ESPAÑA. Indalecio Prieto, mi abuelo Constantino y José Antonio Primo de Rivera

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Me parece que Sepúlveda (ver post anterior), al levantar solamente a Azaña, es injusto con el asturiano Indalecio Prieto, que fue jefe político y amigo de mi abuelo Constantino. Quién, además de militante del PSOE, fue médico obstetra y poeta; alsasuarra, navarrro, vasco y español; alcalde de Alsasua, vicepresidente a cargo de la Diputación Foral de Navarra, coronel especializado en la voladura de puentes del ejército de los gudaris, director del Hospital Militar de Barcelona, secretario de Seguridad Social del último gobierno de la república en Valencia, médico rural en Río Pico (Chubut), presidente del Centro Republicano Español y gran contador de historias de la guerra de Marruecos. Mi abuelo vivió hasta su muerte (cuando yo ya había entrado en la adolescencia) en un departamento del edificio de la calle Chile 537, San Telmo, el mismo donde hace unos años estaba la redacción de La Maga.
Me complazco en reproducir dos citas suyas (de Indalecio) que comparto. La primera a tres semanas de inicada la Guerra Civil, la otra en plena contienda:
Mi abuelo Constantino habla en una cena del Centro Republicano Español de Buenos Aires (1958).
* «Por muy fidedignas que sean las terribles y trágicas versiones de lo que ha ocurrido y está ocurriendo en tierras dominadas por nuestros enemigos, aunque día a día nos lleguen agrupados, en montón, los nombres de camaradas, de amigos queridos, en quienes la adscripción a una idea bastó como condena para sufrir una muerte alevosa, no imitéis esa conducta, os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante la sevicia ajena, vuestra clemencia; ante los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa [..] ¡No los imitéis! ¡No los imitéis! Superadlos en vuestra conducta moral; superadlos en vuestra generosidad. Yo no os pido, conste, que perdáis vigor en la lucha, ardor en la pelea. Pido pechos duros para el combate, duros, de acero, como se denominan algunas de las milicias valientes -pechos de acero– pero corazones sensibles, capaces de estremecerse ante el dolor humano y de ser albergue de la piedad, tierno sentimiento, sin el cual parece que se pierde lo más esencial de la grandeza humana.» (Alocución radiofónica del 8 de agosto de 1936).
* «Data de muchísimo tiempo la afirmación filosófica de que en todas las ideas hay algo de verdad. Me viene esto a la memoria a cuenta de los manuscritos que José Antonio Primo de Rivera dejó en la cárcel de Alicante. Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fuesen fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si estas valía la pena ventilarlas en el campo de batalla» (Sobre José Antonio Primo de Rivera. Palabras de ayer y hoy, pág. 17. Santiago de Chile. 1938)

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