Polémica en torno a (la falta de) políticas para la juventud
Recomiendo la lectura de este artículo de José Natanson aparecido anteayer en Página. Natanson es un poco liberal, sí, pero también es treintañero… y parece saber de qué habla.
Es particularmente interesante el final:
«… la estrategia comunicacional del Gobierno ignoró a la juventud durante años y recién desde hace un tiempo ha comenzado a considerarla. Y su política cultural, de raigambre “jauretcheriana” y “pacourondista”, parece limitada sólo a los jóvenes de los ’60/’70, sin considerar a los jóvenes de hoy.
No hay mucho misterio: se trata de atender las necesidades de una juventud partida y registrar la politización de un sector de los jóvenes, fenómeno que el mismo kirchnerismo ha generado y en el que apenas parece haber reparado.»
Pues eso. Por ahí parece estar la clave.
Acababa de redactar este post, cuando llegó este comentario de Teodoro Boot, que recomiendo vívamente:
El problema es político, no de comunicación
Trasmisión para la organización
Por Teodoro Boot
Leí esta nota, que ayer mandó Benitez. No la critico, pero no me pareció gran cosa. No pretendo, ni ahí, polemizar, sino comentarles un par de reflexiones y dudas que me surgieron mientras leía esa nota, en la que hay muchas obviedades, lo que es natural en un artículo periodístico, pero también mucha generalización y afirmaciones taxativas sin posibilidad alguna de comprobación, y muy caprichosas.
Además, existe en mucha gente como Natanson, al igual que en la mayoría de los escribas y voceros radiotelevisivos oficiosos del gobierno, una gran insistencia en observar las cosas según categorías en las que descreo. Quizá porque soy viejo, quizá porque son surgidas al calor (o al frío) del «fin de las iedologías». Será por eso, por ejemplo, que enloquezco cuando escucho hablar de «relato» para aludir a asuntos sociales, políticos o históricos.
Un relato es una narración, un cuento, una versión de un suceso. Y en la historia, la política, la sociedad hay mucho más que versiones: hay intereses, lucha, muchas veces sangre y muerte, destrucción, tragedia, mugre, y al fin ganadores y perderores con lo que significa una u otra cosa para unos y otros. Y, por lo que sea, y seguro que por saber que las cosas van y vienen y que los muertos de los distintos ayeres resucitan cada tanto provocando el general estupor, para dar una nueva vuelta de tuerca a ese combate que se creía superado o extinto, en fin, porque el agua sigue corriendo, es que me resisto a pensar según las categorías en boga.
Me quedé en el 45, supongo (Y ahí seguiré, esperando tranquilamente que ese pensamiento vuelva a ser «moderno»).
En sintonía con esas categorías de pensamiento que están caducas antes de fructificar y llegar a la madurez, me incomoda (y lo digo así, subjetivamente, porque eso es lo que pasa: que no me hallo en este extraño mundo en el que estuve viviendo en los últimos 20 años), me incomoda digo que se hable de comunicación cuando corresponde hablar de política. Y es que la política es mucho más que comunicación, que vender ideas, que imponer productos, que contar «relatos». La política es organizar, y se organiza objetivamente, según objetivos. Se dispone la fuerza existente para lograr un fin, se la articula y se la prepara. Y en ese proceso, que parte de un solo lugar, irreemplazable (del objetivo), es que se forma y se encuadra, se hace comprender y surgen los nuevos cuadros… que si en vez de seguir organizando se ponen a comunicar y a contar relatos… Cagamos.
Quiero recordarles que esto ya pasó y de ahí la profunda debilidad de este kirchnerismo o de este peronismo, que no consigue desprenderse de las categorías mentales y de pensamiento que nos llevaron a la más profunda de las derrotas de los últimos cien años.
Es como en la economía: va fenómeno, aumenta la actividad, el consumo, la exportación, pero si no cambiamos la estructura productiva del país, las bases en las que se asienta y la mentalidad que la orienta, justifica y explica, todo puede acabar en que estemos disfrutando apenas de un respiro transitorio.
Me refiero a que en la base de todo está el sistema de pensamiento, el sistema de prejuicios y las categorías según las que miramos lo que nos rodea. Y yo, la verdad, descreo de las categorías y el sistema de prejuicios que se entreven en el razonamiento de Natanson. Y descreo porque son inoperativas, no sirven para la acción y en consecuencia no sirven para la transformación social. Y un pensamiento inútil para la transformación social podrá estar fenómeno y ser atractivo siempre que no se meta a describir la sociedad. Por ejemplo, la literatura está muy bien y es a lo que me aboco con mayor placer y entusiasmo. Pero es literatura y nada más.
