Macri y el Raví Shankar bizarro: Mientras miro las viejas olas…

Compartí

El verdadero Ravi Shankar es un músico estupendo, bengalí, que tocó con los Beatles, padre de Norah Jones y de otra estupenda sitarista, Anoushka…

Los únicos privilegiados
Por Nahuel Coca / NC 

De chico tenía problemas respiratorios. Dos por tres me daban broncoespasmos,  y mis viejos tenían que llevarme en mitad de la noche a la guardia para que me receten alguna droga tipo Ventolin. Los ataques eran muy feos. Recuerdo el miedo que me entraba al no poder inhalar, la sensación de ahogo se agravaba a medida que yo me agitaba. De a poco me dí cuenta que no iba a morir ahogado, pero eso no evitaba que siguiera teniendo los mismos episodios cada vez que debía correr en educación física en situaciones de frío y humedad. Una mañana de invierno en el campo de deportes del colegio, por ejemplo. No era una gran complicación, pero podía derivar en asma, que sí la hubiera sido.
Un día mi vieja se dio cuenta que yo respiraba por la boca. Sin saber bien por qué, vivía con la boca abierta, jadeando como un perro en verano. A los 10 años, no había aprendido a respirar normalmente por la nariz. Después de frustrados intentos en natación (ahí sí que el ahogo era un peligro real) mi vieja me llevó a practicar yoga a la Fundación Indra Devi. No sé de dónde habrá sacado la idea, pero entonces como ahora estábamos más al tanto de las tendencias espirituales por la naturaleza del negocio familiar. Así caímos en lo de Doña Indra, que no era india sino lituana. En su primer viaje a la India, en 1927, adoptó las técnicas del yoga y se convirtió en una de las primeras mujeres occidentales en dar cátedra de la práctica milenaria. En 1982 se radicó en nuestro país y en 1995 le hice una visita. Indra falleció en 2002, a los 102 años, así que de algo le valió tanto yoga.

La fundación tenía y todavía tiene una sede en mi barrio, Balvanera, en la calle Azcuénaga y San Luis. Pero el curso para chicos funcionaba en la sede de Belgrano, en la calle Echeverría y Cramer. Allí me llevaba mi abuelo todos los sábados a la mañana, de 11 a 12. En las clases era el único varón y ya era bastante alto para mi edad. Me sentía un ridículo, aunque virgen todavía de prejuicios, aprendía a respirar y a estirar mi cuerpo con la ayuda de la profesora, cuyo nombre no recuerdo ni recordaré.

Apenas si me acuerdo de la casa donde funcionaba la fundación, vagamente. Y del camino que seguía el taxi por indicación de mi abuelo, que luego memoricé y que, en gesto cómplice, me adelantaba a cantarle al taxista antes que mi abu. Me acuerdo que de algún modo accedía a ir a yoga para ver alguna chica; en el colegio exclusivo de varones no había caso y con los pibes vivíamos enamorados de la maestra de cuarto grado, que había encanecido a los 23 por un amor que la dejó.

Después que murió mi abuelo fui dos o tres veces más, acompañado por mi tía. Una de las últimas veces, por un cambio de horarios, asistí a la sede de la calle Azcuénaga un día martes por la noche, algo poco usual para un pibe de 10 años. Mi vieja me llevó y me esperó en la esquina, en el café Zeus. Recuerdo que no tuve problemas en seguir la rutina con todos los viejos del curso de adultos. Hicimos las posturas y los mantras como de costumbre. Y en ese momento pasó algo muy loco.
Cuando mi vieja me vino a buscar yo llevaba más de 20 minutos desmayado en el piso. Podía sentir mi sangre fluyendo por dentro de mi cuerpo, por las venas y arterias, bombeando en la punta de mis dedos, en mis manos y en mis pies. Y todo eso, mientras dormía. Tenía 11 años.

Dejé de ir a yoga pero nunca más respiré por la boca. Los broncoespasmos cesaron, pero la complicación respiratoria mutó en violenta rinitis que todavía hoy padezco. Sin embargo, nunca más ignoré el poder de la respiración y del pensamiento positivo, una cuestión de actitud. El poder de la mente, que le dicen. Ahora, más grandecito, aprovecho cada oportunidad y me voy a Bariloche… a respirar en serio en aire de la montaña. Que es la posta, aunque también me guste el viento de río. 

El arte de vivir… como un tilingo
El otro día ví en la tele que si sucede conviene. Que si un gurú que factura millones de dólares y evade impuestos está de gira bajando línea mística con prácticas de respiración, está bien que un gobierno local le pague una fortuna, la misma que no gasta en hospitales o en colegios. Total, conviene. Ahora cualquier boludo se anota en El Arte de Vivir y viene a contarte que aprendió a respirar a los 43 años gracias al Ravi Shankar, pero que aún así sigue fumando Marlboro o paraguayo de origen incierto. No me digas. A todos esos tilingos les digo, como buen niño menemista que fui, que llegaron tarde a la repartición de modas importadas.

El yoga es una gimnasia poderosa, y mucha gente sabia y con muchísima chapa lleva décadas enseñándolo en nuestro país. De repente un grupo de famosos se anota en una secta y la hace también famosa. Conocidos merqueros y propagadores del racismo y el fascismo en HD ahora se la dan de Beatles en el 67, mirá vos. No paran de hablar de la secta comercial, que te dice cómo vivir tu espiritualidad. La misma que evade impuestos al mismo tiempo que hace curros con el gobierno de la ciudad. Bueno sería que el dinero público no se gastara en movidas new age marketineras a las que es adepto el tilingo de Bolívar 50. Dentro de un tiempito, cuando la moda sea germinar flores silvestres en las cavidades corporales, se llenará de gente fascinada por la novedad, cuando a muchos se los vengo sugiriendo desde hace bastante tiempo.

Como si esta moda no llegara después de tantas otras made in India. Maharashi o Say Baba son dos de los tantos muchachos con túnica que vienen a repetir aforismos de José Narosky por los que no daríamos ni 10 guitas si no entrara por esas terminales de Ezeiza del consumo que son los televisores. ¿Acaso necesito de una multinacional que se dedica a enseñar respiración para pensar en positivo? Ahora parece que para amar al prójimo hicieran falta nuevas formas de convencimiento, como si la idea no fuera la mejor tal cual como está. Yo no creo en ninguna religión, y de todos modos reniego de cualquier práctica que haga del hombre su propio lobo.

Asimismo digo que no está bien que el gobierno gaste recursos que dice no tener en la visita de un gurú indio. Parece una obviedad, pero no faltan giles que lo aplaudan. En todo caso podrían enseñar yoga en los colegios públicos (¿por qué no?), pero siempre que exista una política de salud universal y si previamente se da el debate entre especialistas educativos, que para eso les pagan los gobiernos. La respiración del Sri Sri Ravi Shankar no reemplaza el gas que no tienen en el hospital Borda, o a la sala de terapia del hospital Durand, que fue cerrada en pleno brote de bronquiolitis por falta de presupuesto y punible desidia ejecutiva.

Basta de carreras de autos por el centro. Basta de carteles amarillos. Basta de Rock in Río en Lugano y pelotudeces del estilo, y reviertan la creciente tasa de mortalidad infantil, antes que alcance los niveles de Formosa y pongan a Jorge Lanata en un brete ideológico-práctico.

Mientras tanto…

Mientras hiperventilan los tilingos, yo hago todos los días 20 minutos de powernapping en mi cama de clavos urbana. Respírense ésta mandarina, giles. Nos vemos en cinco años, cuando la vean por TV.


Compartí

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *