LA REVOLUCIÓN MACRISTA o el Tsunami amarillo
Recién pude leer esta larga nota en dos partes el miércoles. Es excelente e ideal para masticar, regurgitar y rumiar durante el fin de semana. El autor firma “Basurero” y fueron publicadas en Artepolítica, aquí y aquí. Que les aproveche. Por supuesto, se admiten y piden comentaros. JS
http://artepolitica.com/comunidad/la-revolucion-macrista-ii-una-leccion-para-la-izquierda-nacional/
La revolución macrista
Quienes no votaron a Mauricio Macri imaginaban o sospechaban cuáles serían las medidas políticas y económicas que tomaría, pero lo que no imaginaban es la velocidad en que lo haría, ya sea porque no contaba con las mayorías en ambas cámaras o porque la sociedad las resistiría en alguna medida. Sin embargo, aún antes de asumir, cuando apeló a la complicidad de algunos jueces para forzar la salida de la presidenta doce horas antes para que no se produzca la transmisión del mando, Macri le imprimió a su gobierno un ritmo acelerado imprevisto, con el propósito de aprovechar los primeros días para tomar las medidas más profundas antes de que la sociedad y la oposición política puedan reaccionar. Es así cómo el macrismo logró objetivos impensados por la mayoría de la población. Los cambios estructurales que puso en funcionamiento en la sociedad en tan poco tiempo pueden ser catalogados como una verdadera revolución, tomando como definición de revolución como un cambio brusco o radical en el ámbito político, social o económico de una sociedad. Y si analizamos las medidas tomadas por el gobierno en estos pocos meses veremos que, independientemente de los resultados finales en la población, la elección de ese concepto no es descabellado. Repasemos, entonces, esas medidas.
Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación de 42% y llegaremos al 2017 con una tasa de alrededor del 25%. A nadie se le escapa que esa ansiada tasa de inflación era la que tuvo el último año de gobierno kirchnerista, y que el macrismo denostaba por considerarla demasiado elevada y perjudicial para la economía nacional. Es decir que el macrismo logrará en dos años de una administración “seria, ordenada y con clima de negocios” que el país tenga la misma inflación que la “dispendiadora, desordenada y espantadora del clima de negocios” administración kirchnerista. Pero el país ya no será el mismo. El gobierno de Macri cambió la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país en meses, de forma revolucionaria, con el aval de las urnas y con la legitimidad de origen, y con la cooperación (complicidad) de un congreso supuestamente adverso, el que le otorgó el apoyo de los votos necesarios para llevar adelante medidas dañinas a los intereses de los habitantes, incluso, paradójicamente, de quienes lo votaron.
Para repasar lo que esta revolución macrista ha logrado en sólo un semestre e imaginar cómo estaremos a fines del 2017, apelaremos a voces más autorizadas que la nuestra.
Como señala Roberto Caballero: “En apenas seis meses de gobierno macrista el endeudamiento de la Argentina creció un 11%, la proyección oficial de inflación es del 42% para el año y no el 25 que prometían, ya se perdieron 250 mil puestos de trabajo y la incertidumbre sobre el futuro domina los hogares del país, azotados a su vez por un inclemente tarifazo en los servicios públicos que modifica negativamente el mapa de gastos y expectativas de todas las familias. La situación económica es mala, en progresión agravada, y nada indica que vaya a mejorar, porque todos saben que si la inflación baja en algún momento será producto de una recesión profunda y las consecuencias para el aparato productivo, en términos de empleo y consumo, serán mucho peores que las actuales. (…) El objetivo es esterilizar políticamente, aislar un proyecto que triplicó favorablemente la distribución del ingreso entre los deciles más bajos de la pirámide social al tiempo que produjo una resignación de privilegios inédita contra el 10% más rico del país, de las mayorías que lo hicieron electoralmente posible”.
A su vez, Horacio Verbitsky subraya el “grado de audacia que contribuye a entender el estado de parálisis que aqueja a la oposición ante su carrera arrolladora. Luego de una victoria electoral en segunda vuelta, por un margen muy ajustado de votos, y en notoria minoría en las dos cámaras del Congreso, Macrì ha puesto el país patas para arriba en apenas seis meses, con un decisionismo que sorprende incluso a sus aliados radicales. El endeudamiento externo contraído entre la Nación y las provincias por más de 30.000 millones de dólares tendrá consecuencias desastrosas en el futuro, pero por el momento ha permitido financiar en un trimestre la fuga de 4.000 millones que el Banco Central contabiliza como formación de activos externos, suprimir cualquier restricción al ingreso y egreso de divisas, transferir utilidades de empresas trasnacionales a sus sedes y proporcionar atractivos negocios financieros con el clásico subibaja del tipo de cambio y la tasa de interés. Macrì también desmanteló los organismos de control del mercado accionario, donde se hizo cargo uno de sus alter ego, y del lavado de dinero, cuya Unidad de Información Financiera quedó en manos de dos especialistas que hasta ese momento habían trabajado del otro lado del mostrador. La reforma impositiva transfirió miles de millones de dólares de muchas a pocas manos, ya que dentro de un esquema ortodoxo en el que el déficit fiscal y su monetización son considerados como la causa única de la inflación, la merma de lo detraído al comercio exterior de cereales debe compensarse con la reducción en otros rubros, como la planta de trabajadores estatales y los subsidios al transporte y a las distintas formas de energía, que benefician a los más vulnerables y a las pequeñas y medianas empresas. Puesto en términos más simples, sin retenciones a la exportación de materias primas alimenticias, sus precios internos crecen, lo mismo que el combustible y la electricidad cuando se les quitan subsidios. Esta inflación, que el ministro de Hacienda y Finanzas De Prat-Gay terminó por reconocer que llega al 42 por ciento anualizado, más que el doble de su vaticinio inicial, es otro mecanismo de transferencia de ingresos hacia el sector patronal, cuyos costos se achican por la doble vía de los despidos y el abaratamiento relativo. Ese sombrío sendero de la búsqueda de competitividad a expensas de los salarios de los trabajadores va en sentido opuesto al que siguieron los países que lograron desarrollar sus economías. Y al destruir el mercado interno dependerá cada vez más de las exportaciones primarias, lo cual a su vez destrozará el tejido social“.
También el sociólogo Artemio López acerca más cifras sobre esta revolución conservadora y sus “logros”:
Caída de 2 puntos del PBI, inflación por sobre el 43%, salarios convencionales pactados a la baja en torno al 30% anual y 250 mil nuevos desempleados con un aumento inédito de la pobreza, que sumó 1,7 millones de nuevos pobres sólo en el Gran Buenos Aires, pasando del 22% en diciembre al 35,5% en abril de 2016.
Según la actualización de abril del relevamiento de pobreza del Instituto Germani de la UBA, oportunamente publicado en PERFIL, si se toma como población de referencia el GBA (Conurbano más CABA), en valores cercanos a 12,8 millones de personas, entre diciembre y finales de abril las personas en situación de pobreza pasaron de 2.816.000 a 4.544.000. Y las que viven en la indigencia aumentaron de 752 mil personas a 985.600, un crecimiento sin antecedentes en sólo seis meses para ambas carencias.
Adicionalmente, el estudio de la UBA muestra que al 35,5% de pobres debe adicionarse otro 13% de población que, superando la línea de pobreza, no logra duplicar su valor con los ingresos totales del hogar, colocándose en situación de vulnerabilidad, donde cualquier circunstancia de pérdida de empleo, horas extras, changas o aumento de precios sin correlato en mejoras de ingresos desliza el hogar por debajo del umbral de la pobreza.
En paralelo a este deterioro de indicadores sociales, la valorización financiera marca la etapa con gran intensidad y el endeudamiento ya supera los 23 milmillones de dólares. Deuda improductiva, contraída para pagar deuda o gastos corrientes tras el notable impacto del vergonzoso pago a los buitres y el desfinanciamiento estatal que produjo la actual gestión neoliberal con su política de Hood Robin: darles a los ricos –quita o reducción de impuestos y retenciones, quita o reducción de las restricciones a la compra y fuga de dólares– para sacarles a los pobres –actualizaciones de asignación universal, jubilaciones, pensiones a la mitad de la inflación, despidos masivos, tasas por la nubes, para imposibilitar el acceso al crédito–.
