Retrato del matón

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Por Horacio González *
Y apunta, y tira. No sabe lo que hace. Mata a un hombre. Pero sabe lo que hace. ¿No precisa trabajo acaso? Ha peregrinado por el sindicato, los talleres del ferrocarril. No lo valoran bien. ¿No se dan cuenta lo que él vale? Ya van a cambiar de idea. No es como los demás, simples peones de la apretada, patovicas que no asustan a nadie, empleaduchos que hacen a desgano lo suyo, marionetas de una pesada que no pasa de la manopla y el tiro al aire. Patoteros de ocasión. El no. Tiene pretensiones, cuida su rostro para que se parezca a los rostros de la época. Si es barba candado, todo bien. Si es una dúctil vellosidad debajo del labio inferior, todo bien. Si es una camisita con tres botones desprendidos, un arito incluso, todo bien.

Y apunta, y tira. Un segundo o un primer oficio de un hombre –no leyó a Borges ni a Sartre– puede ser el de matar a otro hombre. Pero él tiene más oficios. Puede desarmar y armar una heladera con los ojos cerrados. Como técnico, diría que ése es su primer oficio.

Puede desarmar y armar una 22, una 38; es su segundo oficio. A veces su primer oficio. ¿Por qué hacer distingos? Siempre con los ojos cerrados. ¡Que un hombre como él quede desocupado! Si se descuidase, hasta podría convertirse en un tercerizado. Conoce a varios que no tienen ambiciones, no saben lo que es aspirar siempre a lo mejor, a lo más fetén fetén. Es graciosa esa palabra, es antigua, él la dice en broma, pero se sabe que es para señalar las apetencias y, al mismo tiempo, atajarse por si no se cumplen enseguida. Fetén.

No queda bien el papel de ser un desgraciado de la suerte. Por eso queremos lo mejor, pero nos tomamos un poco en broma. Tenemos calle, mundo, tablón, no encorvamos el lomo al costado de las vías, como esos tercerizados. Su nombre lo dice todo; no son de primera, ni siquiera de segunda. Me saco fotografías a troche y moche. 

Cualquier día de éstos me pongo un Facebook. Total, con la promiscuidad que hay en el mundo, sólo un vago o un desinformado no trabaja para convertirse en fotogénico. ¿No saben lo que es eso?

El genio de la imagen, lo que te da luz, aunque sea momentánea. Pero si una foto resulta que tiene imán, pasás al frente. Lo saben todos. ¿Cómo no se dan cuenta los giles? No tienen ambiciones…

Y apunta, y tira. Las cosas pueden ser graves, él lo sabe bien. Pero no cuando hay palabras adecuadas que las explican. ¿No escuchó decir “a éstos se la damos”? ¿No dijo alguien por ahí, cerca suyo, “lo que haya que quemar, lo quemamos”? ¿No expuso el gordo del tatuaje la clara convicción de “a ése dejámelo a mí”, y el delegado general, ese mismo, no lanzó ufano unos conceptos fabulosos, “son troskos”, “a los bichitos colorados los servimos”? ¡Qué palabras! 

Las había escuchado antes, pero ahora se las decían con ganas. Había urgencia y sentido. Cómo refulgen esos dichos. Troskos. Bien pronunciados, como la pronuncian los muchachos, como en un exorcizo o un ritual de inmolación, ¿cómo va a ser un problema encajarles un estocada, un cohetazo?

Bichitos colorados… hasta es tierna esta expresión, pero sabemos lo que quiere decir; si los taladramos, nadie se preocupa… si ya nacen despreciados en el propio idioma. Los que hablan son nuestros sabios del estruje y el aporreo; el pibe del tattoo, el delegado que hace reír cada vez que dice “zurdaje”, y lo dice cada dos por tres; el entablillado que la ligó en una batahola la semana pasada; un correveidile que va de la seccional al club, del club al taller, trayendo órdenes y habladurías. 

A veces confunde unas y otras. Le habrán dicho que esa confusión es necesaria, que nunca hay que decir las cosas pesadas claramente. Los que hablan, francamente, parecen que balbucean, sólo dicen grandes metáforas, “los corremos y los reventamos”. Pero hay que saberlas interpretar bien.

Y apunta, y tira. Hay que saber interpretar, es un arte. El es el mejor y debe demostrarlo. Un trabajo como cualquier otro. Pero profesional. Desarmar la heladera. Manejar el chumbo. No ser aburrido, eso también es bueno. ¿Y la policía? Deja hacer. 

Neutrales, pibe, neutrales en el conflicto social. Ya se van retirando los tercerizados. ¡Qué palabreja! Y nuestros muchachos, dueños de la escena, como soldados de Napoleón en las estepas, desfilando por las vías. Pero falta algo, algo que se venía cantando y que los maricones no saben leer. Leer, sí. Interpretar. Como quien dice, leer un partido de fútbol. Leer la situación, ésta en la que corremos a los zurditos. Sí, tiren piedras nomás. Acá va lo nuestro. ¡Fuegos artificiales para todo el mundo! Es mi interpretación selecta, mi hermenéutica que lo aclara todo, y no va al aire ni a las patas. Al centro, donde más duele. Y luego, volver al taller. Ufano. Santo Remedio de Escalada. Somos lo mejor; ya no pueden negar un empleo, lo han prometido. ¡Si les dimos de lleno! Fetén, fetén. 

Dicho en broma y en serio. Los capos saben lo que quieren. El trabajo ya está hecho, de primera. ¡Cómo corrían después de los chumbazos! Iba en serio. El trabajo consiste en interpretar bien, darles un moño a las cosas para que empiecen bien y terminen mejor. Y los capos… satisfechos.

Pues bien, dudamos en meternos en la conciencia del asesino, de este o de cualquier asesino. ¿Quién ha tirado? Hay un momento en que apretar el gatillo implica que toda una trama social sostiene ese acto tan definitivo y sutil que es apenas una presión, una mínima curvatura del dedo. Pero hay maquinarias detrás. No sabemos si esta descripción alcanza para decir de qué se trata. Lo que aquí imaginamos surge de las crónicas periodísticas y no lo escribimos para incriminar a nadie en especial, sino para que surja el culpable, los culpables, y la urdimbre que los rodea y constituye. Menciono algunas cuestiones relacionadas: no pensamos que el disparo o los disparos hayan salido de los pliegues internos del Estado. No pensamos que se haya “tercerizado la represión”, lo que significaría también que el tirador hubiera sido designado por el Estado o estuviera vinculado con él. Definir bien la situación es un paso para desentrañarla jurídica, social y políticamente. En cambio, pensamos que el disparo sale de una parte de la historia nacional, su parte turbia, irresuelta, espesa de oscuros tráficos y negocios.

Esclarecerla, desmontarla, es obra de la Justicia y de un sentido renovado del vivir común, la política y el sentimiento colectivo. Sale el disparo, también, de ciertas conversaciones, de terminologías aciagas, de años y años en que tantos y tantos han consultado el diccionario del desprecio, de los prejuicios de una dirigencia sindical que sostiene intereses cifrados, que a veces dicen palabras venerables, pero son sonidos huecos tras los cuales sólo hay una gavilla. En ella, una mezcla de historia reventada y de aciaga fatalidad va fabricando un asesino.

Hay entre nosotros muchos temas pendientes. Este reviste la categoría de principal y urgente. Cada época tuvo su mensura de gravedad y confines ultrajados. Los 30 mil desaparecidos son la evidencia, en la lengua, en el sentido jurídico y en el pensar colectivo, de un modo explícito de gravedad. Invocarlos hace a la salvaguarda de la existencia social y política de una comunidad. Otra mensura proviene de los nombres de Kosteki y Santillán. En un caso son cifras visibles con miles de rostros detrás. En el otro, dos rostros visibles con cifras invisibles detrás. Cada época tiene su marca de peligro y sentido de la violentación de límites.

Ahora eso lo establece Mariano Ferreyra, que en la tragedia es nombre y número individual. Sabemos algo de él; es poco. Han hablado sus compañeros de militancia, su hermano; su madre, apenas. Una vida popular, una esperanza de cambio, una militancia estricta, suburbana. Es uno de los rostros que vemos pasar en el cortejo sangriento de la vida argentina. Perteneció a un compromiso militante, a un partido clásico de la izquierda del país, a una interpretación de los hechos que de repente reculan sobre sí mismos, brutalmente y sin proporciones, mostrando que encerraban un latente retoño criminal. También pertenece a una historia de la juventud argentina, de las militancias sociales y del via crucis del pueblo, en la medida en que esa noción está siempre detrás de nosotros y siempre –impalpable, etérea, demorada– en permanente reconstitución. Y también más allá, luego de nosotros. Este chico asesinado, este militante entre los miles y miles de militantes que hay en el país, espera y nos espera. Es uno de los rostros actuales que se ven pasar, fantasmales, en el reclamo de resarcimientos, ante lo injusto y lo bárbaro. No podemos quedarnos tranquilos.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

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