
Se cumplen 38 años desde el frustrado asalto al cuartel de Monte chingolo por el ERP y subiste el misterio acerca de por qué la jefatura del ERP desechó las varias alertas acerca de que el la operación estaba cantada. Y, aún más específicamente, que el Oso Ranier era un infiltrado. El Dr. Leiva, que trilla esos barrios, procuró desentrañar ese misterio.
Monte Chingolo: ¿Fue sólo el Oso?
Por Jorge Hugo Leiva
El combate de Monte Chingolo fue el audaz intento del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de tomar al Batallón de Arsenales 601 «Domingo Viejobueno». Fue la mayor operación de la guerrilla en Argentina y al mismo tiempo el mayor de sus fracasos, y el inicio de la debacle del Partido Revolucionario de los Trabajadores y su brazo armado el ERP.
Aunque el cuartel se encontraba ubicado en la localidad de Bernal, en un predio limitado por el Camino General Belgrano, la Avda. Donato Álvarez, y las calles Coronel Lynch y Montevideo, la estación Monte Chingolo del antiguo ferrocarril provincial, distantes a unas 14 cuadras y en el Partido de Lanús, le daría nombre al combate.
El fracaso de esa operación guerrillera se atribuye a la delación de Jesús Ramés Ranier, «el Oso», un agente del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército infiltrado dentro del aparato logístico del ERP que terminaría ajusticiado por la organización insurgente. Pero la aparición de nueva información nos puede llevar a modificar esa conclusión, y a morigerar la indudable responsabilidad del «Oso», poniendo el acento en los criterios adoptados por la cúpula del PRT-ERP.
El plan de «Pedro»
La decisión de atacar el batallón se adoptó después de realizado el Plenario del Comité Central «Vietnam Liberado» del PRT-ERP a fines de julio de 1975 con el objetivo principal de aliviar la presión que ejercía el Ejército sobre la Compañía de Monte «Ramón Rosa Giménez» en Tucumán. También se pretendía tomar una cantidad considerable de armamento y munición, retrasar el golpe militar ya en marcha, y provocar el efecto desmoralizador de dar un golpe en el centro del poder político y económico del país como es el Gran Buenos Aires (Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Gustavo Plis Sterenberg, Buenos Aires, 2003, Planeta, pag. 72).
El plan del ataque al cuartel fue concebido por Juan Eliseo Ledesma («Pedro»), joven cordobés de larga trayectoria militante, que ya había dirigido varias tomas de cuarteles, y que se reservó la conducción de la operación. Para la preparación del asalto, contó con una maqueta a escala del cuartel que realizó el arquitecto Roberto Stegmayer, que murió en el ataque. (Idem, pag.73/74)
El asalto propiamente dicho al cuartel estaba a cargo de la Unidad «Guillermo Rubén Pérez» formada especialmente para la ocasión, e integrada por experimentados combatientes de la «Compañía de Monte», de la «Compañía José Luis Castrogiovani» (militantes del Norte y Oeste del Gran Buenos Aires), de la «Compañía Decididos de Córdoba» y de Rosario; además de militantes que tendrían su primera experiencia militar. Fueron, en total 81 guerrilleros, dirigidos por Abigail Attademo («Miguel») (Idem, pag. 79).
Debían tomar la guardia central, la plana mayor, los casinos de oficiales y suboficiales y las compañías de Servicios y Seguridad del cuartel. Una fracción de 17 militantes ingresaría por los fondos para apoderarse del galpón 30 y hacerse del armamento allí almacenado. (Idem, 81/82).
Pensaban apoderarse de 20 toneladas de armamento y municiones: 900 fusiles FAL, 60.000 tiros, 100 M15 con 100.000 tiros, 6 cañones antiaéreos con 2.400 tiros, 15 cañones sin retroceso con 50 tiros, armas «Instalaza» (similares a morteros) y 150 pistolas ametralladoras; que se trasladaría a depósitos del ERP en los camiones del mismo batallón asaltado. (Idem, pag. 82).
