|

EL ASESINATO DE UN AGENTE DE LA SIDE Y EL ATENTADO A LA AMIA

​El martes, cuando llegué a la redacción, un compañero me había dejado esta nota, publicada en la contratapa de La Nación, junto al teclado. Me alegré de por fin poder leer una nota de periodismo de investigación (es decir, de buen periodismo), con una extensión mímima que permite desplegar un tema. Y no sólo porque el escogido es muy interesante (le habíamos dado temprana cabida en estas páginas, incluso dándole pábulo a versiones oficiosas y contreras) y que como se cuenta sucintamente aqui y con mas detalle a continuación, hubo versiones de que quienes mandaron a los policías que mataron al Lauchón creían que estaba con él nada menos que el incombustible ingeniero Antonio Horacio «Jaime» Stiusso, y hasta e incluso Jorge Asís (que también reportó a «la casa») postuló que cierto «Japonés» que fue intendente y es ahora senador provincial habría estado encargado de matar a Stiusso… pero que lo secuestraron y contó todo… Debo decir que estas versiones me parecen poco creíbles por la sencilla razón de que los sexagenarios no solemos dormir en camas ajenas ni estar despiertos a la madrugada, y porque, por otra parte, me parece más verosímil la especie que susurra que el Lauchón había perdido el favor de Stiusso.

También me gustó que el autor fuera  Jorge Urien Berri, por regla general una garantía de buen hacer periodístico, de profesionalismo. Para quienes no lo tengan presente (porque Urien aparece poco por la tele) baste decir que a su investigacion sobre la muerte del soldado Carrasco se le debe, en enorme medida, que Carlos Menem haya terminado con el servicio militar obligatorio (lo que, de paso, cañazo, le vino de maravillas al riojano, que no daba puntada sin hilo, para hacerse de sopetón con miles de fusiles FAL que le había prometido a Ecuador y que pulió y envió como si fueran nuevos).

En síntesis: Urien Berri es el periodista de La Nación en que más confio, por lo que me adentré en su nota leyéndola despacito, escanciándola, con fruicción.

No voy a decir que me sorprendí al constatar la catadura del asesinado, que se la pasaba libando en prostíbulos y clubes nocturnos y de intercambio de parejas y planeaba montar él su propio superquilombo en Misiones, pero siempre es triste comprobar a que se dedican los que ingresaron a la SIDE en las postrimerías de la dictablanda del general Alejandro Agustín Lanusse con la misión de preparar el golpe restaurador que habría de ejecutarse en marzo de 1976, que es lo que unifica al finado Viale con él proxeneta Raúl Martins y con Stiusso (¿Por que nadie les pregunta que hicieron en la dictadura?). Martins se fue de la SIDE ya hace mucho. Stiusso y Viale eran de los más viejos que seguian en nómina en la ahora rebautizada Secretaría de Inteligencia, a secas.

Un mensaje pueril

Al llegar a la parte de la AMIA, sufri una decepción. No tengo nada personal contra Claudio Lifschitz, pero tengo muy presente que era un agente de la Policía Federal infiltrado en el juzgado de Juan José Galeano, que a su vez respondía al jefe de la SIDE, Hugo Anzorreguy, y por indicación de éste, a Carlos Corach. Y por lo tanto que la pelea entre Lischitz y Galeano fue en gran medida la pelea entre la Federal y la «Sala Patria», el grupo de la SIDE preferido por Anzorreguy y el que le pago 400 mil dólares a Telleldín para que acusara falsamente al comisario Ribelli y los demás miembros de su banda de policías bonaerenses, que aunque muy delincuentes, nada había tenido que ver con el ataque a la AMIA. Todo ello, como es obvio, para encubrir a los verdaderos asesinos.

