La Mafia, la Iglesia y la Logia P-2

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Amante del gánster, querida del obispo

La ex prostituta Sabrina Minardi, concubina del difunto mafioso Enrico de Pedis, rompe su silencio y detalla turbios secretos de la Italia de los setenta y ochenta. Sexo, Mafia y Vaticano

MIGUEL MORA 10/10/2010

Mediados de los años setenta, primeros ochenta. Italia era un polvorín. El laboratorio del mundo moderno. La vanguardia cultural y política. Plena guerra fría, los años de plomo. Palestinos e israelíes, la CIA y el KGB, las Brigadas Rojas y el terror negro. Los comunistas pactando con los democristianos. La Mafia siciliana llenando las calles de heroína y cocaína. Pasolini asesinado en Ostia. Juan Pablo II preparando, con el Opus Dei, el inminente hundimiento del bloque soviético. Aldo Moro secuestrado. Aldo Moro asesinado. La matanza de la estación de Bolonia. Andreotti, El Divo, y su hipotético beso a Totó Riina, el capo sanguinario. Sordi y Gassman, Mastroianni, Fellini y Antonioni. Celentano y el arzobispo Paul Marcinkus, dando alegría a las finanzas de la Santa Sede. La quiebra del Banco Ambrosiano. El asesinato de Roberto Calvi (Londres, puente de los Frailes Negros). Y el de Michele Sindona, banquero de Cosa Nostra: un poco de veneno en el café.

Han pasado 30 años y casi todos aquellos oscuros misterios siguen siendo eso: misterios. Mejor dicho, secretos que no han sido desvelados. Delitos, muchas veces gravísimos, por los cuales los culpables jamás pagaron, ni pagarán. «Un país sin verdad», dijo Leonardo Sciascia. Un agujero negro, diríamos ahora.

De aquel agujero regresó hace cuatro años, de la forma más inesperada, a través de un programa de televisión -el Quién sabe dónde italiano-, una dama que cabalgó a fondo aquellos años locos y sangrientos. La dama se llamaba, y se llama, Sabrina Minardi.

Hoy tiene 50 años. Era una chica de familia humilde, nacida en el barrio romano de Trastevere. Mona, pero no guapísima, la belleza no le alcanzó para ser actriz. Pero le llegó de sobra para hacerse prostituta. De alto standing, lo que hoy se llamaría una escort.

Gracias a su oficio, Minardi conoció de cerca, muy de cerca, a muchos protagonistas de aquella época salvaje. Delinquió, observó, calló, tomó drogas a mansalva, ganó dinero a espuertas, lo dilapidó, enterró a sus amigos y desapareció.

Su vida, como la de muchos jóvenes italianos de entonces, iba para fábula y acabó siendo un infierno. A los 19 años, casi adolescente, el 16 de junio de 1979, Minardi se casó con el delantero centro del Lazio Bruno Giordano, el emblema de aquel equipazo que pasó a los anales como el más cuchillero de la historia del fútbol. Fuera del campo, muchos de sus jugadores simpatizaban con los matones fascistas, varios llevaban pistola y/o navaja, las borracheras y las broncas eran frecuentes. Dentro del campo se comportaban igual: arrasaban lo que se les pusiera por delante. Por las buenas o por las malas.

La relación de Minardi con el patibulario capocannoniere, trasteverino como ella, de 23 años, ídolo de media Roma, duró poco. A los dos años nació Valentina, su hija común, que hoy tiene 28 años. Pero enseguida Minardi se hartó de ver a Giordano posando con actrices de medio pelo en las revistas. Se separaron. Minardi ya no podría prescindir del riesgo, el lujo y el champán.

Pronto conoció al que sería su amante más fogoso, Enrico de Pedis, más conocido como Renatino. El tipo era uno de los tres jefes de la banda de la Magliana, la mafia que dominó Roma, sus palacios y su periferia durante casi una década. Una noche, Renatino vio a Minardi en un pianobar de Piazza Navona, y le mandó rosas y champán.

La banda de De Pedis fue en esos años autora y colaboradora de mil y un crímenes propios y ajenos. Algunos la conocerán por la novela Romanzo criminale, del juez y escritor Giancarlo de Cataldo, que luego ha sido también película y serie de televisión (traducida en España como «Roma criminal»). Renatino era El Dandi, siempre impecable, limpio y muy beato; Sabrina Minardi era Patrizia en la ficción. Más que amor, fueron amigos y amantes durante 10 años.

Ahora, tras pasar 25 años escondida y huida de la justicia (fue arrestada por ayudar a huir a Renatino), Minardi ha reaparecido y ha decidido cantar. Contar sus secretos. Pero no todos, según advierte la periodista Raffaella Notariale en la introducción al fascinante libro de memorias Secreto criminal, la verdadera historia de la banda de la Magliana, recién publicado por la editorial romana Newton Compton y firmado a medias por ambas mujeres. Notariale fue quien rescató a Minardi del anonimato en 2006: «Le hice aquella entrevista en televisión, después dejé de verla, y de repente me llamó otra vez en octubre de 2009. Me dijo que quería seguir hablando».

