VIDAS EJEMPLARES: Santa Rafqa (Rebeca) de Himalaya

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La tenía que haber subido el viernes para el sábado, pero me despisté. Igual, lean. No se arrepentirán. Yo estaba deprimido y se me pasó la mufa. Pertenece al inédito santoral Pido a los santos del cielo, de Teodoro Boot.

Virgen de la orden de San Antonio de los Maronitas.Ciega a los 30 años, y paralizada después en todos sus miembros, excepto en sus manos, permaneció en oración, fija sólo en Dios y en las medias de lana que tejía incesantemente.

Había nacido en Himlaya, a 30 km. de Beirut, el 28 de junio 1832, día de la vigilia de San Pedro y San Pablo, y, por esas cosas de Dios fue nombrada Petra y no Pabla. A la edad de siete años, fue también Dios quien se llevó a su madre, mientras que una mala mujer se llevó a su padre y, al pretender éste casarla con un hermano suyo, ello indujo a a Petra a ingresar a la orden de las Las Mariamitas en Bikfaya, donde adoptó el nombre de Anisi. Esto ocurrió un 9 de febrero de 1855, cuando tenía 24 años.
Cuando el Señor decidió que la orden de las Mariamitas se fusionara en una sola congregación con la del Sagrado Corazón, un monje de luengas barbas blancas le indicó en sueños que ingresara en la orden de Las Libanesas Maronitas (Baladitas). Dicho y hecho: al día siguiente Anisi se dirigió al monasterio de San Simón en Aytou, donde realizó un año de noviciado, y se llamó Rafqa, como su madre.
«¿Por qué Dios mío te alejaste de mí y me abandonaste? ¿Por qué no me has visitado con una enfermedad? ¿Te habrás olvidado de tu esclava?», preguntaba Rafqa ante el Santo Sacramento un primer domingo de octubre, durante la fiesta del Santo Rosario.
Para mostrar que no la había olvidado, esa misma noche el Señor le envió un terrible dolor de cabeza que se prolongaba hasta los ojos. El dolor era tan tremendo como persistente, por lo que un médico de Trípoli le hizo una punción introduciéndole una sonda de un oído a otro, si más resultado que el de añadirle otro padecimiento.
Para no ser menos, un segundo médico recomendó operar su ojo derecho. Como es natural, Rafqa rechazó la anestesia, de manera que pudo presenciar el momento en que su globo ocular saltó de su órbita y cayó palpitante a sus pies. De inmediato, sintió chispas brotar tanto de su cuenca vacía como de su único ojo, y un dolor tan intenso como si la tierra girara a su alrededor. ‘¡Con la pasión de Cristo! –agradecía Rafqa al facultativo– ¡Qué Dios bendiga sus manos! ¡Que Dios lo recompense!».
«El dolor de ojos que esta pobre monja padece es indescriptible y su curación, imposible ya que le afectó el nervio óptico», diagnosticó en Batroun un tercer médico.
Dos años después, ya instalada en el monasterio San José, quedó totalmente ciega, pero no vaya a creerse que por eso Dios la olvidó: pronto Rafqa sintió un dolor atroz en los dedos de los pies, cuyas articulaciones se dislocaron, por lo que tuvo que guardar cama. A continuación, se le descoyuntó la cadera derecha, y los huesos salidos de su cavidad se hundieron y se perdieron en el cuerpo. Lo mismo pasó con la rótula y la rodilla derecha. La cadera y la pierna izquierda se desencajaron también y los huesos salidos le desgarraron la piel. Se le abrió una enorme cavidad en el omóplato izquierdo. La clavícula derecha le rasgó la piel. El hombro y el brazo se le paralizaron, y se le hizo un hoyo profundo entre los hombros, provocándole una herida que sangró durante cinco años.
Le quedó el cuerpo enjuto y tieso, se adelgazó a tal punto que parecía un esqueleto descarnado, con todos los miembros dislocados y desarticulados y no tenía ningún miembro sano excepto las articulaciones de las manos, las que, como ya es sabido, utilizaba para tejer calcetines.
Según la opinión de los médicos, Rafqa padecía una tuberculosis osteo-articular que la dejó en cama, acostada solamente del lado derecho sin que su hombro tocara las sábanas, con la cabeza apoyada en la almohada.

Cuando tenían que ordenar su lecho, o llevarla a la Iglesia, cuarto monjas la cargaban con precaución en la sábana y no se atrevían a depositarla en el suelo por temor a que sus miembros se separaran o se desmoronaran.

Fue el jueves, en la fiesta del Santo Sacramento, que Rafqa propició su primer milagro: por la mañana le había dicho a su superiora: «Si pudiera asistir a la misa, en este día de tan noble fiesta». Las hermanas trataron de llevarla asiendo las cuatro puntas de la sábana, pero al levantarla le dolió la cadera izquierda. Optaron entonces por dejarla en su cama y se dirigieron a la iglesia. Cuando la misa empezó, emocionadas y sorprendidas, las monjas vieron lo que quedaba del cuerpo de Rafqa entrar arrastrándose en el recinto. Parece ser que ante los ruegos de la piadosa monja Jesús la ayudó a caer de la cama y fue impulsándola lentamente hasta el altar.
En cierta ocasión, nuestra santa recuperó la vista, sólo durante una hora, para apreciar la belleza del monasterio y de los bosques y montañas que lo rodeaban.
Rafqa explicaba las reglas y las virtudes monásticas a sus hermanas y enseñaba a las novicias las oraciones del breviario en arameo, que es el verdadero idioma de Dios. Consolaba a la hermana triste, pedía perdón en lugar de la hermana culpable o castigada y nunca estaba satisfecha con sus padecimientos, hasta el punto de rogar a la hermana Marina que se lavara los pies y le diera a beber de esa agua como muestra de gratitud por haberla cuidado durante tantos años.
Luego de tres décadas de sufrimientos y profundo amor a Cristo, falleció en la mañana del 23 de marzo de 1914, a los 82 años de edad.
Fue canonizada en el 2001por el Papa Juan Pablo II, luego de reconocer el milagro realizado por su intersección, que fue una curación directa, completa y permanente del cáncer de útero en estado terminal padecido por la señora Isabel Najle Albathawi.
Para el Sumo Pontífice, Rafqa de Himlaya, fue realmente «sal de la tierra y luz del mundo» y se le puede aplicar el bello versículo del salmo 92: «Florecerá el justo como la palmera y crecerá como el cedro del Líbano».
Se la invoca contra el cáncer de útero en estado terminal y es recomendada para tener paciencia en las dificultades, consuelo en los dolores y resignación al recibir el amor de la Divina Providencia.


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