CONTRA LA UE: Líder del ala izquierda de Syriza explica por qué irse es la única opción
Reflexiones desde la izquierda de la dirección de Syriza
Algunas lecciones y cómo seguir adelante
POR STATHIS KOUVELAKIS (miembro del CC de Syriza, pertenece a la Plataforma de Izquierda)
Todas las personas que se forjaron esperanzas en la perspectiva de un gobierno de Syriza todavía se encuentran en un estado de “shock post traumático”, como Seraphim Seferiades acertadamente lo describió. El shock es atribuible, en primera instancia, a la derrota de una estrategia política específica, pero la extensión de esta derrota, así como su carácter demoledor, es algo que trasciende por mucho a quienes se comprometieron, de un modo y otro, con esa estrategia.
Como miembro del Comité Central de Syriza durante los últimos tres años, yo también asumo parte de esa responsabilidad colectiva. Por supuesto, no todos tenemos la misma responsabilidad en el interior de Syriza. Como miembro de la Plataforma de Izquierda, durante los últimos cinco años fui uno de los que mantuvimos intervenciones consecuentes en torno a cuestiones como el euro, avistando el desastre que se desencadenaría si no se tomaba otro camino.
Pero sería demasiado fácil aseverar que lo que sucedió no me preocupa. La posición mayoritaria en Syriza nos llevó a una debacle, pero quienes estábamos en la minoría no fuimos capaces de evitarlo, incluso a pesar de que muchos hechos justificaban nuestras apreciaciones.
A pesar de todo esto, no estoy interviniendo en esta discusión con ninguna intención de auto-flagelarnos, no solo porque no sería de ninguna ayuda, sino porque esa postura ofrecería una salida fácil, una desviación de la sustancia política del problema.
Quienes aceptamos esas responsabilidades, cada uno a su manera, debemos contribuir ahora a una reflexión, colectivamente, sobre lo que podemos hacer desde ahora en adelante, evitando quedarnos de brazos cruzados.
En estas líneas van mis aportaciones para ese objetivo, organizadas en tres planos. El primero intenta precisar qué fue, exactamente, lo que quedó derrotado en esta derrota. El segundo, paradójicamente, será sobre lo que no fue derrotado, lo que quedó y tiene potencial para usarse en el futuro. Y el tercero, por supuesto, es sobre lo que debemos hacer de ahora en adelante.
¿Qué es lo que fue derrotado?
Nunca es auto-evidente en una derrota –y, particularmente, no lo es en una gran derrota de dimensiones históricas, determinar exactamente qué es lo que fue derrotado. El ejemplo más característico es el de la caída de la Unión Soviética y el Bloque del Este. Incluso al día de hoy no hay un acuerdo con qué fue lo que fue derrotado con el colapso de esos regímenes. Muchos todavía piensan que lo que fue derrotado junto con la URSS fue el comunismo, el socialismo, la revolución, la posibilidad de la liberación social. Quienes estamos en desacuerdo con ello somos una minoría, pero eso no significa, necesariamente, que estemos errados. Significa que todavía no hemos resurgido de esa derrota.
En nuestro caso, el jurado está, todavía, deliberando sobre qué fue derrotado; y me atrevo a afirmar que lo que voy a decir aquí no contará con ningún tipo de aceptación general. Más bien ocurrirá lo contrario.
Empezaré por el punto que resulta menos controvertido, al menos a mi entender. Lo que quedó absolutamentemente derrotado fue una estrategia política, la que la mayoría de Syriza, y por lo tanto Syriza como tal, ha propugnado los últimos cinco años, y que podría definirse como “europeísmo de izquierda”.
Fue la concepción de que el memorándum y la austeridad podían ser derrotados dentro del marco de la eurozona y, más ampliamente, en el marco de la Unión Europea. Que no necesitábamos un plan alternativo, porque iba a encontrarse una solución positiva dentro del euro y porque, mostrando la credencial de “buenos ciudadanos europeos” y de fe en el euro, esto podía ser usado como moneda de cambio en la negociación.
Creo que, en los últimos meses, ha quedado totalmente demostrado que ninguna de esas cosas era posible. Quedó demostrado exactamente porque fue un intento de un sujeto político que creía hasta el final en esta posibilidad y que hizo lo imposible por trabajar dentro de ese marco y se negó obstinadamente a examinar cualquier otra alternativa.
