El secuestro del cadaver de Alfredo Palacios

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El día que secuestramos a Alfredo Palacios
Por Abel Langer

Anoche, al salir del consultorio me encuentro con un conocido que vive en el mismo edificio donde atiendo. Nos saludamos y nos pusimos a conversar. Se enteró de que tuve una librería y que la conocía. Parece un buen lector y alguna vez la visitó.  Me «tiró de la lengua» y como salía de estar callado y escuchando, tratando de no interferir en el discurso de los analizantes, me puse a parlotear.Hablamos de las elecciones del pasado domingo y Vicente, que así se llama el vecino, recordó cuando ten 1973 triunfó el joven  De la Rúa en oposición al al peronismo, que había llevado al «facho» de Marcelo Sánchez Sorondo. Quería decir, para nosotros que ya somos grandecitos, que en otras épocas la gente tenía «capacidades diferentes» y sabía y/ó podía discriminar votando candidatos medianamente progresistas (en ésa época De la Rúa aparecía ante el imaginario clasemediero como tal) o que «algo» pensaran; y aquí aparece el recuerdo, en la conversación, de cuando Alfredo Palacios ganó, en la elección a senador por la capital, en 1962, cargo que era por nueve años. Palacios era socialista, estaba ligado al sector mas «progre» del socialismo, viajaba a Cuba y apoyaba la revolución cubana que en aquellos años no era «moco ‘e pavo». Y el viejo Palacios (primer diputado socialista de América), siendo senador y solterón, se enfermó y se estaba muriendo en su casona de la calle Charcas. y llamó a su lado a su amigo, que había sido su compañero de fórmula en alguna elección a presidente, el constitucionalista Sanchez Viamonte, y le dicjo que, sabiendo que su hermana era una santurrona, cuando muriera le iban a dar «cristiana sepultura» y que él, Sánchez Viamonte, como amigo que era, debía protegerlo de estas «ceremonias»: que deseaba ser enterrado como el ateo que era y que había sido toda su vida.
A los pocos días Palacios muere y lo velan en el Congreso de la Nación con crucifijo incluido puesto por su familia y sin que la juventud socialista ni nadie pudiera impedirlo (en estos casos suele ser la familia quién manda). Y es ahí donde comienza la anécdota: a Palacios, bah, a «sus restos», lo llevan al cementerio de la Recoleta pero previamente se iba a oficiar una misa «de cuerpo presente» en la iglesia del Pilar. Quien escribe estaba en   su librería, era primera hora de la tarde, entró Daniel Hopen y me dijo que al «viejo» le iban a hacer una misa, y que en la Recoleta nos esperaban para «sacar» el «jonca» de la iglesia. Que  fuéramos para allá.
Cerré la librería y partimos en colectivo rumbo a la Recoleta,  dónde nos encontramos con otros dos compañeros de «socio»:  Daniel Sluzki y el hijo de Gregorio Waimberg, de cuyo nombre de pila no me acuerdo (¿Pablo?¿Miguel?), entramos a la iglesia y encontramos que el cajón, cerrado, estaba en el medio, al pie del altar, arriba de la tarima que se usa en estos  casos,. La iglesia  estaba llena, y el cura a punto de iniciar la ceremonia. Nuestra misión, rápido, rapidito, fue acercarnos al jonca,  tomarlo de las manijas y ante el estupor de unos y la complicidad de otros salir corriendo de la iglesia con el atáud a cuestas,  el recuerdo –corporal, porque en cuestión de muerte y de muertos el que se va suele dejar el recuerdo impreso en el cuerpo del otro– es que era muy liviano, quizás producto de que el «viejo», en sus últimos años, se había «achicado» y había perdido peso (o que, ante la certeza de lo que iban a cometer sus familiares, se hubiese hecho humo)
Salimos corriendo con el producto de nuestro robo y alguien, no yo, tenía el lugar: la bóveda, y las llaves de ésta -estaba todo preparado – así que entramos a la misma y allí lo dejamos, en el suelo nomás, sin que nadie reaccionara ni nos siguiera, razón que hizo que nos hiciéramos humo.

Tomé el colectivo, llegué a la librería, la abrí y seguí atendiendo, como si no hubiese pasado nada.
Hace un tiempo encontré en una librería un libro acerca de la vida de Alfredo Palacios y no encontré ninguna mención a este episodio. Daniel Hopen está desaparecido-muerto, del hijo de Gregorio Waimberg así como de Daniel Sluzky (puesto que creo que el homónimo, psicoanalista, no lo es) no tengo noticias,. Juro que lo que narro no es un sueño ni una alucinación, y menos aún un «dejá vú».  Era un hermoso día de sol, podría decir primaveral, aunque creo que era invierno…

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