Como meretriz, Minardi era un cometa y no hacía prisioneros. Por sus muslos legendarios pasaron ministros, obispos, cardenales, futbolistas, mafiosos, millonarios, policías, espías, terroristas. Minardi, como De Pedis, toreaba en todo tipo de plazas. Por ejemplo, en San Pedro. Calvi, presidente de la Banca Ambrosiana, perdió la cabeza por ella.

Y el arzobispo Marcinkus no se quedó atrás. En la página 114 del libro, Minardi asegura que se acostó varias veces con el banquero de Dios: «No sé qué le habrían contado de mí, quizá que era alegre y mona con la gente generosa. En fin, el caso es que él quería estar conmigo». «¿Y tú?» pregunta la periodista. «Y yo estuve con él. No te puedes echar para atrás en situaciones como esa (…) El curilla era muy directo, no le gustaban los preámbulos», dice. Incitada por la reportera, Minardi va tirando de memoria: «No sabes cuántas chicas le llevaba al arzobispo».

Algunos medios italianos han afirmado que Minardi ha roto su silencio porque necesita dinero; y que colabora con la justicia para aminorar sus problemas penales. La periodista Notariale explica que a ella no le ha pedido nunca un euro, y añade que Minardi está enferma, tiene un brazo casi inútil a causa de un accidente de coche, es ex drogadicta (lleva años tomando psicofármacos, y la pena le ha sido conmutada por seis meses de rehabilitación) y está tratando de «ponerse en paz consigo misma y con su pasado».

Minardi lleva meses colaborando activamente con la justicia y se ha convertido en el gran testigo de cargo de la Fiscalía de Roma. Su contribución parece fundamental sobre todo para aclarar uno de aquellos grandes misterios sin resolver, quizá el más oscuro de todos: la desaparición de Emanuela Orlandi, una joven ciudadana vaticana, hija de un funcionario eclesial, que desapareció para siempre el 22 de junio de 1983, cuando tenía 15 años.

El caso ha estimulado durante este tiempo la imaginación de decenas de periodistas, jueces y policías. Alí Agca, el turco que atentó contra el Papa, ha asegurado que sabe dónde está. Pero solo Minardi parece haber dado pistas fiables. Gracias a su declaración, ya hay tres personas investigadas por el secuestro. Por primera vez en 30 años. Los tres son viejos amigos de De Pedis.

Según ha contado Minardi a los fiscales, el jefe de los Testaccini, es decir, Renatino, cabeza del ala más peligrosa y misteriosa de la banda de la Magliana, tuvo mucho que ver con el secuestro de Orlandi. Durante años se ha pensado que el gran secreto se escondía en la increíble tumba de Renatino, sita en la cripta de la basílica de Sant’Apollinare, iglesia gestionada por el Opus Dei desde 1992, a dos pasos de Piazza Navona, justo donde desapareció Emanuela Orlandi.

Cuando los fieles protestaron al vicario por haber dado sepultura en tan sacro lugar a semejante delincuente, fue nada menos que Giulio Andreotti quien salió en defensa del párroco: «Quizá De Pedis no ha sido un benefactor para la humanidad, pero desde luego ha sido un gran benefactor para Sant’Apollinare», dijo el senador vitalicio, que hoy tiene 93 años.

Según Notariale, Minardi ha aclarado a los fiscales que el holding criminal de la Magliana tenía relación con la Mafia, la Camorra, la masonería, los servicios secretos, políticos como Andreotti, empresarios, banqueros y altos prelados.

Según una declaración de Minardi, entre 1982 y 1984, a pesar de estar huido de la justicia, Renatino cenó más de una vez en casa de Andreotti, cosa que este ha desmentido (aunque no suele hacerlo porque dice que desmentir es dar una noticia dos veces).

Ante la Fiscalía y ante la periodista que le ha entrevistado, Sabrina Minardi ha declarado que la banda ingresaba su dinero en el Instituto para las Obras de Religión (IOR) a través de la Banca Ambrosiana, que entonces presidía Roberto Calvi. Ese dinero fresco y negro servía, entre otras cosas, para que Juan Pablo II financiara al sindicato Solidarnosc, de Lech Walesa, con la idea de abrir brecha en el bloque soviético, siempre según Minardi.

«Recuerdo que Renato una vez llegó a casa con una bolsa de Vuitton llena de dinero», cuenta Minardi en el libro. «Hicimos los paquetes, contamos mil millones de liras (cien millones de pesetas de entonces) y al día siguiente se lo llevamos a Marcinkus».