En un plano es muy bueno el análisis o la descripción de Natanson. Muy interesante al menos, en su descripción de las consecuencias de las diferentes situaciones económicas, aunque comete algún perdonable error cuando se remonta a épocas que no conoció sino por versiones deficientes (y ahí sí está el «relato», pero justamente como manifestación de una carencia. Pero esto lo dejo, porque me llevaría muy lejos). Por ejemplo, Natanson se equivoca mucho cuando adjudica a los jóvenes de los 60 o 70 irrespeto o desinterés por lo que pudieran decir los ancianos. ¡Fue exactamente al revés! Los peronistas, al menos, seguíamos a un anciano, a un tipo de la edad de nuestros abuelos. Y leíamos a Jauretche, a Scalabrini, a Marechal. Todos viejos.
No era con los ancianos la cosa, sino con los maduros, los cuarentones o cincuentones, los que Perón, con su tendencia a la turrada y la socarronería bautizó como la generación intermedia, lo que según se mirara podía leerse como la generación ni una cosa ni la otra, sin olor ni color, la generación mierda de paloma. Y de ahí la contradicción explícita y el anacronismo de analogar un supuesto jauretchianismo con un supuesto pacourondismo.
Dice un bolichero amigo mío refiriéndose a su negocio: Lo que hay es lo que hay, pero de lo que hay, no falta nada.
Eso mismo ocurre en la política: se transmite lo que se es, lo que está, lo que hay. Y aunque se pueda «comunicar» cualquier cosa, lo que queda es lo que se transmite. No es prudente, pienso, ver las cosas en términos de comunicación sino de trasmisión, que aunque alguna miopía nos haga confundirlas, no son la misma cosa: una polea no «comunica» el movimiento, la roldana no se lo «cuenta» a la rueda. Se lo transmite.
El kirchnerismo, si se quiere, tiene un problema de transmisión, que es consecuencia de un problema (o más bien de la ausencia absoluta) de organización y a resolverlo debería abocarse. No a comunicar, sino a organizar, pero por más que el General a veces sugiriera otra cosa, no se organiza de arriba hacia abajo, de la activa lucidez del dirigente a la pasiva estupidez del dirigido. La organización surge, en primer lugar, de un objetivo claro, de un propósito, y luego de la tensión existente entre pretendidos dirigentes y pretendidos dirigidos.
Algo de eso está habiendo, aunque todavía parece persistir en el kirchnerismo la rémora de los últimos años de decadencia peronista: la pasividad con que los «dirigidos» se acostumbraron a esperar las genialidades, los recursos, la chequera del «dirigente».
Hay además una tendencia muy generalizada (que Natanson comparte, quizá sin advertirlo) a creer que la organización y la transmisión son aspectos, facetas, responsabilidades de un gobierno, cuando en realidad siempre son a pesar, a expensas del gobierno, porque no pueden ser de otro modo: en el gobierno nadie hace lo que quiere, sino apenas, un poco de lo que puede. A veces eso es malo. Y a veces es bueno.
Pero hay jóvenes, que no son los treinteañeros, Salinas, que de por sí se encuentran con dificultades, tanto conceptuales como existenciales, para comprender la naturaleza del proceso que se entreve. Son los más chicos, que irrumpen con sus categorías y sus modos, sus ignorancias y sus extraños conocimientos, claro, pero irrumpen en la lucha social, en la lucha cultural y, en consecuencia, en la lucha política. Y si son jauretchianos o pacourondistas, problema de ellos. Porque el fenómeno es que ellos, esos pibes, son los jaurtetcheanos, no la supuesta política comunicacional o cultural del gobierno ni de sus «intelectuales» «orgánicos» (encomillo las dos palabras por separado porque no sé cuantos puedan ser los intelectuales en este país y no me imagino a quien alude Natanson cuando habla de orgánico de este gobierno).
Ocurre que de alguna manera esos jóvenes se tienen que explicar lo que perciben, el horrendo monstruo que se esconde atrás de la amable apariencia y buenos modales de una argentina clasemediera, hasta progresista, tolerante, cosmopolita, antirracista. Al monstruo que surgió de golpe, apenas el gobierno le rozó el traste a sus valores más profundos. ¿Y hay una manera diferente de explicarse la existencia de este monstruo que no sea mediante el mecanismo de la colonización cultural y pedagógica? Si para eso hay que recurrir a Scalabrini, Jauretche, Fanon o Ho Chi Minh, mala suerte, porque así como no fue con Sebrelli ni con Marcuse, tampoco será con Tomás Abraham o con Hobsbawn que consigamos endenderlo y explicárnoslo.
Lo notable, lo que implica un «cambio de época», es que esas preguntas empiecen (o vuelvan a empezar) a hacerse. Y eso no es consecuencia de ninguna comunicación sino de un satori, de la súbita toma de conciencia del país en que se vive, provocada por la irracional reacción de un altísimo porcentaje de la sociedad ante el conflicto con «el campo».
Pasada la sorpresa, quedó una expectativa y un estado de ánimo, junto a la sospecha de que pueden volver, y peor que nunca. Esa expectativa y ese estado de ánimo eran un caldo propicio para asimilar la gran trascendencia, las implicancias profundas –no económicas o políticas sino sociales y culturales– del regreso al sistema solidario de jubilación, la AUH y la Ley de Servicios Audiovisuales, fueren cuales fuesen las razones que pudiera haber tenido el gobierno para impulsarlas, y en el momento en que lo hizo y no en otros.