Por esa razón, hablar de “traición” y del “traidor de Tsipras”, incluso siendo emocionalmente entendible (es obvio que alguien puede sentirse traicionado cuando, en el lapso de una semana, un “no” con el 62% de respaldo se transforma en un “si”), no ayuda a entender lo que sucedió.
Alexis Tsipras, el primer ministro griego, no llevó adelante un plan secreto para engañarnos. Él se encontró a sí mismo confrontado con la derrota total de una estrategia específica, y cuando una estrategia falla, eso significa que solo queda la opción entre lo malo y lo peor. O incluso solo queda una sola opción, la peor, y esto fue exactamente lo que sucedió en este caso.
El enfoque del “europeísmo de izquierda”, ese eje en el que estaba centrado el debate tanto en Syriza como en la izquierda europea en general y que se reflejó tanto en los conflictos como en los límites de Syriza misma, ese eje sufrió una derrota ignominiosa. Dentro de esos parámetros generales hay, sin embargo, muchos otros factores que requieren atención.
El primero de ellos es que la estrategia del “europeísmo de izquierda” significó apartarse de la dinámica de la movilización popular. La decisión de enfocar las negociaciones con la troika con el objetivo de llegar rápidamente a un acuerdo mutuo, llevó al primer gran error, encarnado en el acuerdo del 20 de febrero firmado por el Gobierno griego y el Eurogrupo.
Este acuerdo no solo ató de manos al gobierno de Syriza, abriendo el camino a la capitulación que siguió. Su primera y más inmediata consecuencia fue paralizar la movilización y destruir el optimismo y la militancia que prevalecieron las primeras semanas posteriores a la victoria electoral del 25 de enero.
Por supuesto, esa desmovilización popular no es algo que comenzara el 25 de enero o el 20 de febrero como consecuencia de una táctica gubernamental particular. Se trata de algo que era pre-existente a la estrategia de Syriza. Es algo que acompañó el retroceso de la movilización de masas de los primeros dos años de la “terapia de shock”, el período 2010-2012, un retroceso con sus propias causas, subjetivas y, más significativamente, objetivas.
Sin embargo, la adaptación a estas condiciones de retroceso de la movilización de masas fue una cuestión de elección política por la dirección de Syriza. Desde el inicio de su propio viraje a posiciones más “moderadas”, desde el paso de “ningún sacrificio por el euro” y “el euro no es un fetiche” (slogans que fueron escuchados incluso en la elección de 2012 donde conquistamos el segundo lugar) al “no vamos a abandonar el euro”, al “ellos aceptarán lo que digamos y eso será tan claro como el agua” intensificó y reprodujo la desmovilización.
El segundo punto de la estrategia que quedó derrotado fue la lógica de apaciguamiento que prevaleció en el “frente interno” cuando Syriza asumió las responsabilidades de gobierno. Hay algunos aspectos particulares a señalar de esta lógica.
Uno, es la elección de hacer alianzas con personajes de la política tradicional. Evidencia de ello fue la elección de Prokopis Pavlopoulos de Nueva Democracia para ser Presidente de la República; sin mencionar otras decisiones de igual peso, como la elección de Lambis Tagmatarchis, un periodista enteramente integrado en el sistema mediático dominante, como director de la reconstruida Compañía Pública de Televisión (ERT). Se trata, además, de una posición sin ninguna relación con las restricciones de las negociaciones y los conflictos con los acreedores.
Otro aspecto de esa lógica de apaciguamiento, incluso más profundo, es la de evadir conflictos y la continuidad con los mecanismos más profundos del Estado y el aparato del Estado burgués. Dos ejemplos serán suficiente para ilustrar este aspecto: el nombramiento de Panos Kammenos, el líder del partido ANEL, para hacerse cargo de la Defensa y la Política Exterior, independientemente del contrapeso provisto por la presencia de Costas Isychos (nacido en Argentina, N. del E.), de la Plataforma de Izquierda, como viceministro en el Ministerio de Defensa. El papel del Ministro de Defensa se volvió evidente en, por ejemplo, la continuidad de la colaboración militar entre Grecia e Israel, aunque sería equivocado imaginar que Kammenos cargaba solo con toda la responsabilidad de ello. El otro ejemplo, obviamente, es el de la ubicación de Yannis Panousis, un tipo político de “la ley y el orden” proveniente del PASOK, como Ministro de Orden Público, agravado por la extensión de sus poderes. Este caso fue una clara elección en favor de la continuidad del nivel de mecanismos de represión del Estado, con las obvias repercusiones para la política general y el balance de fuerzas entre clases.
El tercer aspecto: el apaciguamiento del centro del poder económico, la oligarquía, y lo que en griego es llamado diaploki, el vínculo intrincado entre los intereses de los empresarios, los políticos y el Estado. Y aquí debemos ser absolutamente específicos. Sería un grosero error cargarle toda la culpa a una sola persona. Pero debemos ser igualmente claros sobre el hecho de que han existido enclaves dentro de Syriza tendiendo puentes con la oligarquía, incluso antes de haber llegado al poder.
No es para nada casual el excepcionalmente opaco rol del Viceprimer Ministro, Giannis Dragasakis, como la persona principalmente encargada de mantener intocable el statu quo en el sector bancario y financiero, de pie como una barricada contra cualquier intento de cambio en un sistema que hoy forma el nervio central, literalmente el corazón, del poder capitalista y su relación con el Estado.
El último elemento en el fracaso de la estrategia de Syriza fue su concepción del partido y la evolución del partido en sí mismo, que es completamente consistente con todo lo dicho hasta aquí. Incluso previamente a asumir el gobierno, Syriza ha tendido a volverse cada vez menos democrático como partido, no en un sentido superficial del término (siendo permitida la libertad de expresión), sino en el sentido que sus miembros tenían cada vez menos influencia en la conformación de la política y sobre dónde se tomaban las decisiones del partido.
Lo que vimos construirse desde Junio de 2012, paso a paso pero sistemáticamente, fue un partido con un incremento del centralismo y desvinculado de las acciones y del deseo de las bases. El proceso quedó completamente fuera de control cuando Syriza llegó al gobierno. Desde ese momento, los altos círculos de éste y los centros claves de la decisión política adquirieron una autonomía absoluta del partido.
Es necesario mencionar una cuestión más, que el Comité Central fue convocado solamente tres veces desde que Syriza llegó al poder. Esto consumó la degradación del partido como un espacio para el debate y la elaboración política y la estratificación de su estructura interna.
¿Qué es lo que no fue derrotado?
Al escribir las ideas que siguen me he inspirado en un texto de la escritora comunista de Alemania del Este, Crista Wolf, escrito antes de la caída de la República Democrática de Alemania pero publicado posteriormente, bajo el título Was bleibt (“Lo que permanece, lo que nos queda”).
Se trata de un trabajo muy interesante, que desde mi punto de vista intenta decir lo siguiente: la más estricta autocrítica no debería terminar por demoler lo que fue una importante iniciativa colectiva. Pero eso no es todo: la búsqueda de los fragmentos de verdad inherentes, en medio de contradicciones, a esa iniciativa inconclusa, adquieren un significado particular en condiciones de derrota, dado que resaltan el hecho de que (incluso si no fueron realizados) siempre quedan potenciales en una apuesta histórica.La historia nunca está escrita por adelantado: su trayectoria siempre atraviesa puntos de bifurcación en los cuales una dirección prevalece finalmente sobre otra alternativa.
Entonces ¿qué es lo que no ha sido derrotado en Syriza? En otras palabras, ¿qué hay de positivo en esta experiencia para la izquierda y el movimiento obrero? En una primera aproximación, resaltaría los cuatro puntos siguientes, los cuales creo de utilidad para la futura reconstrucción de la izquierda radical y la reformulación de una estrategia anticapitalista para la actualidad.
Para comenzar, ha quedado validado el argumento de que un gobierno unitario de las fuerzas de la izquierda radical es un instrumento necesario para abordar la cuestión del poder. Por supuesto que “abordar la cuestión del poder” no significa resolverla. Es obvio que una cosa es estar en el gobierno y otra muy distinta tener el poder. El problema es si somos capaces de usar lo primero para alcanzar lo segundo y, si ese es el caso, entonces de qué manera lo hacemos.
En otras palabras, si el hecho de alcanzar el gobierno con una combinación de éxitos electorales y luchas de masas puede ser utilizado como un punto de partida para una estrategia de “guerra de posiciones”, es decir, para el desarrollo de movilizaciones populares que abran el espacio para un cambio en el balance general de las fuerzas de clase.
Este enfoque sólo se había probado en América Latina. Ahora disponemos de un caso en uno de los principales centros del sistema capitalista mundial: Europa. Esto indica que, al menos, es posible para una fuerza minoritaria de la izquierda radical construir una alternativa electoralmente exitosa y llegar al gobierno en una situación de profunda agitación social y política.
El límite de esta comparación yace en el hecho de que, en tanto centro imperialista relativamente autónomo, Europa está dominada por una construcción política muy particular: la Unión Europea, que actúa cada vez más como hegemonía colectiva de los capitalismos europeos, generando todo tipo de restricciones y obstáculos que sólo en parte pueden ser comparados con la dominación ejercida por los Estados Unidos sobre su “patio trasero”.
Segundo elemento: el programa de transición. La idea de un programa de transición se basa en que no podemos contentarnos con un discurso anticapitalista abstracto y propagandístico que sea aplicable en cada situación, reiterando simplemente el objetivo estratégico del socialismo y el derrocamiento revolucionario del capitalismo.
Las líneas divisorias probadas y verificadas, las que permiten que la ofensiva contra el enemigo de clase se active efectivamente y que el balance general de las fuerzas cambie, deben ser definidas en cada ocasión de manera novedosa.
En mi opinión, el objetivo anti-memorándum fue el eje apropiado para este programa de transición, con la condición, por supuesto –pero que no fue tenida en cuenta-, de que una línea anti-memorándum consistente llevaría inevitablemente a un conflicto generalizado con la eurozona y con la UE.
Sean cuales sean sus limitaciones, particularmente en lo que respecta al cálculo de su impacto presupuestario neto, el Programa de Tesalónica sobre la base del cual Syriza ganó el mandato popular el pasado enero, constituye una aproximación incompleta pero básicamente acertada a dicho programa. No es casualidad que entrara muy pronto en conflicto con la línea seguida por el gobierno, hasta el punto de que rápidamente se volvió tabú mencionarlo entre los rangos del gobierno e incluso, en alguna medida, también dentro del partido.
El programa de transición está también orgánicamente ligado (esto es algo que podemos aprender de la herencia del tercer y cuarto congresos de la Internacional Comunista y las elaboraciones subsecuentes de Gramsci y Togliatti) al objetivo del frente único, al reagrupamiento de todas las fuerzas del bloque de las clases subalternas en un nivel político y estratégico más elevado. Este enfoque estaba implícito en la idea de un “gobierno de la izquierda anti-austeridad” que disparó la imaginación de amplias masas en la primavera de 2012, habilitando el crecimiento de Syriza.
La razón para ello fue que el objetivo de un gobierno de la “izquierda anti-austeridad” no era simplemente un gobierno de Syriza, ni mucho menos el gobierno de Syriza-ANEL que finalmente emergió. Fue una manera de reconstruir al movimiento popular en sí mismo, junto con sus referencias sociales y sus formas políticas de expresión.
Pero como sabemos , este objetivo se encontró con dos obstáculos, resultando en una implementación inherentemente contradictoria y extremadamente problemática después del 25 de Enero. Un factor fue el rechazo del resto de las fuerzas de la izquierda radical (el Partido Comunista –KKE- y Antarsya), que se demostraron incapaces de responder a la cuestión fundamental del momento. Otro fue el impasse que marcó la estrategia de Syriza, particularmente tras el giro hacia la “moderación” y el consecuente derrumbe posterior a Junio de 2012.
Todo esto me lleva al cuarto y último punto a remarcar de esta experiencia: la relación entre lo social y lo político. Lo que hemos visto en estos cinco años de memorándum es que los conflictos que se desarrollan en el curso de la confrontación de clases son reunidos y resueltos en el nivel político. A partir de cierto momento, el éxito o la victoria, e incluso las victorias parciales, se juegan a nivel político y éste se convierte en una condición para que la movilización popular se desarrolle en un nivel superior.
Esa era, precisamente, la apuesta que se hizo en 2012, con todas sus contradicciones y limitaciones. Es decir, la combinación de un gobierno de izquierda y de un gran registro de luchas populares, las cuales por supuesto no pueden finalizarse, debiendo ser reafirmadas continuamente para abrir una perspectiva de cambio social radical.
Debemos insistir en este último punto. Lo que sucedió en Grecia no ha sido una alternancia común y corriente del poder de los partidos en la historia de la administración del sistema. No ha sido como la elección de Hollande en 2012, o como el “experimento de centro-izquierda” de Romano Prodi en Italia en el año 2000. Ni siquiera es como el caso de Miterrand en 1981, quien llegó al poder con un programa bastante radical para los estándares de la época.
La apuesta jugada en Grecia ha sido distinta; cargada con un fuerte potencial anti-sistémico, y exactamente por esa razón, ha disparado una crisis, no sólo en Grecia, sino a nivel internacional. Fue una muestra a gran escala en la cual nuestro lado se mostró enteramente incapaz no sólo de ganar, sino incluso de organizar una autodefensa elemental, de manera que fuimos llevados a la capitulación que hemos visto.