Para aislar el cuartel e impedir la llegada de refuerzos, Ledesma previó cortar los puentes Nicolás Avellaneda, Pueyrredón Viejo y Nuevo, Bosch, Victorino de la Plaza, Uriburu (puente Alsina) y La Noria ubicados sobre el Riachuelo; y el puente del Camino de Cintura sobre el Río Matanza. Además se harían bloqueos sobre Camino General Belgrano en los cruces con las calles Cadorna (hoy Fabian Onzari), Lynch, Montevideo, 12 de Octubre, Catamarca, puente sobre el arroyo San Francisco, y rotonda de Pasco. (Idem, pag. 79/80).
Otras contenciones se previeron en Pasco (hoy Eva Perón) y Caaguazú y el paso a nivel de las vías del ferrocarril provincial. También habría bloqueos sobre la avenida Calchaquí y puentes del arroyo San Francisco y calle Zapiola. Y se hostigarían los puestos de guardia sobre Camino General Belgrano y la calle Lynch y maniobras de distracción disparando sobre las guardias del Regimiento 7 (La Plata) y Batallón de Comunicaciones 601 (City Bell).
Estas tareas de apoyo al ataque principal estarían a cargo de la «Compañía Juan de Olivera» comandada por Jorge Omar Arreche («Emilio») (Idem, pag. 79)
Señales preocupantes
En septiembre de 1975 Montoneros informó al ERP que tenía conocimiento de que en la regional Capital del ERP actuaba un «filtro» (infiltrado) apodado «el Oso», pero como en Capital no había ningún militante con ese nombre la investigación no se trasladó a otras zonas (Idem, pag. 92)
Dos militantes del ERP presos en Sierra Chica («Esteban» y «el Viejo») informaron a través de sus familiares las sospechas que tenían sobre «el Oso», fueron acusados de subjetivismo y recibieron una sanción. En una ocasión «el Oso» atravesó con su camioneta una pinza del Ejército sin ser revisado mostrando una credencial militar, supuestamente confeccionada por la organización asaltante (Idem, pag. 91)
El 2 de diciembre de 1975, la policía allanó una casa donde funcionaba el Estado Mayor del ERP, ubicada en la avenida Santa Fé y Martínez de la localidad de Martínez, donde apresaron a un militante y secuestraron documentación. Al día siguiente fue detenida la esposa de ese militante (Idem, pag. 97).
El 7 de diciembre se allanó una casa en Wilde donde fueron apresados Juan Eliseo Ledesma (creador del plan de ataque y quien debía dirigirlo), Angel Salomón Gertel (responsable de logística del Estado Mayor del ERP) Elías Abdón («Turco Martín», anterior ocupante del cargo de Gertel), y nueve militantes más del aparato logístico de la guerrilla (Idem, pag. 96)
La caída de Ledesma obligó a que Benito Urteaga («Mariano») fuera designado para dirigir el asalto al Batallón «Viejobueno» (Idem, pag. 101).
El 8 de diciembre, en Morón, fue apresada Ofelia Santucho con sus cuatro hijos, los cuatro hijos de su hermano Roberto, secretario General del PRT-ERP, y el hijo de Elías Abdón, que más tarde serían liberados.(Idem, pag. 97).
El 18 de diciembre el Ejército detiene a Jorge Omar Arreche («Emilio») y a Oscar Pintos («Gabriel»), jefe y responsable de logística de la «Compañía Juan de Olivera»; se les secuestraron anotaciones donde se detallaban las contenciones en los puentes sobre el Riachuelo y el Río Matanza que debía efectuar esa unidad, junto con el número de militantes a cargo de esas misiones (Idem, pag. 103).
La responsable de contrainteligencia del ERP informó que tenían «señales de que podrían estar infiltrados. La dirección se resistía a aceptarlo. El pensamiento funcionaba más o menos así: ser militante del partido requería de una moral que solamente un revolucionario ‘aguantaría’. Por lo tanto, nadie que no pensara como ellos soportaría dentro de la organización sin llegar a tener un espasmo de arrepentimiento en una de las tantas sesiones de crítica y autocrítica. Los niveles de idealismo eran inauditos.» (Augier Pola, «Los Jardines del Cielo», Ed. Sudestada, Buenos Aires, 2006, pag. 41/42).
