Imperdible: Diez años de periodismo asalariado

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Fuí testigo de el proceso mediante el cual mi amigo Claudio pasó de militante del MTD al excelente profesional y sacrificado gremialista que es hoy. En el ínterin, desgraciadamente, lo he perdido como ayudante, ya que su colaboración fue invalorable para que hace ya lejanos seis años publicará el que es hasta ahora mi último libro, «Narcos, banqueros y criminales». Tenemos algún proyecto común que ojalá fructifique. No se pierdan esta nota, que traza un interesante racconto de lo sucedido en el medio periodístico en la última década.

Paritarias de prensa / Darío y Maxi / De un tirón

Una década en el cuerpo

Por Claudio Mardones / Crisis
http://www.revistacrisis.com.ar/una-decada-en-el-cuerpo.html

Es probable que Magnetto nunca lo haya pensado así, pero la masacre del Puente Pueyrredón es el primer quiebre de aquello que durante años fue un continente glaciar e impenetrable. Diez años después las paritarias de prensa vuelven a incomodarlo, igual que al gobierno que lo eligió en 2008 como su principal enemigo. En el medio, una generación de periodistas se hace presente, de otra forma.

Hace un año, mientras estaba lejos de Buenos Aires, mis compañeros me eligieron delegado paritario, a propuesta del gordo Wall. Todavía lo maldigo y, a la vez, le agradezco semejante gesto, especialmente porque desde entonces me tocó participar de una discusión salarial que hacía 37 años no sucedía de ese modo y cuyo desenlace, bastante complejo por cierto, nadie creía posible.

El sindicato, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), que se autoerigió durante décadas como el último defensor de la revolución socialista, nunca llamó a paritarias para la rama diarios desde la recuperación democrática y, gracias a esa ausencia, el viejo convenio colectivo de trabajo del 75 nunca había sido repasado. Según contaron algunos sobrevivientes que estuvieron en aquella paritaria, muchos de los puntos que no se resolvieron con porcentajes quedaron en pesos moneda nacional porque estaban seguros que al año siguiente los podrían ajustar mejor. Pero como sucedió con los demás convenios del 75, quedó virtualmente en el suelo desde el golpe militar.

Para entenderlo, quizás habría que bucear en las características del trabajo asalariado y en las cambiantes subjetividades de los trabajadores de prensa, un gremio caracterizado como bastante sectario, elitista, egoísta y mezquino. Aunque también es cierto que en los últimos años, especialmente desde el cierre de Crítica, ese mismo gremio comenzó a mostrar un comportamiento diferente y se animó a señalar la inacción de un sindicato que en el año 2000 no dijo una palabra cuando Clarín decidió despedir a 117 trabajadores, entre ellos a todos los delegados de su comisión interna.

Desde comienzos de 2012, sin embargo, cuando la negociación con la cámara que reúne a los dueños de los diarios más influyentes se encaminaba a cumplir un año, el conflicto empezó a tomar cuerpo. Con los acuerdos por empresa de 2011 ya vencidos, la necesidad de un nuevo aumento se hizo patente en los bolsillos y los tiempos se empezaron a acortar.

Ahora sabemos que la conducción del sindicato comenzó a cuestionar a su propia representante en la paritaria, la secretaria gremial, cuando empezó a notar que contra todos sus pronósticos y a pesar de las enormes diferencias que existían en el plenario de comisiones internas, había posibilidades concretas de que se firmara la paritaria. Finalmente, a pesar de las apuestas al fracaso que hizo la patronal –reunida en la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires– se firmó un acuerdo cuya oferta fue debatida en forma coordinada en cada una de las redacciones de los diarios nacionales, un hecho inédito en casi cuatro décadas.

Clarín y los otros

Adentro de Clarín esa discusión no sucedió, porque no hay delegados desde el año 2000. Los dueños del gran diario argentino no permiten la elección de la comisión interna, pero no pueden impedir la elección de delegado paritario ya que se trata de una potestad que le otorga la ley al sindicato. Algunos designan a sus principales secretarios y otros pocos eligen representantes en cada puesto de trabajo.

La UTPBA, en el caso de los diarios, nunca hizo ni una cosa ni la otra, hasta que el año pasado se decidieron a convocar a elección de paritarios en todos los diarios menos en Clarín, donde se daba por descontado que era imposible. Lo cierto es que lo que era muy difícil hace un año hace menos de dos meses se pudo, y luego de un largo proceso subterráneo se eligieron tres delegados paritarios en la sede de la Asociación de Reporteros Gráficos (ARGRA).

Para algunos fue una aventura, para otros una telenovela, un sainete y una pesadilla, pero también una pequeña epopeya. En mi caso fue todo eso junto, y quizás por eso aprendí mil cosas. Entre ellas que este gremio no era tan espantoso como lo veía hace una década atrás, cuando miraba las redacciones con admiración y tratábamos, junto a un puñado de compañeros, de meterles las gacetillas de los movimientos de trabajadores desocupados. Ahora me toca conocer sus intimidades desde adentro. Advertí, por ejemplo, el gesto amargo de muchos compañeros que se identifican con el kirchnerismo cuando vieron las primeras dieciocho páginas de Clarín sin firmas, como parte del plan de lucha que impulsamos en todos los diarios. Ni hablar de la incredulidad que mostraron cuando supieron que hubo un “parito” de dos horas, con aplausos y sin comisión interna. El ceño, en muchos casos, se frunció todavía más cuando vieron el afiche de convocatoria a elecciones y cuando supieron que votaron 120 trabajadores. Con el correr de los días, menos mal, esa percepción cambió, pero es muy cierto que varios hubieran preferido que eso siguiera así y que la ausencia de representación sindical en el Grupo Clarín se hubiera eternizado.

La prensa dice que llueve

Participar de esas discusiones en los últimos meses me ha costado más de lo que suponía, no sé si es por los aniversarios. La última vez que me tocó cruzarme con todo lo referido a Clarín de cerca fue hace una década, cuando asesinaron a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Ese 26 de junio de 2002 no sólo fue una inflexión que desembocó en el llamado a elecciones y la salida anticipada de Duhalde, sino también una dura prueba informativa para los diarios nacionales a seis meses de la crisis de diciembre de 2001. Tras la represión, la mayoría de los diarios, salvo Página 12, demoró más de un día en señalar a la policía como autora de los asesinatos. Y en el caso de Clarín, que el 27 de junio tituló «La crisis causó dos nuevas muertes», el retraso en la publicación de las imágenes que servían como pruebas, desembocó en una serie de interrogantes que los llevó a justificarse al día siguiente, con el tristemente célebre recuadro «Por qué 24 horas después».

Las crisis políticas tienen una particularidad: lo que sucedía en semanas se concentra en días, o en horas. Una variación de tiempo que para la prensa escrita resulta determinante, entre un cierre y el otro. Esa vez, en el imparable tic-tac de las noticias, quedó en primer plano cómo se podía retrasar la aparición de evidencias sobre un asesinato policial, con la esperanza de que la veloz desactivación del conflicto pudiera despejar la necesidad de publicar esas pruebas.

Sólo quedaron escrachados en un documental histórico que hicieron Patricio Escobar y Damián Finvarb. Ellos pudieron mostrar la gravedad de un interrogante que muy pocos trabajadores de ese diario se volvieron a plantear en todos estos diez años. Cuando aparecieron estos videastas, ANRed mandaba entre diez y quince comunicados por día a todos los medios y agencias de noticias nacionales y extranjeros para garantizar que el MTD Aníbal Verón tuviera una autodefensa pública precisa para denunciar detenciones, abusos policiales, persecuciones y anunciar el comienzo y el fin de los cortes.

Hacíamos unos despachos, tipo cable, que mandábamos por fax desde los lugares más inverosímiles. Gracias a esa combinación de factores, durante varios años nos encargamos de llamar casi todos los días a un centenar de cronistas, editores y corresponsales para llenarlos de información sobre la marcha del conflicto social y erigirnos como una fuente confiable que pudiera confrontar con la policía y el gobierno antes y después de los cortes de ruta. Así también laburamos para el Mocase, Correpi, ATE Sur y no me acuerdo quiénes más.

Los huesos más duros de roer eran Clarín y La Nación, y después del 26 no quedaron dudas que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa. En 2002, el despliegue de estos pibes que cinco años más tarde estrenarían el documental La crisis causó dos nuevas muertes, era una proeza. En la época donde no teníamos un peso ni para el colectivo, llegaron ellos, recién despedidos de un medio, con varias cámaras y equipos (comprados indemnización mediante) y nos filmaron.

¿Cómo podía ser posible que Clarín hubiera señalado a la “crisis” en vez de mencionar las evidencias que responsabilizaban al gobierno y a la policía? En algún momento circuló la versión de que no se habían dado cuenta del material que tenían. Esa era una de las varias explicaciones que se barajaron para argumentar por qué el gran jugador de la industria gráfica de los diarios había decidido postergar por un ratito la publicación de la secuencia en la que Darío Santillán escapa por última vez y un policía bonaerense le dispara en la espalda, a la altura del coxis, un itakazo que le destroza una arteria vital. Maximiliano Kosteki ya se había muerto, con las patas arriba sobre un cartel luminoso de la estación Avellaneda.

