Vergéz, alías Gastón, alías Vargas / 2 (De cómo se fue de boca)

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Hasta ahora nunca supe de que en los sótanos del Batallón 601 ni en ninguna otra parte del edificio de Callao y Viamonte se tortura. Ni siquiera tebgo noticias de que se llevaran allí prisioneros-desaparecidos. Se lo pregunté al autor, Patán Ragendorfer, que me respondió que eso es lo que dijo entonces Vergez.
A mi entender, a Coccoz deben haberlo llevado a Campo de Mayo.
Vi a Vergez personalmente dos veces, la primera cuando por orden de Luis Eduardo Duhalde, director del diario Nuevo Sur, tuve que atender sus quejas porque habiamos denunciado que trabajaba en la Secretaría de Energía bajo el ala del ministro, el Chiche Aráoz. Y la segunda, casualmente, mientras entrevistaba a Omar Chabán en Marcos Paz. Entre una y otra hubo un abismo. Entonces confiaba en los indultos y amnistías de Menem (no recuerdo si ya había escrito o estaba escribiendo "Yo fui Vargas") y me obsequió mi "ficha" tal como le exigí para siquiera escuchar sus reclamos*, no lo reconocí la segunda vez cuando entró a la celda donde entrevistaba a Chabán, y no sólo por el paso de una década y media: su cara era gris, taciturna (después me enteré de que estaba medicado, tomando antidepresivos).
Respecto a a la ficha, un comentario sobre la decadencia de los servicios de inteligencia del Ejército. Llevaba el membrete de una agencia privada en la que se habían reciclado muchos "batatas". La información correspondiente a los aós 70 era veraz y certera (seguramente producto de certificaciones de prisioneros tortrurados o vueltos colaboradores) pero la de los años '80 era un cachivache. Baste decir que sostenía que integraba una célula castrista dirigida por Rogelio García Lupo (a quien en aquellos años solía ir a visitar a la redacción de El Periodista) e integrada también por Nancy Pazos (que a fines de los '80 hacia sus primeros pininos en periodismo en El Porteño, donde yo trabajaba) e incluso que viajábamos regularmente a Cuba… a dónde, desgraciadamente, nunca fui.
Bueno, no les doy más la lata y los dejo con Ragendorfer:

 
El cuerpo doblado en dos y la cara tapada por las manos

Como Alfredo Astiz, el ex capitán fue una estrella pública en el firmamento del terrorismo de Estado.

Sin disimular esa condición, circuló con tranquilidad por las dos primeras décadas posteriores a la dictadura. Ahora estaba allí, en el banquillo de los acusados, con el cuerpo doblado en dos y la cara tapada por sus manos; las cámaras lo acribillaban igual. Curiosamente, el TOF Nº 5 comenzó a juzgarlo en el Día de la Primavera. Se lo imputa por las desapariciones del empresario Julio Gallego Soto, del funcionario ministerial Juan Carlos Casariego de Bel y del militante del ERP Javier Coccoz. Se le atribuye el secuestro de la pareja de este último, Cristina Zamponi, y su pequeño hijo; ambos fueron los únicos sobrevivientes. Ella, desde algún lugar de la sala, escrutaba ahora al represor. Vergez seguía con el cuerpo doblado. Luego, despacio, se incorporó. Sus ojillos entonces se multiplicaron en los televisores.

El otrora todopoderoso jerarca del campo de concentración cordobés La Perla vivía en un departamento ubicado en la calle Rodríguez Peña 279, de Capital. Allí lo llamé en junio de 2004 por una entrevista periodística. Su voz sonó quejumbrosa, como afectada por una dolencia. Y, en efecto, dijo hallarse "muy enfermo". El encuentro recién se concretó el 2 de julio. Esa tarde, me recibió con una helada cortesía. Tenía las mejillas hinchadas y una mirada agrisada e insondable, como si su salud atravesara una etapa terminal. Grande fue mi sorpresa cuando admitió que, simplemente, había padecido una gripe. Luego se dejó caer en una silla. Su hábitat era austero; en aquel pequeño living sólo había una mesa de fórmica, otras tres sillas y un televisor que emitía imágenes sin sonido. Al rato llegó una mujer menuda, levemente ajada y teñida de rubio. Era Alicia, su mujer. Nos ofreció café.

El militar, entonces, abordó un tema técnico: "La nuestra fue una guerra de inteligencia. Las batallas se liberaban en los interrogatorios. Eso no siempre implicaba la tortura sino una pugna psicológica muy sutil con el detenido." Dijo haber salvado vidas, apiadándose a veces de sus presas, algunas de las cuales, incluso, pudieron salir del país gracias a sus buenos oficios. "Pero ellos me traicionaron, diciendo falsedades sobre mi persona", admitió, con un dejo de rencor. Poco después, ya más en confianza, diría: "La Perla fue mi hija, mi obra. Yo la hice."

