HIPERBOLISMO. El affaire Milani: Contra la falsa ingenuidad de la izquierda caviar

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La carta de renuncia a la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo de Raquel Ángel y Alberto Guilis (ver abajo) comienza con una crasa mentira: que yo sepa, ningún represor fue condenado por genocidio, figura que los jueces no suelen aceptar. No se trata sólo de que Milani no está procesado: nadie lo acusó de haber torturado y/o asesinado.

Raquel y Alberto, que se comieron de pe a pa a Sergio Schoklender durante más de una década sin decir ni pío ¿se dicen ahora ingenuos?  Yo nunca pisé la Universidad de las Madres por temor a verme en el brete de tener que responder al parricida sobre mis pergaminos revolucionarios, algo todavía más absurdo que ser expulsado del peronismo por Orlando Barone.

Alberto y Raquel no renunciaron cuando Hebe destruyó el Diario de las Madres y echó a los periodistas que lo hacían, ni cuando renunció el rector Vicente Zito Lema y otros (Horacio González, Alberto Szpumberg. Alfredo Grande, Jorge Quiroga, etc.) lo siguieron ante la vehemente sospecha (que se revelaría acertada) de que Schoklender utilizaba la chapa de las Madres para sus negocios particulares y non sanctos. 

Entiendo su escozor ante la perspectiva de tener que compartir espacios con un general (aunque éste haya ascendido a los primeros planos auspiciado por los mismos que ahora le niegan el pan y la sal no sólo a Milani sino también a su jefa, Cristina Fernández de Kirchner): nunca fueron peronistas.


Dicen Raquel y Alberto que la Argentina se «está convirtiendo en una gigantesca villa miseria» y critican sin mencionarlo al secretario Sergio Berni preguntando (¡después de las sublevaciones policiales!)  de qué hay que cuidarse… ¿Son o se hacen?


El final es a toda orquesta. Acusar a este gobierno de no terminar de matar cuando los que matan son los policías sublevados contra él y difundir esas acusaciones en momentos en que la  Policía Federal enfrentó a la hinchada boquense con métodos gandhianos (comparen cómo reprimia la policía hace doce años) es de un hiperbolismo tan extremo que da vergüenza ajena.

II

Quienes objetan a Milani, si fueran mínimamente serios, deberían proponer que todos los militares activos de la promoción 106 (egresada del Colegio Militar en el muy caliente año 1974) fueran pasados a retiro, ya que puede presumirse que todos participaron de un modo u otros en la «guerra antisubversiva» (no cabe duda de que Milani detuvo compañeros, pero haber detenido a alguién o haberlo llevado a un juzgado no constituye un delito de lesa humanidad y muchisimo menos de genocidio, palabra de trágicas resonancias que no debería bastardearse aplicándosela a cualquier acto de represión). Para tener garantías de que los jefes de las FF.AA. no hayan participado de la represión habría que pasar a retiro a todos los militares de esa y de las otras seis siguientes promociones. Hasta la 113, cuyos integrantes tienen ahora 53 años.

III

No conozco a Milani. Hay quienes me han hablado bien de él y quienes me han hablado mal (por ejemplo, diciéndome que le serruchó el piso a un general un año más antiguo, Hugo Domingo Bruera, peronista y que fue firme candidato para ser jefe del Ejército… ver abajo de todo su foto con Litto Nebbia). Simplemente defiendo la potestad de la comandante en jefa de las Fuerzas Armadas de nombrar al frente de éstas a quienes le parezca. Algo que me parece elemental.

Los recientes acontecimientos hacen evidente, a mi juicio, que la independencia nacional y la soberanía popular requieren de una fuerza armada sanmartiniana. Que sea capaz, para empezar, de garantizar que las comunicaciones interestatales no puedan ser «escuchadas» por la NSA. Y se me hace que esto tiene que ver con la insistencia del Gobierno en sostener a Milani.

IV

Nunca tuve ni un sí ni un no con Raquel (compartimos redacción en el efímero diario Sur) y menos con Alberto. Pero me hicieron enojar. Definitivamente no puedo seguir los sabios consejos de Dale Carnegie para ganar amigos. Lo lamento pero no puedo evitar permanecer callado ante lo que me parece una impostura.
Renuncian profesores luego de encuentro Hebe-Milani

09/12/2013 Por
 
Carta de renuncia a la universidad de las Madres de Raquel Ángel y Alberto Guilis.
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LA ULTIMA CLASE

A las Madres de Plaza de Mayo
A la rectora de la UPMPM, Inés Vázquez
A nuestros alumnos y ex alumnos
A todos los compañeros

Ha ocurrido algo que, para nosotros, docentes de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, marca un límite: la bienvenida a un general imputado como genocida  -César Milani- a un ámbito que debió permanecer intocado: el de las Madres, el de los desaparecidos, el de una universidad que nació como «de lucha y resistencia».

Aún nos parece increíble que algo así haya pasado. Durante 14 años, desde nuestra cátedra «Modernidad y Genocidio», hemos sido parte de un proyecto que nació, más que como una institución de enseñanza, como una usina de pensamiento crítico y de acción militante, como un espacio de formación de cuadros revolucionarios, un lugar único desde el mismo emblema que lo sostenía: «Amor al saber y ganas de transformar el mundo».

Muchos compañeros realmente valiosos, insustituibles, pasaron por las aulas de la UPMPM. Nunca se pudo reponer lo que ellos aportaban. El momento de inflexión empezó con la llegada del gobierno kirchnerista. Al principio de esa deriva, quisimos creer que aunque las Madres lo apoyaran, la Universidad podría seguir conservando su independencia. Pensamos, sin imaginar hasta qué punto nos estábamos equivocando, que si no se tocaba un programa como el de nuestra materia –»Modernidad y genocidio»- elaborado desde una perspectiva marxista, quizá podríamos mantener un núcleo de resistencia, desde el cual ir recomponiendo la vieja Universidad, tal como era, tal como la soñamos con quienes ya no estaban, pero que habían hecho posible que esa Universidad existiera.

No fue así. Año tras año, la Universidad fue perdiendo su antigua substancia, aquello que la sostenía y le otorgaba sentido. Debemos reconocer, nobleza obliga, que jamás fuimos censurados por las Madres ni por ninguna autoridad de la institución. Todo lo contrario.

Esa libertad de pensamiento, de cátedra, de contenidos, que en ningún otro lugar hubieran sido aceptados, fomentaba nuestra esperanza, un poco ingenua, de recuperar lo perdido, aquello que surgió, entre la medianía, como un viento libertario, como un espacio abierto a todos: a los piqueteros, a los movimientos sociales, a los luchadores sindicales y barriales, a todos aquellos para quienes el saber «académico» está habitualmente negado.

La quimera terminó. O los restos que quedaban, para decirlo mejor. La cara del Che, aunque siga en las fotos que cuelgan de las paredes, ya no ilumina. Ha sido reemplazada por el rostro oscuro de un represor,  cuya actuación criminal durante la dictadura fue denunciada por las propias víctimas, mientras que el CELS y otros organismos de derechos humanos, acumulan prueba sobre prueba. Hay todavía más: en la entrevista de diez páginas que le concede la revista de las Madres, «Ni un paso atrás», el general acusado de torturador anuncia  que se propone «hacer algo con la Universidad de las Madres. Algún seminario o algún curso». ¿Quiénes serán sus alumnos?, habría que preguntar. Es difícil imaginarlo.

Casi como una premonición de lo que se venía, nuestra última clase de este año fue dedicada –no como homenaje, sino como un abrazo profundo- a los luchadores de los años 70, a esos miles de compañeros secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura militar, de la cual este general ,hoy «blanqueado», formó parte.

Hasta acá llegamos. Nosotros no podemos seguir. Por respeto a la lucha heroica y solitaria de las Madres en los años más sombríos de la historia. Pero, sobre todo, por solidaridad con quienes no volvieron, nuestros compañeros, en cuyo nombre hoy hablan aquellos que están en pugna con su propio pasado. Los desaparecidos no están para defenderse. Cualquiera puede, entonces, manipularlos a su antojo,  adjudicándoles proyectos  a la medida de las miserias del presente. O de sus propias miserias.

Nadie entrega su vida para que persevere la desgracia de un sistema despiadado. No era eso lo que querían los militantes de los 70, no esta Argentina que se va convirtiendo en una gigantesca villa miseria, donde centenares de miles revuelven la basura y, si se animan a protestar, ya hay una ley Antiterrorista preparada para ellos. Lo vimos en 2012, cuando  decenas de  trabajadores que cortaron una ruta por reclamos salariales,  fueron llevados, con sus mujeres y sus hijos, a Campo de Mayo, uno de los mayores campos de concentración y exterminio que funcionó en la dictadura. Un escarmiento siniestro en un país donde hubo un genocidio. Pero también una señal de advertencia destinada a frenar futuras rebeliones. El operativo fue ordenado por un cuadro del Ejército, designado por el actual gobierno para  «cuidar»  la seguridad interior. ¿Cuidarla de qué?

Argentina, finales de 2013. El desierto crece. La obscenidad está avanzando. Los sueños han sido triturados, los cuerpos rotos y arrojados al mar. Ellos, nuestros hermanos asesinados, no tuvieron el derecho de morir su propia muerte. Irnos de un lugar donde ya no tienen lugar es una forma de no dejarlos solos. A ellos, que querían cambiar la vida, el mundo, la relación con los otros. A esos muertos, tan entrañables, que no terminan de morir y a quienes no terminan de matar.


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