
POR GUADI CALVO / HAMARTIA
Una vez más posiciones del ejército egipcio han sido atacadas en la Península del Sinaí por la organización islamista Ansar Beit al-Maqdis (Seguidores de la Casa de Jerusalén).
Este viernes cerca de treinta y cinco soldados egipcios fueron asesinados y una treintena resultó herida por milicianos yihadistas, en dos ataques cercanos a la ciudad costera de al-Arish, capital del norte de la península del Sinaí, próxima a la Franja de Gaza, a unos cuatrocientos cincuenta kilómetros al noreste del Cairo.
Esta es la más importante acción del Ansar Beit al-Maqdis, desde el golpe de estado que derrocó al presidente Mohamed Morsi en julio de 2013 y expulsó del poder a los Hermanos Musulmanes o Ikhwan.
Fuentes sin confirmar informan que los extremistas no se habrían retirado de la zona y habría enfrentamientos con tropas del ejército egipcio. El ex comandante jefe del Ejército y actual presidente, Abdel Fattah al-Sisi, llamó a una reunión urgente al Consejo de Defensa Nacional. Fueron enviados a la zona varias cuadrillas de helicópteros de combate Apache.
El domingo habían sido asesinados otros seis soldados miembros de una patrulla que operaba en la misma zona de los ataques de hoy viernes 24. Un explosivo operado a control remoto, estalló al paso de un transporte en que se movilizaban los militares, que se encontraban justamente batiendo la zona en búsqueda de extremistas.
La península del Sinaí de hecho se ha convertido en un santuario yihadista, debido a lo escarpado de su geografía. Los islamistas desde esa región han conseguido extender sus atentados contra las fuerzas de seguridad en todo el país. Desde enero de 2011 y hasta abril último, los extremistas han asesinado a más de mil miembros del ejército y fuerzas de seguridad.
Según la inteligencia egipcia, ya se han detectado vínculos entre Ansar Beit al-Maqdis y jefes del Estados Islámico (EI), que controla amplias zonas de Siria e Irak.
En septiembre último Ansar Beit al-Maqdis se atribuyó el atentado que le costó la vida a seis policías en una ruta del Sinaí. En agosto habían producido la decapitación de cuatro hombres acusados de colaborar con la inteligencia israelí y proporcionar las coordenadas para un ataque aéreo que mató a tres yihadistas. Se le atribuye también la divulgación de un video con la decapitación de otros egipcios y la ejecución de un cuarto por supuestamente proporcionar información al Mossad y al ejército egipcio.
En septiembre, el vocero del EI Abu Mohamed al-Adnani anunció que el califa Ibrahim, líder espiritual y militar del Estado Islámico, respaldaba las operaciones de sus hermanos en el Sinaí: «contra los guardianes de los judíos y los soldados de al-Sisi, el nuevo faraón de Egipto» e instaba a: «Llenar las carreteras de explosivos para ellos. A atacar sus bases. Irrumpir en sus hogares. Cortar las cabezas y no permitir que se sientan seguros en ningún lugar».
En septiembre otra organización integrista Ajnad Misr (Soldados de Egipto), hizo estallar una bomba en pleno centro cairota muy próximo al Ministerio de Asuntos Exteriores, con lo que mataron a tres policías.
Encerrados con la violencia
Este perverso juego de atentados islamitas que vienen sacudiendo a Egipto desde el golpe contra Morsi, han instalado, al país más poblado del mundo árabe, en un verdadero laberinto de violencia donde su salida es tan compleja como lejana.
Las fuerzas militares dieron el golpe al presidente Morsi, un golpe reclamado por las mayorías, cuando descubrieron que Morsi en combinación con la poderosa organización Hermanos Musulmanes, arrastraba al país a una extraña combinación ya dada en Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Qatar, que es la de retrotraer a la sociedad al más atrabiliario integrismo religioso, al tiempo que, desde lo económico, el país iba a ser puesto en manos de los grupos neoliberales más ortodoxos que ya habían empezado conversaciones con Qatar por la venta del emblemático Canal de Suez, símbolo del nacionalismo nasserista.
Como fuerza de choque para llevar a cabo los caminos que se habían trazado para el Egipto post Hosni Mubarak, se habían puesto en marcha organizaciones yihadistas vinculadas a al-Qaeda.
La aparición mediática de Ansar Beit al-Maqdis se produce en 2012, con el sabotaje de los gasoductos que cruzan la península de Sinaí con destino a Israel y Jordania. De estrechas vinculaciones con los Hermanos Musulmanes a quienes han provisto de mucho del armamento que en las refriegas posteriores al derrocamiento de Morsi, usaron los integristas en verdaderas batallas en las calles del Cairo, cuyo epicentro fue la plaza de Rabaa al-Adawiya, y otras ciudades egipcias.
Si bien la mano dura que aplicó al-Sisi contra los Ikhwan, puede considerase hasta excesiva, la réplica de Ansar Beit al-Maqdis no se ha hecho esperar, con diferentes atentados suicidas y asesinatos. La operación más importante ha sido el intento de asesinato del ministro del Interior egipcio, Muhamad Ibrahim, en septiembre del año pasado, que dejó más de diez muertos. Y en octubre del 2013 asaltaron la Dirección de Seguridad del Sinaí Sur. Y ese mismo mes produjo un ataque al edificio de la Inteligencia Militar, en la ciudad de Ismailiya.
La presencia yihadista en Egipto es de larga data, ya en 1954 los Hermanos Musulmanes atentaron contra el coronel Gamal Abdel Nasser, fueron Ikhwan los que ejecutaron al presidente Anwar el-Sadat en 1981 y tampoco se detuvieron durante la dictadura de Mubarak: en noviembre de 1997, los integristas dieron su golpe más mediático cuándo consiguieron asesinar a unos sesenta turistas alemanes que visitaba Luxor.
Hoy la lucha contra el yihadísmo está presente en casi todos los países musulmanes. Egipto, uno de los más importantes de la región, no podía quedar al margen.