Juan Salinas: «Soy un periodista gallego»

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Hace ya casi tres semanas, Puedecolaborar, el blog-revista de Gerardo Yomal (El Tren, AM 740 Radio Cooperativa), publicó una entrevista con nuestro ínclito editor. Vencido por el paso del tiempo el pudor por incurrir en autobombo, la reproducimos aquí:
  
De periodistas, política y cultura


Juan Salinas: «Apoyo a Cristina, pero no me pidan que me lobotomice»

Puedecolaborar presenta este diálogo con el periodista Juan Salinas, autor de entre otros libros, de Amia, El Atentado, Narcos, Banqueros y Criminales. Algunas de sus definiciones: “Le tengo muchos respeto a Luis D’Elía”; “En nuestro gremio hay muchos ortibas y chupamedias” y “El kirchnerismo es un inmerecido bonus-track.”


Por Gerardo Yomal


¿Por qué te hiciste periodista? 

La revolución fracasó. Tenía que hacerme de un oficio y siempre había sido un lector obsesivo de cuanto papel escrito caía en mis manos. Leía Clarín en la casa de mi vecino Napoleón Bonaparte, papá de mi vecinita Inés y crítico musical del citado matutino. Y leía las “Primera Plana” y “Marcha” que compraba mi viejo socialista. Las Marcha, prohibidas por Onganía, mi viejo las compraba en Montevideo, a dónde viajaba muy a menudo como electricista del «vapor de la carrera». Ambos medios tenían periodistas que jugaban con las palabras, utilizando las más raras y exóticas, haciendo retruécanos. Destilaban grandes dosis de mordacidad e ironía condimentadas con unas gotas de vitrolo. Y yo, junto a mi hermano Luis, mi primo político Guillermo Pagés Larraya y mis amigos del alma Carlos Ocampo y Enrique Berroeta -todos militantes del Movimiento de Acción Secundario, predecesor de la segunda edición de la UES- hacíamos para divertirnos una especie de «Barcelona» casera que se llamaba «La Voz del Chanta», unas hojitas en la que parodiábamos a los diarios y revistas de la época (1969) y de paso le tomamos el pelo a nuestros mayores, que tenían más de 20 y a los que considerábamos irremisiblemente viejos desde nuestros 14.

Guillermo y Carlos, «El Inglés», estaban en el Nacional Buenos Aires y siempre querían ganar la discusiones con citas a Lenin, Mao, Fanon, Puiggrós, etc. Luis ya era un escritor, casi tan bueno como lo sería diez años después, en la cárcel. Yo soy el único que sigue vivo, lo que me impone ciertas obligaciones. Pero en la Argentina nunca trabajé como periodista. Sólo fui un gacetillero de «la guerra popular y prolongada», un redactor de volantes y acaso algún documento político. Por ejemplo, el que hicimos con Teodoro Boot en casa de Berroeta para explicarle a las FAP «oscuras» por qué nos íbamos a Descamisados, que se tituló «Entre el humo de los puros y el champagne de Armenonville» y firmamos como «Robledo Puch e Ibáñez».

En Buenos Aires el único que se dignó darme alguna lección práctica de periodismo fue Alejandro Horowicz, al que conocí de la militancia, digamos, más reflexiva, del Grupo Mayo, idos del PSIN de Abelardo Ramos, grupo en el que estaba él, Jorge Makartz, (Jorge Tejera, alías Trejo, hoy editor de Loboalpha, y el psicoanalista Osvaldo Arribas, entre otros. N. del E.)

Fue recién en Barcelona que comencé a hacer notas para un diario, el Tele/Exprés gracias a Alberto Szpumberg, que trabajaba en él. A los tres años exactos de habernos casado, mi mujer de casi toda la vida y yo nos separamos, y en estado de emoción violenta recalé en el diván de Diana, una psicoanalista tucumana, viuda de un erpio caído en Monte Chingolo. Fue ahí donde comenté que me sentía capaz de escribir mejor que el 90 por ciento de los periodistas (y eso que yo leía El País, que por entonces era una gozada) y que debería trabajar en un diario. Y tuve la suerte, gracias a Susi, una amiga con la que compartíamos departamento en el cuarto piso de Can Pepita, un edificio que hasta 1939, cuando las tropas franquistas tomaron Barcelona, había sido un famoso prostíbulo en el Barrio Chino, al que ahora le baten Raval. Tuve suerte, digo, que la Susi se había echado un noviete navarro como mi viejo, de nombre Javier, quien me hizo pata para que comenzara a publicar en el Diario de Barcelona, fundado en 1789, el más viejo del Continente.

Así fue como comencé a publicar columnas y me hizo amigote de Eduardo Pons Prades, un prócer del anarquismo que había recorrido toda España a pie y que estaba impresionado por mis pobres conocimientos de la guerra civil española y, sobre todo, de sus canciones. Las canciones que cantaba mi padre en la sobremesa pero que de ninguna maneta podían cantarse en España en las sobremesas hasta que murió Franco… y que cuando murió Franco solo algún anciano recordaba. Y resulta que Pons Prades debía tomarse unos días de licencia para asistir a su esposa, que iba a ser operada, y me propuso que me quedara interinamente a cargo de su sección, «Estado», es decir, en Cataluña, toda la política española allende el principado. Política española, bah. Y fue así como empecé bien por arriba, hasta haciendo editoriales, que en «el Brusi» (nombre en lunfa talanca que tenía el diario) eran suscintos, de 28 líneas, y como iban en la parte de abajo de la tapa o portada llamaban «delantales».