La fama de "Vargas" o "Gastón" –como se hacía llamar por sus camaradas del Batallón 601– había nacido antes de la dictadura, cuando formó parte del Comando Libertadores de América, una versión cordobesa de la Triple A. Su ladero en esos días era el comisario Pedro Telleldín –padre del implicado en la causa AMIA–, con quien compartió inolvidables hazañas, como la bomba que hizo volar la rotativa del diario La Voz del Interior, ubicada en el barrio Alta Córdoba. También se le adjudicó al dúo el asesinato de la familia Pujadas y el de nueve estudiantes bolivianos, cuyos cuerpos torturados aparecieron en un camino situado en las afueras de la ciudad. Idéntica suerte corrieron otras tantas personas secuestradas en 1975, como Susana Luna, que antes de recibir el tiro de gracia fue salvajemente mutilada. Y Marcos Osatinsky, un jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al que el tal "Vargas" mataría arrastrándolo por una ruta encadenado a un auto. Luego, dinamitó su cadáver. A finales de ese año, fue puesto al frente del penal militar Campo de la Ribera, reacondicionada como centro clandestino. Allí descollaría por sus sutiles pugnas psicológicas con los prisioneros: en una ocasión, llevó en helicóptero a un muchacho de la JP, al que amenazaba con tirar, mientras lo tenía colgado de un tobillo. Después pasó a La Perla, donde asistiría a la etapa más fructífera de su carrera, comandando secuestros, interrogatorios y ejecuciones.

Pero en esa tarde de 2004, a los 62 años, acodado sobre la mesa de fórmica y fumando un cigarrillo tras otro, "Gastón" insiste en describirse como un solitario que fue tras la "subversión" sin más armas que su propio olfato. Entonces se vanaglorió de haber "doblado" a quien en 1977 era nada menos que el jefe de inteligencia del ERP, Javier Coccoz, cuyo nombre de guerra era "Teniente Pancho". Este había sido secuestrado el 9 de mayo en un callejón de Lanús. Y se simuló un enfrentamiento con el propósito de hacer creer que el guerrillero había muerto. Pero en realidad fue llevado al sótano del Batallón 601. Vergez lo interrogó durante casi un mes, hasta lograr un pacto: sacar del país a su mujer, Cristina Zamponi, y al pequeño hijo de ambos, además de negociar su liberación. Los logros de aquella empresa con el tiempo se le volvieron en contra. El capitán cumplió con la mitad del trato. Y comenzó a frecuentar a esa mujer, llevándole misivas de su compañero. La obsesión del capitán por ella inquietó a sus propios camaradas de armas.

Cristina y su hijo viajaron hacia París a mediados de junio. Al respecto, ahora diría:

–La mina al final me traicionó porque volvió a conectarse con el ERP.

–¿Cómo lo supo?

–Por un reportaje a Gorriarán Merlo, en donde este habla de ella y de mí.

Lo cierto es que Vergez no cumplió con la otra mitad del pacto:

–Ignoro lo que pasó con Pancho. Creo que está desaparecido.

Pero su paso por las mazmorras del Batallón 601 había dejado sus frutos. El más visible fue el secuestro del director del diario El Cronista Comercial, Rafael Perrota, el 13 de junio de ese año. Vergez siempre negó su vínculo con ese hecho. Pero en su casa, tras prender un cigarrillo, dijo:

–Para nosotros, su relación con el ERP fue una verdadera sorpresa. Cayó en una cita envenenada con Pancho.

–O sea, fue usted quien secuestro a Perrota –comenté, así como al pasar.

El militar, vaciló:

–Mire, en realidad no sé como fue el asunto. El procedimiento no lo hicimos nosotros. Se lo juro.

Las infidencias de Pancho también guiaron a la patota de Vergez hacia Julio Gallego Soto, un antiguo delegado de Perón durante su exilio en Madrid. Ese hombre fue secuestrado el 7 de julio de 1977. Mucho después, en 1998, amparado por la legislación menemista, Vergez le confió al hijo de su víctima haber comandado dicho operativo. Ese sería su ticket hacia la desgracia.

Vergez pasó a retiro en 1979. A partir de entonces alternó su incorporación inorgánica en la SIDE con la iniciativa privada: fue directivo de Condecor, una financiera vinculada al ex vicepresidente radical Víctor Martínez. No pocos denunciaron que comercializaba muebles de desaparecidos en sociedad con el ex ministro menemista Julio César Aráoz.

Se puso al frente de una sociedad de usureros que cerraba negocios con gente acorralada por deudas con prestamistas. Fue operador oficioso de la causa AMIA y hasta se dio el lujo de escribir un libro autobiográfico. Pero en esa tarde de 2004 dijo estar económicamente quebrado. Y se ofreció a dar más datos a cambio de dinero.

Un ramalazo de preocupación le azotaba el rostro. Y en el momento de la despedida, deslizó: "Sólo falta el tiro de gracia de la Corte Suprema." Se refería al inminente fallo del máximo tribunal sobre la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Vergez remató el tema con la siguiente reflexión: "Estos hijos de puta tardaron más de 20 años. Pero al final nos están metiendo presos a todos." Dicho esto, el capitán Héctor Pedro Vergez cerró la puerta. Nunca más lo vi.

En junio de 2005, un histórico fallo de la Corte Suprema invalidó las Leyes del Perdón. El 8 de agosto de 2006, Vergez fue arrestado. Horas más tarde, Víctor Gallego Soto lo identificó en una rueda de presos como el hombre que en 1998 le reconoció haber secuestrado a su padre. Eran otros tiempos para la franqueza. Ahora, con la cara tapada por sus manos, espera su condena.


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