«La inteligencia, liderada por el capitán Pepe (Juan Mangini), hizo lo posible e imposible tratando de explicar que eso era suicida e infantil. No había manera de que al menos la dirección hiciera un esfuerzo por pensar en el tema. Comenzaron insinuaciones sobre los militantes de la inteligencia, ‘¿No se estarían convirtiendo en unos temerosos pequeños burgueses a consecuencia de estar inmersos en un aparato tan desligado de la realidad’? (léase: masas). Yolanda (otra integrante de inteligencia) recordaba con tristeza las sonrisas sarcásticas de miembros del Comité Ejecutivo e incluso del Buró Político.» (Idem, pag 46).
«Este aparato de inteligencia será independiente de la inteligencia operativa del ERP y dependerá del Buró Político, máximo órgano de dirección del PRT. El Comandante le daba gran importancia a ese aparato. No tenía contacto con nadie hacia los lados, solo para arriba. Eran clandestinos dentro de los clandestinos. Incluso algunos miembros del buró político, máxima dirección de la organización, no conocían con claridad como funcionaban.» (Idem, pag. 41/42).
«La presión que sufrían los miembros del aparato de inteligencia los hacía dudar de ellos mismos. Constantemente escuchaban: ‘Los compañeros de los frentes de masas dicen todo lo contrario’. Si dentro de la organización había palabras sagradas estas eran ‘obreros’ y ‘masas’. El supuesto más obrero era como el Papa para los católicos. En cambio, los miembros de la inteligencia debían guardar el equilibrio entre el filo de la organización y el contacto con los informantes. Debían vivir, moverse y actuar, en lugares impensados para los frentes de masas…»
«Las presiones de los demás ámbitos del partido eran refrescadas por las iniciativas de algunos, no pocos, quienes provocaban estallidos de imaginación, ampliando el estrecho marco de las reglas para obtener resultados, aunque éstos no fueran reconocidos. Y, por suerte, Paula había logrado encontrar unos cuantos compañeros para quienes el ser revolucionario, traspasaba la estrecha frontera de la supuesta ‘proletarización’… Pero el peso de las ‘masas’ peleaba en sus conciencias y, aunque hubieran encontrado contundentes evidencias, en muchas ocasiones las dejaban pasar.» (Idem, pag. 47).
«La inexperiencia y preparación empírica del aparato, dotada de una buena cuota de sentido común, no era suficiente para muchos; utilizaban esos elementos como caballito de batalla para descalificar sus recomendaciones. El análisis objetivo de cómo sucedían ciertas caídas de compañeros y, la información que lograban captar de las filas de la policía y el ejército, indicaban, que en sus filas había infiltrados en un inquietante porcentaje; lo aceptaran o no.»
«No pasó mucho tiempo cuando la realidad, desgraciadamente, les dio la razón. Las caídas de compañeros comenzaron a incrementarse de manera alarmante. En la mayoría de los casos se producían sin explicación aparente. El Comandante la llamó. El capitán Pepe, fuerte en sus convicciones, taladraba constantemente a Santucho con sus preocupaciones. Le expusieron que se formara un pequeño equipo de contrainteligencia con compañeros de probada trayectoria, quienes, apoyados en personal y cuadros, comenzarían a investigar las caídas de modo más puntual. Ella debería hacerse cargo de esa tarea sin dejar las otras responsabilidades: jefa de análisis y comisario política de esos aparatos. En caso de no poder Mangini, ella debía informar directamente al Comandante. La alegró constatar que en la dirección había un grupo importante, donde se incluía Santucho, que comenzaba a razonar sobre el tema.» (Idem, pag. 48)
«Empezaron a salir del país compañeros que trabajaban en la periferia de la inteligencia. Palpaban que no habría forma de hacer reflexionar al partido, el que parecía haber entrado en una vorágine muy difícil de detener…» (Idem, pag 49).
