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COLOMBIA. Acuerdo en La Habana: Un apretón para la paz

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EFE / ALEJANDRO ERNESTO

Foto: Acuerdo en La Habana 8 Castro, en el centro, junto a Santos (izquierda) y ‘Timochenko’, el miércoles.

La imagen ha recorrido el mundo en dos versiones, ambas impactantes. Una, más alegórica, muestra dos manos que se estrechan y otras dos que las sostienen. La otra, capta la escena completa que tuvo lugar en La Habana: el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y Rodrigo Londoño Echeverry, alias Timochenko, el jefe de las FARC, sellan con ese gesto un acuerdo que marca, ya de manera irreversible, el principio del fin de la guerra más larga de América Latina, saldada con más de 220.000 muertos.

El presidente de Cuba, Raúl Castro, sonríe en medio de Santos y el guerrillero y, a su modo, él también se lleva parte del rédito político. El 23 de marzo del 2016 deben concluir las negociaciones de paz. En las próximas horas, Santos repetirá este anuncio en la Asamblea General de la ONU con la bendición del papa Francisco y durante un encuentro con el secretario de Estado de EEUU, John Kerry.

Desde que en diciembre del 2012 el Gobierno y las FARC se sentaron a negociar, el péndulo de las emociones de la sociedad osciló de manera trepidante entre el optimismo y la desazón. La esperanza se dibujó en el horizonte gracias al complejo consenso alcanzado en materia de justicia. La guerrilla comenzará a dejar las armas a más tardar a los 60 días tras la firma del Acuerdo Final y se convertirá en partido político.

Escollo más difícil

Las negociaciones, que fueron satisfactorias en cuestiones como la agraria, la participación de las FARC en la vida política y el narcotráfico, atravesaron el escollo más difícil: la creación de «una Juridisdicción Especial para la Paz». El tribunal juzgará los delitos más graves. Se contempla, no obstante, aplicar amnistías, indultos o sanciones atenuadas para los que reconozcan sus responsabilidades.

Quedan excluidos los involucrados en crímenes de lesa humanidad, secuestros, ejecuciones extrajudiciales, desplazamientos forzados, desapariciones, torturas, violencia sexual o reclutamiento de menores.

El jefe de los negociadores de Santos, Humberto de la Calle, fue categórico: habrá paz sin impunidad. No solo se cumplirán penas: se buscará la verdad y la reparación. El expresidente Álvaro Uribe, adalid de la mano dura contra las FARC, acusó al Gobierno de aceptar «que delincuentes responsables de atrocidades no vayan a la cárcel a condición de confesar sus responsabilidades». En la figura de Santos se resume la paradoja histórica de Colombia: fue ministro de Defensa de Uribe y le ha tocado la tarea de cerrar el doloroso conflicto.


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