UCRANIA. La defensa de Sebastopol (un Stalingrado diplomático para los EE.UU.)

Compartí

Artepolítica

Link to Artepolítica » Entradas

 

Por Pablo Fontana*

En las últimas semanas el coro mediático alineado con la hegemonía estadounidense nos alerta sobre el “avance” ruso en Crimea. Sin embargo, si observamos el mapa europeo de finales de la Guerra Fría, nos percataremos de que en los pasados veinticinco años Rusia no ha hecho más que retroceder. En 1990 las tropas y misiles de la OTAN se encontraban en la República Federal Alemana, a casi dos mil kilómetros de Moscú y del complejo militar-industrial soviético. Esto daba tiempo de respuesta a un ataque aéreo y una ofensiva terrestre hubiese significado una marcha lenta y devastadora, como les ocurrió a las tropas de Napoleón, al Káiser Guillermo II, y a Hitler. Desde aquellos años en que Alemania oriental fue incorporada a su par occidental y la bandera roja fue arriada del Kremlin, esa frontera no ha dejado de avanzar hacia el este, cerrándose sobre Moscú incluso desde el Sur. Doce países del centro y este de Europa, que hasta 1990 se encontraban en el Pacto de Varsovia, pasaron a ser miembros de la OTAN, que también obtuvo aliados al sur del Cáucaso e instaló bases militares en Asia Central, incluso en antiguas repúblicas soviéticas. Ahora, con los cambios políticos sucedidos en Ucrania, sólo unos pocos kilómetros separarán esas armas de sus blancos potenciales, quitando toda capacidad de respuesta efectiva a los defensores, al tiempo que importantes recursos naturales pasarán a manos de empresas europeas o estadounidenses. Consideremos por un momento el mismo escenario pero inverso. La OTAN se disuelve, México y Canadá pasan a formar parte del Pacto de Varsovia, los Estados Unidos se fraccionan en estados independientes y alguno de ellos, con una base estratégica, decide también cambiar de bando. ¿Qué ocurriría?

Inmersos en el discurso estadounidense, algunos medios desempolvan viejas paranoias fogoneadas desde el norte durante la Guerra Fría, cuando agitar el fantasma del comunismo servía sólo para reforzar la dominación imperial sobre lo que Washington consideraba su “patio trasero”. Uno de estos titulares, en forma de falacia de interrogación, cita a Lavrov desmintiendo que Rusia vaya instalar bases en Argentina, un rumor que nace de un periódico estadounidense prácticamente desconocido, en esta ocasión con base en Texas y que, funcional a ciertos intereses, se expande viralmente por los medios alineados.

La crisis de Crimea ha sido comparada con la crisis de los misiles en Cuba por el nivel de tensión entre ambas potencias militares, pero este paralelismo es acertado también en cuanto a que ambas crisis fueron presentadas en los medios “occidentales” como una agresión rusa, más precisamente soviética. En realidad, la movilización de 1962 constituyó una respuesta a la instalación de misiles nucleares de la OTAN en Turquía y al plan de invasión a Cuba, la Operación Mangosta.

Ese mismo aparato mediático, en particular el dominio casi total de la industria cinematográfica, nos hizo creer que la guerra contra el fascismo se había ganado en las playas de Normandía, olvidando la sangre derramada en las ruinas de Stalingrado. De la misma forma, evitando victimizar a quien debían demonizar durante la Guerra Fría, también fueron ignorados en “occidente” los millones de comunistas y soldados del Ejército Rojo exterminados por los nazis.

Una información clave que ha sido manipulada es el perfil ideológico de los grupos que protagonizaron las protestas Euromaidán de Kiev. Todo sugiere que esta distorsión no se origina en la ausencia de información correcta, sino que es intencionada. Al igual que ocurrió con los grupos de la oposición en Libia y Siria, retratados como freedom fighters, silenciando totalmente la presencia de grupos talibanes, de mercenarios y de mafias locales, los manifestantes ucranianos fueron representados como luchadores por la democracia, la libertad y una plena independencia de su país frente a Rusia, ocultando el fuerte componente neonazi, especialmente en los grupos más combativos como Pravi Sektor, además de la ideología de ultraderecha predominante en la oposición parlamentaria, que reivindica a colaboradores del nazismo durante la ocupación. La muerte del líder neonazi Oleksandr Muzychko en manos de las fuerzas de seguridad bajo órdenes del nuevo gobierno provisional, demuestra claramente como estos grupos fascistas son utilizados como fuerza de choque descartable. En su afán por ampliar su hegemonía y detener todo movimiento antiimperialista, comunista o proruso, la CIA apoya nuevamente fuerzas reaccionarias que hacen parecer a Putin sino un progresista al menos un demócrata.