«En varias oportunidades comprobaron que habían sido infiltrados con miembros de su misma organización. El Servicio de Inteligencia del Ejercito (SIE), comenzó a utilizar la metodología de presionar a militantes del partido que habían sido detenidos sin conocimiento de la organización y, a través de amenazas sobre algún familiar, al que generalmente mantenían en cautiverio o vigilado, conseguían información.» (Idem, pag 51)
«En pocos casos detectaron que habían sido entrenados, especialmente, para infiltrarse en la organización. Uno de estos sujetos logró incorporarse a la periferia de la Compañía de Monte. Cuando fue descubierto, reconoció pertenecer al SIE. Luego del juicio y para descartar a un sospechoso del Estado Mayor de Capital, le ordenaron a éste que ejecutara al de la Compañía de Monte, misión que cumplió. Para la dirección, fue una prueba de lealtad. La imaginación de infantes no les permitía visualizar que el enemigo podía llegar a ser tan práctico, incluso con su gente. Eran capaces de sacrificar un peón por otro que pudiera tener mayor valor para ellos.» (Idem, pag 51)
«La subestimación del enemigo y los errores de apreciación política resultaron fatales para la organización… Uno de los mayores ejemplos de esa ceguera fue el Oso, infiltrado del ejército que ocasionó daños irreparables al partido. Paula comentaba tristemente: ‘Mucho antes de Monte Chingolo lo habíamos detectado’. Estaba en la logística que dependía del Estado Mayor de Capital del ERP. Llamaron al jefe de la unidad, le explicaron puntillosamente sobre el cúmulo de señales que había sobre el sujeto a su mando. Pero no quiso creer. Las defensas que argumentaba se referían a hechos totalmente subjetivos; ‘es una buena persona’, ‘no tiene cara de mala gente’, ‘siempre dispuesto a ayudar’, ‘obrero’; cuando en realidad sus características respondían a las de un lumpen. Remitieron la información al Buró, éste solicitó se tuvieran en cuenta las recomendaciones de la contrainteligencia. El jefe de logística y compañeros que ostentaban diferentes responsabilidades presionaron y criticaron a Santucho para que ‘controlara’ el ‘aparatismo’ en el que estaba cayendo el partido. Juicio correcto en términos generales. Esto influyó para que dejaran de lado esa investigación, archivando el expediente.» (Idem, pag. 49).
Ya sea por los datos obtenidos de los detenidos, por el estudio de los documentos capturados, o por los informes del traidor Ranier, la Jefatura del Ejército estaba al tanto del ataque y alertó al Jefe del Batallón, quien hizo cavar trincheras y zanjas en el interior del cuartel para dificultar el ataque, ubicó ametralladoras pesadas en las dos torres de agua y alistó los dos vehículos blindados (carriers) que poseía el Batallón. (Plis-Sterenberg, pag. 115/116).
Según el Boletín Interno Nº 98 del ERP, del 27-12-1975, la guarnición del cuartel era de 1 oficial, 9 suboficiales y 85 soldados a la hora del ataque. Pero este número de defensores debe ponerse en duda, ya que, por lo que se sabe, se encontraban en el regimiento al iniciarse el combatem entre otros oficiales, el jefe del batallón, coronel Eduardo Abud, el segundo jefe, mayor Roberto Barczuk, el teniente 1º Guillermo Gonzalez Chipont, y otros oficiales que se atrincheraron en el Casino de Oficiales (Idem, pag. 240 y 248).
Todos sabían
En los círculos políticos y militantes de la Zona Sur del Gran Buenos Aires, se tuvo siempre como verdad indiscutida que los vecinos de los barrios aledaños al cuartel conocían con antelación que el batallón iba a ser atacado. El conocimiento previo lo confirma Plis-Sterenberg («Monte Chingolo…», pag. 115).
Además, la versión pudo ser confirmada por los dichos de vecinos de esos barrios, que si bien eran adolescentes a la fecha del ataque al Cuartel, no obstante el tiempo transcurrido recuerdan la existencia del rumor.
Los vecinos entrevistados ratificaron que el rumor sobre el conocimiento anticipado del ataque existió. Dijeron que ‘ todo el barrio sabía’ o que ‘en el barrio se sabía de antes’, pero no lograron dar precisión sobre con cuanta anticipación se conoció la posibilidad del asalto al cuartel. Los vecinos hablaron indistintamente que se habría sabido del ataque «unos días antes», «una semana antes» o «varios días antes».
Sobre el origen del rumor, sólo pueden haber dos posibles fuentes: los propios militantes del PRT-ERP, lo cual parece descabellado dado el sistema de «compartimentación» con que se manejaba la guerrilla, o los propios militares del cuartel, con el fin de desalentar el planeado asalto, lo que a priori parece más lógico.
Llama la atención que la circulación del rumor no fuera detectada por los militantes del PRT que actuaban en la zona, y por ende su comunicación a los responsables, o que en caso de haberlo conocido no le dieran importancia, El caso es que el inminente ataque al batallón era un secreto de multitudes. Como dijo uno de los vecinos consultados: «¡Que bárbaro¡ querer atacar un cuartel y que lo sepa todo el mundo».
Incluso Plis-Sterenberg relata que el ataque era conocido con anterioridad en el burdel cercano al cuartel, llamado «La Gallega», que era frecuentado por los conscriptos del batallón. (Idem, pag. 115).
«El Oso» también le informó del ataque a Rodolfo Illescas, sindicalista del gremio municipal de Lomas de Zamora, quien se lo trasmitió al intendente Eduardo Alberto Duhalde, y éste a su vez se lo comunicó al gobernador Victorio Calabró, que tenía diálogo fluido con los militares (López Echagüe Hernán, «El Otro. Una biografía política de Eduardo Duhalde», Planeta, Buenos Aires 1996, pag. 70).
Otra versión que se maneja en los círculos políticos dice que fue Carlos Bujía, igual que Illescas militante del peronismo ortodoxo y hombre cercano a Duhalde, quien recibió la confesión del «Oso. Sea como fuere, Duhalde se enteró y se lo comunicó al gobernador Calabró.
El ataque al cuartel debió retrasarse por la sublevación de la Base Aérea de Morón, encabezada por el brigadier Orlando Capellini, que depuso su actitud el día 22, y por el estado de alerta máxima en que se encontraban las guarniciones militares hasta ese 22 de diciembre. Alerta que cesó al día siguiente.
El 23 de diciembre de 1975 a las 18.50 horas, un camión que circulaba por Camino General Belgrano en dirección a Avellaneda seguido por nueve autos, embistió violentamente la puerta del cuartel, derribándola. Así la «Unidad Guillermo Rubén Pérez» del ERP inició el asalto al batallón, siendo recibida de inmediato por el potente fuego de las ametralladoras pesadas ubicadas en las torres de agua. Los estaban esperando.
El combate duró hasta las 21.30 y le costó 62 muertos al ERP, entre los caídos en el combate dentro del cuartel y en las operaciones de contención, heridos que fueron rematados y prisioneros fusilados, según denunciara el PRT-ERP. Además hubo innúmeros muertos en la población civil de los barrios linderos.
Conclusiones
Resulta llamativo que no se atendieran las diversas señales que avisaban sobre la posibilidad de encontrarse infiltrada la estructura del PRT-ERP y que la inminencia del ataque al batallón era conocida por el Ejército, como avisó Montoneros, informaron los militantes del ERP detenidos en Sierra Chica, y la propia inteligencia de la organización guerrillera.
Las sucesivas caídas de la casa del Martínez, y los apresamientos de militantes ocurridos en los primeros días de diciembre, también constituyeron otro importante motivo de alerta que no fue atendido.
Ante la caída de la casa del Estado Mayor en Martínez, la detención de Ledesma, Gertel, Abdón, Arreche, Pintos y de casi todo el aparato logístico, el ataque al batallón, parece obvio, corría serios riesgos de ser conocido por el adversario.