Pero, ¿cómo fue posible esta brutal y veloz revolución conservadora sin una resistencia política opositora? Apelemos una vez más a los que saben más que nosotros. Verbitsky ejemplifica la audacia macrista para conseguir lo que se propone mediante el método utilizado para colocar dos jueces propios en la Corte Suprema de Justicia por decreto apenas asumió y cómo logra la aprobación de esos pliegos meses después:
Palo y zanahoria.
La perspectiva de que esos pliegos obtuvieran los dos tercios de los votos del Senado distaba de ser evidente cuando Macrì los envío, en diciembre. Seis meses después a nadie le llamó la atención que esa mayoría especial fuera incluso superada con comodidad. Antes de eso se aprobó el acuerdo para pagarle a los fondos buitre y comenzar el tercer ciclo del endeudamiento externo, cosa que tampoco podía darse por descontada. Los artífices de ese milagro político fueron el ministro de Obras Publicas, Rogelio Frigerio (n) y el presidente del bloque oficialista de senadores de la oposición, Miguel Angel Pichetto. Cada uno desde un lado de la mesa, comprometieron a los gobernadores de todos los partidos, con el argumento de que sin esa ley ni el gobierno podría continuar con las transferencias de recursos para obras públicas ni ellos estarían en condiciones de emitir deuda propia.
El Poder Ejecutivo volvió a agitarla delante de los gobernadores para conseguir la aprobación de la ley de blanqueo, que incluye un capítulo sobre la restitución gradual del 15 por ciento de la coparticipación federal que se detrajo a las provincias cuando se privatizó el sistema previsional. Esa ley ómnibus también sienta las bases para la liquidación del Fondo de Garantía de Sustentabilidad y para una nueva privatización del régimen jubilatorio.
Parte de la estrategia utilizada por el establishment en sociedad con el gobierno, que es a su vez parte del mismo (su mano política más eficaz en esta revolución conservadora), es la demolición, deslegitimación del movimiento popular que gobernó el país en estos últimos doce años, recurriendo principalmente al argumento de la corrupción. Sobre esto tema dice Caballero:
Frente a esto, el nuevo gobierno ofrece cotidianamente un capítulo nuevo de la novela de criminalización de funcionarios de la anterior administración que distrae de los problemas centrales y sus responsables, y hace foco en los asuntos accesorios, aunque no por eso menos llamativos.
Hacen fila en los canales de TV los panelistas para sostener el nuevo relato, que asocia maliciosamente 12 años de políticas inclusivas y desafiantes del orden conservador con la venalidad y la corrupción administrativa generalizada, donde no habría nada positivo para rescatar y todo pasa a la condición de desechable por ominoso. La incontestable fuerza de las imágenes del monasterio y el caso López, la verborragia dramática de Elisa Carrió, la unificación de agendas de la comunicación concentrada socia del gobierno, construyen un sentido de los hechos y las cosas que pretende volverse insoportable para las mayorías que creyeron en el kirchnerismo y su modelo.
Para los dueños del poder y del dinero, la satanización y criminalización del kirchnerismo es un asunto estratégico. El objetivo es esterilizar políticamente, aislar un proyecto.
Todo lo que alguna vez fue kirchnerista, en sus distintas etapas, reacciona como el macrismo quiere que reaccione: con miedo y con egoísmo darwinista, en un contexto general complejo y agresivo, donde cada uno decide salvar el pellejo como puede y se desentiende de lo que antes apoyaba, diciendo “no ví”, “no fui” o “no estuve”. Van a ir por ellos también, cuando llegue el momento.
Y Verbitsky señala sobre el mismo recurso:
Pero además, la Alianza Cambiemos blandió el palo de la persecución penal contra funcionarios del gobierno anterior, luego de un dilatado debate en el que terminó por imponerse el aliado radical, con Elisa Carrió y Ernesto Sanz a la cabeza, quienes se ilusionan con un desvanecimiento del justicialismo similar al que padecieron ellos luego de la crisis de fin de siglo.