En este punto cabe preguntarse el origen de este odio de la ultraderecha ucraniana a Rusia, cuando ambas naciones comparten sus raíces históricas. Si bien, no es algo nuevo y en parte encuentra su razón de ser en la represión sufrida bajo dominio zarista o soviético, en los últimos años este rechazo visceral a Moscú se ha profundizado gracias a la producción historiográfica sobre el Holodomor, catastrófica hambruna provocada por la colectivización forzosa (1929-1932) en los tiempos de Stalin y que ha venido a instalarse como segundo mito fundacional ucraniano, cuyo nervio central es el sentimiento antiruso que les permite separarse finalmente de ellos. Ignorando los millones de víctimas no ucranianas y a los ucranianos que apoyaron y se beneficiaron del proceso, los historiadores de la diáspora, no casualmente en universidades estadounidenses, transformaron esta catástrofe soviética de origen económico en un genocidio dirigido desde Moscú hacia el pueblo ucraniano, con claras implicancias políticas.

En el conflicto actual de Crimea los intereses de ambos lados son claros. Rusia no se resigna a perder su base naval en Sebastopol, un puerto que no necesita de rompehielos para operar en invierno, y que le da acceso al Mar Mediterráneo. Allí, otra base naval rusa, la del puerto de Tartus, también ha determinado la política exterior rusa, en forma de un decidido apoyo al gobierno Sirio, frente a las guerrillas apoyadas por los países líderes de la OTAN. Pero Sebastopol no es sólo una crucial base estratégica. Es también un símbolo poderoso para los rusos. En 1853 fue asediada por once meses por británicos, franceses, piamonteses y otomanos durante la guerra de Crimea que amenazó con transformarse en la primer guerra de carácter mundial. Casi noventa años después, durante la Segunda Guerra Mundial, Sebastopol caía bajo las tropas nazis, luego de meses de resistencia por parte del Ejército Rojo y del heroico sacrificio de los marineros soviéticos en la última línea de defensa, como fue retratado en el óleo La defensa de Sebastopol (1942) de Alexander Deinika.

Menos claros fueron los medios para indicar que es lo que gana el gobierno ucraniano con su reorientación hacia el oeste, más allá de su independencia total frente a Rusia. En primer lugar el premio lo constituye la ayuda del FMI y la Unión Europea, un salvavidas de plomo, cuyas consecuencias ya comenzaron con la imposición de ajustes que posiblemente transformen a Ucrania en una nueva Grecia, pero con una ultraderecha mucho más poderosa. Lamentablemente la salida de Ucrania de la órbita rusa, no significó un camino de verdadera soberanía e independencia.

Como era de esperarse el conflicto no está libre de cuestiones energéticas, siendo Ucrania el lugar de paso para varios oleoductos y gasoductos que desde Rusia alimentan a Europa, mientras que en Crimea se estaban explorando yacimientos que iban a ser explotados por empresas extranjeras. La dependencia energética es tan importante que frente a los reclamos estadounidenses por golpear económicamente a Rusia, sus aliados europeos no se pudieron despegar del plano formal, también por el intercambio comercial que Rusia les significa. Las amenazas de Washington fueron contraproducentes, lo único que demostraron fue su incapacidad para movilizar a Europa en una acción real contra Rusia. Por otro lado, al desconocer los resultados del referéndum en Crimea, donde la mayoría de la población, que es de origen ruso, expresaron su deseo de unirse a Rusia, coloca a Estados Unidos en una posición antidemocrática de doble estándar, teniendo en cuenta su actitud frente al referéndum de Kosovo. También la hipocresía se adueña de los británicos en relación a Crimea, la Isla Diego García y las Islas Malvinas. Hasta Mijaíl Gorbachov, ha calificado positivamente la inclusión de Crimea en la Federación Rusa, como reparación del “error” histórico de Jrushchov, que en 1954 la colocó bajo la administración de Ucrania, sin imaginar entonces que la Unión Soviética dejaría de existir. Ante las amenazas y represalias ridículas implementadas por la OTAN, el gobierno ruso no sólo no retrocede sino que desafía con realizar una jugada similar en el este de Ucrania, donde la población étnicamente rusa también es mayoría.

Los cambios de bando tienen un costo y en este caso fue la pérdida de Crimea y un aumento del precio del gas que llega desde Rusia, un saldo relativamente bajo comparado con el que debieron pagar los países latinoamericanos que intentaron salir de la órbita estadounidense en el siglo XX. Resta esperar que todos los jugadores lo acepten sin caer en un espiral que sólo llevará a un conflicto armado de enormes proporciones. A pocos meses de cumplirse un siglo del inicio de la Primera Guerra Mundial, todo indicaría que lo peor ya ha pasado. Mientras tanto, algo ha cambiado. Un imperio cuyo avance parecía imposible de detener, ha encontrado su primer freno, su Stalingrado diplomático, que incluyó también la captura de todas las bases y buques ucranianos en Crimea sin provocar bajas. Y, al igual que aquellos que en enero de 1943 se alegraban, aún conociendo los horrores del estalinismo, hoy millones en el mundo se serenan al constatar que el poder del imperio no es total y que posiblemente estemos arribando a un mundo multipolar. Lejos del pensamiento único y el fin de la historia, planteado por Fukuyama, parece que la historia aún tiene muchas sorpresas para darnos.

* Licenciado en Historia de la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Cátedra de Historia de Rusia, en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.


Compartí

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *