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Tabaré Vázquez ¿Caballo de Troya de los Estados Unidos?

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Por Teodoro Boot / Pájaro Rojo  
Las declaraciones del ex presidente Tabaré Vázquez son tan absurdas (así las definió la dirigente tupamara y esposa del presidente Mujica, la senadora Lucía Topolansky) como calculadas. Por empezar, Tabaré no es ni bocafloja ni irreflexivo. Y en momentos en que se prepara para un regreso triunfal a la presidencia del Uruguay resulta revelador que vuelva a agitar el conflicto argentino uruguayo desarmado trabajosamente a lo largo de estos años por Cristina Kirchner y Pepe Mujica.
¿Será una remozada “campaña antiargentina” el caballito de batalla para este regreso de Tabaré Vázquez? En realidad, no le haría falta (y aunque nunca está de más, siempre agrega, apelar a las zonas oscuras de los imaginarios nacionales, a lo más ruin y bajo, a lo más malo de lo que los hombres llevamos adentro) Tabaré goza del suficiente prestigio como para ganar una elección sin salir del living de su casa. ¿Qué hay entonces detrás de su exacerbación de los más ridículos ánimos nacionalistas en onda futbolera?
Alguna vez, hace casi cinco años, publicamos una nota (http://revista-zoom.com.ar/articulo781.html), muy criticada por diferentes motivos en la República Oriental y defendida impecablemente por Hernán López Echagüe, también desde la República Oriental. No contenía el necesario relato cronológico de los hechos, útil para revelar por sí mismo la dosis de disparate o de perversión implícita en el conflicto por las pasteras. También pecaba de cierta ingenuidad, que es lo que nos suele ocurrir a quienes confiamos en el imperio final de la lógica, la razón o acaso el sentido común. Pero hay algunas pistas, alguna sospecha sobre las razones profundas por las cuales en vez de diluir, se buscó incentivar el conflicto, un conflicto innecesario y gratuito, independientemente de contaminaciones, inversiones y soberanías.
El conflicto fue alimentado desde ambas orillas por razones que carecían de la menor relación con el cuidado del medio ambiente o el crecimiento económico. Por ejemplo, no es casual aunque resulta chistoso, que los más desorbitados críticos de la contaminación por dióxido de cloro fueran dos años después los más desorbitados defensores de la contaminación por glifosato. En efecto, Alfredo De Ángeli, Juan Ferrari y otros dirigentes de la Federación Agraria jugaron un papel descollante en el demencial corte de ruta por tiempo indeterminado decidido por la asamblea vecinal ambiental de Gualeguaychú.
Sin embargo, las algarazas del tonto del pueblo, de un charlatán de esquina, de un dirigente gremial y del presidente de un país son todas de muy diferente nivel de trascendencia y responsabilidad: a un tonto podemos disculparle cualquier estupidez; a un presidente conviene no aceptarle ninguna.
En el caso de Tabaré Vázquez hablamos de un presidente, pues eso es lo que era en el período en que el conflicto nació, se desarrolló y estuvo a punto de explotar. Fíjense qué curioso: hasta el triunfo electoral de Tabaré, las protestas contra la inminente instalación de la pastera Ence eran exclusivamente uruguayas y había sido la maestra y edil frenteamplista de Fray Bentos Delia Villalba quien había cruzado el río en varias oportunidades para alertar a sus vecinos de Gualeguaychú sobre los riesgos de la producción de pasta de celulosa.  Pero ya antes de asumir, Tabaré Vázquez –que hasta la semana anterior a los comicios había cuestionado el contrato firmado entre el presidente Batlle y la empresa Ence– se negó a recibir a la delegación de vecinos de Gualeguaychú que, encabezados por el intendente Daniel Irigoyen, concurrieron a Montevideo a manifestarle su inquietud.