El gobierno contó en el momento más oportuno con el extraordinario episodio del convento de General Rodríguez y sus bóvedas disimuladas debajo del altar, el torneo de lanzamiento de bolsos sobre la tapia que ganó el ex secretario de obras públicas José López.
La demolición del anterior gobierno avanza sin obstáculos, para satisfacción del actual. Hasta ahora nadie se pregunta si en algún momento esa maquinaria no se volverá también contra su instigador y contra el sistema político en su conjunto, como ya ocurrió en Brasil. Tiempo al tiempo.
Este sistema de legitimación del ajuste revolucionario macrista apelando a la desligitimación sistemática de la única fuerza política que puede obstruir sus medidas, ya lo hemos catalogado en notas anteriores, como La construcción de la “Tercera Tiranía”. Pero esta especie de “limpieza étnica” de la política a la manera de un fanatismo religioso, de parte de supuestos miembros impolutos de una élite superior de la sociedad, expertos en cada una de las ramas del gobierno (“el mejor equipo de los últimos cincuenta años”, como anunció el propio Macri), además de descabellada e increíble es falsa. Todos y cada uno de los funcionarios macristas tienen un pasado conocido, y que dista de ser impoluto y bendecido con el agua bendita de la honestidad. Como bien señala Verbitsky:
Macrì declaró respecto de su cuenta en Bahamas que “la verdad es que ni me di cuenta, honestamente”. Más allá de su autoproclamada honestidad, cuando alguien no repara dónde guarda 18 millones de pesos se consolida la sospecha de que su fortuna supera con holgura los 140 millones de pesos declarados, sobre todo cuando hasta hace pocos años las empresas familiares figuraban en los primeros puestos del ranking de la riqueza argentina. Una constante de este primer semestre ha sido el dictado de medidas que benefician no sólo al sector social del que provienen el Poder Ejecutivo y la mayoría de sus ministros, sino también a las corporaciones en las que trabajaron y en varios casos a los propios funcionarios. Para negociar con los fondos buitre y con Thomas Griesa, Macrì envió primero a Carlos Melconian, quien había comprado títulos en default y litigado por su cobro ante ese mismo juez, y luego a los ex operadores de monedas del JP Morgan Alfonso de Prat-Gay y Luis Caputo. La devaluación dispuesta entre otros por el secretario de coordinación interministerial Mario Quintana, quien había comprado dólares a futuro e hizo así una buena diferencia, también aprovechó al jefe de asesores presidenciales José Torello, a la empresa de la familia presidencial Socma-Chery, al amigo presidencial Nicolás Caputo, al comprensivo diario La Nación y al vengativo Grupo Clarín.
El presidente también se presentó como “el político que más transparencia ha tenido sobre su situación personal, siempre he declarado todo”. Tampoco se sintió obligado a explicar cómo pudo poner el Banco Central bajo la conducción de Federico Sturzenegger, quien hasta el día de hoy está procesado por su intervención en el megacanje de hace quince años.
El panorama actual, a horas de llegar al “segundo semestre” salvador prometido por el macrismo en las primeras semanas de gobierno es, a nuestro humilde entender, desolador. La revolución macrista, similar a la menemista, aunque mucho más eficaz en lograr sus objetivos económicos en el corto plazo y en minoría en ambas cámaras, conduce al país rumbo hacia una sociedad más desigual, más injusta, con menos industria, con un modelo agroexportador similar al de la Argentina conservadora de princípios de siglo XX; es decir, no sólo pre-peronista sino pre-yrigoyenista, cuando la población era mucho menor y había una tasa de desocupación y pobreza mucho mayores.
Para terminar, escuchemos de boca del mismo ministro de hacienda, Alfonso Prat Gay en una conferencia en EE.UU, cuál fue la estrategia oficialista para conseguir los objetivos incómodos y perjudiciales para la población en un tiempo record:
Exposición de Prat Gay en la sede de la America’s Society, de Park Avenue 680.
La revolución macrista (II), una lección para la izquierda nacional.