Ledesma fue el que ideó el plan de ataque y quien originalmente iba a dirigirlo. Gertel y Abdón como responsables de logística también estaban al tanto, o por lo menos tendrían bastante conocimiento de los detalles del plan de asalto. Mientras que Arreche y Pintos, jefe de la «Compañía Juan de Olivera» y responsable de la logística de la misma, estaban al tanto de todos los bloqueos y contenciones a realizarse que cercaban al batallón, que, conociéndolos, podía deducirse el objetivo principal.
Aún cuando los detenidos no hubiesen brindado información al enemigo, como lo aseguran los ex integrantes del ERP, lo cierto es que, junto con ellos, el Ejército se apoderó de documentación de la cual se podía deducir o inferir la operación. No obstante la conducción del ERP decidió proseguir con el plan de ataque al Batallón.
Ex conscriptos que cumplieron el servicio militar en el batallón al que ingresaron en Febrero y Marzo de 1976, y que quieren mantener en reserva su identidad, contaron que los suboficiales les decían que «si los guerrilleros llegaban a entrar en los galpones se iban a llevar una sorpresa», sin aclarar en que consistía esa sorpresa. Los ex soldados no preguntaron, 1976 no era un año para andar haciendo esas preguntas.
Lo cual vendría a confirmar la hipótesis que expone Plis-Sterenberg al transcribir los dichos del ex conscripto Oscar Torregino, en el sentido que no había armas en el cuartel, que los galpones estaban vacíos, que hacía años que no era depósito. (Plis- Sterenberg, «Monte Chingolo… «, pag. 318).
«Realizar la acción constituyó un error grave porque había serios indicios, muy serios indicios, de que la acción estaba delatada, la caída de Emilio y del Sargento Gabriel el 18 de diciembre; la caída del Comandante Pedro y el Estado Mayor en los primeros días de diciembre; el alerta en el cuartel el día 22 (inicialmente se iba a tomar el día 22) y en otros cuarteles, por eso la acción no se hizo el 22, se hizo el 23 de diciembre; estos eran los elementos concretos. Estas informaciones estaban en poder del mando de la operación (Urteaga) y de la comandancia (Santucho), por las cuales era factible haber concluido que la acción había sido detectada y que había que levantarla. Si Santucho pensó que la acción estaba delatada y lo mismo la llevo adelante, pienso que lo hubiese informado, seria el error más grave todavía, pero bueno, entramos en el terreno de la especulación…» (Daniel de Santis, Historia del PRT y el ERP, clase del 06/9/2007, Cátedra Libre Che Guevara, http://www. elortiba.org/pdf/San_Lorenzo_Monte_Chingolo.pdf, pag. 26).
«…El ataque al cuartel, desde su preparación, pareció un pequeño barco erguido dispuesto a enfrentar la gran ola que hundiría a todos. Información que llegaba del área operativa indicaba que el Batallón 601 (prácticamente convertido en el SIE, en esa etapa) poseía información acerca de la gestación, por parte del ERP, de una operación de gran envergadura en la provincia de Buenos Aires. Ella, como la gran mayoría de sus compañeros, desconocía esta posibilidad, pero en los informes semanales al Comandante hablaban sobre ello. En esa ocasión no hubo recomendaciones por parte de la inteligencia porque esperaban que, al menos, los hubieran orientado a profundizar esa investigación, de ser cierta, lo que no ocurrió. En síntesis, los militantes conocían menos de la operación de lo que el enemigo sabía.» (Augier, pag 54).
Finalmente: «Monte Chingolo fue el golpe más duro que sufrió la organización en un combate. Al comprobar que, en el cuartel que intentaban tomar los estaban esperando, las dudas pasaron la frontera del pensamiento individual de los que quedaban vivos y se incorporaron a la conciencia de la gran mayoría. La revolución no era históricamente un hecho, dependía de sus dirigentes y un pueblo. Los primeros podían equivocarse, los segundos no interesarse.» (Augier, pag. 51).