Los cronistas que recorrieron el lugar han dado sus explicaciones y la responsabilidad visible recae en Julio Blanck, que aparece en el documental fingiendo una disculpa ante un error que justificó como parte de “hacer un diario”. Desde entonces nunca dejé de preguntarme qué pasó a partir de ese mediodía del 26 de junio de 2002 en Clarín y en todos los medios que estuvieron a un paso de convalidar esos dos crímenes políticos públicos. Los testigos directos, en todos los casos, explicaron que ellos dejaron el material en el trabajo y partieron para su casa. Para nosotros que nunca habíamos estado en una redacción era difícil de creer, pero ante la falta de experiencia tampoco había parámetros para rebatir una pregunta que resultaba menor ante la dureza de la masacre, los detenidos y los perseguidos de los días posteriores. Ahora que conozco cómo funcionan las redacciones desde adentro, creo mucho menos probable que tal cosa haya sido posible.

Fin y principio

Como una película, toda esa historia ha empezado a atravesarme de nuevo, con mucha fuerza, desde que me tocó transitar la etapa paritaria. A la distancia, pienso que si hubo ocultamiento no sólo fue flagrante sino también tortuoso y más siniestro de lo que uno puede suponer. Mientras más pasa el tiempo, considero que las dimensiones políticas de esos días son enormes y que quizás fue la última parte, o el cierre, de un ciclo que estalló en 2001 y que venía siendo amasado desde las luchas estudiantiles del 95, el nacimiento de los escraches y los primeros piquetes del 97. Variopinto, complejo y contradictorio, ese proceso, que aprendió a tirar piedras contra la policía en las canchas, en los recitales y en las marchas, tuvo un eje de resistencia callejera inédita que arrancó en diciembre y no paró hasta mucho después de los asesinatos de Darío y Maxi, de las heridas graves de 35 compañeros, la detención de otros tantos cientos, y el incremento de la persecución contra todos los movimientos, con el corte de los planes sociales incluidos. Pero desde ese 26 vienen los compañeros peregrinando por justicia, con una persistencia que pueden mostrar muy pocos agrupamientos nacidos en esos días.

Hubo una causa federal que se murió, todos los señalados como responsables políticos zafaron, los que dispararon el gatillo están presos, y el kirchnerismo pasó de prometerle a los padres de los asesinados una comisión investigadora, a ningunear el tema. Alberto, el padre de Darío, sigue en pie recordando a su hijo todos los años y todos los meses. Y Mabel, la madre de Maxi, ya no está porque se murió de una enfermedad que no pudo curar mientras andaba de un lado para el otro con el reclamo de su hijo. Me acuerdo ahora que cuando Mabel Kosteki estaba muy enferma, y Alberto –que es enfermero del Argerich– la cuidaba, un editor de DYN al que le habíamos mandado el comunicado de pedido urgente de dadores de sangre me dijo: “mejor no ponemos que es la madre del piquetero así conseguimos más dadores”. El tipo así lo hizo, y estaba seguro de que le ponía la mejor buena intención. Una verdadera postal del periodista medio de aquel entonces.

Pienso especialmente en Darío, porque lo conocí militando cuando era uno de los compañeros que corregía los comunicados por teléfono y nos contaba lo que estaba pasando, cuando la policía los amenazaba cara a cara, Itaka en mano. Repaso mil cosas y la verdad que cuando por la paritaria me vuelvo a cruzar a Clarín de cerca, creo que las cosas no habrían sucedido de ese modo si en ese momento hubiera existido una comisión interna, si hubieran estado muchos de esos despedidos que quizás habrían dado más que el trabajo para evitar que pasaran semejantes canalladas.

Todo esto no es ni más ni menos que una reflexión surgida de la vorágine vivida en esta experiencia sindical tan novedosa. Jamás había visto el funcionamiento de ese papel de tribunal arbitral que toma el Ministerio de Trabajo en la paritaria, y nunca imaginé que existía una instancia casi administrativa para resolver los reclamos que muchas veces se disputan en la calle. Enigmáticas escenas de la lucha democrática, donde las peleas salariales tienen expediente y árbitro. Pero no son esos los únicos fotogramas de esta película, que arrancó hace rato y donde se olvidan muchos protagonistas que hace un par de parpadeos estaban con nosotros y ya no están por la crucial responsabilidad del poder y la necesaria amnesia de los medios. ●


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