13 de julio de 2016
Una revolución no le pide permiso al status quo para modificarlo, actúa con todos los medios a su alcance. No pinta con el delgado pincel de fileteador porteño sino con una brocha gorda, ya habrá tiempo de corregir los errores. Sintoniza a grosso modo otro canal para después apelar a la sintonía fina. Un régimen revolucionario no tiene pruritos para forzar las instituciones, porque viene a
cambiarlas de raíz, al menos hasta donde la burocracia estatal se lo permita. No tiene delicadeza para presionar a los factores de poder, institucionales o económicos, para doblegar su voluntad, ya que una revolución viene para cambiar esos mismos agentes sociales. Precisamente, esto es lo
que hizo y seguirá haciendo el macrismo, porque es un gobierno revolucionario, como señalamos en nuestra nota anterior, La revolución macrista.
Los límites al accionar de un gobierno revolucionario son los que le impongan esos factores que vino a cambiar, mediante los controles constitucionales o institucionales que la sociedad política tiene (que dependen de la burocracia estatal) o por medio de la resistencia de la sociedad misma, ejercida por la “opinión pública” o la movilización popular. Es decir que la dinámica revolucionaria no se adecúa a la teorización abstracta o moralista de los análisis o debates de “expertos” o periodistas, ni a los optimistas deseos de legalismos principistas: una revolución arrasa con los posibilismos y voluntarismos que se le enfrentan. Encara, derrumba, demuele todo lo posible y construye su proyecto sobre los escombros resultantes de la sociedad en la que actúa. Al mismo tiempo escribe el relato que le da sentido, que la explica y enmarca. Y todo esto al mismo tiempo, porque el tiempo de la revolución es siempre corto, su futuro es el presente: debe pegar primero, sorprender y dañar enseguida para lograr los primeros rounds que le den fuerza y sentido. Su accionar es vertiginoso en esencia, de lo contrario se detendría y podría ser vencida; y no siempre coincide con los objetivos fijados antes de asumir el poder, al menos en sus detalles. Y eso es lo que sucede con la revolución macrista, la revolución de la derecha conservadora del siglo XXI en Argentina.
Los espacios políticos que conformaron hace meses la alianza Cambiemos durante los años del kirchnerismo se caracterizaron por el “purismo” republicano, criticando las supuestas “desviaciones autoritarias” o anticonstitucionales del gobierno, haciendo uso de un “republicanismo” o “legalismo” teóricos y críticos, principistas, desde la comodidad del papel opositor, principalmente desde las ventanas que les cedieron “gentilmente”, “desinteresadamente” los medios de comunicación hegemónicos (verdaderos aliados estratégicos suyos), los que ampliaban hasta el infinito esas críticas. Sin embargo, una vez llegado al gobierno, Cambiemos hizo todo lo que le criticaba al kirchnerismo y mucho más. Cometió todos los “pecados” que le atribuía al kirchnerismo y de una forma más burda. Y hasta lo hizo mejor, con más eficiencia aún. Por supuesto, cuenta por ahora con el enorme apoyo de los medios hegemónicos que lo ayudaron a llegar al a Casa Rosada, en la tarea de ocultar sus desaguisados y centrar la atención pública en las denuncias verdaderas o falsas contra el gobierno anterior. Sólo así se explica la poca resistencia de la “opinión pública” a muchas de las medidas del gobierno perjudiciales a las mayorías sumado, por supuesto, al breve tiempo que lleva el presidente Macri en la Casa Rosada.
La izquierda nacional (por caso, el kirchnerismo, el primer alfonsinismo), al contrario de la derecha nacional (por caso, el macrismo, el menemismo), siente pruritos al momento de actuar y frente a los métodos a utilizar en caso de llegar al gobierno. La izquierda nacional no se propone como un movimiento revolucionario, respeta mucho los legalismos y tiene resquemores al acometer contra las instituciones, respeta por demás el qué dirán los editoriales y los analistas políticos más “reconocidos” por el establishment, hasta quedar presa de ellos muchas veces. Tiene pudor por sus propios métodos históricos para disciplinar a los factores de poder que se le enfrentan, temor, o al menos un respeto excesivo al poder de los medios hegemónicos, a la opinión publicada (que a su vez trabaja sobre la “opinión pública” de la sociedad) como para apelar a medidas drásticas que afecten los intereses del establishment.
