IR A LA CANCHA: Vejámenes a granel

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Ir a la cancha:
Vejámenes a granel

Ayer fui a la cancha con Alberto Dearriba y nuestros respectivos hijos. A la popular. Nos sometimos al cacheo de rigor y luego encaramos hacia los molinetes de entrada con nuestros respectivos carnets de socios en la mano. A pesar de que pago por débito automático, la vez anterior había tenido problemas para ingresar. De hecho, a mi hijo, que iba a adelante, lo querían rebotar. Me presenté, dije qué pasa aquí, y le explique al controlador que yo pagaba por débito automático. Entonces me dijo que si, claro, y nos dejó pasar. La diferencia entre mi hijo y yo no es menor: el tiene 14 años y es morocho, yo más de sesenta y soy rubio. Bueno, ayer tras poner los carnets sobre los molinetes y que éstos no dieran el OK para que pasáramos, los controles nos dijeron que teníamos que ir a «regularizar» nuestra situación a «atención al socio», es decir, salir de allí e ir a la última ventanilla del estadio, al que muchos, por pereza, llaman «Nuevo gasómetro». Así lo hicimos mientras Alberto y su hijo nos esperaban ya adentro. Una vez que una empleada del club verificó que efectivamente teníamos la cuota pagada (cuota que, vale la pena recordar, solo sirve para acceder al estadio cuando se juegan partidos de campeonato ordinarios) y dio el OK, regresamos a la puerta. A pesar de que varios policías nos habían visto salir del corralito formado por las vallas a hacer el trámite, nos dijeron que teníamos que volver a someternos al cacheo, pero cuando fuimos, había mucha gente agolpada y dos líneas de policías, la de atrás, que ya estaba antes, haciendo el cacheo, y otra adelante, de canas que tomaban con ambas manos sus bastones,  empujando a los agolpados hacia atrás. Así estuvieron un rato, hasta que recibieron la orden de media vuelta a la izquierda march y se fueron, con lo que pudimos ingresar al brete para que nos volvieran a cachear. A todo esto, lloviznaba. Como antes, me puse con las manos en alto, llevando en la izquierda el carnet, el celular y el diario (del que casi nunca me separo). El cana me dijo que con el diario no podía entrar. ¿Por qué? «Porque es material inflamable y puede servir para provocar un incendio», me dijo. Le dije que la ropa también es inflamable, y que no por eso entrábamos desnudos. Discutí con él, le dije que siempre, absolutamente siempre, llevo lectura a la cancha para el entretiempo, casi siempre libros, y que nunca me los han quitado ni obligado a tirar, ni veía como podrían hacer algo semejante. Pedí hablar con su jefe, pero fue en vano. Lo más que logré que el oficial (que por lo visto tiene una baja opinión de la pasión por la lectura de los hinchas de fútbol) me dijera que doblara el diario y lo dejara en un rincón, que seguramente lo encontraría a la salida. Mientras entraba a la cancha bajo la lluvia, Alberto me dijo que a él le habían hecho dejarles el encendedor, alegando que era un elemento propicio para provocar incendios (por supuesto y como siempre, asistimos al partido en medio de una nube de humo, más de porros que de cigarrillos convencionales), mientras Alberto me lo comentaba, me di cuenta que había salido de la requisa sin la bonita lapicera que me había regalado un amigo y que llevaba prendida en el escote en «v» del buzo. ¡’Plin, caja! debe haberse dicho el cana que me distraía con la interdicción del diario.
Alberto y yo nos refugiamos bajo un pequeño toldito para guarecernos de la lluvia. Me dijo que tampoco te dejaban entrar a la cancha con paraguas. A la popular, porque en las plateas la cana suele hacer la vista gorda. Me dijo que él le preguntó entonces a un oficial cual era la norma, y que el poli le respondió que no había ninguna clara y que le dijon que «él me hubiera dejado pasar». Lo único que queda clara es que la polícía aplica las prohibiciones de acuerdo al semblanteo, a la cara de las personas.
Le dije: «Esa prohibición se va a caer el día que un viejo como nosotros se agarre una neumonía y espiche, y su hijo se consiga un buen abogado y le haga juicio al club, a la AFA y a quien haga falta». 
A la salida del partido mi hijo me comentó que mientras yo discutía con los policías, a él (que, repito, tiene 14 años y es morocho) lo habían increpado: «Vos ¿te portás bien… vení para acá», y le habían hecho poner ambos pulgares en un aparatito antes de dejarlo pasar. Una averigüación de antecedentes expréss. Eso me puso furioso porque lo hicieron en mis narices y sin que me diera cuenta.
Le comenté lo sucedido y mi rabia al bolichero de la esquina -hincha de Huracán- mientras le compraba unas ricas empanadas. Me dice que él la última vez que fue a ver al globo, estaba coqueando y un cana «me obligó a escupir el acullico, diciéndome con sorna que en la cancha no se permitían drogas». Estaba escandalizado porque el policía, me dijo, era tan salteño como él. Me recordó que tampoco se puede entrar con agua ni ningún otro líquido porque la botellas, aunque san de plástico, pueden ser arrojadas al campo.  
Conclusión: Ir a la cancha supone exponerse a una serie de vejámenes por parte del club y, sobre todo, de los encargados de mantener un orden que (por estar prohibidas las hinchadas visitantes, otro absurdo) no parece muy amenazado que digamos.
Lo que constituye una auténtica pedagogía de la opresión, para que los jóvenes aprendan (le letra con sangre entra) que sus derechos más elementarles pueden ser anulados en cualquier momento sin explicaciones por cualquier autoridad administrativa que resuelva ciscarse (o poner entre parénteisis) la Constitución Nacional.
Me gustaría que alguien (¿el Ministerio de Seguridad de la Nación? Digo, porque Macri se desentiende olímpicamente de estas cosas, como si sucedieran en Marte) me explicara si es posible que se prohíba entrar a la cancha con un libro, revista o diario. En virtud de qué ley, ordenanza o reglamento. ¿Acaso no es anticonstitucional? ¿Dónde está escrito?

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