Los supervivientes del Holocausto son olvidados por Israel |
Por Harriet Sherwood* |
Ros Dayan sobrevivió los horrores de la persecución nazi, pero ahora no tiene dinero suficiente para comprar comida o ropa. A pesar de los horrores de una infancia marcada por el Holocausto, Ros Dayan sobrevivió para poder reconstruir su vida, una de la que pudiera estar orgullosa en el nuevo estado judío de Israel. Se formó como enfermera, cantó en un coro que realizó una gira mundial. Aprendió hebreo, aunque nunca perdió el acento de la Europa central de la que procedía. Pagó sus impuestos y finalmente pudo adquirir una pequeña casa en Jaffa, la misma que había alquilado durante años gracias a un alquiler subvencionado. Incluso aprendió a vivir con el dolor de tres vértebras rotas, resultado de una agresión de un soldado nazi. Pero ahora, en los últimos años de su vida, Ros se avergüenza. Ros es una de los 198.000 supervivientes del Holocausto aún vivos en Israel, pero también forma parte de la creciente proporción de sus habitantes que no puede llegar a fin de mes, que lucha a diario con recursos insuficientes. Limpiándose una solitaria lágrima derramada con mano trémula, dice: “Por primera vez no tengo dinero para comida o ropa. Antes tenía orgullo. Ahora me avergüenzo de mi situación.” Israel conmemorará el Holocausto este jueves [el jueves pasado, tras la publicación de este artículo, NT]. A Ros le ofende que quienes lamentan los seis millones de judíos muertos en el Holocausto ahora se muestran insensibles ante la penuria de los supervivientes. “El día del Holocausto organizan un desfile, pero no saben qué es un Holocausto, no saben lo que es pasar hambre. Y la gente que sufrió el Holocausto es abandonada y pasa hambre.” Según los estudios, cerca de una cuarta parte de los supervivientes del Holocausto en Israel vive por debajo del umbral de la pobreza y lucha para poder pagar comida, calefacción, vivienda, sanidad y cuidados médicos. Los supervivientes envejecen –prácticamente el 90% tiene más de 90 años– y sus ingresos disminuyen toda vez que sus necesidades aumentan. Muchos son viudos, y una elevada proporción de quienes reciben asistencia médica no tienen hijos que cuiden de ellos. Además de cubrir sus necesidades básicas, muchos se enfrentan al pago de las facturas médicas. Unos 20.000 de ellos necesitan cuidados las 24 horas del día. “Muchos de los supervivientes se enfrentan a enormes facturas médicas y la vida en Israel es en general muy cara”, afirma Deborah Garel del Jaffa Institute, una organización que distribuye cada dos meses alimentos a los supervivientes del Holocausto. “¿Supervivientes del Holocausto pasando hambre en Israel? Eso no está bien. Después de pasar hambre en el gueto no deberían pasar hambre en el estado judío.” El gobierno está haciendo todo lo que puede, sostiene Garel, pero muchos supervivientes no conocen sus derechos y muchos son incapaces o no tienen las energías psíquicas necesarias para imponerse a los obstáculos burocráticos necesarios para obtener las ayudas. Esta semana el gobierno anunció un aumento de los fondos para cubrir las necesidades de los supervivientes, que pasará de 206 a 225 millones de shekels anuales. La medida señala que, a pesar del número declinante de personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial, cada vez más personas son consideradas supervivientes del Holocausto según los criterios del gobierno israelí y, en consecuencia, susceptibles de recibir ayudas. Garel afirma que los israelíes y judíos que viven en el extranjero deberían contribuir de su propio bolsillo el cuidado de los supervivientes. “Es responsabilidad de cada judío dar algo a los pocos supervivientes que quedan. Si cada uno hiciese una pequeña donación anual, supondría una enorme diferencia.” Después de que Ros y su familia fueran expulsados de su confortable hogar de clase media en Sofía, sufrieron durante el resto de la guerra el miedo y el hambre. “Nunca me sentí como un niño, nunca tuve una infancia”, recuerda. “Vivíamos con 300 gramos de pan al día. Las patatas eran un artículo de lujo.” La familia pudo evitar los campos de exterminio. Tras la guerra consiguieron llegar con barco hasta el lugar que pronto se convertiría en Israel. Desembarcaron en Haifa con muy pocas posesiones y sin dinero ni objetos valiosos. Tras un comienzo en solitario y atravesado de problemas, Ros se casó y construyó una nueva vida. Ahora viuda y sin hijos, se ha visto obligada a contratar a un cuidador a tiempo completo que vive con ella. Un gasto necesario que no puede permitirse. Su situación le crea rencor. “Amo a este país, pero aquí no me siento judía. Vine aquí para sentirme judía. Cada día del Holocausto me siento triste por lo que perdimos. Y me siento triste por no haber terminado en un país que me quiera”, afirma. El problema de los supervivientes del Holocausto empobrecidos es grave, pero no lo será a largo plazo. El año pasado murieron doce mil supervivientes en Israel. El ritmo actual es de un muerto por hora. Harriet Sherwood es corresponsal de The Guardian en Israel. |