En fin: soy un periodista gallego y de izquierdas en el exilio. Con la ventaja de que, como el «Gallego» (Manuel Enrique) Mena, me había hecho peronista. Eso ocurrió el mismo aciago día de octubre de 1967 en que me enteré de la muerte del Che.

Pero algo más de por qué me hice periodista: una vez, en la redacción de El Porteño, una colega que tengo perdida, Adriana Schettini, que entonces no era todavía la buena periodista que fue después sino administrativa, me preguntó si hubiera sido periodista en caso de no haber sufrido un quiebre mi militancia política. No supe qué responderle y tampoco lo sé hoy.

Sé que desde que tengo uso de razón me ha gustado leer bulímicamente y escribir torrencialmente, cosa que en mi vida profesional por lo general reprimo porque no quiero contribuir a desvalorizar la palabra escrita. 

¿Cuál fue tu mayor satisfacción y frustración profesional? 

Mi mayor satisfacción fue ver aparecer mi nombre impreso en una nota del diario Tele/exprés de Barcelona allá por 1978. El placer de estar inscripto, de existir. Fue en las Ramblas, donde me quedé bebiendo hasta que llegaron los diarios a los kioscos. Y algunas cosas que se hacen en silencio: haber contribuido a que algunos de los policías que dirigieron alguna masacre hayan ido presos, conseguir que el general Martín Balza echara del Segundo Cuerpo del Ejército al general Rodolfo Cabanillas, quien había participado en el Campo de Concentración conocido como Automotores Orletti donde llevaron secuestrados a mis amigos Claudia García Iruretagoyena y Marcelo Gelman. Conocer a gente como Rogelio García Lupo y tantos buenos amigos. Cosas así.

Mis frustraciones… puf. A veces, cuando veo que el diario que leo todos los días sin falta, le dedica ¡dos páginas! a la defensa a ultranza, obviamente paga, de una familia de “procesistas” de paladar negro cuyos miembros se conjuraron o bien para asesinar a una integrante o bien para apañar y proteger el asesino, me digo que son infinitamente más decentes las mujeres que practican la prostitución callejera sin hacer discriminaciones. Hay pocos trabajos con tantos ortibas y alcahuetes. Con tantos chupamedias que le niegan la «obediencia debida» a los militares pero la reclaman para si mismos, justificándose por entregarles el cuerpo y el alma a las patronales. 

¿Cómo ves la relación del gobierno con los medios y periodistas? 

Escribí sobre eso una nota que está en la red. Se llama «Para los enemigos todo, para los amigos ni justicia». ¿Hace falta aclarar más? Si les interesa, búsquenla y léanla. 

«Lo único que faltaba es que Barone le de clases de peronismo a Eduardo Blaustein…” ¿Qué significa esa frase dicha en la “cena antisoja” donde se reúnen semanalmente diferentes periodistas? 

6 7 8 es el único programa de TV que trato de ver siempre que puedo. Y no tengo nada contra Barone, un señor que hizo su carrera en los medios y que hoy está muy crítico con lo que hizo. Al contrario, me siento identificado con su pasión pedagógica, claramente reparadora. Pero que le explique a Blaustein qué es el kirchnerismo, es decir, la forma actual del peronismo, me parece demasiado. ¡Blaustein fue militante de la UES desde la niñez! 

¿Cuál es tu interpretación de la frase de Luis Delía publicada por Puedecolaborar en el sentido de que “Kirchner es un hijo de puta pero es un hijo de puta nuestro”? 

Algo de razón tiene. A él no lo invitan a 6 7 8, acaso porque no comulga con el indigerible pacto tejido en torno al atentado a la AMIA y la fábula de que hubo un coche bomba conducido por un suicida musulmán y toda la culpa la tiene Irán. Yo, al igual que Capussotto, le tengo mucho respeto a Luis. Al fin y al cabo, cuando fue lo de la 125 y TN puso en marcha una especie de golpe de estado mediático y todos los ministros se borraron y los gorilas se agrandaron como sorete en el agua y con el apoyo de la tele se mandaron a la Plaza de Mayo con la intención de coparla (no hay ningún gobierno que pueda soportar que la Plaza se llene con gente que le pide que se vaya) D’ Elía fue el primero que entendió que, al igual que en la noche del 19 de diciembre de 2001, el que controlaba la parada en la plaza ganaba la partida. El abc del peronismo. D’Elia hizo lo que tenía qué hacer. ¿Cuantos más pueden decir lo mismo?

Suscribo con puntos y comas lo que dijo Boot acerca de que «El kirchnerismo es un regalo del cielo». Mi frase es que es un inmerecido bonus-track. Pero como no soy ortodoxo como Barone no consigo que me inviten a 6 7 8. Y, sin embargo, han invitado a periodistas que ayer nomás, el año pasado, estaban recontrarosqueados con Clarín. No tengo problemas en presidir una Cofradía de Mosqueteros de Cristina, pero no me pidan que me lobotomice. No me gustó nada el recule en la reglamentación de la legalidad del aborto para las violadas. Quiero que el aborto sea el último recurso al que pueden apelar las mujeres en los hospitales públicos. Me parece muy bien que el Estado intente disuadir de todas las maneras posibles (apoyando a las embarazadas solteras, facilitando las adopciones) a las mujeres que quieren abortar, pero también me parece que es su derecho. Quiero que salga la reforma financiera e impositiva. Quiero que se reestablezcan los aportes patronales y que se busque la manera de pagarle el 82% móvil a los jubilados. Todo esto me parece razonable. También aspiro al amor de las chicas jóvenes, lindas e inteligentes que puedan existir. Pero si no lo consigo, no le echaré la culpa al Gobierno.


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