Frente a estas debilidades tácticas de la izquierda nacional, la derecha nacional es mucho menos quisquillosa, menos legalista, menos republicana, como lo demuestra no sólo la historia política nacional sino el presente gobierno. Actúa generalmente con acciones de facto, pega primero y negocia después. Por ejemplo, el macrismo no tiene empacho en cooptar diputados y senadores del anterior gobierno mediante carpetazos, dádivas o promesas, en presionar jueces o fiscales mientras los medios hegemónicos le hacen la tarea sucia de denunciar, inventar o agrandar casos de corrupción del gobierno anterior para ocultar sus pecados. La derecha apela siempre al “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, y sus intereses están siempre por encima de los intereses o derechos de las mayorías; y para ella el fin siempre justificó los medios.
El macrismo, a pesar de no tener mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso, en seis meses de su revolución conservadora pudo eliminar las retenciones a los agro- exportadores y las mineras, producir una mega devaluación de la moneda, eliminar los controles a las importaciones y exportaciones, cerrar el INDEC por meses para no revelar ninguna de las cifras mientras subían la inflación, el desempleo, la pobreza y la indigencia a valores impensables debido a la caída del salario real, liberalizar los controles a la compra de moneda extranjera, pagarle la totalidad de sus pretensiones a los fondos buitres y algo más, pudo iniciar un nuevo proceso de endeudamiento externo que ya llega a 36.600 millones de dólares en sólo 6 meses, reprimir manifestantes opositores o que peticionaban pacíficamente a las autoridades, despedir a mansalva empleados estatales (cuya característica principal es la estabilidad, para no estar atados al “clientelismo” del gobierno de turno) mientras produjo un crecimiento nunca visto desde el retorno de la democracia, de funcionarios políticos con rangos de ministros, secretarios y subsecretarios, intentó nombrar por decreto dos jueces de la Corte Suprema de Justicia (y luego logró hacerlo legalmente presionando a los senadores a través de los gobernadores), intentó y sigue intentando desplazar por cualquier método a la procuradora general del Ministerio Público (organismo externo al Poder Ejecutivo), Alejandra Gils Carbó, con el fin de provocar su renuncia y colocar alguien afín a sus políticas, borró de un plumazo (decretazo) los organismos creados por la Ley de Medios (AFSCA y AFTIC) y, de esa manera, herirla de muerte en la práctica (ley que para ser aprobada con una mayoría avasallante en ambas cámaras, fue debatida durante meses por cientos de miles de personas en asambleas por todo el país). De la misma manera, licuó la nueva ley de inteligencia y le devolvió las
escuchas telefónicas a la ex SIDE, hoy AFI, con la pequeña ayuda de sus amigos los jueces…
Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación superior al 40% y una caída del PBI de un par de puntos y llegaremos al 2017 con una tasa de alrededor del 25% y con un leve crecimiento de la economía. Es decir que el macrismo logrará, en la hipótesis más optimista, que a fines del segundo año de su administración lograr una tasa de inflación similar a la del denostado kirchnerismo y un crecimiento del PBI similar a los 2,4 puntos que el INDEC macrista le reconoce al tándem Cristina/Kicillof. Pero el país ya no será el mismo, y se habrá producido una enorme transferencia de ingresos desde las clases subalternas hacia la clase alta, la clase empresarial.
Clase que sembró los diversos ministerios de este “gobierno empresarial” (de empresarios y para los empresarios) con sus mejores representantes para, en el corto plazo, cosechar los frutos como estamos viendo desde el diez de diciembre.
