La sumisión de los grandes diarios
El filtro de los cinco
Sylvie Kauffmann, directora de la redacción de Le Monde, adelantó que los cinco diarios intercambiaron “muchas informaciones, análisis y peritajes” y se pusieron “de acuerdo en torno de un programa de publicación”. La misma fuente explicó que el grupo de los cinco llegó a un acuerdo sobre la publicación de los memorandos y que “son esos memos, corregidos por nosotros, los que WikiLeaks puso en Internet”. Marcel Rosenbach, periodista en el Der Spiegel, aporta algunos detalles suplementarios sobre esta curiosa aventura de periodismo de refritos entregados por una fuente y difundidos por otros luego de un estricto control. Rosenbach contó que “todos los diarios concernidos analizaron el material independientemente unos de otros”. No obstante, Sylvie Kauffmann, del vespertino Le Monde, dio cuenta de reuniones entre los rotativos, la mayoría de las cuales tuvieron lugar en Londres para un trabajo que, y así lo precisa el periodista de Der Spiegel, se llevó a cabo “durante varios meses”.
La directora de la redacción de Le Monde aclaró que “unas 120 personas” trabajaron en esos documentos de manera protegida”. En un editorial firmado por Sylvie Kauffmann, la periodista escribe: “En común, los cinco diarios editaron cuidadosamente los textos brutos utilizados para retirar todos los nombres e indicios cuya divulgación podía acarrear riesgos para las personas físicas. Le Monde también ofreció a los responsables norteamericanos expresar sus puntos de vista en nuestras columnas”.
De estas justificaciones se desprende otra evidencia: los cinco periódicos actuaron como verdaderos agentes de comunicación del Departamento de Estado. Hicieron el trabajo de limpieza en lugar de los servicios de Hillary Clinton. En suma, en nombre de la libertad de expresión y todos los bellos argumentos, The New York Times, Der Spiegel, El País, Le Monde y The Guardian publicaron lo que sólo ellos juzgaron conveniente, borraron los nombres que ellos consideraron oportunos y, antes de hacer todo el asunto público, consultaron con los representantes del Departamento de Estado. La responsable de la redacción de Le Monde cuenta por ejemplo que “tuvimos entrevistas corteses y civilizadas” con las respectivas embajadas norteamericanas. Luego, en el editorial, escribe: “The New York Times informó a las autoridades norteamericanas sobre los telegramas que contaba utilizar y les propuso que le presentaran las preocupaciones que podrían tener en materia de seguridad”.
Al parecer, WikiLeaks sólo tiene confianza en los grandes medios de comunicación de un puñado de países. El resto del planeta, concernido por su material, quedó excluido. Resulta, no obstante, un poco hipócrita constatar que estos cinco representantes de la libertad de expresión y de la democracia trabajaron estrechamente con los poderes frente a los cuales, por naturaleza, tienen otra misión: acosarlos allí donde la mentira pone el peligro la vida humana, allí donde la mentira y la manipulación van en contra del bien común. El último en enterarse fue, al final, el lector, que paga por el diario. Le Monde relata por ejemplo que “los representantes del Departamento de Estado tomaron contacto en los últimos días con numerosos gobiernos extranjeros para prevenirlos de las revelaciones y alertarlos ante cualquier impacto negativo”.
En respuesta a una pregunta que le hace un lector sobre si se tomó en cuenta la “razón de Estado” antes de publicar los documentos, Javier Moreno, el director de El País, responde así: “Sí. Pero ha primado el derecho de los ciudadanos a disponer de información veraz y relevante sobre asuntos públicos de interés general. Los periódicos tenemos muchas obligaciones. Entre ellas no se encuentra la de proteger a los gobiernos, y al poder en general, de situaciones embarazosas”. Sin embargo, todo el operativo de la banda informativa de los cinco y su asociado de las sombras, WikiLeaks, tiende a demostrar lo contrario.
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