Los montoneros Walsh y Perdía polemizan 36 años después en «Sudestada»
En algo tiene razón Perdía. Las críticas de Walsh llegaron cuando ya estaba todo perdido.
Nota de tapa: Entrevista con Roberto Perdía
«Los planteos de Rodolfo Walsh llegaron tarde»
Por Hugo Montero

Fue el número dos de Montoneros. Desde ese lugar, hoy responde por un pasado de conflicto violento, de debate abierto y de revolución trunca. El vínculo con Perón, las críticas de Walsh, la contraofensiva de 1979, la oportunidad perdida; temas de una entrevista que pretende poner la lupa en las asignaturas pendientes de la historia rebelde argentina. Además, el ex integrante de la Columna Norte Miguel Fernández Long y el historiador Ernesto Salas proponen una lectura crítica a la mirada de la conducción montonera.
-El libro tiene un perfil autocrítico. Se subrayan errores y problemas no resueltos.
¿El pase a la clandestinidad fue un punto de inflexión, la raíz de muchos errores?
– Eso ya venía de antes, porque nosotros no encontramos cómo vincularnos con un Perón que, en los últimos años de su vida, había cambiado de opinión respecto de lo que había planteado, pensado y hecho en los cuatro años anteriores. Desde 1969 se habían producido cambios importantes en las expresiones políticas de Perón, y nosotros no logramos integrar nuestra política con esa nueva situación. Lo que no quiere decir que tendríamos que haber seguido lo que Perón decía, pero no logramos resolver ese problema. Eso alcanzó su punto más alto con el paso a la clandestinidad cuando, acorralados por la Triple A, nos dejamos llevar por la presión que teníamos en ese momento, porque todos los días nos mataban un compañero. Se habla de 1.500 compañeros asesinados por la Triple A en un período de dos años. Y frente a esos hechos, los compañeros expresaban: «¿Hasta cuándo vamos a aguantar que nos maten sin hacer nada?». Nos dejamos llevar por un oportunismo, por una inmediatez en la respuesta. Consideramos que pasando a la clandestinidad podíamos resguardar a la mayor cantidad de cuadros. Eso posiblemente fuera cierto porque esa decisión salvó muchas vidas, pero al mismo tiempo creó las condiciones para profundizar el desarraigo que se venía planteando en la organización. Tenía que ver con la reducción de la capacidad de inserción en el conjunto de los frentes sociales y políticos, porque una cosa era funcionar a cara descubierta y otra era que una buena parte de la dirigencia tuviera que tomar contacto con esos frentes de modo clandestino. Eso debilitaba la acción, por las reservas lógicas que había que tener, y generaba naturalmente recelo y miedo por el otro. Fueron circunstancias que nos hicieron profundizar la pérdida de contacto con la vida del pueblo, y eso se notó mucho después en la resistencia posterior, ya con la dictadura.
-¿Cuándo comenzó ese proceso de desinserción entre las masas, lo que después provocó lo que califica como «desconexión con la realidad»?
– Pasaba por problemas políticos: el debate interno en el peronismo, que lo fuimos perdiendo. No porque la gente simpatizara con el aparato burocrático, sino porque a su vez teníamos una confrontación con Perón, que era la conducción del conjunto del movimiento. Esa confrontación nos fue llevando a una relación cada vez más difícil. Y esas dificultades aumentaron las chances de las respuestas más sencillas: era más fácil abocarse a la acción militar y a la organización interna que dar el debate cotidiano en medio del pueblo, que siempre es más complejo porque requiere de mayor flexibilidad y comprensión. La base de esa desinserción fue ese proceso que nos fue encerrando en la propia organización, con sus respuestas organizativas y militares. Después se hizo una autocrítica por aquellos años, pero tenía que ver con ese distanciamiento respecto de las repuestas que el campo popular demandaba en cada momento.
-¿Es en ese contexto que Rodolfo Walsh eleva sus críticas a la conducción nacional?
