SPLEEN. La avenida Corrientes, protagonista de «Los Inmortales»
No sé exactamente cuando Corrientes -y especialmente su intersección con Montevideo- dejó de ser mi hogar. Fue con alguna hiperinflación, a comienzos de los ’90, cuando los gallegos del Cuchillo y el Tenedor pensaron muy erróneamente que podían reemplazar a los parroquianos habituales por otros, nuevos y menos mishos. Hasta allí, había sobrevivido. Cuando a fines de 1974 y en 1975, años aciagos, de la Triple A, hacía la colimba, y después, cuando López Rega le puso al obelisco un aro giratorio que decía «El silencio es salud» y reinaba el terror de la Triple A, «La Jaula» (ir de Callao al obelisco por una vereda, volver por la otra) era la única manera de tener garantizado el encuentro casual con compañeros, romper la soledad que nos tenía a la defensiva, encerrados. Era una época sin celulares y con pocos, anhelados teléfonos fijos y comunicaciones medidas (mi padre. y muchos, le ponían candado al disco), y después del golpe de marzo de 1976, la jaula se tranformó en una trampa mortal donde fueron chupados, abducidos muchos compañeros, como Tino. Muchas veces por obra de «dedos» o «marcadores». Y el obelisco fue utilizado por los horribles en paredón de fusilamiento.
Eso no fue óbice para que, al regreso, Corrientes, y en especial la antaño archiprohibida La Paz volvieran a ser un segundo hogar de muchos que nos encontrábamos luego del tsunami y del inesperado regreso posibilitado por la aventura malvinera, como bola sin manija… Y no les doy más la lata porque esto no quiso más que ser un introito a la entrevista que Pablo Chacón le hizo a Claudio Zeiger a propósito de su último libro, Los Inmortales,que por lo leído tiene a la que alguna vez fue «la calle que nunca duerme», de protagonista…
Pasa que me fui al carajo.
“La educación es involuntaria, es una salvaje adaptación”
El libro, publicado por Emecé, es un objeto retórico que sin pretender escandalizar, también retorna sobre cierto universo maldito: el que alguna vez habitó el trío compuesto por Oscar Masotta, Carlos Correas y Juan José Sebreli.
Zeiger nació en Buenos Aires en 1964. Actualmente es editor de los suplementos Radar y Radar Libros del diario Página/12. Publicó Nombre de guerra, Tres deseos, Adiós a la calle, Redacciones perdidas y El paraíso argentino.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Pensaste alguna vez que Los inmortales podría ser leído como una suerte de educación sentimental?
Z : Pienso que sí, que entre otras cosas, es eso, sobre todo por lo de sentimental. La educación es involuntaria. Es una salvaje adaptación. El matiz sentimental, aunque no lo parezca, nos va haciendo menos ásperos, como presentís vos, más seguros para transitar la vida sin dejar jirones. Creo que si uno se dedica a escribir, llega un momento en que hay que decirlo por escrito. Hay que contarlo. Sin caer en el negocio de la sinceridad que señalaba Carlos Correas, pero sin ahorrar crudeza. La sensibilidad es un arma de doble filo. Hay que aprender a manejarla.
T : Si en el comienzo está el padre (y creo que en el comienzo siempre está el padre), ¿cómo fuiste trabajando el pasaje al material más denso que viene después? ¿Un poco a la manera de Arlt, un poco a la manera de Correas, de Gombrowicz?
Z : Ese pasaje del padre a los padres estaba siempre en la base, desde el arranque. Quiero decir: yo tenía fija la premisa de filiaciones para ir haciendo ese pasaje. Eso es lo que quería hacer. Reconstruir las filiaciones, marcar el momento de quiebre, de desvío, el pasaje de unas filiaciones a otras. El presentimiento de que el eje de una vida -no solo la mía, toda vida- es el desvío, y que si no nos desviamos, en verdad, no llegaremos a ninguna parte. Y ni qué hablar en el terreno de la escritura, los libros, la literatura. El recto camino es la nada. Y me fascinan de verdad esos años preparatorios, esa educación sentimental paralela, en tiempos diferentes pero paralelos, entre mi viejo, los comunistas, los del grupo Contorno, yo mismo. Por si no quedó muy claro: detesto ese derrotero sin alegría de la izquierda minoritaria que me tocó transitar. Querría tener la alegría del pueblo, el cuerpo del pueblo, pero uno se caga la vida desde chiquito. No es culpa absolutamente mía, ni de la izquierda, que hasta esos años de la resistencia a la dictadura y la apertura democrática, todavía era valiosa. Pero tanta angustia fue difícil de sobrellevar. Se llama tener conciencia. Para eso sirve la conciencia. Para que las alegrías le lleguen al cuerpo con culpa. Supongo que, de los mencionados, el gran modelo es Correas, yo quise que Los inmortales, en alguno de sus tramos, tuviera su tono. Realmente creo que la amistad Sebreli- Correas- Masotta es uno de los grandes mitos fundadores de la cultura argentina. Marginal, pequeño pero inaugural. Tres tipos peleando contra la nada de ellos mismos y su clase. Y fijate, mi devoción por El juguete rabioso, que se fue amasando con los años, parte también de la convicción que Arlt lo dejó ahí y no lo retomó, que él también desvió su camino con Los siete locos, Los lanzallamas. Y yo creo que todo está en El juguete rabioso.