También tengo claro que tanto en la colocación de las bombas que volaron la Embajada de Israel y la AMIA como en el inmediato encubrimiento de la mecánica de estos hechos, participaron efectivos y «plumas» de la Federal (como denuncié en Madrid ante el juez Baltasar Garzón en 1997)… como Lifschitz. Por lo que no me parece prudente creerle de buenas a primeras a un ex agente de la fuerza sospechada.

Pero esto no es todo: como el mismo Lifschitz se jacta y Urien Berri consigna, antes (o antes y después) Lifschitz fue abogado de los prostíbulos de Raúl Martins (y luego abogado de su hija enfrentada mortalmente con su padre proxeneta) y «muy amigo» tanto del asesinado Lauchón Viale como de su jefe y mentor Stiusso, alías «Jaime Stiles».

Es decir que en estas ligas, Lischitz se comportó en el mejor de los casos como un hombre de lealtades sucesivas, jugando en varios equipos, y que su última y más duradera lealtad, como el mismo señala, fue con la SIDE de Stiusso. Que se encargo de viabilizar todos los requerimientos de los servicios secretos de Israel en la causa. Esto es, de evitar por todos los medios que se sepa quien y por qué puso las bombas, y garantizar que las culpas se descarguen en Irán.

¿Por qué? Porque como ya expliqué (puedo volver a hacerlo, si alguién lo requiere) las bombas son un mensaje «¡Paguen lo que deben!» a banqueros y financistas judíos que se quedaron con dinero procedente del tráfico de drogas, dinero que debían blanquear, lavar y reintroducir en el sistema bancario de los Estados Unidos para que los narcos, descontado el porcentaje de aquellos, pudieran hacerse con el dinero.

Diversas circunstancias (la caída de Pablo Escobar, el desbaratamiento por el juez Garzón de la cadena de lavado organizada por los gobiernos de Siria y Argentina con la anuencia y sospechada  participación de la CIA y el Mossad -Yomagate-; la detención por el mismo Garzón en el aeropuerto de Barajas de Monzer al Kassar en 1992 y el nuevo desbaratamiento que supuso la denuncia de la Operación Unigold por la justicia italiana en enero de 1994) hicieron posible que los banqueros y financistas que lavaban el dinero se lo quedaran.

Ante esta realidad, la excusa de que el accionar deletereo de la SIDE en la destrucción sistemática de pruebas fue por vergüenza porque habían tenido infiltrada una célula iraní que se escapó de su control y voló la AMIA es un intento pueril de reintroducir por la puerta falsa la pretendida participación de Irán, supuesto sobre el que no hay absolutamente ninguna prueba.

Y, de paso, justificar las múltiples trapisondas y felonías del tándem Stiuso-Nisman.

Es fácil de ver: las decenas de casetes con escuchas telefónicas que se «perdieron» tanto en el Departamento de Protección al Orden Constitucional como en la SIDE (pues de todos se habían hecho una copia) se «perdieron» o destruyeron, ambos, por «órdenes de arriba». Y no sólo porque en los miles de horas grabadas al personal de la embajada de la República Islámica de Irán y a otros iraníes no había nada que los involucrase con los atentados. La razón princìpal, puede deducirse fácilmente por lo poco que se preservó, fue que las grabaciones al teléfono de la casa de Carlos Telleldín en Villa Ballester (cuando Telleldín, oliéndose que había sido elegido como cabeza de turco o pato de la boda, se piró a Misiones, y su casa estaba ocupada por agentes de la SIDE que cuando El Enano llamaba lo amenazaban para que regresara y se entregara) eran dinamita pura, al poner en evidencia que Telleldín culpaba de su situación a la banda policial a cuyos miembros había entregado una Trafic que los diarios decían (falsamente) que había servido de vehículo-bomba.

Tal como demostró Horacio Verbitsky en su nota InfAMIA) los gobiernos de Israel y Argentina acordaron una versión falsa del atentado (camioneta-bomba/conductor suicida/ responsabilidad de Irán) y de ahí deriva todo lo demás, cuyo fruto son las insostenibles acusaciones del fiscal Alberto Nisman, aún mas delincuente que Juan José Galeano (que no por nada permanece impune, ya que si fuera preso trataría de arrastrar consigo a unos cuantos) como el tiempo inexorablemente se encargará de demostrar si se conforma la «Comisión de la Verdad» integrada por juristas notables e independientes que prevé el memorando de entendimiento argentino-iraní.

Es una pena que La Nación, tal como vino hacieno desde 72 horas después del atentado a la Embajada de Israel, siga firmemente comprometida con el encubrimiento.

Porque a mi juicio está claro que Lifschitz trabaja para Stiusso y que, al darle pábulo a sus paparruchadas, también lo hace -descuento que gratis e involuntariamente- Urien Berri.

A quien voy a llamar ahora mismo para ver si quiere polemizar.

Ahora los dejo con su nota:

A fondo

El espía: Lauchón Viale, el hombre que sabía demasiado

La misteriosa trama detrás de la muerte de un agente de la SIDE

Por Jorge Urien Berri  | LA NACION


La víctima, Lauchón Viale, agente de contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE. Foto: Archivo 

Vinieron a matarme, se habrá desesperado el Lauchón, sin resignarse a lo inconcebible, mientras seguía disparando con su Glock. Morir él, el Lauchón, mano derecha de uno de los hombres más poderosos del país, morir en ropa interior, agazapado en el baño de su casa mientras su esposa, María de Fátima, aguardaba aterrada en el borde de la cama. Morir él, conocedor de tantos secretos y mentiras del poder. Morir bajo el fuego de los subfusiles que disparaba desde el pasillo la hilera de policías del Grupo Halcón de la Bonaerense que irrumpieron en su casa de Moreno como una tromba después de destrozar la puerta gritando «¡Alto!» y no «¡Policía!».

Los siete halcones de la fila declararon que aquella madrugada del 9 de julio de 2013, minutos antes de las 6, se presentaron como policías en la casa de La Reja, y que el Lauchón les disparó y ellos respondieron. Tal vez ése fue el error de Pedro Tomás Viale: no saber, no creer que los invasores eran policías y no asaltantes, y que alguien había decidido -ordenado- su muerte. La esposa y los dos testigos que llevó la policía negaron que éstos se identificaran como tales. También el juez que los procesó.

Cómo iba a creer el Lauchón, agente de contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE, que a él, hombre de máxima confianza del ingeniero Antonio Stiuso, eterno factótum de la central de espías, los de la Bonaerense fueran a matarlo como a un perro a sus 59 años, si tantas veces había actuado con el Grupo Halcón en causas de narcotráfico, aunque ubicado detrás de la fila india, no en la mira de los subfusiles MP5 que tal vez gatillaban sus ex compañeros de procedimientos.

Por eso siguió disparando su Glock, que hirió a un halcón en un pie mientras gritaba: «¡Chapa, chapa! ¡Mostrame la chapa!», ordenándoles primero, casi rogando después, que probaran que eran policías y no asaltantes, como él creyó al principio, según relata su mujer.

Ella declaró que los policías dispararon apenas derribaron la puerta del living, antes de que su marido pudiera manotear la Glock. Los que vieron el expediente subrayan que los orificios en la pared del living indicarían que los halcones entraron disparando. Él devolvió el fuego y ellos lo multiplicaron hasta que cesaron los gritos y los disparos desde el baño.

El 9 de julio de 2013, a las 6, un grupo de asalto táctico de la Bonaerense entró a los tiros en la casa de Pedro Tomás Viale, en Moreno, en un operativo antidrogas. Foto: Ricardo Pirstupluk

«¿Sabés qué? Ocho horas antes, la noche anterior, en su casa, me dijo que había decidido retirarse. La idea no le gustaba, lo apasionaba su trabajo, pero tenía problemas cardíacos y le habían colocado dos stents. Podía haberse retirado antes porque ellos tienen un régimen especial, pero le encantaba lo que hacía. Entró en la SIDE a los 19 o 20 años. Su padre, mi abuelo, trabajaba allí. De chicos mi viejo nos decía: «Trabajo en una oficina de la Presidencia de la Nación»», cuenta a LA NACION su hijo mayor, Leonardo, odontólogo, de 37 años.

Murió acribillado . Once orificios de bala, uno en la cara y seis en el tórax, abrieron un misterio más de los tantos que en la Argentina combinan crimen y política, bajos fondos y altas esferas, y que, por eso, nacen condenados a la impunidad.

Su muerte simboliza la pérdida de poder de la ex SIDE desde que Cristina Kirchner privilegió a Inteligencia del Ejército. Matar a un hombre de confianza de Stiuso fue como abofetear al hombre que vio sucederse, como cuadros que se cuelgan y descuelgan, a cada jefe político de la secretaría, o Señor 5, en el edificio de la calle 25 de Mayo, frente a la Plaza de Mayo. En el mismo terreno se alzaba el Gran Hotel Argentino, en el que José Hernández escribió el Martín Fierro. Luego se fabricaron allí, sin métrica ni rima, algunas de las peores ficciones de la Argentina.

¿Cuál de los tantos asuntos en que el Lauchón intervino profesionalmente le valió la muerte? ¿Narcotráfico, contrabando, secuestros, la investigación de la voladura de la AMIA? ¿O una investigación sobre la jefatura de la policía bonaerense? Un allegado a la ex SIDE descarta esta última hipótesis y admite que el asesinato -así lo califica- pudo haber sido un medio para golpear a Stiuso y al organismo, «una represalia por las bandas de narcos que atrapó la SIDE y que tal vez hacían negocios con policías».

El Grupo Halcón irrumpió en la casa de Rocha Blaquier 1502 por una investigación de narcotráfico a cargo del juez federal de Tres de Febrero, Juan Manuel Culotta. La secuencia, por burda, roza lo irracional.

La intervención del grupo de elite no la dispuso Culotta, quien sí ordenó el allanamiento, sino el jefe de la Subdelegación de Investigaciones del Tráfico de Drogas Ilícitas de San Miguel de la policía bonaerense. En esa reparticiónsabían muy bien quién era el Lauchón. Curiosamente, al frente del procedimiento se designó a un oficial principal de otra dependencia, ajeno a la investigación. El juez ordenó 18 allanamientos aquel 9 de julio, pero el único en el que intervinieron los halcones fue el de la casa del espía. Allí no encontraron drogas ni documentos ligados al narcotráfico; tampoco en la casa de Luciano, uno de los tres hijos de Viale.

En las escuchas telefónicas, el Lauchón habla con un sospechoso de narcotráfico que quería comprar terrenos y viviendas desocupadas con dueños fallecidos, y procuraba su intermediación. «Nunca hablaron de narcotráfico. Hay casi dos años de escuchas, como si alguien hubiera estado a la pesca de un pretexto para actuar contra Viale», afirmaSantiago Blanco Bermúdez, abogado de los familiares, que en la causa de la muerte son querellantes, al igual que la ex SIDE.

En la causa de narcotráfico hay cinco procesados enviados a juicio; uno de ellos, el hombre que hablaba con el Lauchón. «Era uno de sus tantos informantes», agrega Leonardo. Y tal vez lo más importante: a la Departamental San Miguel no le interesó averiguar si en su calidad de espía el Lauchón estaba investigando a los narcotraficantes o intentaba infiltrarse en la organización.

Para el juez federal de Morón, Juan Pablo Salas, al Lauchón fueron a asesinarlo. Cuando procesó a diez policías bonaerenses por homicidio calificado -agravado por ser policías- el juez afirmó que entraron sin identificarse provocando la reacción del espía y que, «abusando de su función», lo mataron. El operativo -escribió- fue deliberadamente violento para provocar «la reacción de la víctima» y justificar «la respuesta que terminó con la vida de Viale.» Aunque los procesamientos resueltos hace dos meses están apelados, el jefe de Narcotráfico de la policía bonaerense perdió su puesto.