– Sobre este tema hay un problema que no se puede resolver, porque fue un debate mal planteado. Digo mal planteado porque en la vida política de hoy no está bien entendido. Las cartas de Walsh son de finales de 1976 y principios de 1977, cuando ya todo era tarde, tanto para lo que planteaba Walsh como nosotros. Eso tendríamos que haberlo debatido para buscar alguna fórmula en 1974. Pero en 1976 había un debate que pasaba por el sector social desde donde se hablaba. Lo que nos planteaba Walsh era dar un paso atrás para descentralizar fuertemente la estructura, en función de una situación que se vivía por la ofensiva de la Triple A y lo que se venía. Eso era efectivamente cierto si hablamos de los sectores universitarios y profesionales, y de la política territorial. Allí sí había un fuerte retroceso. Ahora, en el mundo de los trabajadores, de los obreros industriales, la respuesta era otra. Seguían peleando, no estaban en retroceso. Mantenían una política ofensiva: Villa Constitución, por ejemplo, era expresión de eso. No eran sectores marginales; eran el núcleo central del movimiento obrero en la Argentina. Y nosotros en 1974 habíamos adoptado una definición, que era básicamente dónde concentrar las fuerzas. En el peronismo siempre se definía a los trabajadores como la columna vertebral; nosotros decíamos que más que su columna vertebral debían ser su cabeza. Porque si los trabajadores no imponían su hegemonía, el peronismo pasaba a ser un partido más del sistema, como lo es hoy efectivamente. Peleamos realmente por esa hegemonía de los trabajadores. ¿Y qué definimos en función práctica? Concentrar la construcción sobre una fuerza que se extendía en una franja que arrancaba desde el sur de Rosario, pasaba por la costa del Río Paraná y llegaba hasta Berisso y Ensenada, con un enclave en Córdoba. En esa franja estaba concentrado el mundo obrero de la Argentina. Ahí focalizamos nuestras fuerzas y jugamos nuestra suerte. Y ahí está el núcleo de ese debate, porque Walsh plantea su mirada desde una óptica movimientista, territorial, que es cierto que venía retrocediendo. Y cuando llegó el golpe justamente se apuntó a destruir esa franja, que era la base de los cambios que se podían dar. De modo que no logramos resolverlo con el peronismo, y mucho menos con el golpe de Estado. Desde allí se planifica el golpe de Estado en función de una necesidad: ese mundo obrero seguía peleando. Yo no sé si fue correcto jugar nuestra suerte allí, pero creo que sí, que era la necesidad histórica que ese sector fuera el hegemónico en ese proceso que se venía, porque de lo contrario íbamos a navegar en nuevas formas de reformismo.
(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013)
Ernesto Salas:

POR HUGO MONTERO
Historiador y ex militante montonero, la opinión de Ernesto Salas es una puerta abierta al debate. En réplica a la entrevista con Perdía, expone su mirada sobre la esencia del planteo de Rodolfo Walsh y la respuesta que recibió por parte de la conducción.
«Hay que entender las profundas razones de la época, sus contradicciones. En historia siempre tenemos que tener en cuenta las razones y las circunstancias de los protagonistas», aclara en el arranque Ernesto Salas desde una doble condición que le permite opinar con autoridad: como historiador y como militante montonero. Parado en ese lugar, plantea sus observaciones sobre el libro de Roberto Perdía: no a partir de las decisiones asumidas cuarenta años atrás, pero sí en relación con la lectura que se hace de esos mismos hechos cuatro décadas más tarde. La historia también como herramienta que permite ejercitar el pensamiento crítico, la búsqueda de esa raíz que empezó a complejizar las cosas y a provocar errores consecutivos, las discusiones postergadas por una represión que no se detuvo a separar disciplinados de díscolos, el pasado de Montoneros que sigue en construcción permanente.
– Trabajaste el tema de Rodolfo Walsh y sus críticas a la conducción, ¿cuál es tu opinión sobre la mirada de Perdía con respecto a ese tema?
– Me gustaría aclarar lo que dice Perdía: primero, sobre que el pensamiento de Walsh había llegado tarde y segundo, cuando hace una comparación entre el momento en el que escribió el periodista y una serie de reflexiones que Perdía traslada a 1975, cuando en realidad los planteos de Walsh se elevaron en noviembre de 1976. Perdía señala que las cartas de Walsh llegaron «cuando todo ya era tarde». Pero no se entiende por qué no se podía, a fines de 1976, renovar o cambiar la orientación de la organización sabiendo lo que había pasado. Además, reduce todo el planteo que hace Walsh a la cuestión de la descentralización, cuando su aporte fue mucho más amplio: su mirada abarca la crítica al punto de vista ideológico, al político y a la visión que tenía la dirección montonera sobre la realidad. Cuando Perdía refiere que en el mundo de los trabajadores, de los obreros industriales, «la respuesta era otra. Seguían peleando, no estaban en retroceso», está hablando de 1975, no de fines de 1976. Se trata de una forma elemental de desestimar a Walsh.
– ¿Y lo subestima también cuando dice que Walsh no tomó en cuenta para su análisis la situación de la clase obrera y se basó solo en la cuestión territorial?
– Eso es mucho peor todavía. Perdía dice que Walsh tenía una mirada territorialista, que también podría definirse como pequeñoburguesa. De hecho, la conducción después lo cuestionó en un documento en el que definía su posición como «basista». En realidad, lo que dejaban entrever fue que la crítica de Walsh era territorialista, y que la respuesta de la conducción era la viva representación de los intereses de la clase obrera. Primero, es jodido pensar y decir que Walsh -que no se puede defender- no tenía en cuenta a la clase obrera. Segundo, Perdía -y supongo que también Firmenich- coloca a la conducción en una posición en la cual parecían los fieles representantes de la clase obrera en la Argentina. En 1977, en el Congreso de Roma, Firmenich fue nombrado secretario general del Movimiento, comandante en jefe del ejército y presidente del Partido… ¿Por qué ocupaba todos los cargos? Porque según la conducción, Firmenich era el representante -él en sí mismo- de los intereses de la clase obrera en el Movimiento. Esa fue la respuesta a lo que Walsh planteaba sobre las masas, que estaban retrocediendo y que no era hacia los Montoneros sino hacia la identidad conocida. ¿Qué dice Perdía de cuando Walsh los acusó de una lectura berreta, medio vietnamita y medio clausewitziana?: que no atendía a la realidad. Walsh criticaba que Montoneros estuviera desconectado del pueblo peronista, y ellos en cierto modo admitían esa desconexión. Pero después tomaron decisiones que se sustentaron siempre en la idea de volver a la ofensiva. ¿En qué sentido se analiza lo que sucedió para decir que existía una paridad de fuerzas o una leve hegemonía del campo del pueblo como para lanzar una contraofensiva militar? Son cuestiones que Perdía no responde. El planteo de Walsh era mucho más profundo. Por otro lado, con respecto a la confusión que generaron en Montoneros y en otros sectores las huelgas de 1975, la verdad es que la organización no puso toda la carne en las coordinadoras regionales. Puso los huevos en distintas canastas: en el Partido Auténtico, en la militarización de la JP, en diversas políticas que fueron desarrollándose en ese momento. En julio de 1975, la clase obrera peronista le hizo el primer paro de toda su historia a un gobierno peronista; y sobre ese episodio Montoneros interpretó* que los trabajadores se estaban independizando de su identidad y que, por ese motivo y en ese avance sostenido hacia la revolución o hacia la lucha política de masas, encontrarían en Montoneros su nueva identidad. Eso es lo que Walsh criticaba cuando escribió: «Las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su identidad social y política. Suponer, como a veces hacemos, que las masas pueden replegarse hacia el montonerismo, es negar la esencia del repliegue, que consiste en desplazarse de posiciones más expuestas hacia posiciones menos expuestas; y es merecer el calificativo de idealismo que a veces no aplican hombres del pueblo». Y esa definición es central. Ahora, qué hizo la conducción con los papeles de Walsh: elaborar un documento donde cuestionó a los «militaristas» y a los «movimientistas» desde una supuesta posición equidistante entre las dos posturas, que estarían identificadas con la Columna Norte una y con Walsh la otra. Decidió organizar un partido marxista-leninista, un partido de cuadros, previendo que no iba a ser el tiempo de las masas, sino el de los militantes encuadrados y convencidos de una lucha frontal, peligrosa y armada. Entonces, hay una pregunta obligada a Perdía: ¿Esa era la herramienta adecuada para encarar lo que se venía? Porque lo que hacía era aislarlos de las masas. Es decir, desestimar a los compañeros que estaban en relación directa con los territorios, dejarlos solos y proteger el núcleo combatiente con la idea de que se iba a preparar una contraofensiva. Nunca se pensó un reflujo, siempre la idea fue la retirada táctica para preparar la contraofensiva estratégica. Me pareció brillante lo de Pilar Calveiro, cuando dijo que en 1975 el problema no fue sólo la clandestinidad, sino la militarización de los cuadros no combatientes: la idea de formar un gran ejército con 5 o 7 mil combatientes que provenían de las filas de la JP, que no fue otra cosa que el abandono de la actividad política por la especialización logística y militar de esos cuadros. Ahí está verdaderamente el problema: se priorizaron los aspectos milicianos de los militantes y no su relación con los barrios, algo que terminó siendo un gravísimo error porque se perdió el contacto con las masas. Porque política se puede hacer siempre: con el vecino, con un amigo, sentarse a tomar mate para convencerlos de que en la realidad hay que hacer las cosas de tal manera o discutir sobre lo que va a pasar. Pero el problema en 1975 fue que se le llamó «retirada» al repliegue de los frentes en lo político y «ofensiva táctica» a lo militar. Entonces, pregunta Calveiro: «¿De dónde nos estábamos retirando?». La respuesta es que nos estábamos retirando de la política.
(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013