T : Esa zona del libro, los bares, los viejos, los reventados, me recordó mucho a cierto Pasolini, no el tipo que se arriesga o no solo el tipo que se arriesga sino también el que sabe pero no sabe de la impostura, y que si no lo soporta en un mundo por qué soportarlo en otro. ¿Qué sacaste en limpio de todo eso?
Z : Creo que se trata de ambientes y posturas en los que hay que tratar de no quedar pegado. Los bares, el reviente, la noche. Es fascinante y peligroso, y siempre se está al borde del patetismo .Hay que vivir para contarlo, ese debería ser el límite entre la literatura y la vida. Por eso literariamente lo asocié a la bohemia del siglo, los malogrados, los nocturnos, enfermos. Es un período idealizado pero que sigue irradiando una luz, una manera posible de encarar todo esto que nos importa del arte, de la literatura. Pero somos conscientes de que si no ponés esfuerzo, rigor, lecturas y trabajo, no se llega a ninguna parte con eso. A mí me gusta pensar que transité por esos bordes un poco filosos de la noche y la bohemia, que lo sentí en carne propia. Pero hay que volver de ese lado. Creo que eso traté de expresar en la última parte del libro.
T : Lo de Levit (el psiquiatra) da miedo. Prefiero no preguntarte si todo eso pasó de esa manera, o encontraste la manera de narrarlo que lo hiciera más soportable.
Z : En eso lamento defraudarte. Mis experiencias de terapia no fueron tan intensas, fueron hasta aburridas. El psicoanálisis me interesa más como ficción que otra cosa. Lo digo como un mérito del psicoanálisis, ya que creo que es una ficción que cura. Pero lo que sucede en La escena de la pensión es imaginación pura, aunque por supuesto como siempre sucede: una vez que se desata la imaginación, toma elementos de la realidad, de aquí y de allá. En verdad, la escena de la pensión es una manera de leer El juguete rabioso y confrontarlo con otras lecturas, que, por ejemplo, han hecho hincapié en la escena del robo a la biblioteca, creen que ahí está concentrada la violencia simbólica del libro. Y yo creo que esta se concentra en la escena de la pensión, cuando Astier cruza su camino con un muchachito perverso y toca fondo. Además de la parte imaginativa, me interesaba mucho introducir la figura de un psicoanalista en el libro. Nunca lo había hecho.
T : Supongo que hoy no te cuesta pero ¿te costó volver a la calle Corrientes, por qué?
Z : Actualmente es un poco como lo cuento: me atrae y me repele como un viejo conocido con el que amaste y sufriste demasiado. En el libro hay un texto como Idiosincrasia que trata de expresar el malestar en la ciudad, con la ciudad derechizada, de cacerolas, y Corrientes siempre es un remanso de anonimato, de espectáculos y librerías y bares. Es como un reducto para el alma herida. Y también puede ser expulsiva. Yo creo que es una de las pocas zonas auténticas que le quedan a la ciudad. Yo piso Corrientes y enseguida siento que piso un terreno familiar, que tengo una historia ahí agazapada. Es como una sensación física. Creo que mi máxima aspiración es convertirme en un personaje de Buenos Aires, que me reconozcan por Corrientes. Mi público está ahí, de paso como yo, como todos, pero están ahí. Ahí, dicho sea de paso, van a parar mis libros en oferta. No es un mal destino para Los Inmortales ¿no?
T : ¿Por qué alguien puede sentir que en el final del libro late una suerte de redención o de venganza que suena a redención que quizás en el resto de las páginas el personaje no está buscando?
Z : Hay algo para mí misterioso en los tramos finales, algo que escapa a mi control y que decidí dejarlo como está. Algo que creo que captás muy bien: aparece un tono más fuerte, como si el personaje que venía caminando se pusiera a caminar más rápido, casi a correr hacia un destino incierto. Me gusta que haya un misterio que no se me revela en esas páginas finales. De todas formas puede que esté más cerca de una forma de redención a través de esa exploración de Corrientes, del pasado, de cerrar un círculo, que de una venganza. No tengo nada de qué vengarme. Además soy muy culposo como para tramar venganzas. Cuando terminé el libro tuve la sensación de que su núcleo era una larga caminata por Corrientes, hablando solo, y con los fantasmas que dan vueltas alrededor. Arlt hubiera dicho que andaba soliloqueando. Tengo esa sensación muy tanguera: alguien que mientras camina por esas calles tan significativas va pasando por distintas épocas, por distintos estados, pensando, hablando con su conciencia. El libro empieza y termina caminando por Corrientes. Es un efecto buscado, desde luego, pero hay algo más, repito, algo que ni siquiera se me revela a mí mismo. Creo que lo mejor era dejarlo así, ponerle la fecha de cierre, muy reciente, junio del año pasado, no pasó ni un año desde que terminé hasta que el libro se publicó ahora, y eso es bastante vertiginoso y una experiencia muy gratificante. Con la sangre todavía caliente, el libro ya está publicado. Literatura urgente, por qué no.