CASO MILANI / 2. La necesidad de una fuerza armada nacional y la autoridad presidencial
Horacio Verbitsky dice en una nota titulada El cantinero sabía que el subteniente César Milani no podía ignorar la existencia de un centro clandestino de detención en el Batallón 141 de Ingenieros de La Rioja, donde prestaba servicios en 1976 y tampoco que el soldado Agapito Ledo había sido secuestrado y asesinado. Argumenta que hasta el cantinero del Batallón declaró que «en la unidad se comentaba que un soldado fue llevado a Tucumán y asesinado ‘por usar la bazuca a lo extremista'». Y continúa: «Si el concesionario civil sabía de lo sucedido, ¿quién puede creer que lo desconociera el oficial que llevó a Ledo en comisión y que luego instruyó el acta falsa sobre su deserción?». Y agrega que el caso de Ledo, el único soldado que hacía su conscripción en La Rioja y fue secuestrado, fue tan notorio que diez días después de que Milani firmara el acta de su supuesta deserción, el jefe de la guarnición militar La Rioja, el coronel Osvaldo Héctor Pérez Battaglia exhortó públicamente a «combatir al delincuente que disfrazado de soldado destruye la vida de los defensores de nuestra nacionalidad».
Mientras la justicia investiga los hechos, supongamos por un momento que todo lo dicho acerca de este caso es cierto: que el infortunado Agapito Ledo era o había sido del ERP, que los militares lo descubrieron (que lo hayan hecho por la manera de empuñar una bazuca parece bastante raro, pero en fin…) y que, una vez trasladado a Tucumán con otros efectivos del batallón riojano, fue secuestrado, torturado y asesinado. Y que al cumplir por órdenes de sus superiores las diligencias y trámites formales de declararlo desertor, Milani no pudiera ignorar el hecho de que Ledo había sido secuestrado y muy posiblemente asesinado (o que si no había asesinado todavía, pronto lo sería).
Supongamos, digo, que Milani no podía sino sospechar o que sabía fehacientemente que el Ejército mataba a los «extremistas» que descubría en sus filas. ¿Esto no es válido también para todos los militares de su promoción y varias de las siguientes, incluyendo a los luego dados de baja por desafectos a la dictadura, como los que integraban el llamado Grupo de los 33 Orientales?
No es válido incluso para el teniente general Martín Balza, autor de la célebre autocrítica militar, que en aquellas fechas ya era mayor, no un simple subteniente como Milani?
Pienso en un militar probo que estuviera en actividad en aquella época infausta. Pienso en mi amigo José Luis D’Andrea Mohr… y enseguida lo descarto porque D’Andrea Mohr, el capitán sin tacha, fue un fuera de serie.
Pienso entonces en el capitán Ernesto Facundo Urien… de quien en el juicio que en Salta acaba de condenar a prisión perpetua al teniente general Héctor Rios Ereñú -jefe del Ejército en el gobierno de Raúl Alfonsín- se destacó su proceder, por haber devuelto a su familia biológica a dos hermanitos, hijos de desaparecidos, que estaban a punto de ser apropiados.
Urien, que tenía un hermano guardiamarina y montonero preso en la U-9 de La Plata, no podía desconocer que había decenas de compañeros de su hermano desaparecidos. Y no sé fue voluntariamente del Ejército, sino que lo echaron.
De hecho, yo no conozco (no digo que no los haya habido, sólo que no los conozco) casos de oficiales que se hayan ido voluntariamente del Ejército a causa de los crímenes de lesa humanidad que comentían sus superiores. ¡Ni D’Andrea Mohr se fue entonces por ese motivo!
¿Entonces? Entonces sucede que quienes quieran tener plena certeza de que el jefe del Ejército no haya tenido absolutamente nada que ver con la represión, tienen que dar la cara y abogar por la baja completa de la promoción 106, a la que pertenece Milani, ahora de 60 años, y las subsiguientes promociones hasta al menos la 113, cuyos miembros egresaron prematuramente del colegio Militar a causa de la guerra de Malvinas… Aunque más seguridad daría que fuera de la 114, egresada a fines de 1983.