Según su reconstrucción, De Pedis estaba indignado con la Santa Sede porque el presidente del IOR se negaba a devolver a las mafias el dinero que había ido ingresando. Minardi cuenta que el gánster tenía una relación de gran confianza con el cardenal Ugo Poletti, presidente de la Conferencia Episcopal italiana; pero que esa relación no le sirvió para recuperar la inversión. De modo que buscó una forma de chantajear al Vaticano. El procedimiento fue secuestrar a Emanuela Orlandi: «La secuestraron y la llevaron a la casa de mis padres en Torvaianica, cerca de Roma. Renato me dijo que el apartamento le servía para una noche, que era una emergencia, pero al final la tuvo allí un par de semanas».

«Renato y Sergio (su chófer) me la subieron en el coche», prosigue. La chica secuestrada «estaba trastornada, confusa, lloraba, reía. Le habían cortado el pelo de una forma obscena. Me dijo: ‘Me llamo Emanuela».

Un día, Renatino llegó a comer al restaurante Pippo l’Abruzzese; iba con Sergio, el chófer, y llevaban dos sacos, continúa. «Fuimos a una obra, y yo me quedé en el coche. ‘Así hacemos desaparecer todas las pruebas’, dijeron». En uno de los sacos, sostiene la mujer, estaba el cuerpo de Orlandi; y en el otro, «el de un niño de 11 años al que mataron por vendetta; era Domenico Nicitra, hijo de otro miembro de la banda».

Según Minardi, la operación tenía un motivo: presionar al Vaticano para que devolviera a la mafia el dinero ingresado en el IOR a través del Ambrosiano. El nombre de Marcinkus quedó unido para siempre a la logia secreta Propaganda Due (P2) y a los escándalos financieros de la época, como el crash del Ambrosiano. Monseñor mantenía sólidas relaciones con personajes como Michele Sindona, el banquero de la Mafia, y el maestro de la P2 Licio Gelli. «Renatino veía bien a la masonería. Y conocía a Gelli», explica Sabrina Minardi. «Formaba parte de la lista secreta, de aquella que nunca se encontró. Siempre decía que ser masón te abría mil caminos nuevos, no solo por el dinero, sino porque el que pertenecía a ella nunca acababa siendo un desgraciado».

«Muy probablemente», escribe Notariale, «Renatino intervino en la negociación abierta entre las cúpulas del Vaticano y la Cosa Nostra para restituir el dinero que la mafia había entregado al Ambrosiano a través de Calvi». Un favor hubo, «eso es seguro», concluye. «Si no, no se explica un tratamiento como el que le dieron al enterrarle en Sant’Apollinare». Según la periodista, la decisión la tomó el jefe de los obispos italianos: su Eminencia Ugo Poletti.

Pero volvamos a los tiempos felices de la pareja Minardi-Renatino: «Me hacía mil regalos, maletas de Louis Vuitton llenas de billetes de 100.000 liras, y me decía: ‘Gástalo todo; si vuelves a casa con dinero, no te abro la puerta».

La pasión duró dos años; Minardi pensaba que Renatino era lo que le había dicho, el dueño de un supermercado. Verdad en parte: había invertido los beneficios del tráfico de drogas en diversos negocios. Leyendo el periódico, Minardi se enteró de que era un mandamás de la temida Magliana. Empezó a atar cabos y le entró el pánico. En esos dos años de coca y peligro había visto muchas cosas, demasiadas. «Un día, unos sicarios intentaron raptar a mi hija, Valentina, y Renatino me dijo: ‘Si te olvidas de todo lo que has visto, no le pasará nada».

De Pedis se abrazaba y besaba con Pippo Calò, notorio mafioso siciliano y referente de Cosa Nostra en Roma; frecuentaba al faccendiere Flavio Carboni (hoy en la cárcel por conspiración masónica a favor de Berlusconi), despachaba con monseñor Marcinkus y con Calvi, y mandaba sobre magistrados que siempre conseguían su absolución… En realidad, Renatino se las daba de empresario, pero había sido un criminal desde la juventud. Profético, el delantero Giordano, que luego jugaría con Maradona en el Nápoles, advirtió a Minardi que nunca dejara a De Pedis tener en brazos a su hija: «Si un día hay tiros, la matarán a ella también. Al fin y al cabo, todos los capos terminan igual, con la boca sobre la acera».

En efecto, siete sicarios acribillaron a Renatino a balazos en la Via del Pellegrino, cerca de Campo dei Fiori, el 2 de febrero de 1990. Tenía 36 años. Ese día, Sabrina Minardi estaba con él, de compras por el barrio. Oyó los disparos desde una mercería. Luego, el bandido fue enterrado en el cementerio de Verano y más tarde trasladado en secreto a la basílica vaticana. Hace un mes, la Santa Sede ofreció a los fiscales la posibilidad de abrir la tumba. De momento, estos han desoído la invitación.


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