La muerte de Sábato: ¡Pobre Matilde!

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                                           Ricardito frente a los restos de quien fuera el intelectual más emblemático del alfonsinismo
Leí un ejemplar de Sobre Héroes y tumbas que me había prestado mi amigo Guillermo Sánchez en el calabozo del Regimiento 3 de Infantería de La Tablada a fines de 1974. No hay mejor lugar en el mundo para leer una novela que un calabozo, a condición de que, como entonces, uno se las ingeniara para conservar –por ejemplo, so pretexto de un resfrío convalidado por los médicos-colimbas- el colchón de gomaespuma durante el día. Me gustó, y así fue que luego leí el Informe sobre ciegos, y descubrí que se trataba de la esencia, el escorzo, de Sobre héroes… Escrita antes, desde luego.
Pero en 1976 Sábato fue muy complaciente con la dictadura. Mucho más que el padre Leonardo Castellani, que era claramente de derecha y que al menos durante aquel almuerzo le pidió al tirano Videla por Haroldo Conti.
Guardo en la colección de El Viejo Topo que tengo embalada en otra casa mi polémica con un crítico literario de dicho mensuario barcelonés, un tal Parra, que se puso como loca cuando escribí una carta de lectores criticando que ni siquiera hubiera mencionado dicho episodio en momentos en que en Argentina había desaparecido o sido asesinadas y seguían siéndolo miles y miles de personas.
El tal Parra se encocoró y respondió 5 x 1 a mi crítica, poniéndome a parir a lo largo de página y media. Yo le contesté con más dureza todavía, pero El Viejo Topo, la revista que compré desde el número cero hasta el fin, no me dio derecho a réplica. Igual que haría dos décadas después el demócrata Martín Granovsky.
Guardo aquella carta no publicada en el tomo encuadernado que alguna vez le presté a Ernesto Tiffemberg para que fotocopiara las muchas notas que le gustaban para nutrir la parrilla de aquel diario flamante de dieciséis páginas llamado insólitamente Página/12. Aunque no la tengo a mano, creo que aquella respuesta mía a aquel manfloro (que me perdonen los putos peronistas) no superaría hoy los standards del Inadi.
Después de eso, Sábato nunca más volvió a interesarme. Siempre lo ligue, eso sí, a  mi amigo Guille, al que no veo desde hace casi una década por razones que él sabrá. Digo, por las luces y sombras.
Sàbato volvió a la palestra como presidente de la Conadep. Inventó la teoría de los dos demonios y se bancó que su informe fuera televisado por un solo canal, el más pedorro. Por si las dudas, le puso al informe un prólogo infamante, que equiparaba a los equivocados que habían combatido a la dictadura con las armas en la mano, con quienes los habían masacrado y habían masacrado también a los delegados obreros.
Sin embargo dicen los que estuvieron en la Conadep con él, como Magdalena, o que le sostuvieron la vela, como Chiquita Constenla que no se portó mal. O del todo mal.
Hace 14 años, si no calculo mal, cuando él  tenía 85 años, Sábato sacó aquél libro titulado “Antes del fin” o algo así. Era malo aunque Delia, la madre de mis amigos Coco y Ringo me dijo una fría mañana de verano en Villa Gessell que le había gustado mucho.
Poco después, en una reunión de sumario para la efímera “El Nuevo Porteño” en la casa de Martín Caparrós, reunión de la que participó Horacio González, decidimos sacar un dossier sobre Sábato. A quien Caparrós y yo jamás llamamos por su nombre, sino como “Ernesto Sótano”. Aquél dossier salió, y creo que bien, pero yo no me acuerdo de él sino del título que Caparrós propuso y con el que todos estuvimos de acuerdo: “¡Pobre Matilde!”.
Recuerdo un programa especial que le dedicó Mariano Grondona durante el cual alumnos universitarios que dudo que lo hubieran leído lo estrujaban con abrazos de oso mientras musitaban “¡Maestro!”
Fue durante el gobierno del aburrido:  Estábamos en la lona.
Ayer a la noche escuché a María Pía en 678 y estoy de acuerdo con lo que dijo. El tiempo nos ha dulcificado. Será que estamos más viejos, será que nuestros muertos están encontrando el descanso que sus verdugos no tienen.  

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