San Gumaro, misógino y conchífobo y la infortunada hetaira Thays, que Dios la tenga en la gloria.

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11 de octubre

Gumaro

Soldado y anacoreta, m. hacia 774

Piadoso, rico y apuesto caballero de la corte de Pipino el Breve, casó con Gunimaria, una auténtica sex symbol de la época, que no tardó en manifestarse como la mujer más vanidosa, despótica y obstinada del reino de los francos.

Una vez que Gumaro se vio obligado a acompañar a Pipino en una larga y desastrosa campaña militar en Lombardía, Sajonia y Aquitania, ella llevó la administración de todos sus bienes. Orgullosa y altiva, incapaz del menor disimulo, trataba a las gentes sencillas como si fuesen animales de carga, las atormentaba con toda suerte de vejámenes y les cobraba tan alto arrendamiento que a los pobres trabajadores apenas si les quedaba pan y agua con qué subsistir.


Nueve años después, a su regreso, Gumaro perdonó las deudas de sus desdichados pobres y en una ocasión en que Gunimaria negó la bebida a un labrador a fin de que siguiera trabajando, Gumaro clavó su bastón en el suelo, haciendo brotar un manantial de agua, que, convertido en fuente, quedó como memoria y testimonio de su santidad.

Pero nada era suficiente para aplacar el carácter y la avaricia deGunimaria, y sin saber a qué santo encomendarse, tras batirse en retirada ante su cruel esposa, Gumaro fundó un monasterio en la localidad belga de Lier, dejándose conducir hacia la santidad por san Rumoldo de Malinas en una celda,  en las proximidades de Nivensdock.

Patrono de los leñadores y protector de los fabricantes de guantes, es invocado contra el matrimonio y las malas mujeres.

En la actualidad, una cerveza que lleva su nombre lo recuerda en Lier (Lierre, Bélgica) donde, merced a su intercesión, ya nunca más nadie padeció de sed.


8 de octubre

Thais 

Penitente, siglo IV

La belleza de la prostituta Thais deslumbraba tanto a los jóvenes de Alejandría que por ella derrochaban todo su haber y sus bienes, acabando en la pobreza y la desvergüenza. A veces, ofuscados por los celos, luchaban entre sí y se asesinaban sin piedad ni remordimiento.

Como se ve, Thais era un verdadero instrumento del demonio. Así lo comprendió el abad Pafnucio, quien, decidido a acabar con su perniciosa influencia, la visitó, vestido con ropas mundanas y una bolsa de dinero, fingiendo que quería pecar con ella.
Esto no resultaba novedoso para Thais, por lo que, sin sospechar nada, condujo al piadoso abad hasta un amplio lecho cubierto con valiosas coberturas y mullidas almohadas. Sin embargo, Pafnucio le preguntó si no había otro aposento más secreto todavía y ella se internó más profundamente en sus habitaciones, pero fue en vano: Pafnucio seguía diciendo que temía ser visto.

En su oficio Thais había conocido toda clase de perversos, de manera que le siguió el juego. Cuando por fin entraron a una cámara del todo apartada, ella dijo: «Hasta aquí no llega absolutamente nadie, pero si a quien temes es a Dios, no hay lugar alguno que le sea oculto»


A partir de este punto, las versiones sobre lo ocurrido en la misteriosa recámara difieren sustancialmente, pero la más conocida y tenida por cierta es la del abad. Según él, asombrado por las palabras de la prostituta, le preguntó si sabía algo de Dios, a lo que Thais respondió que sabía mucho, demostrando a continuación un acabado conocimiento de la doctrina cristiana. Al fin Pafnucio alzó su voz y la increpó: «¿Y por qué, entonces, has perdido a tantas almas, si sabes que un día deberás dar cuenta, no sólo de la tuya, sino también de aquellas?»


Al punto Thais fue invadida por un profundo arrepentimiento, se

echó a llorar, abrazó los pies del abad y le rogó que le mostrara un camino de penitencia. Pafnucio la citó en un convento de monjas y se marchó.
 

Antes de acudir al encuentro del abad, Thais llevó a la plaza todos los bienes adquiridos con el producto de sus vicios y les prendió fuego exclamando: «¡Venid todos los que habéis pecado
conmigo y ved cómo arde el salario del pecado!»


Y todos vieron cómo ardía el salario del pecado.


Una vez en el convento, Thais fue metida en una pequeña celda, a la que Pafnucio cerró herméticamente con plomo, dejando tan sólo una diminuta abertura por la que se pudiera introducir el alimento. Ordenó, además, que no se le diera otra cosa que un mendrugo de pan y un vaso de agua cada día. Cuando ella le preguntó dónde debía hacer sus necesidades, Pafnucio respondió:

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«En la celda, tal como corresponde a lo que vales». Y a la siguiente pregunta de Thais «¿Cómo debo invocar a Dios?», él respondió: «Tú no eres digna de pronunciar Su nombre ni de alzar tus manos hacia Él, pues tus labios están cubiertos de maldad y tus manos cubiertas de impureza. Por eso, échate al suelo, mira hacia el este y di: Tú, que me has creado, apiádate de mí».


Evidentemente, lo ocurrido en la alcoba de Thais, sea lo que fuere, debió haber sido una experiencia horrorosa para el abad.
Transcurridos tres años, Pafnucio sintió compasión por la penitente y preguntó a san Antonio si Dios ya había perdonado a la muchacha sus pecados. Éste se lo contó a sus colegas anacoretas del desierto tebaico y todos se pusieron a rezar en espera de percibir una señal. Le tocó en suerte a Pablo el ermitaño, quien una noche vio un lecho cubierto con valiosas ropas, vigilado por tres doncellas. Pensó que estaba preparado para san Antonio, pero una Voz le dijo: «Estas tres vírgenes se llaman Temor ante el castigo, Vergüenza por el pecado y Amor a la justicia. No esperan a Antonio sino a la penitente Thais».

Pafnucio sacó de la celda a la muchacha, quien alcanzó a vivir todavía quince días, sin cometer excesos de ninguna clase. Había aprendido la lección.

Protectora de las mujeres caídas y las prostitutas arrepentidas, es invocada contra los excesos de la Fe.
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