SANTORAL: Fina, Anastasio, Anastasia (Patricia) y Francisca (Romana)

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Fray Abelardo Santiago nos envia su santoral cuando le da la gana. Hoy nos llegó con cuatro santos, a saber: Fina, Anastasio, Anastasia Patricia y Francisca Romana. Temerosos de la ira divina y, sobre todo, de quedar fuera del evidente pacto con el Papa Francisco, los devotos de San Lorenzo nos apresuramos a ofrecer una sinopsis de sus vidas ejemplares a  los lectores, para aleccionarlos a no sucumbir a más placeres que el de la lectura.

12 de marzo

Fina 

Virgen, 1238 ‑ 1253
Hija de una viuda pobre, pero piadosa y honrada, a la tierna edad de seis años la encantadora Serafina –familiarmente Fina– cayó postrada por la parálisis.

A fin de mortificar todavía más su carne, evitando de tal suerte las tentaciones que en su estado y a su edad hubieran sido en extremo peligrosas, la niña rogó que se la acostara en una dura tabla de madera, de la que nunca más volvió a levantarse.
Con el tiempo, su cuerpo comenzó a adherirse a la madera y, lógicamente, a despedir un hedor insoportable, pero así y todo el demonio intentaba acabar con su pureza de alma, presentándose con la forma de una tentadora serpiente, a la que Fina conseguía conjurar mediante la señal de la cruz.

Su piedad fue casi insuperable y no se le escuchaba emitir un
gemido cuando las ratas roían las múltiples llagas que presentaba su martirizado cuerpo.

 Finalmente Dios acudió en su auxilio y por medio de Gregorio Magno –en espíritu, ya que el Papa Santo había fallecido 600 años antes– anunció a la niña que moriría durante su próximo cumpleaños.
El obsequio puede parecer extravagante, y si bien el Señor obra de manera misteriosa y no nos es dado interpretar sus designios, está claro que la de la desdichada niña ya no era vida que mereciera vivirse.

Fue así que el día señalado las campanas empezaron a tocar por su cuenta, el hedor de Fina se convirtió en fragancia maravillosa y de la tabla putrefacta brotaron violetas, conformando un blando lecho para el descanso eterno de su cuerpo, ya sin vida.
Patrona de San Giminiano, en Toscana, junto al sepulcro de Fina y su tabla sanaron muchos enfermos.

11 de marzo

Anastasio  

Mártir, m. hacia el 305

Este hijo de Hispania nacido en Lérida, ingresó muy joven a las cohortes romanas y se hizo pronto cabecilla de un grupo de hasta 75 soldados que se distinguían por su conducta cristiana, peculiaridad que incomodaba profundamente a los romanos.
Sabedor el prefecto Daciano de la existencia de ese foco de corrupción, mandó encerrarlos y someterlos a tortura, para hacerles abjurar de sus creencias. Fue así como, marcando el paso en las filas del ejército, Anastasio se encontró de buenas a primeras marcando el paso en las filas de los mártires. Y siempre marcando el paso, llegó al Cielo.

10 de marzo

Anastasia Patricia

Virgen, m. hacia 600

Bellísima dama de la corte de Constantinopla, enamoró locamente al emperador Justiniano, quien sólo tenía ojos para ella, desatendiendo los asuntos de Estado, a las otras damas y hasta a su propia esposa Teodora. A fin de apaciguar los celos de la emperatriz, Anastasia partió para Alejandría, donde fundó un monasterio.

En 584, al morir Teodora, Justiniano mandó a buscarla, pero ella escapó hacia el desierto de Escitia disfrazada de hombre, instalándose en una gruta no muy alejada de la comunidad de monjes del abad Daniel.

Permaneció allí escondida y, puesto que le era imposible disimular la voz, emergió a los seis meses convertida en Anastasio el Eunuco, personalidad bajo la que vivió como hombre durante los siguientes 19 años.

Cuando se sintió morir, pidió al abad Daniel la asistiera en su último trance. El religioso la sepultó en la gruta y reveló a la comunidad quién era el eunuco y cómo había preferido ser un hombre pobre, piadoso y soltero antes que una mujer noble y rica casada con un emperador bizantino.


Cuestión de gustos, pensó la comunidad de monjes.


Comparte su día con el papa Simplicio, martirizado por los

teólogos, y con los cuarenta santos mártires de Sebaste, integrantes de una legión romana estacionada en Armenia que rehusaron realizar ofrendas a los dioses. Fueron condenados a permanecer desnudos sobre un estanque helado, expuestos al frío invernal y viento del norte, aunque lo suficientemente cerca de baños de vapor y habitaciones muy caldeadas ideales para apostatar.

Al tercer día, uno de ellos flaqueó y corrió hacia el baño caliente, pero apenas traspuso la puerta se desplomó muerto, fulminado por un rayo. Si bien los guardias dedujeron con mucha lógica que éste había sido lanzado por Júpiter, tocado por una revelación uno de los centinelas se arrancó las ropas y exclamó: “¡Yo también quiero ser cristiano!”, gracias a lo cual los mártires siguieron siendo cuarenta.

9 de marzo

Francisca Romana

Viuda, 1384 ‑ 1440

La hermosa y aristocrática Francisca de Roffredeschi había sido una niña problemática que, ya a temprana edad, dio sobradas muestras de aversión al sexo opuesto –lloraba desconsoladamente si se le cambiaba el pañal en presencia de su padre y era sacudida por convulsiones apenas un hombre halagaba su belleza o acariciaba su rostro–, no obstante lo cual, a la edad de 13 años, sus desaprensivos progenitores la entregaron en matrimonio al noble romano Lorenzo Ponzani.

La flamante unión no tuvo un buen comienzo y fue recién cuando san Alejo se le apareció en una visión que aceptó la joven cumplir con sus deberes conyugales, como lo prueban los cuatro hijos que más tarde daría a luz.


Lorenzo Ponzani no debía ser ni más ni menos repugnante que cualquier otro macho italiano, pero para un alma como la de nuestra santa, dotada de tan peculiar sensibilidad, los cuarenta años de matrimonio constituyeron una verdadera tortura psíquica.

Francesca comenzó a ser acosada por el demonio, en su propia casa, y mientras realizaba las tareas del hogar. Serpientes, perros y personas inmundas defecaban en el comedor acabado de fregar, le agarraban el pelo por detrás y la derribaban, la arrojaban violentamente escaleras abajo en el sótano o le ponían zancadillas cuando llevaba los cacharros de cocina.

Un día, mientras se dedicaba a la lectura espiritual, demonios con aspecto de animales salvajes le rasgaron los libros y la arrojaron sobre un gran montón de ceniza, para después maltratarla de tal modo que Francesca quedó irreconocible.

Pero no se dejó intimidar, para lo que fue de gran ayuda su ángel custodio, un joven al que describió como “de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido, siendo tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche».


Con el tiempo la señora Ponzani adquirió gran maestría en el arte de amortiguar los sentidos. Se prohibió comer y beber aquello que pudiese producirle deleite al paladar, haciéndose objeto de una dura autodisciplina.


En 1436, cuando durante el Gran Cisma de la Cristiandad, las fuerzas del antipapa atacaron Roma, las propiedades de los Ponzani fueron saqueadas y destruidas y hasta el propio Lorenzo, quien luego de 40 años de semejante matrimonio podría ser considerado un auténtico santo, perdió la vida.

Francesca aprovechó la oportunidad para ingresar a una piadosa asociación feminista, convirtiéndose en fundadora de la orden de las Oblatas Olivetanas.

Patrona de las mujeres y de los automovilistas, es invocada contra la peste y los tormentos del purgatorio.


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