TRIUNFOS ÍNTIMOS: El traspaso de los archivos de «Crónica» a la Biblioteca Nacional

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Hace unos tres años fui al archivo del diario Crónica a consultar unas notas sobre la Triple A, y me encontré con la infausta novedad de que no existía mas como tal. Todo estaba arrumbado en el sótano, sin orden ni concierto, a merced de ratas, hongos y demás plagas,  y los viejos archivistas a los que desde hacia décadas (cuando colaboraba en la revista «Esto!» que dirigía Pancho Loiáccono)  «sobornaba» con facturas para que me dejaran pasar las horas consultando las viejas colecciones del diario o de la maravillosa revista «Así» sin protestar, ya no estaban, se habían jubilado o estaban en trance de hacerlo.

Mi desolación no podía ser mayor. No existe en el ancho mundo una fuente de información mejor sobre la agitada época que va del comienzo de los años ’60 a los ’90 que ese maltratado archivo, tanto en textos como en fotos.  En fotos, porque el fundador de Crónica, Héctor Ricardo García era reportero gráfico, y mientras Crónica fue un producto exitoso (llegó a vender un millón de ejemplares diarios en sus tres ediciones, matutina, 5ª y 6ª) sus fotógrafos fueron la elite de la redacción. Y en textos, porque si por un lado Crónica era algo así como un «house organ» de las policías federal y bonaerense (estaba en todas las comisarías, y desde éstas solía alertarse a la redacción de casi todas las novedades significativas) también era la caja de resonancia de la militancia: en aquella época sin TV color ni cables ni FM ni fax ni internet no había manifestación ni volanteada ni caño ni opereta que puediera ser considerada fructífera sino era reflejada en las páginas de Crónica.

La redacción de Crónica y sus satélites (Así, Esto!, etc. etc.) era un reflejo de aquello: había periodistas-botones y periodistas militantes (como, por ejemplo, el viejo Eneas Spilimbergo) y mucha bohemia, burrera y tanguera: hasta mediados de los ’80 no solo contaba con un restorán propio sino que se servían bebidas alcohólicas. Hoy, quienes pululan sigilosamente por redacciones que parecen asépticos y silenciosos quirófanos no pueden siquiera imaginar lo que eran aquellas redacciones siempre llena de humo, puchos aplastados en los pocillos de cafe y los «chaparrones» furiosos de los tipeados y los bruscos frenazos de los carros de las remingtons y olivettis. Y las rotativas estaban en el sótano. Y el jefe de redacción las podía detener con un grito si era imprescindible. De esas máquinas, de esas tintas, me enamoré cuando era pibe…

Hasta el punto de cuando comence a militar, en 1968, cuando cursaba el segundo año en el Puerredón, mi presupuesto diario se componía de los 86 pesos diarios para un paquete de Jockey Club, y lo necesario para tomar un café en el bar de la esquina de Estados Unidos y Chacabuco (se llamabaa «España» y luego se llamó «Annie», hoy sólo sobrevive a una cuadra de allí el «Aconcagua») un salvoconducto para quedarnos horas hablando en sus mesas con la venia del gallego Modesto, su dueño e, infantable, para comprar  la 5ª de Crónica.

No sé por qué, recuerdo perfectamente el día de 1969 en que conversé con Keny Berroeta acerca del artículo que narraba el asesinato de Augusto Timoteo Vandor…

El último archivista

Volvamos. Tuve la infinita suerte de toparme en Crónica (estaba olvidado, no ya sin una mísera computadora sino también sin escritorio, arrumbado junto a los enormes ficheros metálicos, sin una silla que no estuviera rota) con el último archivista, Sergio Rodríguez Rinaldi, que guardaba en su cabeza el orden de esas cosas depositadas en ese sótano de apuro, casi sin ton ni son, porque los nuevos propietarios de la Editorial Sarmiento, y por ende de Crónica, habían alquilado casi todo el edificio -incluyendo el segundo piso, donde estaba el archivo- a la ANAC (Administracion Nacional de Aviación Civil).

Sergio y yo nos entendimos de ojito. El tenía, tiene, un concepto muy claro de la valía historiográfica y cultural del archivo que tenía virtualmente en sus manos. Me dijo que por momentos lo asaltaba la tentación de renunciar ya que nadie le llevaba el apunte y el sueldo era exiguo, pero que por otra parte tenía plena conciencia de que si se alejaba, no habría nadie que supiera qué corno había en ese archivo y como encontrarlo. Nos conjuramos a conseguir que esos archivos no fueran saqueados ni trozados. Que no cayeran en manos de privados ni fueran llevados al extranjero. Que permanecieran en Argentina, y en el dominio público.