El juez comparó la operación con los procedimientos de la dictadura. En su resolución pesó el valiente testimonio de un oficial principal de la Bonaerense que actuó en la causa de narcotráfico y que aclaró que el objetivo del allanamiento se reducía a la búsqueda de documentación.

Mientras la investigación sigue, parecería que aquella madrugada se enfrentaron dos piezas ciegas de un juego que les era ajeno por completo: los que fueron a matar al Lauchón, quizá sin saber las consecuencias, y el Lauchón, que tenía que morir para que Stiuso salga herido. Aún se ignora quién movió las piezas.

Cassettes perdidos de la AMIA

Las vidas del Lauchón y de Claudio Lifschitz se cruzaron muchas veces sin que nunca se hablaran o cambiaran un saludo. El camino de tantos cruces fue la investigación de la voladura de la AMIA.

«Por lo que leí, fueron a fusilarlo», no duda Lifschitz, abogado, ex oficial de Inteligencia de la Policía Federal y ex prosecretario del ex juez federal Juan José Galeano en la causa AMIA. «En Inteligencia es todo muy sucio», agrega, en un bar de Tribunales, luego de pedirle al custodio que le asignó la Justicia que se siente en otra mesa.

Si Galeano ya no es juez y la causa AMIA comenzó a revelarse como un armado cada vez más difícil de ser sostenido, se debe en buena medida a las denuncias de Lifschitz, que le valieron acusaciones judiciales, un secuestro en marzo de 2009 en el que le tajearon la sigla AMIA en la espalda y un intento de asesinato en julio de ese año. También fue abogado de los boliches de Raúl Martins, agente de la SIDE hasta fines de los 70 y «muy amigo del Lauchón y de Stiuso«, dice Lifschitz.

«No creo que el Lauchón anduviera en el narcotráfico, no tenía pinta de tener dinero. Era, sí, un hombre de la noche. Alto y canoso, bien vestido, iba mucho a Top Secret, en Artigas al 1400 -recuerda Lifschitz-, y a otros dos boliches de Martins. Le gustaba Top Secret, donde la pared de un reservado permitía acceder a un departamento con salida a la avenida Juan B. Justo. Bebía mucho y alardeaba de su poder y de su lugar en la SIDE. Una noche tomó mucho en otro local de Martins, sacó su arma y disparó hasta que lo desarmaron. Salvo por la bebida, era amable, correcto.»

Del relato de Lifschitz surge que uno de los episodios más oscuros del caso AMIA comenzó en la barra de Top Secret. «El barman era un iraní de unos 30 o 35 años, Ebrahim, a quien Martins propuso como traductor de farsi de la SIDE. Tradujo antes y después de la voladura de la AMIA.»

Lifschitz remarca ese «antes y después», porque cuando trabajaba en el juzgado de Galeano descubrió que antes del atentado el juez federal de Lomas de Zamora, Alberto Santa Marina, ya investigaba una célula iraní integrada, entre otros, por Khalil Gathea. «Los teléfonos de Gathea y los demás estaban intervenidos irregularmente por la SIDE antes de la voladura. Las traducciones las realizaba el barman Ebrahim, me lo dijo él. Después de la voladura, Ebrahim tradujo muchas grabaciones telefónicas, por ejemplo de Moshen Rabbani [ex agregado cultural de la embajada de Irán en Buenos Aires].» Son los famosos cassettes con miles de horas de conversaciones que se perdieron. «¿Por qué la SIDE escuchó a los iraníes y lo ocultó? Son 40.000 horas de escuchas desaparecidas», pregunta Lifschitz.