¿Qué deberíamos hacer ahora?
En este momento, como he dicho antes, la sociedad griega en su conjunto se encuentra todavía en un estado de “shock post-traumático”. Nuestra ala se ha visto sido golpeada por el giro brusco a la dinámica encendida con el “no” del referéndum, todo en unos pocos días. Cuando tenemos en cuenta el espectro más alejado de los círculos activistas y las capas más politizadas de la sociedad, notamos que estos sentimientos contradictorios prevalecen. Hay una mezcla de desilusión, enojo y profunda intranquilidad con lo que viene, pero también un margen de tolerancia a la elección que hicieron el gobierno y el mismo Tsipras.
El punto nodal para recuperarnos de este clima y para recomenzar es el siguiente: el 62% del “no” está en este momento desprovisto de cualquier expresión estructurada. Su consolidación política y articulación es el eje prioritario para todos nosotros. Esta consolidación política no puede ser vista como la extensión lineal de cualquier formación existente, ni de Syriza, ni de Antarsya, ni de ninguna otra formación o sección de estos grupos.
Ahora debemos hablar en términos de un proyecto político nuevo. Un nuevo proyecto político que estará anclado en la clase obrera, un proyecto democrático y antieuropeista, que, en la primera fase, tomará la forma de un frente abierto a la experimentación y a nuevas prácticas organizativas. Un frente que unirá iniciativas desde arriba e iniciativas desde abajo, similar a las que se dieron durante la lucha alrededor del referéndum con la creación de “comités para el No”.
En este momento es difícil, si no imposible, decir más sobre la forma concreta que este proyecto político puede asumir. Obviamente está relacionado de manera decisiva con la lucha interna que estamos desarrollando al interior de Syriza, junto a los compañeros de la Plataforma de Izquierda y otros. Todos nos damos cuenta de que para que este proyecto avance se necesita mucho más.
Bajo ninguna circunstancia el ala izquierda de Syriza, más específicamente la Plataforma de Izquierda que es su componente mejor organizado, reclama un estatus exclusivo. De todas formas, juega un papel central, dado que está siendo ampliamente reconocida, tanto por los amigos como por los enemigos. Esta tal vez sea una de las ganancias más significativas de las semanas pasadas.
Con respecto a los objetivos, tal como fueron resumidos en un gran artículo de Eleni Portaliou, amiga y compañera de muchos años, el proyecto está centrado en los siguientes ejes centrales:
· La liberación del país, y del pueblo griego, de las cadenas de la eurozona, con la elaboración inmediata de un plan para la salida del memorándum y del euro, con una confrontación abierta con la UE que, en mi opinión, debería también llegar al punto de su abandono.
· La reconstrucción de este país arruinado, de su economía, de su estado y de su fábrica social, bajo la dirección de las clases trabajadoras y del bloque popular, que están llamados a encabezar este proceso.
· Este proyecto está profundamente anclado en la clase. Estará sostenido por los sectores dirigentes de la clase trabajadora que votaron “no” y rechazaron la austeridad por más del 70% en el referéndum del 5 de Julio, mientras que su columna vertebral estará constituida por las fuerzas provenientes de las mejores tradiciones de los trabajadores y del movimiento revolucionario en sus múltiples expresiones.
Al mismo tiempo es también un proyecto nacional. Por supuesto que esto requiere de un desarrollo más amplio. Tal como yo lo comprendo, el término “nacional” implica dos aspectos.
El primero es el de “nacional-popular” en el sentido gramsciano, es decir, las clases trabajadoras emergen como una fuerza dirigente en la sociedad, que debe convertirse en “la nación” para reorientar a la misma en una dirección diferente.
Como expresa la frase de Marx y Engeles en el Manifiesto Comunista: “dado que el proletariado debe antes que nada adquirir la supremacía política, debe alzarse en clase dirigente de la nación, deben constituirse a sí mismas en la nación, pero no en el sentido burgués de la palabra”. “Nacional” aquí no significa ninguna concepción frentepopulista de unidad policlasista, con algún espectro de “burguesía nacional” o algunos de sus sectores. Se refiere a la dimensión hegemónica de cualquier proyecto de clase que apunta a ganar la supremacía política.
A su vez, lejos de llevar a ningún repliegue en lo nacional, o algún tipo de nacionalismo, esta “nacionalización” del nuevo bloque hegemónico, como lo explicaré más adelante, significa también encarnar un profundo y novedoso internacionalismo.