Hasta ese momento, las protestas habían sido todo lo moderadas y formales que se puede esperar de gentes razonables que hablan con gentes razonables, en el mutuo entendimiento de que unos y otros discuten y deliberan en pos de un acuerdo. No fue así. Tabaré Vázquez y con él el gobierno y la dirigencia frenteamplista le dieron la espalda –y con explícita descortesía– a los reclamos de los vecinos de Gualeguaychú. Y Tabaré redobló la apuesta: cuando ni siquiera habían comenzado los movimientos de tierra en el sitio asignado para la construcción de la planta de Ence, la pastera española decidió suspender los trabajos y en su lugar y de la nada apareció Botnia. Y en el mismo sitio, tan inconveniente, pues equivalía a edificar la planta en las narices mismas de Gualeguaychú, justa al lado del puente por el que los gualeguaychenses pasaban a diario para atender los innumerables asuntos que los ligaban a Fray Bentos más que a cualquier localidad entrerriana. Hacer la planta donde se hizo, donde se comenzó a hacer cuando los reclamos databan ya de casi dos años, fue más o menos como construirla en 18 de Julio y Acevedo Díaz o en Callao y Corrientes.
Sin entrar en las consideraciones ambientalistas, económicas o sociales sino limitándonos a la esfera política, tanto de la política local como la regional e internacional ¿cuál podía ser el propósito de construir una fábrica tan cuestionada en el lugar más ostensible y evidente, pudiéndolo hacer unos kilómetros aguas arriba o, más sensatamente, aguas abajo, donde el río se ensancha y de un lado y otro no hay más que matorrales?
¿A qué obedeció tanta obcecación? ¿Por qué tensar la cuerda hasta el punto en que la tensaron Tabaré y varios de los funcionarios de su gobierno? ¿Por qué irritar tan insistentemente de hecho y de palabra a los vecinos de Gualeguaychú? ¿Por qué transformar ese conflicto, eminentemente vecinal y ambiental, en un antagonismo nacional y político?
Basta revisar por encima los medios de la época para quedar asombrados del nivel de imbecilidad, de gratuidad y de irresponsabilidad con que se hablaba y actuaba, capaz de evocar, muy tenebrosamente, la animadversión entre chilenos y argentinos incentivada por medios y autoridades de ambos lados de la cordillera durante años, pero muy especialmente en 1977 y 1978 cuando, en ese caso sí, las dictaduras chilena y argentina llegaron al borde mismo de una guerra cuyas consecuencias ambos pueblos hubieran pagado por décadas. O más tiempo: basta ver el estado de las relaciones políticas y humanas entre Bolivia, Perú y Chile a raíz de un conflicto bélico que terminó hace 130 años pero que se prolonga hasta nuestros días, casi tantos años como cada uno de esos países llevan de existencia.
Durante más de un siglo las hipótesis de guerra chilenas contemplaban los enfrentamientos con Perú, Bolivia o Argentina, los de los militares argentinos, la guerra con Chile y Brasil, los de Brasil, el enfrentamiento con Argentina y la preeminencia en la Amazonia. And so and so. En todos los casos, esas “hipótesis”, esos “juegos de guerra” se trasladaban a las distintas sociedades, inficionaban el ánimo y la mente de los pueblos, ocupaban las primeras planas de los medios y llenaban de palabras bélicas y patrióticas los discursos huecos de políticos y militares entreguistas. Da risa recordar cómo el difunto almirante Isaac Rojas, un conspicuo sirviente  o servidor de los intereses británicos y en gran parte artífice del sometimiento argentino posterior a 1955, se descomponía en arrebatos de paranoico patriotismo alertando sobre el posible uso bélico que Brasil podría hacer de la represa de Itaipú.
Es así: nunca la hipótesis de conflicto contempló el conflicto real de nuestros países ni su defensa contra la verdadera agresión externa, que no proviene de los vecinos sino de los imperios, las grandes corporaciones trasnacionale y los grupos financieros.
Es posible evocar las apelaciones patrióticas de Carlos Menem contra los inmigrantes de los países vecinos como causantes del desempleo y la pobreza, apelaciones que vuelven a estar en bocas de otros representantes de la derecha y comprobar, con amargura, como esas ruines infamias percuden el alma y la mente de las gentes. Pero es lógico: se trata de la derecha, que en nuestros países es antinacional por sus ligazones con los intereses trasnacionales, que actúan mucho más fácilmente entre los intersticios de la desunión latinoamericana.
No hubieran provocado sorpresa éstas apelaciones patrioteras en boca de un Videla, un Menem, un Macri, un Pinochet, un Banzer o un Bordaberry. Pero en un presidente, en un importante dirigente de izquierda ¿Cómo tomarlas?
Se dirá que el conflicto argentino uruguayo a raíz de las pasteras se alimentó desde ambos lados. No es verdad, no al menos en los mismos niveles de responsabilidad. Aun con su genio arrebatado, el ex presidente Kirchner se cuidó muy bien de diferenciar entre el gobierno y el pueblo uruguayo y nunca apeló, en su cuestionamiento a las pasteras, al “orgullo nacional agraviado” o al interés patriótico sino a un bastante lavado y fingido ambientalismo.
En sintonía con esto, el rol y la opinión de la gran prensa en ambos países fue diferente: mientras del lado argentino cuestionó la supuesta dejadez y desprolijidad oficial, en el oriental se alineó firmemente detrás de la defensa nacional esgrimida por Tabaré. Lo que de por si vuelve sospechosa a esa pretendida “defensa nacional”.
Si bien todos pertenecen a los mismos partidos, debe aceptarse que la comunión de ideas y propósitos entre Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner era mayor a la que se podía verificar entre Tabaré Vázquez y Pepe Mujica. Y bastó con el recambio presidencial para que el conflicto ambiental que, al decir de Tabaré, estuvo a punto de llevarnos a la guerra, desapareciera como por encanto. Es cierto que a esto ayudó el desprestigio que su ambigua e incongruente postura en el conflicto por la resolución 125 provocó en la asamblea ambiental, pero esto no viene más que a demostrar que el “interlocutor”, el eco de las bravatas y jactancias del ex presidente uruguayo no era el ex presidente argentino y ni siquiera lo era el oportunista Jorge Busti: era Alfredo de Angeli.
La acción combinada o al menos confluyente de ambos sembró la discordia entre pueblos que, más que hermanos, en el caso de porteños, orientales y entrerrianos, son el mismo pueblo. Nada de lo que se hizo fue necesario ni mucho menos imprescindible, desde la pertinaz insistencia de construir la planta en el sitio en que se la construyó hasta la terquedad de la asamblea ambiental, que al paso que marcaban De Angeli y sus cómplices, se obcecó en un irracional corte de ruta que al tiempo que dañaba a los uruguayos de a pie, fortalecía políticamente a Tabaré, autoerigido en defensor del orgullo nacional agraviado.
Cabe sospechar que las razones profundas de Tabaré en tiempos de su presidencia estuvieran relacionadas con dos sapos difíciles de tragar para la militancia frenteamplista –que si acaso ya no existe, alguna vez fue vibrante y activa–: la contaminación ambiental y el monocultivo forestal por un lado y el tratado de libre comercio con los Estados Unidos por otro. ¿Cómo explicar un TLC sino es convirtiéndolo en un recurso defensivo ante la agresión argentina y la indiferencia brasilera? En verdad, desde el imperio de la dupla Menem‑Cavallo, nadie hizo tanto por debilitar al Mercosur como Tabaré Vázquez.
Ahora Tabaré parece volver a la misma senda, con comentarios disparatados y fuera de lugar y contexto y por si esto fuera poco, destilando su venenoso mensaje en las almas y los miedos de los niños de una escuela primaria. ¡Guerra con el vecino, que está acá al lado y que parece tan grande, que hasta viene de paseo y se nos parece tanto!
¿Qué pretende este hombre? ¿Se ha vuelto loco?
En principio y dada su relevancia e influencia, a no ser que una batería de estudios psiquiátricos y neurológicos demuestren que no está en sus cabales, nadie, y menos los uruguayos, deberían tomar sus palabras a la chacota.

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