Un cambio en la política exterior
Dice Caíto:
Una de las críticas más frecuentes que se le venían haciendo a la política exterior -básicamente desde la derecha- de este gobierno es que estaba aislando a la Argentina del contexto internacional, que se alineaba con Chavez en vez de hacerlo con Lula y con EEUU, etc., etc.
Por lo visto esta crítica de la derecha no parece tener mucho sustento y Pagni en su nota se está dando cuenta de esto.
Esta suerte de retorno del Gobierno a una de las variantes de las «relaciones carnales» con EEUU obligará a los Grondona y a los Morales Solá a guardar sus críticas respecto de una (supuesta) política exterior aislacionista: el Gobierno les está robando el libreto…
Publicado en La Nación el 16/08/2010
El escenario
Fotos de un cambio en la política exterior
Carlos Pagni / LA NACION
¿El Gobierno está corrigiendo su política exterior? ¿La inesperada kirchnerización de Carlos Menem se corresponde con una menemización de los Kirchner?
Los episodios todavía son pocos para sacar conclusiones. Pero la semana pasada los argentinos fueron sorprendidos por un par de fotos raras. El martes, en Santa Marta, Colombia, el secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Néstor Kirchner, apareció junto al flamante presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en una cumbre destinada a recomponer las relaciones entre esos dos países.
Al día siguiente, en el Departamento de Estado de los Estados Unidos, el canciller Héctor Timerman compartió con la secretaria de Estado Hillary Clinton una conferencia dedicada a exaltar el vínculo entre esa potencia y la Argentina. Hay una innovación en esos hechos. Es decir, o el kirchnerismo se volvió Zelig -aquel memorable camaleón inventado por Woody Allen-, o está realizando una lectura correcta de las dos novedades más relevantes que están ocurriendo en la región: la tensión entre Estados Unidos y Brasil por el acercamiento de Lula da Silva a Irán; y la distensión entre Colombia y Venezuela, derivada del reemplazo de Alvaro Uribe por Santos, pero, en especial, del costo ya insoportable que le impone a Chávez la amistad con los terroristas de las FARC.
Los Kirchner han aprovechado esas dos oportunidades, pero todavía no se conoce qué influencia tendrá esa decisión en la formulación de su política exterior y doméstica. En otras palabras: se ignora si con esta «carnalización», que también se expresa en la designación de Alfredo Mac Laughlin en el Fondo Monetario Internacional, la Presidenta está ensayando el giro diplomático que prometía durante la campaña electoral, y que se frustró por el escándalo de la valija de Antonini Wilson en los tribunales de Miami.
Timerman consiguió una escena que a Rafael Bielsa y a Jorge Taiana les había sido negada. Y ni siquiera la buscó. Fueron los norteamericanos quienes lo sacaron de su mundo Twitter y lo colocaron en el podio. Tenían un objetivo preciso: la condena al régimen de Mahmoud Ahmadinejad, en este caso por su responsabilidad en el atentado en la AMIA.
La genealogía de la foto de Timerman y Clinton hay que buscarla en la entrevista que el ministro mantuvo en abril de este año, siendo todavía embajador en Washington, con el general James Jones, encargado del Consejo Nacional de Seguridad. Faltaban pocos días para que Cristina Kirchner participara de la Cumbre Nuclear Global.
Jones le explicó a Timerman con mucho detalle, la importancia que tenían para el gobierno de Barack Obama las restricciones al enriquecimiento de uranio por parte de Irán. Jones pedía menos de lo que la Argentina ya había hecho: en el año 2007 el gobierno de Néstor Kirchner reclamó la captura internacional de un grupo de iraníes entre los que se encuentra el actual ministro de Defensa de Ahmadinejad, Ahmad Vahidi. Timerman sugirió: «Sería bueno que el presidente Obama le comente estas preocupaciones a la presidenta Kirchner».
«Lo hará, sin duda», contestó Jones. «No está tan claro que se vayan a reunir», aprovechó Timerman. Al día siguiente, Cristina Kirchner era invitada a su primer encuentro individual con Obama. Así se consiguió la foto más buscada.
