DIEGO DULCE. Un buen recuerdo

Estar en medio del campo sin conexión a internet tiene ventajas y desventajas. Entre éstas, que muchos comentarios se publicarán aquí desfasados. Y se dejarán de comentar notas que valen la pena. Lo primero que me causó estupor fue enterarme por el diario de la muerte del colega Diego Dulce sin haber sabido previamente de que estaba jodido a causa de un accidente laboral: haber sido atropellado por una moto en el cruce de las avenidas de Mayo y Nueve de Julio cuando estaba cubriendo un fracacerolazo para la agencia DYN. Ni siquiera sabía, o tenía presente, que estuviera trabajando en DYN. La noticia me lleno de estupor porque uno espera que noticias así le lleguen via bemba, por las redacciones. Lo que me lleva a reflexionar que desde que existe internet, y sobre todo Google, las antaño ruidosísimas redacciones, ya asordinadas por el reemplazo de las olivettis y remington por las pecés, se han tranformado en poco más que tumbas, dónde (a juzgar por las barbaridades que se publican) preguntarle a un compañero para no meter la pata hasta las verijas es una costumbre en desuso, y consultarlo con Google, algo que no tiene el suficiente uso.
Nunca fui verdaderamente amigo de Diego Dulce, del que solo sabía que habia sido hombre de fe, seminarista y militante peronista. Pero sentí varias veces la irradiación de buenas ondas que me enviaba cuando éramos compañeros en Télam, durante el menemato, con el que nunca comulgó. Ya con estas dos cosas (que fue peronista y que no fue menemista) me alcanzan para recordar a Diego, cuyo comportamiento de compañero para conmigo siempre hizo honor a su apellido.