El gobierno de Macri habrá cambiado la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país de forma revolucionaria. Como hemos dicho antes, como ni en 2014 ni en 2015 se produjo la crisis que tanto presagió la derecha argentina a través de sus voceros, y que necesitaba el modelo económico que enarbolaba para ejecutar la política de shock neoliberal, de ajuste salvaje similar al de la década de los noventa, el gobierno macrista la produjo en 2016 para así “menemizar” al país en 2017. Así, este verdadero macri-menemismo mediante decretos, leyes y medidas ejecutivas desmanteló en pocos meses organismos y desbarató logros que al gobierno anterior le tomaron doce años cimentar. Y todo esto en menos de un año. Pero lo que se atisba en el horizonte de este gobierno de la derecha conservadora (como de cualquier gobierno de este tipo) es más desolador todavía, tanto por el poderoso relato que se está construyendo desde el poder, desde el “círculo rojo” aliado con el gobierno, como por el escaso tiempo que le llevó al macrismo lograr lo que logró. En forma revolucionaria, desprolija, produjo un megatarifazo en los servicios públicos con la excusa de quitar los subsidios y reducir el déficit fiscal, primero, de mejorar las arcas de las empresas proveedoras, luego, cuando no alcanzó la primera explicación, y finalmente con la excusa del ahorro de energía con propósitos ecológicos. De esta manera, el esfuerzo recae sobre los usuarios, la parte más delgada del hilo de la relación en lugar de exigir esfuerzo o inversiones a las empresas o el estado. Nuevamente debemos citar el fino pincel del fileteador porteño y la brocha gorda. Por eso este es un gobierno revolucionario. Pero como cualquier revolución gestada en una sociedad democrática y con libertad, debe contar con la aceptación del pueblo, al menos de la mayor parte de él. A siete meses de haber asumido, el gobierno cuenta aún con esa mayoría, y con la casi unanimidad de la “opinión pública” (la opinión publicada), a pesar de que los efectos devastadores de sus políticas ya pueden verse claramente. El macrismo cuenta, además, con el poder de las pautas publicitarias de los tres estados más ricos del país: la del estado nacional, la de la provincia de Buenos Aires y la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y dirige las fuerzas de seguridad o militares de esos mismos estados, además de la ex SIDE.
Aún antes del diez de diciembre comenzó su revolución cultural, su cambio de paradigma, cuyos ejemplos más evidentes fueron los desfiles militares para festejar el bicentenario del nueve de julio y el cambio de alianzas internacionales sometiendo la soberanía decisoria nacional a los gustos de las potencias, principalmente los Estados Unidos. Esos hechos trasuntan la ideología conservadora que tiñe todos los estratos del gobierno y sus voceros, quienes a su vez tratan de difundir la creencia caprichosa de que un empleado medio con un sueldo medio no tiene derecho a tener un auto, un moderno televisor de LEDs, usar aire acondicionado o calefacción, mantener un celular por miembro de la familia y gozar de vacaciones en el exterior, porque eso no es normal, sólo pueden hacerlos los miembros de las clases más acomodadas. Esa visión clasista de la sociedad, típica de partido conservador, busca justificación en una economía “seria”, “racional”, respetuosa del libre mercado y del “clima de negocios”, que no fue, precisamente, la que rigió en los últimos años, la que a su vez trata de demonizar sistemáticamente.
La incógnita sobre la eficacia del macrismo para llevar adelante las próximas medidas de gobierno de su plan se despejará en los próximos seis o doce meses, cuando los medios de comunicación hegemónicos ya no puedan ocultar eficazmente los resultados perniciosos de la economía, cuando los titulares sobre la corrupción o la herencia kirchnerista no sirvan para “entretener” a la sociedad frente a la herencia y la corrupción propias. Será entonces cuando veremos si los métodos revolucionarios del macrismo son suficientes para seguir avanzando en su agenda de gobierno, si el establishment lo sigue apoyando o si le fija nuevos objetivos y, principalmente, si la sociedad sigue avalando su rumbo. De no ser así, veremos qué métodos utiliza entonces para continuar con su programa de gobierno, si aminora la marcha
o si acelera a pesar de todo y de todos. Porque la historia argentina muestra, lamentablemente, que la derecha nunca se detiene en su camino y apela a cualquier método, legal o no, constitucional o no, pacífico o no para lograr sus fines. Y no tiene pruritos ni remordimiento al enfrentar a sus adversarios desde el poder, sean éstos minoritarios o mayoritarios. En tal caso, la derecha conservadora siempre fue y será revolucionaria para mantener o recuperar sus privilegios.