Radar
El ingreso de la Argentina en el radar de prioridades de Washington no se comprende sin observar el juego de Brasil en relación con Irán y su programa nuclear. En noviembre de 2009, Lula recibió a Ahmadinejad en Brasilia y, en mayo pasado, Brasil se asoció a Turquía para proponer que se eviten condenas a Irán, a cambio de que ese país acepte recibir en territorio turco uranio enriquecido. El trato no incluía el compromiso de los iraníes de suspender su plan, y fracasó. El Consejo de Seguridad aplicó sanciones a Irán, que Lula se comprometió a cumplir, bajo protesta. Irán se prepara ahora para recibir uranio de Rusia. Hay expertos que especulan con que, si en noviembre se produce un avance republicano en el Congreso de los Estados Unidos, Israel se sentirá con margen para atacar blancos militares iraníes.
En este ajedrez, la Argentina no tiene sólo una coincidencia con Washington. También hay una divergencia con Lula. Cuando se pidió la captura internacional de los terroristas iraníes, el gobierno brasileño prefirió abstenerse en vez de acompañar a su socio argentino. La proximidad del gobierno del PT con Irán es anterior al debate nuclear. El primero en denunciarla fue José Serra, candidato presidencial de la oposición socialdemócrata. «Si el presidente quiere saber quién es Ahmadinejad, que consulte a su amiga Cristina Kirchner», aconsejó el año pasado.
La aventura iraní está en el centro del debate diplomático brasileño. Profesionales cercanos a Serra reprochan a Itamaraty que se haya lanzado a ella malinterpretando los intereses de Brasil. El protagonismo de Néstor Kirchner en el vecindario está reforzando esa posición.
Tampoco la foto de Kirchner en Santa Marta tuvo una generación espontánea, sino que fue el resultado de su sigilosa aproximación a Colombia. La primera puntada la dio el embajador de ese país en Buenos Aires, Alvaro García Jiménez, quien el 24 de junio pasado invitó al flamante secretario de la Unasur a un almuerzo con los embajadores de países de América latina. Fue un gesto inteligente, que descartaba cualquier incomodidad del gobierno de Alvaro Uribe con el ascenso de un amigo de Chávez. Este episodio se combinó con otro: Santos ganó las elecciones y designó canciller a María Angela Holguín, hasta ese momento representante de la Corporación Andina de Fomento en la Argentina. Los Kirchner simpatizaban con Holguín, en parte por su respaldo a algunas obras de infraestructura y en parte por la amistad entre ella y el legendario Juan Manuel Abal Medina, padre del homónimo vicejefe de Gabinete.
Holguín y García Jiménez convencieron a Santos de incluir a Buenos Aires en la gira que emprendió por la región cuando fue elegido. La visita se produjo el 26 de julio. Kirchner comió con Santos en lo de García Jiménez, acompañado por sus asesores en la Unasur, Juan Manuel Abal Medina (h) y Rafael Follonier, eterno canciller en las sombras. Kirchner y Santos hablaron a solas de la bomba que había hecho estallar Uribe cuatro días antes en la OEA, donde su representante acusó a Chávez de convertir a Venezuela en un refugio para los narcoterroristas de las FARC.
Condicionamiento
Kirchner interpretó la denuncia de Uribe como un intento de condicionar la política exterior de su sucesor. Los hechos se pueden interpretar al revés: a partir del escándalo, los venezolanos aguardaron con ansiedad el cambio de mando en Colombia para evitar un conflicto armado. Kirchner verificó esa inquietud en varias comunicaciones telefónicas con Chávez. Después visitó Caracas y, desde allí, viajó a Bogotá, donde realizó gestiones sigilosas durante cinco días. Cuarenta y ocho horas después de la asunción de Santos, y antes de lo que se esperaba, se produjo la cumbre de Santa Marta, en la que Colombia y Venezuela normalizaron sus relaciones. Santos anunció que sería el presidente de la paz y designó como embajador en Caracas a José Fernando Bautista, uno de sus principales asesores de campaña. Chávez, por su lado, reclamó a las FARC que abandonaran las armas. Seis meses antes había pedido que se les otorgara el estatus de beligerancia.
El acuerdo Santos-Chávez es modesto: ni los colombianos pidieron inspeccionar el área sospechosa de Venezuela, ni los venezolanos pretendieron controlar las bases militares de los Estados Unidos en Colombia. Aun así, Kirchner consiguió un éxito que le permitió ponerse en el centro de las facciones en que se divide la región, disimulando los aspectos más sospechosos de sus vínculos bolivarianos. Para el final, otro dato curioso: varios reportes de prensa hablaron del protagonismo de Lula en el desenlace, pero ninguno dio detalles de su intervención en esta trama. Itamaraty quedó de nuevo fuera de foco. Como en Washington.