Solamente en el primer caso, habría que despedir a más de mil oficiales. Es decir, mandar a la calle a más de mil profesionales de las armas en momentos en que la mayor parte de los policías del país ha incurrido en actutudes sediciosas… Un suicidio político.
En este contexto, es inevitable no plantearse la pregunta: ¿queremos y/o necesitamos fuerza(s) armada(s) o no? Yo creo que no es posible sostener ningún proceso de transformaciones profundas sin unas fuerzas armadas nacionales.
Pienso en Velasco Alvarado, en Torrijos, en mi tocayo Torres, y en el propio Chávez. Militares todos que en su momento combatieron a las guerrillas que hubo en sus países y luego mudaron ¡vaya si mudaron! de posición. Torres fue asesinado en Buenos Aires en el marco del Plan Cóndor y es muy posible que también Torrijos y Chávez hayan sido asesinados por el imperialismo.
Sospecho que el Cels, financiado en gran medida por capitales estadounidenses, no debe tener la convicción de que Argentina necesita una fuerza armada nacional. Sospecho que acaso varios de sus miembros preferirían que no la tuviera. Que fuera como Costa Rica… que en los últimos años se ha convertido en una semicolonia de los Estados Unidos.
A pesar de la defección de tantas almas bellas, no me siento solo. Creo estar acompañado nada menos que, entre otros, por Evo Morales, Rafael Correa y demás mandatarios de la Unasur.
Bolívar y San Martín, bueno es recordar, fueron militares.
Como dijo Teodoro Boot, nos gustaría tener a Savio o San Martín como jefes del Ejército, pero no están disponibles.
Tampoco lo están el general Mosconi ni el coronel Chilavert, agrego yo.
Hay que llevar los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura hasta sus últimas consecuencias.
Caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
Ergo: el teniente general Milani debe ser investigado por la justicia.
Porque en la Argentina nadie debe tener coronita.
No pongo las manos en el fuego por nadie, pero defiendo la potestad de la Presidenta, como comandanta suprema de las fuerzas armadas, de nombrar a sus colaboradores inmediatos (y más, si cabe, si se tiene un ministro de Defensa como Agustín Rossi, quien también merece largamente un voto de confianza) con el único requisito constitucional de que esos nombramientos sean aprobados por el Congreso.
¡Cuanta mala fe! ¿Por qué creerle a quien aparece como responsable directo de la desaparición del soldado Ledo (era su jefe de compañía, lo que Verbitsky obvia) y nunca abjuró de la dictadura y no a quien se proclama comprometido con las transformaciones emprendidas en la última década y era entonces apenas un subordinado de aquél, que le ordenó hacer de sumariante?
Porque Verbitsky cita a Sanguinetti, que dice que le encargo a Milani «la investigación profunda» de la desaparición de Ledo (frase que rezuma tanto cinismo como encono contra «el traidor» Milani) y se abstiene de todo comentario crítico, dándola tácitamente por buena…
Es más, dice que esa frase de Sanguinetti «confirma» lo dispuesto por el Código de Justicia Militar y los reglamentos entonces vigentes… que, como la propia desaparición de Ledo prueba, eran papel mojado.
Verbistky arroja la piedra y esconde la mano.
Porque ¿Alguién de buena fe puede creerle a Sanguinetti?
¿Dónde están las investigaciones de los medios (de todos, los de allá pero también los supuestamente de acá) sobre Sanguinetti, el sospechoso «clavado» de haber ordenado la muerte de Ledo?
¿Alguién le conoce la cara? ¿Sabe dónde vive? ¿Investigó su historia?
¿No deja esto en claro que los ataques a Milani son, en realidad, ataques a la investidura presidencial?
PS: La Nación de hoy ha confirmado mis aprensiones. Leemos en su portada, Inquieta a oficiales el alineamiento de Milani con Cristina (¿con quien querrán que se alineé el jefe del Ejército si no es con su Presidente/a? ¿Con el presidente Obama?), que empieza así: «El firme alineamiento del Ejército al ‘proyecto nacional y popular’ (…) no es unánime en las filas castrenses». Por supuesto, La Nación (que debería llamarse La Colonia) aboga por un ejército que no sea nacional no popular. Y en los últimos días no para de elogiar al Cels e incluso a Horacio González.