Lo envía Oscar Taffetani
Salud amigos y colegas, en nuestro día: Les copio aquí el final del prólogo que Mariano Moreno escribió para la edición en fascículos del «Contrato Social» de Rousseau. Como veràn, no tuvo empacho en censurar de Rousseau todo lo que no le servía. Pero lo admite con honestidad y nos dice que no había tiempo ni papel –en aquel año revolucionario– para estar imprimiendo estupideces. Así que ya saben: a los cargos de agitador revolucionario, indigenista, americanista, jacobino e iluminista, podemos agregarle el de censor del pensamiento ajeno.
Moreno usaba lo que le servía de Rousseau, de Locke, de Adam Smith, y el resto lo tiraba. Ahora que lo pienso, es la misma actitud que tenía Marx, salvando las distancias. Jenny se quejaba de que su marido marcaba, subrrayaba, arrancaba hojas de los libros que le llegaban y se quedaba sólo con lo que le servía. Dos cabezas y dos cuerpos en movimiento. Puro fuego.
Bueno, va la cita de Moreno y también un recordatorio que escribí sobre la Gaceta, hace como diez años, homenajeando a Moreno pero también a un olvidado y de bajo perfil, como fue Julián Âlvarez. Tómenlo como un saludo personal, en el Día del Periodista.
Pásenla bien y no cometan excesos, salvo en el pensamiento.
Oscar
«Como el autor tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y principales pasajes donde ha tratado de ellas. He anticipado la publicación de la mitad del libro, porque precisando la escasez de la imprenta a una lentitud irremediable, podrá instruirse el pueblo en los preceptos de la parte publicada, entre tanto que se trabaja la impresión de lo que resta. ¡Feliz la patria si sus hijos saben aprovecharse de tan importantes lecciones!»
(Mariano Moreno, prólogo a la edición por entregas de El Contrato Social)
Moreno y después
Oscar Taffetani
La Gaceta de Buenos Aires, se sabe, fue fundada por nuestro prócer Mariano Moreno, conciente de que el ideario de Mayo necesitaba un órgano de expresión propio, ya que las otras gacetas y periódicos estaban sujetas al designio de sus propietarios y hubiera sido bochornoso someter el programa de Mayo a la censura de un editor provinciano de una olvidada colonia española.
Moreno era el fuego, la llama de la Ilustración prendida muy lejos de Francia y de las Luces. Pero junto a Moreno estaba -entre otros- el olvidado Julián Álvarez, coeditor de la Gaceta y su único editor desde la Independencia hasta el año 20, cuando empezó su derrotero de exilios y des-exilios, hasta afincarse definitivamente en la Banda Oriental.
Nuestro primer periodista patrio tuvo un fin que hoy nos resulta tristemente familiar: murió en confusas circunstancias. Su propio hermano Manuel admitió que los mareos del viaje a Río se agravaron por el suministro de una pócima y la aplicación de eméticos que lo deshidrataron y consumieron en pocos días, sin que se permitiera desembarcarlo en Brasil.
Patética resulta una carta despachada por Guadalupe Cuenca, su esposa, el 20 de abril de 1811, sin saber que Moreno había muerto. En ella da cuenta de la purga contra los jacobinos rioplatenses, desatada con la complacencia de los diplomáticos británicos:
«Los han desterrado, a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas; Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French, Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones (…) Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo…»
Cabría preguntarse por qué el lobby portuario que había celebrado la Representación de los Hacendados (un canto al librecambio, escrito por Moreno en 1809, a pedido del virrey Cisneros), apenas dos años después ya buscaba deshacerse del grupo jacobino y liberal de la revolución de Mayo.
Si se consultan los últimos editoriales de la Gaceta de Buenos Aires escritos por Moreno, se verá que el librecambismo exacerbado de la Representación ya estaba mudando en protección a las industrias y artesanías locales y que el editor comenzaba a mirar con cierto recelo la desinteresada colaboración extranjera con la revolución.
Así como los patriotas de Mayo usaron la máscara de Fernando VII para afirmar la autonomía de las provincias del Plata sin llamar demasiado la atención (ni a los Borbones ni a Napoleón), así también se valieron de la sed inglesa de puertos libres para empujar los procesos emancipatorios.
¿Fue una conducta ética? No lo sabemos. Pero sí sabemos que fue legítima, y que su fundamento era el novedoso Derecho a la Rebelión que hacía temblar en la madre Europa los cimientos de un orden jurídico injusto.
Nuevos lobbies, la misma lucha
A casi 200 años de Mayo, el dilema que se nos plantea a todos los periodistas -a los que somos Moreno y a los que somos Julián Álvarez, si se permite esta exageración- es el de convivir con un orden injusto (un país donde la corrupción ya es estructural, sin ir más lejos) y a la vez contribuir a la creación de una sociedad genuinamente democrática, donde el contrapeso de los tres poderes (incluido el cuarto) garantice un freno al abuso y una afirmación del derecho de los más débiles y los humildes.
La prensa gráfica, su gran amigo el libro y algunos cuestionados primos (como la televisión) comparten con los padres y con la escuela la sagrada misión de educar al soberano. Aunque, si apresuramos el juicio, podemos decir que hasta los padres y la escuela son educados -o colonizados- actualmente por la televisión.
Esa gran corporación de los medios audiovisuales -el lobby mediático, para llamarlo de otro modo- tiene reglas durísimas y castigos durísimos para los desobedientes, para aquellos periodistas que se permitan tener una visión autocrítica de la profesión o que mantengan los oídos atentos, como los editores de La Gaceta de Buenos Aires o como los de la Gaceta Renana, al suspiro de la criatura oprimida.
Por eso, aunque día a día mejoran los medios para quebrar los cercos de silencio y exclusión (Internet, en eso, es un aliado invalorable), el desafío sigue siendo trabajar de un modo integrado con la comunidad, siendo parte de sus sueños, de sus tragedias y esperanzas.
No importa cuántas representaciones de los hacendados debamos escribir. No importa que debamos luchar contra la sordera cotidiana de un Estado que piensa más en el envilecimiento que en la educación del soberano.
No importa -como escribió nuestro poeta Raúl Gustavo Aguirre- ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido… Porque con todo eso se hace la verdad.
La Revolución de Mayo, la Asamblea del año XIII y el mismo Congreso de Tucumán fueron sucesos casi imperceptibles para la tumultuosa Europa del siglo XIX, y sencillamente inexistentes para el resto del orbe. Pero América sí escuchó la campanada; y leyó las primeras hojuelas impresas en la Casa de los Niños Expósitos, mojadas de sudor y fervor.
El mensaje llegó a destino, y eso no es poco motivo para recordar a Mariano Moreno, a Julián Álvarez y al resto de los colegas, en nuestro día.
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