En un libro ya inhallable (AMIA, por qué se hizo fallar la investigación) y en declaraciones posteriores, Lifschitz denunció con documentación que la SIDE había infiltrado la célula de Gathea, pero que días antes del atentado el grupo «se les escapó, lo perdieron, y días después voló la AMIA». En la hipótesis de Lifschitz, el papel entre irregular e inepto de los espías explicaría la extraña actitud de la ex SIDE en la causa. «El Lauchón -agrega Lifschitz- le pidió a Ebrahim que se pegara a Gathea.».

Poco después del intento de asesinato, en 2009, Lifschitz y su custodio de la Federal encontraron en el limpiaparabrisas del auto una servilleta de papel donde estaba escrito a mano «Lauchón» y un número de teléfono «de una base secreta de la SIDE en la calle Estados Unidos». Dice Lifschitz: «No lo llamé. Hice la denuncia, igual que había denunciado lo del traductor, pero la Justicia encargó la investigación a la SIDE, principal sospechosa.»

Blanco Bermúdez, abogado del Lauchón en la causa «de la servilleta», afirma que el peritaje caligráfico arrojó que no la escribió él, y en cuanto a los cassettes desaparecidos, recuerda que se condenó a un comisario de la Policía Federal.

Otro cruce en sus caminos ocurrió a raíz de una denuncia que, con la asistencia de Lifschitz, una hija de Martins hizo contra su padre por trata de personas, denuncia luego desestimada por la Justicia. «Hubo un pedido al Lauchón para que enviara unos matones a la casa de la hija de Martins, pero chocaron con mi custodia -recuerda Lifschitz-. Tal vez él no sabía a dónde debían ir, porque conocía a la hija de Martins desde que era una niña. Como todo el mundo, ella lo llamaba Lauchón.»

«Su trabajo era la noche, en la noche estaban sus informantes. Y a pesar de eso, nunca fue un padre ausente. Y nunca lo vi borracho. Ahora que sí está ausente sentimos tanto su falta», dice Leonardo. Piensa, y agrega: «Conociéndolo, jamás iba a tirotearse con la policía. Cuando yo llegué, a las 8, el Grupo Halcón no dejaba entrar a nadie en la casa, ni siquiera a los de la Bonaerense. Mi madre me contó que un efectivo le preguntó, asombrado: «¿Su esposo era el Lauchón, de la SIDE?»».

En algún momento Leonardo quiso imitar a su padre e inaugurar la tercera generación familiar en la central de espías. «Me dijo que no, que ejerciera mi profesión.» 

-¿Te dijo por qué?
-Nunca me lo dijo.

Voces en un oscuro episodio

Juan Pablo Salas
Juez Federal de Morón
«El operativo fue deliberadamente violento para provocar la reacción de la víctima y justificar la respuesta que terminó con la vida de Viale» 

Claudio Lifschitz
Ex subsecretario federal
«Por lo que leí, fueron a fusilarlo. En Inteligencia todo es muy sucio» 

Leonardo Viale
Hijo del Lauchón
«Ocho horas antes de su muerte me dijo que había decidido retirarse. Lo apasionaba su trabajo, pero tenía problemas cardíacos y le habían colocado dos stents»
«Su trabajo era la noche; en la noche estaban sus informantes».

Un operativo inexplicable

  • El 9 de julio de 2013, a las 6, un grupo de asalto táctico de la Bonaerense entró a los tiros en la casa de Pedro Tomás Viale, en Moreno, en un operativo antidrogas
  • El Lauchón disparó desde el baño contra quienes irrumpieron en su casa de Rocha Blaquier al 1500, en La Reja, mientras les gritaba que se identificaran
  • Recibió once tiros, seis de ellos en el tórax y uno en el rostro. Él hirió a un policía del Grupo Halcón en un pie
  • El juez había ordenado 18 allanamientos por el caso. El único en el que intervino el grupo Halcón fue el de La Reja. Allí no encontraron droga ni otras pruebas.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *