la citó en un convento de monjas y se marchó.
conmigo y ved cómo arde el salario del pecado!»
Y todos vieron cómo ardía el salario del pecado.
Una vez en el convento, Thais fue metida en una pequeña celda, a la que Pafnucio cerró herméticamente con plomo, dejando tan sólo una diminuta abertura por la que se pudiera introducir el alimento. Ordenó, además, que no se le diera otra cosa que un mendrugo de pan y un vaso de agua cada día. Cuando ella le preguntó dónde debía hacer sus necesidades, Pafnucio respondió:
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«En la celda, tal como corresponde a lo que vales». Y a la siguiente pregunta de Thais «¿Cómo debo invocar a Dios?», él respondió: «Tú no eres digna de pronunciar Su nombre ni de alzar tus manos hacia Él, pues tus labios están cubiertos de maldad y tus manos cubiertas de impureza. Por eso, échate al suelo, mira hacia el este y di: Tú, que me has creado, apiádate de mí».
Evidentemente, lo ocurrido en la alcoba de Thais, sea lo que fuere, debió haber sido una experiencia horrorosa para el abad.