Traté primero de que el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) se hiciera cargo del archivo a cambio de su digitalización. Gracias a los buenos oficios de Francisco «Barba» Gutiérrez, intendente de Quilmes y veterano militante de la Juventud Peronista y de la UOM, conseguí ser recibido por Alejandro Olmos, quien me derivó hacia el afable y gigantesco Gabriel Ben Ishai. Acompañado por el director ejecutivo del ANM, Carlos Lafforge, hicimos con él varias reuniones,y casi casi concretamos un acuerdo que a la postre se frustró porque conseguir un espacio para albergar semejante archivo (piénsese en unos 10 metros x 20 metros con archivos hasta los 2 metros de altura para tener una idea… y no sé si me quedo corto) no resultaba fácil, y la posibilidad que teníamos gracias al gentil ofrecimiento del director del Instituto Espacio para la Memoria (IEM), Eduardo Tavani (el pabellón Coy de la ex ESMA) se fue al garete cuando, a causa de pugnas internas de los organismos de derechos humanos, Tavani renunció en el marco de una crisis que terminó con la disolución del IEM.

Llegados a este punto, le propuse a Carlos Lafforge hacerle «gancho» a nuestro común amigo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, con Ben Ishai, de modo que la negociación se recondujera y el archivo pudiera pasar a la misma, pues lo único importante era que quedara en manos del Estado nacional.

Por suerte para todos los argentinos, esas negociaciones dieron frutos y -como puede leerse más abajo- los cuantosos archivos de la Editorial Sarmiento, básicamente los de Crónica, sus satélites, adláteres y heterónimos (como los diarios Última hora y  algún otro que reemplazaron a Crónica cuando fue clausurado) pasarán en comodato por diez años renovables por otros diez a la Biblioteca Nacional para que ésta los digitalice y luego de darle una copia a los dueños del diario, se quede con los ejemplares de papel.

Los archivos de Crónica son así propiedad común del pueblo argentino.

Esa cucarda la llevaré sobre el henchido pecho hasta que me muera. Porque aunque más no fuera solamente por eso, mi vida ya habría valido la pena. 
Lástima que nadie se acordó de invitarme a la ceremonia.  


Crónica y la Biblioteca Nacional, firmes junto al pueblo - González y Olmos con la histórica tapa tras la muerte de Perón (Marisa Márquez-Diario Crónica).
González y Olmos con la histórica tapa tras la muerte de Perón (Marisa Márquez-Diario Crónica).

Crónica y la Biblioteca Nacional, firmes junto al pueblo

Ambas entidades firmaron un convenio histórico, en el que se acordó la digitalización del archivo fotográfico y periodístico del diario. Un aporte más a la cultura de nuestra sociedad.

POR: Grupo Crónica
Con el fin de aportar a la memoria social del país, el Grupo Crónica firmó un convenio histórico con la Biblioteca Nacional en el que acordaron la digitalización de todo el archivo fotográfico y periodístico que el diario ha recopilado desde los inicios de su historia. Es una apuesta a la preservación y modernización del material producido por el diario Crónica, que busca poner a disposición del pueblo su riqueza cultural.

La cita fue en la Sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional, y desde allí su director, Horacio González, aseguró que «todos hemos leído ‘Crónica’ y sabemos que su estilo popular y cercano a la comunidad lo convierte en un tesoro de interés público» por lo que decidió «inmediatamente acompañar el generoso ofrecimiento ya que significa un acto de democracia en el sentido en que preserva la memoria pública». En la misma línea, se expresó el presidente del grupo de medios, Raúl Olmos, al resaltar que «este convenio hace honor a nuestro eslogan (Firme junto al pueblo), pues permite que el material vuelva a cobrar vida y esté disponible para ser consultado por quien quiera».

La iniciativa partirá con el traslado del imponente archivo que cuenta con millares de piezas hacia la Biblioteca Nacional, donde será depositado en comodato. Allí se realizarán todos los trabajos de restauración, digitalización y categorización de cada una de las piezas, que estarán a cargo del equipo de profesionales del establecimiento cultural. «Convoco a todos los trabajadores de la Biblioteca, archivistas, científicos e investigadores, a participar de un momento histórico», aseguró González, al tiempo que el vicepresidente de Grupo Crónica, Gabriel Ben Ishai, subrayó «el apoyo que recibió desde el primero momento por parte de todas las autoridades de la Biblioteca para llevar adelante la organización de cada una de las partes del convenio».

Como testigo del pasado y del presente de Crónica, uno de los convocados para exponer en la Sala fue el periodista Roberto Di Sandro, quien conmovido por la preservación de las piezas enfatizó que «comienza una nueva etapa, en la que el diario se sigue renovando y da gusto que así sea, además haciendo un aporte muy importante al país». En tanto, el titular de la Biblioteca concluyó en que «Crónica y Biblioteca Nacional comienzan a ser conceptos que se entrelazan para la cultura nacional».


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