SEXO & PODER. La últimísima amante de JFK
Baker conoció el affaire de primera mano porque fue el ariete para que Rometsch conociera al entonces presidente cuando un día, necesitado de su libra de carne, envió al asesor al Quorum Club de Washington, un lugar de copas donde la alemana -hoy día de 77 años y felizmente casada- recibió la invitación para visitar la Casa Blanca.
Rometsch habría visitado varias veces a Kennedy, deslumbrado por su belleza y por su pericia en el sexo oral. «Ella amaba el sexo oral», cuenta Baker. Y lo que también cuenta es que las habilidades de la alemana llegaron más rápido de lo que puede creerse a oídos de J. Edgar Hoover, el jefe del FBI, enemigo declarado del demócrata y de su hermano, Bob.
Baker cuenta que fue calurosamente felicitado por el presidente norteamericano, quien habría dicho que la joven le habría hecho disfrutar de «la mejor relación sexual» de su vida. Algo parecido contó años más tarde el republicano Gerald Ford, quien también supo del talento de Rometsch, con la excusa de que Betty, su mujer, era alcohólica.
«Nunca volverá a haber otro Camelot», dijo Jacqueline Kennedy luego del asesinato de su esposo. «Habrá otros grandes presidentes, pero jamás volverá a haber otro Camelot», insistió en referencia a ese universo de ficción creado por el escritor británico T. H. White.
Cierto: en Camelot se fraguó el fracaso de Bahía de los Cochinos, se intensificó la guerra contra Vietnam, se institucionalizó el chantaje como modo de producción político, se le dio trabajo a Robert McNamara e incubó una dinastía que astrólogos y nigromantes quieren trágica.
Hoover corrió a ver a Bobby Kennedy para avisar que Ellen Rometsch era una espía a sueldo de la entonces República Democrática Alemana (RDA) pero lo que separó a John de la joven no fueron esas habladurías sino su asesinato.
Igualmente, descubierta con Ford, pocos meses antes de su muerte, el mandamás del FBI se dio el gusto de echarla de los Estados Unidos.
El mito de la buscona y el político no hace más que reproducirse por boca del anciano Baker, quebrado financieramente, acaso salvado con el secreto perdido de Camelot: la felatriz alemana que enloqueció a Kennedy, a Ford… y a un montón de senadores.