El proyecto es también nacional en el sentido de que en este momento hay un problema con la soberanía nacional de Grecia, es decir, con la existencia misma de la soberanía popular y de la democracia. El nuevo acuerdo que ha sido firmado por el gobierno griego no perpetúa simplemente la ley de la troika, sino que la profundiza. Estamos ahora en en una situación en la cual ni el Estado griego, ni cualquier gobierno electo, disponen de la posibilidad de ejercer la política.
Este es tal vez el objetivo más profundo del memorándum, por encima y más allá de la imposición de otro paquete de tremendas medidas de austeridad.
La Secretaría de Impuestos Interiores, separada del resto del gabinete y puesta bajo control de la troika, ha adquirido total autonomía del gobierno. Se está estableciendo un consejo financiero que instituirá automáticamente cortes horizontales si hubiese alguna divergencia respecto de los objetivos fiscales del memorándum. El infame fondo de cincuenta mil millones de Euros está siendo creado bajo control directo de la troika, y toda la propiedad pública griega marcada para privatizaciones está siendo puesta bajo su jurisdicción.
Incluso EL.STAT, el servicio estadístico griego, se está transformando en una autoridad ostensiblemente independiente que será controlada directamente por la troika y servirá como mecanismo para establecer políticas y controles día a día sobre la implementación de los objetivos del memorándum por el Estado griego.
Grecia está siendo convertida, voy tan lejos como para hacer esta analogía, en una especie de Kosovo, un país atado de pies y manos por cadenas neocoloniales y consignado al estatus de un semiprotectorado balcánico insignificante y arruinado. En tal coyuntura, la referencia a la nacionalidad indica que habrá un problema en recuperar la soberanía nacional como un prerrequisito no sólo para ejercer políticas anticapitalistas, sino políticas democráticas y progresivas del tipo más elemental.
Finalmente, este proyecto -y esto en ningún sentido es incompatible con lo que se dijo anteriormente- es profundamente internacionalista. Esto no sólo porque la defensa de los intereses vitales de las clases trabajadoras y de los estratos populares del país sea por su naturaleza internacionalista, dado que la gente explotada de los distintos países tiene intereses comunes a este respecto. Es internacionalista en un sentido mucho más concreto, porque la ruptura del débil vínculo en la eurozona y en la UE abre el camino para otras rupturas en Europa y administra un poderoso golpe al edificio reaccionario y antipopular de la UE.
Nuestro internacionalismo no tiene nada que ver con el euro ni con la UE, sino que levantará sobre sus ruinas una resistencia y un rechazo cada vez más grandes a estas formaciones por la gente de Europa.
La lucha de los griegos y de otros europeos contra la caja de hierro de la UE revelará el carácter clasista e imperialista de este edificio, y por lo tanto habilitará que las luchas en el interior del centro histórico del capitalismo mundial se conecten con otros movimientos más amplios contra la dominación capitalista e imperialista en una escala global, y más particularmente con los movimientos del Sur Global, que recién empiezan al otro lado del Mediterráneo.
No olvidemos que el punto de referencia del 2011, la primera ola de rebelión popular tras el comienzo de la crisis en 2008, llevó casi simultáneamente a los levantamientos de la Primavera Árabe y a los movimientos de ocupación de plazas centrales en España y Grecia.
La conclusión que podemos extraer de la experiencia política que siguió es que la perspectiva de “otra Europa” genuina, que solo puede ser socialista en su orientación, requiere de la disolución de la eurozona actual y de la UE, empezando con rupturas en los eslabones más débiles. En suma, la disolución es un prerrequisito para una ruptura real por parte de Europa tanto con su pasado colonial como con su presente neo-colonial.
Como conclusión, diría que hemos aprendido una dura lección y a un precio muy elevado. Tal como se comprueba en este tipo de situaciones, los primeros que pagarán el costo son los trabajadores, y en este caso Grecia como país y sociedad. Pero para nosotros, para las fuerzas de la izquierda radical y anticapitalista, era necesaria esta lección. Puede llevar a nuestra destrucción, pero también a un nuevo comienzo. O como dijo nuestro gran poeta Kostis Palamas: a un “nuevo nacimiento”, en la medida en que podamos reflexionar sobre él y al mismo tiempo ponerlo en acción.
- Stathis Kouvélakis, es miembro del CC de Syriza, pertenece a la Plataforma de Izquierda
——————————–