Macri y el Raví Shankar bizarro: Mientras miro las viejas olas…
Los únicos privilegiados
Por Nahuel Coca / NC
La fundación tenía y todavía tiene una sede en mi barrio, Balvanera, en la calle Azcuénaga y San Luis. Pero el curso para chicos funcionaba en la sede de Belgrano, en la calle Echeverría y Cramer. Allí me llevaba mi abuelo todos los sábados a la mañana, de 11 a 12. En las clases era el único varón y ya era bastante alto para mi edad. Me sentía un ridículo, aunque virgen todavía de prejuicios, aprendía a respirar y a estirar mi cuerpo con la ayuda de la profesora, cuyo nombre no recuerdo ni recordaré.
Apenas si me acuerdo de la casa donde funcionaba la fundación, vagamente. Y del camino que seguía el taxi por indicación de mi abuelo, que luego memoricé y que, en gesto cómplice, me adelantaba a cantarle al taxista antes que mi abu. Me acuerdo que de algún modo accedía a ir a yoga para ver alguna chica; en el colegio exclusivo de varones no había caso y con los pibes vivíamos enamorados de la maestra de cuarto grado, que había encanecido a los 23 por un amor que la dejó.
Después que murió mi abuelo fui dos o tres veces más, acompañado por mi tía. Una de las últimas veces, por un cambio de horarios, asistí a la sede de la calle Azcuénaga un día martes por la noche, algo poco usual para un pibe de 10 años. Mi vieja me llevó y me esperó en la esquina, en el café Zeus. Recuerdo que no tuve problemas en seguir la rutina con todos los viejos del curso de adultos. Hicimos las posturas y los mantras como de costumbre. Y en ese momento pasó algo muy loco.
Dejé de ir a yoga pero nunca más respiré por la boca. Los broncoespasmos cesaron, pero la complicación respiratoria mutó en violenta rinitis que todavía hoy padezco. Sin embargo, nunca más ignoré el poder de la respiración y del pensamiento positivo, una cuestión de actitud. El poder de la mente, que le dicen. Ahora, más grandecito, aprovecho cada oportunidad y me voy a Bariloche… a respirar en serio en aire de la montaña. Que es la posta, aunque también me guste el viento de río.
Como si esta moda no llegara después de tantas otras made in India. Maharashi o Say Baba son dos de los tantos muchachos con túnica que vienen a repetir aforismos de José Narosky por los que no daríamos ni 10 guitas si no entrara por esas terminales de Ezeiza del consumo que son los televisores. ¿Acaso necesito de una multinacional que se dedica a enseñar respiración para pensar en positivo? Ahora parece que para amar al prójimo hicieran falta nuevas formas de convencimiento, como si la idea no fuera la mejor tal cual como está. Yo no creo en ninguna religión, y de todos modos reniego de cualquier práctica que haga del hombre su propio lobo.
Asimismo digo que no está bien que el gobierno gaste recursos que dice no tener en la visita de un gurú indio. Parece una obviedad, pero no faltan giles que lo aplaudan. En todo caso podrían enseñar yoga en los colegios públicos (¿por qué no?), pero siempre que exista una política de salud universal y si previamente se da el debate entre especialistas educativos, que para eso les pagan los gobiernos. La respiración del Sri Sri Ravi Shankar no reemplaza el gas que no tienen en el hospital Borda, o a la sala de terapia del hospital Durand, que fue cerrada en pleno brote de bronquiolitis por falta de presupuesto y punible desidia ejecutiva.
Basta de carreras de autos por el centro. Basta de carteles amarillos. Basta de Rock in Río en Lugano y pelotudeces del estilo, y reviertan la creciente tasa de mortalidad infantil, antes que alcance los niveles de Formosa y pongan a Jorge Lanata en un brete ideológico-práctico.
Mientras hiperventilan los tilingos, yo hago todos los días 20 minutos de powernapping en mi cama de clavos urbana. Respírense ésta mandarina, giles. Nos vemos en cinco años, cuando la vean por TV.