El fenómeno es que esos pibes, obviamente una activa minoría (que viene a ser, casualmente, la definición que Unamuno da de lo que es una generación: «una minoría activa que otorga el tono a una época») recupera algo que uno creía ya desaparecido junto al abandono de las novelas de aventuras: no hay joven que pueda recibir o merecer ese nombre que no quiera ser como Robin Hood. Y si hay alguno, mejor estrangulémoslo antes de que llegue a ministro.
Todo esto fue suficiente para que volviera a aparecer la política como espacio e instrumento de transformación. Ahora se trata de organizar y seguir organizando. No de «comunicar». Al menos, no a los jóvenes, que de ellos habla Natanson. Porque ¿qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a «comunicar»? ¿Y a quiénes? ¿Y cómo? ¿Hay una juventud partida y entonces vamos a hacer dos «comunicaciones»? Además ¿por qué partida en dos y no en más partes? ¿Es suficiente diferenciar entre los que pueden prolongar la adolescencia y los que deben apurarla? ¿Y unos y otros la prolongan o la apuran del mismo modo o de modos y en condiciones semejantes? ¿Es esa toda la diferencia, o la más importante, o la que explica los diferentes comportamientos sociales, los distintos códigos? ¿Y hay dos nomás?
Las medidas para la parte de la juventud «pobre» que sugiere Natanson ¿son necesarias para la franja juvenil o para la sociedad en que viven? La no reglamentación del aborto, la falta de viviendas, la ausencia de créditos, el precio de los alquileres, la persistencia del embarazo adolescente ¿son problemas de la juventud o de la sociedad? ¿afectan únicamente a los jóvenes? ¿Y es la juventud o la sociedad la «partida»?
Yo no veo a la sociedad «partida», sino que la veo disuelta. Y en lo que hay que pensar es menos en comunicación (dejemoslo para los momentos electorales) y más en cuáles son aquellos elementos que puedan ayudar a que una sociedad disuelta vuelva a ser una sola sociedad. Porque no alcanza con las variantes económicas ni con mayor distribución del ingreso. Ayuda, es indispensable, pero no alcanza. Tan poco alcanza, que a veces uno empieza a dudar: ¿es posible una única sociedad es un mismo territorio geográfico y político?
Si es posible, lo será a través de las nuevas generaciones, de la forja de unidad social y cultural en las nuevas generaciones, y esto tiene menos que ver con las políticas gubernamentales que con las políticas que puedan imaginar los cuadros y activistas políticos. Con dos condiciones o requisitos: uno, que el gobierno persista y profundice la integración social por medio de la creación de empleo; el otro, que los cuadros y activistas vean a la política como el medio de hacer una sociedad mejor, con hombres mejores, con tipos que aspiren a ser santos y no que aspiren a ser canallas. Que el héroe sea el gaucho Cruz y no el viejo Vizcacha.
Y de que entiendan, de una puta vez, que el «público» que merece toda la atención está «abajo», no «arriba».
En fin, que siendo buena, la nota de Natanson no me parece cosa del otro mundo. Y si me apuran, voy a decir que es bastante superficial.
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Mientras verificaba que Jorge Devicenzi me madrugó y publicó la nota de Boot en su blog Que la jarana recién empieza, me llegaron dos comentarios. Uno, muy breve, del aludido Benítez, Carlos, entre otros muchos oficios, editor de Zoom, y otro de Esteban Collazo, redactor de dicha revista electrónica.
La purretada puso el cuerpo. Como siempre el compañero Boot, aporta en lo sustancial, en lo que hace la nota de Natanson, que en realidad se los mandé a los compañeros sólo por el final de la nota. Nosotros, como militantes, lo palpamos todo el tiempo: cada vez hay mas jóvenes militando como pueden, sin linea, digamos con tiza y carbón. No sé si eso en principio está mal. Lo importante es que no se vuelvan a sus casas como muchos hicieron cuando se acabo la primavera alfonsinista o cuando llegó la década mortal de los 90. Para queiens éramos jóvenes en aquellos años, la derrota fue total, mas allá la resistencia que ejercíamos como podíamos (radios comunitarias, clubes OSJ etc). Y llegó el 2001/2002, y parecía que nada quedaba y ahí estábamos tirando piedras y, no quiero exagerar, pero la purretada puso el cuerpo… CB.
Lo que vendrá
Por Esteban Collazo (22 años)
Que respuesta tan booteana. Muy buena. Comparto muchas cosas, creo que no se trata -o es imposible- de comunicar cuando el otro está sordo, cuando lo único que consume son diarios y programas hegemónicos que profesan neoliberales. Lo que fallaba -y todavía no está resuelto, aunque se ha avanzado- es la política.