Barcelona, COSOFAM y una laguna de la mente
Como decía El Flaco, la memoria me resulta complicada… No recuerdo para nada a Carlota, y participé de (la) COSOFAM de Barcelona, donde estaban Elisa Rando, Rubén Lozano, Tina Eherenhaus (hoy reconvertida en Ruth De Vicenzo) Daniel Scvhiavi, Marcelo Brodsky, Alberto Varela… Y también María Eugenia Casinelli, mamá de Claudia García Iruretagoyena de Gelman y cofundadora tanto de las Madres como de las Abuelas, a la que ya conocía de acá, claro. Pero no me acuerdo de Carlota. Y lo peor es que tampoco se acuerda la memoriosa Gaby. ¿Se me estará borrando el disco rígido?
«Mirar el pasado sirve para que no se repita»
Es una Abuela de Plaza de Mayo que vive en Barcelona. Memoria, elogios al gobierno y mensaje a la juventud.
–Cómo fueron esos primeros meses?
–Las cosas fueron empeorando. Al poco tiempo de llegar aquí, mataron en una emboscada a Luis Bearzi, el marido de Graciela. Fue el tiempo más espantoso, estábamos aterrados. El parpadeo de la luz del televisor nos exaltaba. Estábamos con los teléfonos pinchados. Había que hablar sin hablar, con mucho miedo. Nuestras hijas no querían comprometer al resto de la familia entonces no daban mucha información.
–¿Sus cuatro hijos militaban?
–Sí, los cuatro. La más chica, Laura, con 16 años, se salvó de La Noche de los Lápices de milagro porque estaba en ese colegio en La Plata.
–¿Cómo se entera del secuestro de Graciela?
–Me entero cuando mi otra hija, Ana, llega a España, en marzo del ’77. A ella la pudimos convencer de que se viniera, era muy parecida a Graciela y era un peligro que estuviera allá. Llegó con su hija de tres meses en brazos y me dijo que Graciela estaba desaparecida, que no sabían nada de ella. Después nos fuimos juntando con otros argentinos que tenían el mismo problema y ahí formamos la COSOFAM. Hacíamos fiestas, tortas, rifas, de todo para juntar fondos y enviar a las organizaciones de Derechos Humanos. Luego fuimos rompiendo el silencio y empezamos a contar lo que habíamos vivido y entonces vinieron las madres y las abuelas aquí. Estela de Carlotto siempre paraba en mi casa.
–¿Cuándo volvió a la Argentina?
–En el ’78 viajé para hacer la denuncia con un recurso de hábeas corpus en Abuelas, en Madres, en CELS. Era un ambiente de secreto, nadie te decía nada. Y en cada viaje estaba en la ronda de los jueves en Plaza de Mayo. Y cada vez que volvía a la Argentina, sentía que podía desaparecer yo también, era una sensación horrible.
–Graciela tenía dos hijos en el momento que la secuestraron, ¿ella pudo verlos en alguna oportunidad?
–Sé que Graciela pudo ver a sus chicos (Mariano, de tres años y Julia de un año) dos veces mientras estuvo detenida porque frente a su casa en La Plata funcionaba una repartición del Estado donde la tuvieron un tiempo. Ahí es cuando mi suegro, que era un prestigioso ginecólogo, se da cuenta que Graciela tenía un embarazo avanzado. Después su casa fue saqueada, la vaciaron y le robaron todo.
–¿En todos estos años tuvo algún dato o indicio sobre el paradero de Graciela?
–En todos lados me decían que no sabían nada, que estaba desaparecida. Pero luego nos enteramos que estuvo detenida en el centro clandestino La Cacha. Y hay unas cartas que se mandan Camps (Ramón, ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires) con Suárez Mason (Guillermo, ex jefe del I cuerpo del ejército) donde nombran a mi hija y a siete personas más, pedían autorización para que salgan del país. Suárez Mason les dice que no. Ese fue el mayor indicio de que ella no estaba desaparecida, estaba perfectamente identificada. Después de ahí, nunca supimos más nada.
–¿Qué piensa de aquellos que dicen que revolver el pasado no sirve de nada?
–A mí me han llegado a decir «qué te importa un hueso». Pero yo digo que esos huesos van a cantar más que si estuviera vivo. Lo que no entienden es que mirar el pasado sirve para que lo que sucedió no se vuelva a repetir, el caso de Argentina debiera ser irrepetible. Aquí por ejemplo, hay mucha gente que ni quiere hablar de la época de Franco, y muchos jóvenes no saben absolutamente nada de lo que sucedió. Por eso hacen bien en Argentina en llevar el tema de la memoria a las escuelas.
–¿Qué sintió cuando se reabrieron los juicios por delitos de lesa humanidad en el país?
–Ningún gobierno ha hecho lo que hicieron Cristina y Néstor por los Derechos Humanos. Aquí cada vez que escucho de argentinos que critican a la presidenta yo les digo que los argentinos nos hemos chupado toda la peste que había, entre los milicos, De la Rúa y Menem, y han estado chochos porque estábamos en el «Primer Mundo», y ahí no chillaron ni nada.
–¿Qué mensaje les daría a los jóvenes militantes de hoy que, por ejemplo, están saliendo a las calles de España?
–Yo me maravillo con esos jóvenes. Yo no voy porque me van a correr y me van a pegar, pero hay una edad para todo. Y la juventud es la edad para luchar. Los palos que les meten a los chicos en las manifestaciones genera mucha bronca y los jóvenes no debieran quedarse quietos, porque si no lo hacen ellos quiénes lo van a hacer. Al poder le conviene el quietismo. «